Relato juevero: Un punto de locura

UN PUNTO DE LOCURA

Estaba harta de despertar siempre sola. La misma habitación, noche tras noche, la pintura descascarillada, la ropa sucia tirada por el suelo, los cigarrillos consumidos en el cenicero. Me estaba volviendo loca encerrada entre esas cuatro paredes... 

¡Basta!

Emergí de entre las sábanas revueltas. Me obligué a darme a una ducha y cuando salí, dudé. ¿A dónde se suponía que iba a ir? ¿Qué pensaba hacer? No, con tal de hacer algo, cualquier cosa, no importaba. 

Fuera hacía calor, así que el vestido corto negro era perfecto. Me sentía tan sola... Me enfundé las medias y me calcé los tacones. ¿Hacía cuánto que no me los ponía? Demasiado... Ah, pero me sentía tan libre andando con ellos. Me maquillé. Las sombras negras enmarcaron mis ojos,... ¿Cuándo fue la última vez que me corté el pelo? Uf, ¿y si...? Agarré las tijeras y corté hasta que por fin quedó sobre mis hombros una media melena de mechones desiguales y ondulados. Sí, eso era lo que necesitaba. 

Agarré el monedero, las llaves, los guardé dentro del bolso. Salí del rancio apartamento y la noche me acogió entre sus brazos. Caminé sin rumbo por entre las calles, en busca de otras almas perdidas.A medida que me iba acercando al corazón de la ciudad, fui desprendiéndome del miedo a lo desconocido. 

Me fijé en las luces de neón que rezaban "Reckless", como si fuera una promesa. Empujé la puerta. 

Dentro el local estaba abarrotado. Hombres y mujeres hablaban en la barra del bar o bailaban en la pista de baile. Sentí la adrenalina fluyendo por mis venas. La camarera me preguntó qué quería beber. Le dije que eligiera ella. Como respuesta, obtuve una sonrisa y una copa entre las manos. 

Cuando bebí, sentí el fuego discurriendo por mi garganta. Quise más. 

Miré a mi alrededor, como si buscase a alguien, como si supiera que alguien me estaba buscando. Y curiosamente, lo encontré. 

Sus ojos verdes se clavaban en mí a varios metros de distancia, dulces y violentos. Me mojé la comisura de los labios lentamente. Tenía una de esas miradas que roban el aliento, y deseaba comprobar si su boca tenía el mismo efecto. 

Comenzamos a movernos el uno hacia el otro al mismo tiempo y no nos detuvimos hasta que nuestros rostros casi se rozaban, en ese tortuoso instante en el que se está terriblemente cerca y terriblemente lejos.  

Mátame, me pidió.

Bésame, dije yo.

Y aquel fue el inicio de la locura.

Para más locuras