Cap 1- La captura
La
nieve era limpia y resplandecía con la luz de la luna. Hacía viento, pero yo ya
estaba acostumbrada a los fríos inviernos de Alaska.
Alcé
la cabeza, en busca de esa moneda que siempre enseñaba la misma cara y que servía
de inspiración a tantos poetas: La Luna, que cubierta de cicatrices resultaba
hermosa; la Luna, que velaba por la vida de mi familia cuando salíamos al
bosque a cazar.
Apareció
mi hermano pequeño entre los árboles, sobresaltándome. Le gruñí con dulzura que
no volviera a hacer eso, y le besé la mejilla. Se deshizo de mí con el empujón
típico de los hermanos pequeños, y dejé escapar una carcajada mientras me
agachaba y volvía a concentrarme en el rastro; llevábamos dos horas persiguiendo
a un ciervo herido. También apareció mi padre para preguntarme qué tal me las
apañaba, y mi madre me llamó metros adelante.
Mi
nombre no es importante en esta historia, y aunque os lo dijera tampoco lo
comprenderíais, ya que es demasiado complejo en vuestra lengua, por lo que he decidido
que lo mejor es obviarlo.
Retomamos
la búsqueda, hasta que por fin divisamos al ciervo, recostado en un tronco
caído lamiéndose las heridas. Desde un punto de vista artístico podría decirse
que era una imagen hermosa, pues el pelaje cobrizo del animal resaltaba en la
oscuridad, una oscuridad de distintas tonalidades de azul dependiendo de dónde
se reflejasen los rayos de luna, pero para mi solo era comida. Vi cómo mis compañeros de caza ocupaban la
formación que habíamos planeado para que no tuviera escapatoria. Mis otros
hermanos también aparecieron, como sigilosas sombras, y cuando formamos un
círculo casi perfecto alrededor del ciervo decidimos hacerle saber de su
situación. Pisé una rama y el viento nos ayudó a que nuestro olor le llegase.
Alzó la cabeza, alertado.
Era
un ciervo joven, pues aún carecía de la preciosa cornamenta que los
caracterizaba a los de su especie. Se puso en pie, y nosotros saltamos a su
encuentro.
Ahí
estábamos, mi familia y yo, nuestra presa, acorralada… y también los seres que
se convertirían en nuestros captores.
Cuando
nos quisimos dar cuenta de que un enemigo común nos había rodeado, fue
demasiado tarde; aquellos que habían destruido nuestros hogares en los últimos
años para sustituirlos por sus raras edificaciones nos miraban con ojos
malvados mientras nos apuntaban con sus peligrosas armas. Eran seres altos y
feos, como si pertenecieran a otro planeta, y hablaban un lenguaje extranjero,
rudo, y se tapaban el cuerpo con vestimentas extrañas.
De
repente se oyó un gran estruendo, un disparo. Se me erizó la piel,
recorriéndome un escalofrío, y me tensé instintivamente. Miré a mi padre en
busca de una orden, de cualquier cosa que nos pudiera sacar de esa situación,
pues nunca nos habíamos enfrentado a esos seres, pero él lo único que hizo fue
atacar. Empujó a uno de ellos y se dio una gran confusión, que el ciervo
aprovechó para escapar. Maldije en voz baja y me concentré únicamente en
nuestros adversarios, decidiéndome entre hacer como mi padre o huir con mis
hermanos, que es lo que nos gritaba mi madre que hiciéramos. Mis hermanos la
desobedecieron y atacaron, y yo me quedé quieta, pensando qué debía hacer.
Pensé
durante demasiado tiempo.
Se
oyeron más disparos y el primero de mis hermanos cayó.
Me
moví, fui a socorrerlo, pero era demasiado tarde.
Uno
menos.
Me
metí de lleno en la pelea, furiosa. Conseguí degollar a uno de los seres, al
que no le dio tiempo ni a gritar, e intenté ayudar a combatir a mi hermano
pequeño, cubierta de sangre. Las balas volaban como meteoritos, y se
estrellaban en nuestros cuerpos o se perdían en la vegetación de los
alrededores. Me alcanzó una en la pierna y me caí en la nieve con un grito de
dolor; a mi hermano pequeño le alcanzó otra en la cabeza.
Me
giré justo cuando oí el aullido que anunciaba la muerte de mi madre, el disparo
que acabó con la vida de mi padre, y poco después mis otros hermanos también
sucumbieron a la misma suerte.
Se
hizo el silencio.
Los
seres resollaban por el esfuerzo, algunos con heridas graves, otros con algunas
que no lo eran tanto. Conté tres cadáveres por su parte, por lo que habían
quedado cinco vivos. Uno de los seres me apuntó con un dedo largo y pálido y
dijo algo. Acto seguido dos de sus compañeros me agarraron del pelo y me
arrastraron por la nieve hasta quedar a la vista de todos. Me quejé por el
tirón y les miré con odio desde el suelo, decidida a luchar todo lo que tuviera
que luchar. Los dos que me habían agarrado me inmovilizaron las extremidades antes
de que pudiera hacer nada e intenté morderles las manos cuando estas se acercaron
a mi boca para amordazarme. Al final consiguieron que todos sus dedos quedasen
ilesos.
El
jefe, que era el que había dado la orden, comenzó a dar vueltas a mí alrededor,
mirándome con un ojo cazador muy distinto al nuestro, y entonces me di cuenta
de que no tenía intención de matarme. No, no todavía…
Se
arrodilló a mi lado y me palpó la tripa, las piernas, la espalda, los brazos,
el cuello, como en un chequeo médico, hasta enredar los dedos en mi nuca para
alzarme la cabeza y mirarme a los ojos. El ser dijo algo a sus compañeros,
sonriendo, y me resultó asqueroso que me tocase con esas manos del color de la
leche. Mi mirada se clavó en la suya, llena de odio, dando con unos ojos cuya
esclerótica cubría la mayor parte de la superficie visible; los irises eran
azul grisáceo, como el cielo que se cubre de nubes de tormenta. Sin embargo mis
ojos tenían un color azul intenso, y resultaban fríos y penetrantes como el
hielo, aunque a veces eran más ardientes que cualquier otra llama.
El
jefe de los ojos tormentosos se separó de mí y me dio la espalda. Luego los dos
que me habían atado me levantaron y me condujeron hasta un trineo; me dejaron
caer en él como si fuera un saco. En seguida se pusieron en movimiento,
alejándose del lugar en el que había tenido lugar la batalla. Una lágrima rodó
por mi mejilla cuando vi por última vez los cuerpos inertes de mi familia, y el
odio creció aún más en mi corazón.
Me
di cuenta de lo cerca que estaba la espada de la muerte sobre nuestros cuellos,
de lo fácil que era morir, así, ¡zas!, en milésimas de segundo, sin que nadie
más fuera a recordarte, sin que nadie excepto la Luna hubiera presenciado tu
marcha hacia el Más Allá.
Y
aún así, sabía que había un destino aún peor que la muerte.
Y
ese destino, era el que a mí me esperaba.
Cap 2: El Infierno
Dormitaba
con un ojo abierto y otro cerrado en una habitación de piedra marrón, sobre el
suelo desnudo y helado y briznas de pajitas, como si estuviera dentro de una
granja. Había pequeñas ventanas rectangulares sobre mi cabeza gracias a las que
sabía que era de día, pero aun así continué tumbada, guardando fuerzas para lo
que fuese que me esperaba ahí fuera.
Me
habían vendado allá donde había recibido el disparo, y los mismos seres habían
extraído la bala sin utilizar ningún medicamento que pudiera ahogar mi dolor; ahora
era un dolor sordo al que intentaba no prestar mucha atención.
Mi
compañero de celda, moreno, con la piel llena de cicatrices, no había movido un
músculo desde que me habían arrojado a su cubículo y seguía durmiendo en una de
las esquinas. Suspiré, preguntándome si a él también se lo va habían llevado de
la misma manera en su momento, y entonces dos de los seres de antes irrumpieron
en la celda. Sonreían, relamiéndose por algo que yo aún desconocía, y sin darme
tiempo a defenderme me agarraron y me arrastraron afuera de malas formas.
Cuando cerraron la puerta de la habitación a sus espaldas vi que el otro
secuestrado se había levantado y miraba cómo me marchaba.
Los
seres me condujeron a través de un pasillo hasta una sala mucho más grande que
estaba llena de monstruos como ellos. Intenté huir, pero me golpearon y me
metieron a patadas en una especie de jaula con dos puertas enrejadas. Cerraron
la reja por la que me habían metido y miré a través de la otra, descubriendo
una especie de pista circular. Oí un sonido. Los seres se callaron y me
agazapé, sin saber a qué atenerme. El sonido se repitió y, a la tercera vez,
abrieron la reja que daba a la pista. Salté a ella, buscando una salida, y me
di cuenta de que no estaba sola. Había otro, otro de mi especie, que me miraba
con ojos nublados y me dirigía una postura de ataque. Los seres, al otro lado
de las paredes de la pista, gritaban. Miré a mi semejante, y entonces él me
atacó.
No
quiero repetir lo que pasó y no fui consciente del tiempo transcurrido, pero lo
maté. Él era más fuerte y me hirió en varias ocasiones, pero yo era más lista.
Así que gané, y descubrí que era por eso por lo que me habían enviado a ese
lugar: para luchar y para ganar.
Después
me devolvieron a mi celda para que me lamiese yo sola las heridas, puesto que el
siguiente en la línea de combate era mi compañero.
Cap 3: Él
Él
siempre volvía, al igual que yo. Pasaron los días, las semanas, meses. Combate
tras combate, empezábamos a resultar invencibles.
Al
principio desconfiábamos el uno del otro, pero cuando uno de los que también
estaban presos con nosotros me acorraló fuera de la pista con malas
intenciones, él me ayudó.
Tampoco
os revelaré su nombre, por respeto a él y porque tampoco entenderíais su
significado.
Solo
os diré que aun con todo lo que estábamos viviendo, aun con las peleas que nos
obligaban a luchar y las vidas que nos vimos obligados a matar para sobrevivir,
me enamoré de él. Y fue un día, cuando él volvió después de un combate casi
herido de muerte, cuando me di cuenta de ello. ¿Por qué tenemos consciencia de
lo mucho que nos importan nuestros seres queridos cuando ya no están con
nosotros?
Tenía
varios huesos rotos, una herida en la frente que aunque no era muy profunda chorreaba
de sangre y parecía reventando. Pero sonreía.
Le
pregunté la razón, desconcertada, mientras le limpiaba y curaba como podía, y
él me contestó que porque había conseguido llegar hasta ahí y poder pasar un
día más a mi lado. Eso me dejó aún más desconcertada y él, sin decir nada más,
me besó.
Él
fue él primero y también el único. Sus besos eran tiernos y al mismo tiempo
salvajes, desesperados, porque nunca sabíamos cuál de ellos iba a ser el
último. Su aliento sabía a libertad, a felicidad, y siempre provocaba que me
recorrieran escalofríos, como si estuviera de nuevo afuera, en el bosque, y el
viento se enredase en mi piel.
Siempre
nos besábamos antes y después de los combates. Siempre nos decíamos cuánto nos
queríamos y cuánto más nos íbamos a querer después, el día que consiguiéramos
escapar y perder de vista a los monstruos que nos tenían encerrados. Siempre
creíamos que viviríamos para siempre, juntos.
Ambos
nos equivocamos.
Cap 4: El final
Llegó
el día que siempre habíamos temido: que tuviéramos que enfrentarnos el uno
contra el otro. Ese día nos separaron en otras celdas y pasaron horas
interminables hasta que volvieron a buscarnos para conducirnos a la pista.
Yo
estaba muy asustada.
¿Qué
íbamos a hacer?, me preguntaba una y otra vez.
Cuando
sonó el silbato que indicaba que las rejas se abrían y debíamos salir al
enfrentamiento, lo encontré ante mí, quieto, mirándome fríamente como si
fuéramos desconocidos, como si no me reconociera. Dije su nombre y él no me
respondió. Los seres clamaban detrás de las paredes que nos hiciéramos trizas,
que empezásemos a luchar, ¡que corriera la sangre!, pero yo no podía pensar en
matarlo.
Los
minutos discurrieron sin ninguna actividad y los seres empezaban a enfurecerse.
Entonces,
vi cómo se me echaba encima, con los ojos turbios por la ira, con el mismo afán
de que muriera que había encontrado en los ojos de mis anteriores oponentes, y se
me rompió el corazón.
Caímos,
rodando por el suelo polvoriento, pero esta vez en una pelea a muerte. Me
encontré desorientada, y él me atacó, sin darme tiempo a defenderme. ¿Por qué?,
me preguntaba. ¿Acaso no me había confesado que me amaba? Me golpeó en la cabeza y empezó a salirme
sangre a la altura de la ceja derecha. Me empujó contra una de las paredes de
la pista, mientras los seres gritaban y apostaban por quién de los dos iba a
ganar. Él me aplastaba y hacía fuerza contra mis hombros, mis piernas, mi espalda,
impidiéndome que pudiera moverme, y yo me ahogaba… Me ahogaba en el dolor que
me había producido su engaño, me dolía que al fin y al cabo amase más su propia
vida que la mía, que yo misma le había entregado.
Pero
claro, pensé, que el sentimiento no fuera mutuo cambiaba las cosas.
Me
volví y le golpeé con todas mis fuerzas, recuperando la compostura. Él aulló,
se alejó de mí y yo volví a atacarle. No lo hice porque me hubiera mentido,
como venganza. No lo hice porque sintiese ira, que sentía solo en parte, puesto
que no podía permitir que mis pensamientos se nublasen. Lo hice porque me había
prometido a mi misma que iba a luchar por mi vida hasta el final.
Nuestros
cuerpos se enredaron en un amasijo de golpes, quejidos y sangre. Luchamos
durante horas. Yo estaba agotada, pero él también, y ambos esperábamos el
momento propicio en el que el adversario bajase la guardia y pudiésemos dar el
golpe definitivo.
Fue
él quién bajó la guardia.
Simplemente
paró.
Resollaba.
Su caja torácica, rota en diversos puntos, temblaba con cada respiración. Tenía
la boca abierta, ensangrentada, le faltaban varios dientes y media oreja. Sin
pensármelo dos veces me lancé a su cuello y lo degollé.
Los
espectadores rugieron por el fin tan cruento de la actuación, pero yo solo
podía mirarlo a él, que se desangraba rápidamente a mis pies. Él me miró a los
ojos por última vez y me regaló una última sonrisa, esa que me había
encandilado desde el primer momento, y entonces me di cuenta de mi error: no me
había atacado porque no me amase, sino porque sí lo hacía.
Me
derrumbé a su lado, sollozando, e intenté parar la hemorragia. No. No. ¡NO! Lo
acababa de matar… Acababa de matar al único ser que había conseguido derrumbar
los cimientos que alcé alrededor de mi corazón cuando murió mi familia y me
llevaron a este infierno, al único ser que me animó a que le pegase un mordisco
a la vida después de casi morir, y que me deslumbró con su amor.
Y
él murió con esa sonrisa en la cara, porque se había sacrificado por mí, porque
había llegado a conocerme hasta el punto de desnudar mi alma.
Me
dio la sensación de que me arrancasen el corazón, de que lo hubieran roto, partido,
pisoteado, destrozado y envuelto en llamas hasta reducirlo a cenizas, y que
luego me lo hubieran echo tragar y hubieran repetido el proceso una y otra y
otra vez.
Por
el bullicio de mi alrededor pensé que pronto me separarían del cadáver para
llevarme de nuevo a mi celda, pero entonces vi los uniformes, a los seres que
funcionaban como guardias de la ley en esa sociedad de animales, y vi cómo
detenían a los hombres que manejaban y apostaban en estos combates y cómo
algunos ponían pies en polvorosa. Se oyeron disparos y me tensé
instintivamente. Uno de esos hombres uniformados saltó a la pista de combate apuntándome
con un arma y hablando a través de un extraño artilugio.
—…Hay
un perro en la pista, teniente, ¿qué hago con él? —Aunque no entendiera sus palabras sabía que hablaba
de mí, y yo me sentía cada vez más furiosa porque existieran seres tan
inmorales en el mundo, seres que habían logrado arrebatármelo todo—. Sí,
teniente… Ajá… Señor, está herido, no creo que suponga una amenaza…
Vi
que se acercaba.
Le
gruñí, enseñándole los dientes con todo mi odio, agazapándome, y se paró en
seco.
—Tranquilo,
perrito… —Había dejado de hablar por el artilugio y alzaba la mano desarmada en
mi dirección para calmarme. Sin embargo, me enervé más—. Tranquilo, no te voy a
hacer nada… Pronto estarás a salvo… Ya nadie te hará daño…
Miré
a mi compañero caído y aullé de dolor. Eso sobresaltó al humano. Luego me volví
de nuevo hacia él y me agaché aún más, consciente de lo que estaba a punto de
provocar.
—Tranquilo…
Salté
sobre él con un rugido.
Mi
cuerpo quedo suspendido en el aire y se oyó el disparo.
Me
daba igual.
Ya
no tenía corazón.
¡Muy buenas, damas y
caballeros!
¿Qué os ha parecido el relato?
^.^
Éste lo escribí para el
concurso del instituto del curso 2013-14, al igual que el de El llanto del violínherido. Como siempre me pasa, la idea la tuve en la cabeza desde que se dio el
fallo del anterior concurso (al que me presenté con El lobo y Harley Davidson)
y no fue hasta dos meses antes de la deadline cuando me puse a
escribirlo, lo cual me recuerda que tengo que continuar con los relatos de este
año…
Bueno, de este modo aprovecho
para avisaros que pronto subiré el capítulo 7 de Alter Ego. Sí, ese “pronto” es
indefinido :)
¡Hasta la próxima!
Terminé de leerlo con un nudo en la garganta, un triste final, pero al mismo tiempo liberador. Y pensar que aún en estos tiempos esas cosas suceden solo por afán de diversión.
ResponderEliminarDulces besos de manzana y dulce semana.
En parte me alegro de haberte provocado ese nudo en la garganta. Nunca entenderé el maltrato animal... En España es muy típico el espectáculo de los toros, y espero que algún día dejen de ocurrir completamente.
EliminarDulces besos de manzana y dulce semana