LA PLAZA DE LAS CASAS ROSAS
Cuando Valentín llegó a aquel país con nueve años, lo odiaba.Se había criado en una casa de campo, con sus establos y graneros, sus tractores y campos, su cielo estrellado y noches silenciosas. Por el contrario, su nuevo “hogar” era un apartamento encerrado entre edificios y asfalto, desde donde era imposible ver el cielo y que siempre estaba envuelto en ruido.También odiaba su nuevo colegio. Principalmente por la barrera del idioma. Luego, porque más de un niño intentó burlarse de él por su peso; ninguno lo consiguió, pues ante el lenguaje universal del bulling existía el lenguaje universal de los puños. Eso le costó su primera expulsión.Al entrar en el instituto le derivaron directamente a la clase de Diversificación. «La clase de los divertidos» la rebautizaban sus estudiantes. Allí conoció a Walter y a Pol, a los que en un principio también odiaba. Al menos, hasta que fueron expulsados —por enésima vez— y acabaron en la plaza de las casas rosas, compartiendo los cigarrillos que Pol le había robado a su padre mientras escuchaban rap, pues según Walter era la mejor manera de perfeccionar el idioma.Así, el chico con la piel más oscura y el chico con los ojos más azules le descubrieron los secretos del barrio: la pista de skate al lado de las vías del tren, los callejones donde pillar droga, los locales donde emborracharse y las mejores zonas del parque donde liarse con chicas.Y conforme Valentín vivía en el barrio, el barrio comenzó a vivir en él.Era un barrio viejo, laberíntico; un barrio obrero, barriobajero. Sus residentes eran tan diversos como el planeta; y, como ocurre en todo el mundo, había gente mala y gente buena. Los edificios y muros estaban decorados con grafitis. Debido a que se podía aparcar libremente en la calle, por las tardes no había sitio ni siquiera en los descampaos; en cambio, a las cinco de la mañana los huecos eran tan evidentes como los dientes que le faltan a un niño. Contaba con dos grandes centros de salud, multitud de escuelas e institutos, parques y plazas.Sin embargo, de una forma u otra Valentín, Walter y Pol siempre acababan en aquella plaza de las casas rosas, fumando, escuchando rap y soñando con un futuro mejor.