Relato juevero: Semana Santa

SEMANA SANTA

La figura encapuchada se movió sinuosamente entre la multitud, la capa aleteando a su espalda. Los tambores de la procesión hacían temblar el suelo, retumbaban en la cabeza y agitaban el corazón.

Pam, pam, parapampam, pam, pam.

Las calles olían a incienso, a sudor, a cera.

Pam, pam, parapampam, pam, pam.

La figura decidió desviarse por una callejuela y, asegurándose de que nadie le prestaba atención, escaló hasta lo alto del edificio para buscar a la cofradía que le interesaba. Sus ojos zarcos se convirtieron en una fina rendija; los capirotes de distintos colores se elevaban por doquier. Algunos portaban estandartes, otros los incensiarios, otros hacían bulto y otros empujaban grandes escenarios rodantes, con estatuas de mártires rodeadas de flores o tronos en los que estaban sentados sacerdotes y cardenales, de carne sobre los huesos y sangre corriendo por sus venas.

Pam, pam, parapampam, pam, pam.

Esperó. Los cófrades avanzaron, sin prisa pero sin pausa, hasta que por fin aparecieron los que estaba esperando; capuchas rojas, túnicas blancas. En el centro, en su trono, estaba sentado Él.

Pam, pam, parapampam, pam, pam.

Inspiró hondo.

Pam, pam, parapampam, pam, pam.

Cuando estuvieron al lado del edificio, se lanzó en picado, como un águila tras su presa, los cuchillos por delante como garras. Cayó y rodó. Los portadores de aquella monstruosidad aguantaron como jamelgos el peso añadido, confusos. El personaje sentado en el centro no pudo siquiera gritar; una línea se abrió paso por su garganta, y su hábito pronto se tiñó de rojo.

Resquiecat in pace.

Pam, pam, parapampam, pam, pam.

Alguien gritó.

Para cuando quiso intervenir la guardia, la asesina ya volaba sobre los edificios, alejándose de la escena, de los tambores...

Recordad: Nada es verdad, todo está permitido.

Para disfrutar más de esta semana