Relato juevero: La página 29

 ¡Hey, hou, criaturillas indefinidas!

¿Qué tal estáis llevando julio? ¿Con frío invernal o con ola de calor veraniega? Como ya sabéis, en mi caso es lo segundo, así que entre el trabajo, la piscina y las escapadas, ando un poco desaparecida. Sin embargo, hoy he encontrado un ratito para participar en los Relatos Jueveros.

Esta vez convoca Molí del Canyer y nos plantea un juego: abrir un libro por la página 29 y seleccionar un párrafo con el que iniciar el relato. He escogido mi última lectura: "Crecer en Nunca Jamás", escrito por dos jóvenes autoras españolas, Isabel Fernández Madrid y Enara Ziaran, y editado por Ediciones Freya. Como podéis imaginar por el título, se trata de un retelling de "Peter Pan" de J.M. Barrie, que sin perder su esencia le da un giro original a la historia. Además, el final es... Uf, ¡vaya final! Os la recomiendo totalmente.

 

Imagen de mi autoría. Postal firmada por una de las autoras tras la presentación de la novela y fotografía de la cubierta.

Sin más dilación, os dejo con mi relato:

 

GWENDOLIN

 

Mientras los niños jugaban, reían y cantaban, la joven acostumbraba a tocar el piano. También dedicaba un rato a contarles un cuento justo antes de dormir...

—Este cuento comienza con la coronación de una princesa. Pero no era una princesa normal y corriente, no... —Sus hermanos, John y Michael, la escuchaban atentamente desde sus camas—. Esta princesa tenía el pelo blanco, al igual que las cejas y las pestañas, que enmarcaban unos ojos azul iridiscente. Su piel, por el contrario, era oscura como la noche. De hecho, a su alrededor siempre titilaban estrellas.

—Alaaaa, ¿y de dónde era la princesa?

—De la Luna. —Respondió misteriosamente—. La princesa, llamada Gwendolin...

—¡Como tú, Wendy! —Exclamó John.

—Sí, como yo. Gwendolin vivía en un hermoso castillo lunar. ¿Imagináis cuál era su cometido?

—¿Casarse con un príncipe?

Wendy torció el gesto.

—No. Gwendolin no necesitaba ningún príncipe... Pero sí tenía a su lado a sus dos queridos hermanos. —Les sonrió con afecto—. Su cometido era asegurarse de que la fórmula del mundo no se veía afectada por las acciones de los humanos en la Tierra.

—¿Por qué? —Michael abrió mucho los ojos, asustado.

—Porque los humanos llevaban a cabo acciones que alteraban la fórmula. Las guerras, la violencia, la contaminación... Todo ello podía acabar con el mundo, tan rápido como un chasquido de dedos.

Chasqueó los dedos, sobresaltándoles.

—¿Y que hacía Gwendolin para evitarlo?

—¿Alguna vez habéis oído que la Luna tiene una influencia muy importante sobre la Tierra? —Los niños asintieron con la cabeza—. Realmente, no es la influencia de la Luna, sino la influencia de la magia de Gwendolin. Ella restaura el equilibrio. Compensa la maldad de las personas inspirando a las buenas a seguir luchando, a no rendirse...

—¡Wendy! —La voz de su padre tronó desde el pasillo—. ¿Cuántas veces te he dicho que no llenes de ideas fantasiosas las cabezas de tus hermanos?

Entró en el dormitorio hecho una furia. A Wendy no le dio tiempo a reaccionar; su padre la agarró de un brazo y le propinó una bofetada; estaba tan acostumbrada que casi ni le dolió.

—¡Que sea la última vez que les cuentas un cuento! ¿Ha quedado claro?

Wendy aguantó las lágrimas para no preocupar aún más a sus hermanos.

 —Transparente —murmuró.

—Bien... Ahora, ¡todos a dormir!

Al menos eso hacía antes, cuando aún tenía permitido soñar con lo imposible.

 

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