Tranquila, me dije. Respira hondo. Que no te tiemblen las manos y deja de parecer tan nerviosa. Seguro que no será la primera vez que vas a tener que hacerlo. Venga, tranquilízate y hazlo. Piensa en Luna.
Me llamo Pandora, y Luna, es
mi hermana. Somos dos de los pocos millones de personas que han sobrevivido en
este mundo apocalíptico, y no, no hay zombis. Lo siento mucho por los que se
esperaban lo contrario, pero en nuestra historia el desencadenante del Fin del
Mundo no es un virus maligno que muta a los seres humanos, sino la venganza de la Madre Naturaleza.
—Perdone, señorita, ¿me puede
alcanzar ese saco de patatas? —Una voz interrumpe mis pensamientos.
—Por supuesto, señora…
Me pongo de puntillas y
alcanzo el fardo que me ha señalado la mujer. Es pesado, y el tacto de la tela es
áspero contra mis manos. Cuando se lo entrego, me sonríe y dedico unos segundos
a observar su rostro arrugado como una pasa y sus ojillos brillantes y oscuros,
parecidos a los de un cuervo. Es una anciana de unos sesenta años, delgada,
pero su mirada me demuestra que es astuta y su presencia impone respeto. Normal, si ha sobrevivido todo este tiempo y
puede pagar toda la comida que acumula en el carrito de la compra debe ser muy
inteligente y respetada. No como otras, que tenemos que robar para salir
adelante.
—Gracias, bonita.
—De nada… Que pase una buena
mañana —intento no encontrarme con sus ojos rapaces cuando lo digo; me dan la
sensación de que en cualquier momento adivinará mis pensamientos y me acusará
del delito que voy a cometer.
—Igualmente.
Se da la vuelta y se aleja
lentamente con su carrito de la compra a rebosar de comida. Uf, ha faltado poco… Y ahora, a continuar
con el plan, me repito con insistencia. Mi plan es simple: coger varias
latas de conserva, una pastilla de jabón, una botella pequeña de agua y algo de
ropa, metedme en los probadores, quitar todo aquello que pueda pitar, guardar
las cosas en mi bandolera y salir por la puerta como si nada.
Comienzo a caminar por los
pasillos del supermercado, buscando los artículos que necesito; al menos no hay
mucha gente.
Luna y yo nos cambiamos de
ciudad constantemente por culpa de la ley del “hijo único” impuesta por el
dictador mundial Skoll, que intenta salvar la Tierra matando a la población sobrante, o sea, a
los “no primogénitos de cada familia”, quienes suponen un gasto que no se puede
permitir la humanidad; si nacen gemelos, se echa a suertes quién de los dos
vivirá. Ya sé que es una barbaridad y una ley absurda, porque cuantos más
supervivientes más posibilidad de salvar a la humanidad hay, ¿verdad?, pero de
momento ni los grupos de resistentes han conseguido echar a Skoll del poder ni
matarlo. Yo misma me uní a un grupo de esos hace unos años, pero ponía en
peligro a mi hermana y decidí continuar las dos juntas por nuestra cuenta.
Nuestros padres están muertos.
Recuerdo que al año de que mi hermana pequeña naciera ocurrió una de las
primeras inundaciones que sentenció al Mundo. Eso sucedió el 21 de diciembre de
2012 exactamente; hoy es 8 de mayo de 2022 y cumplo 16 años.
Pienso en coger alguna
golosina para celebrar la fecha. En los tiempos que corren el dinero es escaso,
lo cual es una de las razones por las que estoy aquí, intentando… Bueno, ya
sabéis, intentando hacer eso. Miro
las baldas llenas de relucientes gominolas con forma de corazones, lombrices de
fresa, coca-colas,… que están ordenadamente colocadas sobre una capa bastante
gruesa de polvo. Como se nota que las
familias ya no compran golosinas a los niños, aunque los encargados se deshagan
de las bolsas caducadas y repongan los estantes por otras nuevas. Al final
me decanto por una pequeña bolsa de nubes rosas y blancas, y la sumo a los
artículos que llevo entre los brazos. Ya tengo: dos latas de lentejas, otras
dos de alubias, el botellín de agua, pasta enlatada para dos, dos filetes de
carne que pienso compartir con Luna entre hoy y mañana, y aceite. Me falta el
jabón y la ropa.
—Perdone, ¿no le sería más
cómodo utilizar una cesta? Se la ve muy cargada…
Una asistenta me tiende una
cesta de toda la vida para que lleve con mayor comodidad mi compra. Al
principio me giro, asustada, pero luego logro mantener la compostura.
—Muchas gracias pero… tengo
prisa —Me disculpo, tartamudeando—. Estoy buscando los productos de higiene
personal y luego me tengo que probar un poco de ropa; tengo el tiempo contado porque…
—El gel y el maquillaje están
girando a la derecha por ese pasillo, cerca de la ropa y de los probadores —Me
replica como una autómata; es increíble lo rápido que desconecta la gente
cuando le cuentas tus problemas.
Sonrío.
—Gracias.
Sigo rápidamente sus
indicaciones. Encuentro las pastillas de jabón y al llegar a la ropa cojo
varias prendas básicas blancas y negras. Después, voy directa a los probadores.
El Destino está de mi parte: la encargada de vigilar quién entra y quién sale
debe de estar en su descanso y aún no ha vuelto. Entro en el probador más
cercano, cierro la puerta y echo el pestillo. Respiro hondo. Detengo la vista
en mi reflejo cuando doy con el espejo a mi derecha.
Soy rubia y tengo el pelo
corto a la altura de la mandíbula, despejado de nuca. Tengo los ojos azules y
he perdido algunos kilos en las últimas semanas, pero aún así paso por una
joven sana vestida con vaqueros y una cazadora de cuero que no se ha rebelado
contra el gobierno y que escapa con su hermana con documentos falsos en el
bolsillo.
Vamos allá, me animo, retirando la vista, y después dejo
las cosas en el suelo y mi bandolera en el asiento.
Empiezo a revisar cada envase en busca de placas que hagan saltar las alarmas. Los códigos de barras no pitan, me lo dijo un amigo hace dos años, pero las cosas esas grises que unen a las camisetas con chinchetas sí (y eso lo sé por experiencia). Con una llave puedes desarmarlos sin rasgar la tela, solo hay que buscar tres puntos de anclaje, los dos primeros haciendo palanca y el tercero tirando con la mano, me dijo él.
Guardo la comida en la bandolera. ¿Seré capaz de quitar las alarmas de la ropa? Saco la llave de mi primera casa, mi primer hogar, y la utilizo con una de las camisetas. Tras dos minutos forcejeando, consigo quitar la placa. Muchísimas gracias, Puck… Tus consejos me acaban de salvar la vida a mi hermana y a mí. Arrancaré una margarita del parque y la enviaré a tu celda como agradecimiento. Acto seguido me dispongo a quitar las alarmas del resto.
Empiezo a revisar cada envase en busca de placas que hagan saltar las alarmas. Los códigos de barras no pitan, me lo dijo un amigo hace dos años, pero las cosas esas grises que unen a las camisetas con chinchetas sí (y eso lo sé por experiencia). Con una llave puedes desarmarlos sin rasgar la tela, solo hay que buscar tres puntos de anclaje, los dos primeros haciendo palanca y el tercero tirando con la mano, me dijo él.
Guardo la comida en la bandolera. ¿Seré capaz de quitar las alarmas de la ropa? Saco la llave de mi primera casa, mi primer hogar, y la utilizo con una de las camisetas. Tras dos minutos forcejeando, consigo quitar la placa. Muchísimas gracias, Puck… Tus consejos me acaban de salvar la vida a mi hermana y a mí. Arrancaré una margarita del parque y la enviaré a tu celda como agradecimiento. Acto seguido me dispongo a quitar las alarmas del resto.
Al terminar, tengo la frente
y la nuca perladas de sudor y los dedos de las manos doloridos. Guardo la llave
en el bolsillo y la ropa que me voy a llevar la meto en la bandolera. Salgo.
—¿Se va a llevar esas
camisetas, señorita? —Me pregunta la asistente que debería haber relevado a la
anterior hace veinte minutos, mientras atraviesa la puerta del almacén
precipitadamente.
—No —Una sonrisa asoma por
mis labios—. Me aprietan demasiado el pecho… ya sabe… Talla 95.
Dejo las que no he quitado las alarmas en el mostrador con
naturalidad, acercándome lo suficientemente a ella para observar las marcas
rojizas de unos labios en su cuello y en su escote. ¿Así que eso es lo que estabas haciendo, eh, pillina?
—Adiós y gracias —me dice.
—No, gracias a usted —ensancho
la sonrisa.
Me doy la vuelta y me
dispongo a salir del establecimiento, más relajada y segura de mí misma que al
principio. La bandolera pesa, pero consigo disimularlo bastante bien. ¡Hasta un
par de guardias me sonríen cuando paso a su lado! El problema está en los detectores
del final del trayecto.
Hay otro guardia vigilando
alrededor. Es viejo y tiene una barriga de nueve meses; seguramente es tan
corrupto como los políticos de la época. Me repugna que utilice su vista para
darme un repaso de pies a cabeza sin siquiera percatarse de lo abultada que está
mi bandolera; de todas formas, mejor para mí. Al principio dudo, pero al final
paso a su lado, entre los detectores. El corazón bombea en mi pecho con fuerza.
Que no piten, que no piten… Nada. No
saltan las alarmas. He hecho un buen
trabajo, me digo a mí misma. Quiero echar a correr y gritar de alegría,
riéndome en la cara gorda y de buldog del guardia, pero entonces…
—¡ES ELLA! ¡PAREN A LA RUBIA DE LA BANDOLERA ! ¡ES UNA LADRONA!
Mierda, la empleada que se estaba
dando un revolcón mientras yo quitaba las alarmas ha descubierto las malditas
placas en el probador y ahora se las muestra entre las manos a los dos guardias
que me habían sonreído.
He cometido un error de principiante...
Echo a correr instintivamente.
He cometido un error de principiante...
Echo a correr instintivamente.
—¡LLAMEN A LA POLICÍA … DETÉNGANLA…!
El guardia embarazado intenta
interponerse en mi camino, pero hasta con una bolsa llena de comida y ropa soy
más rápida que él. Salgo al exterior y una ráfaga de aire me revuelve el pelo;
no hay tiempo que perder. Mi cabeza maquina un plan de escape apresuradamente.
Salto las escaleras con agilidad y empujo a la gente, que se aparta gruñendo,
pero no me detengo. Pienso en seguir corriendo. El refugio en el que se
encuentra mi hermana está a dos kilómetros y medio de allí y he venido andando…
¡Seré imbécil! No haber pensado en un plan de escape mejor que el de improvisar
sobre la marcha… Fantástico, Pandora, aún
te queda mucho por aprender. La policía llegará pronto, lo intuyo. Desvío
la vista hacia la carretera. El ronroneo de una moto en marcha llama mi
atención. Siempre me gustaron las motos, aunque solo pudieran tenerlas la gente
rica y los amigos de los mandamases. Aquella es una Harley Davidson de las que
ya no se fabrican desde 2013, pero está tan bien cuidada que parece nueva. Es
negra y roja, y un rayo de luz la ilumina directamente como si fuera una señal
del cielo solo para mí. Retomo la carrera en su dirección y embisto al
conductor cuando va a sentarse encima de ella. Es un hombre joven y aúlla de
dolor cuando cae sobre el asfalto debajo de mi cuerpo; el casco me impide
distinguirle la cara y no me detengo demasiado para ver si está bien. Me
levanto apresuradamente y paso una pierna sobre el sillín, inclinando el cuerpo
hacia delante y asiendo los manillares con las manos.
—Lo siento… es una cuestión
policial… permíteme requisar tu moto…
Doy marcha atrás y veo por el
rabillo del ojo que el joven se queda paralizado en el suelo al decir eso.
Entonces, mis queridísimos amigos del supermercado salen dando gritos y
señalando en mi dirección; ya se empiezan a oír las sirenas de los coches de
policía.
—¡LADRONA! ¡LADRONA!
El motorista que he tirado al
suelo gira la cabeza y me topo con sus ojos al otro lado del metacrilato,
azules como cuchillas. Por un momento esos ojos logran echarme hacia atrás. ¿Qué estoy haciendo? Acabo de robar en un
supermercado y ahora me propongo robar una moto…
—Huye.
Su voz es limpia como el
agua, como la calma después de una tormenta, y consigue hacer que arranque el
vehículo. Me acomodo en el asiento y pego mi vientre contra la curva ascendente
del metal, recordando la vez en que otro de mis conocidos me enseñó a montar
una de esas; él también era un delincuente y estuvimos a punto de salir un par
de veces.
La adrenalina circula por mis
venas. Giro el puño derecho hacia atrás, bajando la muñeca, e incremento las
revoluciones del motor. Acciono el embrague con la mano izquierda. Marco la
primera marcha con el pedal y mi cuerpo entero se ve impulsado hacia delante,
hacia la carretera; voy soltando el embrague lentamente. Posiciono los pies en
las estriberas y giro bruscamente para sortear los coches. Las latas de comida
se quejan en mi bandolera, chocándose unas con otras, pero las ignoro; hacía
mucho tiempo que no viajaba en moto, y es una sensación deliciosa.
Los coches de policía son
lentos y pronto los pierdo de vista (claro está, saltándome numerosos semáforos
en rojo). Mi figura pasa a formar parte de la máquina y nos fundimos en un solo
cuerpo. Noto el viento, frío, contra mi cara, apartándome el cabello de los
ojos, y la sensación de libertad se descarga rápidamente por mis venas. Quiero
cerrar los ojos y dejarme llevar, que desaparezca el mundo a mí alrededor, pero
la lucecita de la cordura aún no se ha apagado en mi cerebro y me obligo a
mantener la vista fija en la carretera.
Al poco rato llego a donde
aguarda Luna, una casa abandonada que ocupan una pareja de resistentes. Freno
limpiamente, aparco en el bordillo, me bajo de la moto y entro en el edificio,
llamándola a gritos; se oye de fondo la televisión. Pronto una niña de once
años acude corriendo a mi llamada.
Luna también es rubia, pero
al contrario que yo tiene el pelo convertido en preciosos tirabuzones que se
mueven como muelles dorados cuando anda. Sus ojos son grandes y azul verdosos,
y tiene la cara acorazonada.
—¡Pan! —Grita, al verme; pronto nos vemos fundidas en un gran abrazo.
—¡Luna! —Lo doy sonoros besos
en las mejillas, que hacen que rompa en carcajadas.
—Pandora,…
Acaban de aparecer Julieta y
Francisco en el pasillo, los residentes de la casa abandonada. Julieta (la que
ha hablado) es mayor de edad y tiene una larga cicatriz que le cruza el rostro;
es castaña y tiene las mejillas pobladas de pecas y los ojos brillantes y
avispados. Francisco es serio y bastante callado; es moreno de piel, por lo que
está obligado a hacerse pasar por el esclavo de Julieta cuando salen al
exterior, todo por culpa de otra de las malditas leyes del dictador Skoll.
—… ¿has conseguido lo que
precisabas? —Pregunta ella, de la mano de Francisco; los dos han cometido
algunos de los atentados contra el gobierno en los últimos meses, cuando se
alzó la verdadera revolución, sin conseguir resultados demasiado favorables.
—Sí —respondo, sin soltar a
mi hermana—. Pero desgraciadamente nos tenemos que marchar ahora. El robo se ha
complicado un poquito, en seguida lo comprenderéis…
Separo a Luna de mí y le
digo:
—Coge tus cosas, volvemos a
mudarnos.
—Joooooooo, Francisco me ha
enseñado unos trucos de magia muy bonitos mientras estabas fuera… —se queja
Luna, sonriéndole ampliamente a Francisco; mi hermana confió plenamente en él
desde el primer momento, yo no. Él le devuelve la sonrisa—. Además, hoy es tu
cumple,… ¿No vamos a celebrarlo, Pan?
Le devuelvo la mirada,
sonriéndola también. Meto la mano en la bandolera y rebusco un poco entre los
objetos hasta encontrar lo que quiero.
—Toma —Le tiendo la bolsa de
nubes; es precioso ver cómo disfruta cuando la abre y muerde una de esas
golosinas esponjosas y tiernas, saboreándola—. En cuanto tengas tu mochila preparada
ven a buscarme; la celebración solo acaba de empezar.
Echa a correr al interior de
la casa para recoger sus cosas, contenta. Ahora me tocaría enfrentarme a
nuestros anfitriones, pero paso al lado de ellos y me dispongo a recoger mis
escasas pertenencias. Nos vamos.
—¿Cómo vais a viajar? —Inquiere
Julieta, desde el umbral de la puerta de mi habitación provisional.
No es muy grande, suficiente
para convivir como delincuentes. Hay una cama, una mesilla y una silla; encima
de la cama hay varias mantas y debajo del colchón guardé todo el papeleo y
algunos ahorros que he decidido no gastar por el momento.
—En moto.
—¿Ya has robado una moto? —Parece
estresada, preocupada y sorprendida al mismo tiempo.
—No sé por qué te sorprendes —replico,
sin dejar de recoger mis cosas en ningún momento y de meterlas en la bandolera y en los bolsillos
de mis vaqueros y mi cazadora.
—Nuestros contactos han descubierto
que vamos a sufrir nuevos huracanes e inundaciones en la costa este y que
varios volcanes en México entraran en erupción a lo largo de esta semana; es
probable que el Gobernador nos obligue a resguardarnos en los búnkeres por si
acaso las presas que se han construido en los últimos años se desbordan. No
podéis viajar en esas condiciones, Pandora, lo sabes perfectamente —Responde
Francisco; el tono grave de su voz hace que me recorra un escalofrío.
—Pues necesito viajar: en
este pueblo acaban dar orden de búsqueda y captura a mi cabeza.
—¡Por Dios, es que no puedes
robar sola un mísero supermercado sin llamar la atención! —Explota Julieta—.
Seguro que te han seguido…
Tiene la mandíbula tensa y
los ojos entrecerrados como los de una serpiente.
—¡Esta es la primera vez que
robo! Además, a partir de ahora no te daré más problemas —Ya he acabado y me
dirijo hacia la salida, para poner en marcha la moto de nuevo y largarme en
cuanto Luna esté preparada—. ¡Gracias por vuestra hospitalidad, bla, bla, bla!
Pero ahora mi hermana y yo debemos seguir con nuestro camino.
Julieta me grita algo pero la
ignoro. Francisco simplemente se aparta de mi camino. Luna aparece en el porche
desvencijado con la bolsa de nubes medio vacía en una de sus manos y la mochila
colgada a la espalda; abre mucho la boca al ver la preciosidad de moto que he
conseguido.
—¡Vaya, Pan! ¿Este es tu regalo de cumple? —me pregunta, subiéndose detrás
de mí.
—Sí, cariño… Agárrate bien
fuerte a mi cintura, ¿vale? —Vuelvo a girar el manillar y el vehículo me
responde con un delicioso ronroneo. Mí hermana se ríe y me contagia sus
carcajadas, pero Julieta nos grita histérica desde la entrada a la casa que
volvamos y hablemos—. ¡Tranquila! ¡Os mandaremos una postal! —Me hago oír sobre
el rugido de la moto. Después, me pongo en marcha de nuevo—. ¡ADIÓS!
Luna también se despide de
ella y de Francisco, quizá más triste que yo por el posible hecho de haber
perdido a unos compañeros de viaje.
Me llamo Pandora. Estamos en
2022 y el Mundo se Muere. Mi madre me hizo prometer antes de morir que nos mantuviera
a mi hermana y a mí con vida hasta que todo acabe. Ella sabía que era una
promesa injusta, ya que si a mi hermana le pasase algo, yo me moriría.
Este relato carga a sus espaldas una historia larga y enrevesada que no contaré
porque no es el lugar ni el momento para hacerlo. Lo único que añadiré es que
la idea la saqué de un sueño que tuve hace un año y medio más o menos, y que lo
presenté en el concurso de literatura del insti el mismo año que presenté EL LOBO (o sea, en 3º de ESO)
Tenía la intención de hacer continuación, como si fuera una historia
más larga, pero siendo sincera aún no me he puesto a escribirla, aunque tengo
varias ideas y escenas en la cabeza (algunas de ellas del mismo sueño)
¡Espero que os haya gustado!
¡Qué bonito!
ResponderEliminarSí, me ha parecido bonito porque al final la descripción sobre la hermana ha eclipsado todo el contexto de la historia, y como poco, debería sacar una sonrisa.
La verdad es que solo he llegado aquí por casualidad, y aunque al principio no entendía el significado del título luego he tenido la sensación de que describías perfectamente una Iron 883 (padezco de un amor muy fuerte por los coches y las motos).
Si esto lo escribiste en tercero de la eso, decirte que ha estado muy, muy bien. Pero quiero transmitirte que me he sentido desorientado al principio. Todo sucedía muy rápido, necesitaba una pausa, un descanso, algo que me diera un poco de desahogo. (La separación de algunos párrafos en dos habría sido maravillosa).
Y también decirte que me gusta que tu escritura sea simple, y que me ha enamorado leer "la frente perlada de sudor", porque esa expresión se la he visto mucho a Murakami, y bueno, a mí me encanta Murakami.
¡Un saludo!
¡Hola, Kote noru!
EliminarMe alegro de que te haya gustado, sobretodo la escena del reencuentro de Luna y Pandora, pues desde que tuve la idea lo que pretendía era hacer relieve en la relación entre hermanas, más que en la acción que ocurre alrededor (mi intención era continuar la historia... pero sigo sin ponerme a ello, vaya)
Debemos de tener los mismos gustos, porque la foto que elegí para "retratar" la moto es esta: http://img.wallpapergang.com/324processed/Download%20harley%20davidson%20sportster%20xl%20883l%20Bike.jpg
Estoy de acuerdo contigo en que el relato es un poco precipitado y que debería haber hecho más pausas, pero cuando lo colgué hace unos meses no quise modificarlo precisamente para que los lectores podáis ver la evolución.
De verdad, muchísimas gracias por leerme *__* Vuestros comentarios siempre me sacan una sonrisa y me ayudan a seguir adelante.
¡Saludos!
PD: Aún no he leído ninguna novela de Haruki Murakami, pero me lo han recomendado en varias ocasiones y he leído muy buenas reseñas de él, así que a ver si consigo que entre en mis lecturas de este 2015.
Estoy maravillado (no dejas de maravillarme) desde el comienzo transmites la tensión en el super, hasta yo casi sudaba :) y además me gusta lo detallada que eres contando historias, porque me gusta visualizar las escenas que relatas. Es una muy buena historia, y si nace de un sueño, vaya sueño has tenido. A ver si alguna vez la continuas, que ya pronto será 2023 :)
ResponderEliminarDulces besos de nubes Dafne y dulce mes 💜
No me había dado cuenta de las fechas de este relato *////*
EliminarMe alegro de que te haya gustado y que incluso notases la tensión de la protagonista. La verdad es que aunque tuve varias ideas sobre esta historia, no llegó a cuajar como para escribir una novela. Quizás en otro momento.
Dulces besos de Harley y dulce mes 💜