¡Muy buenas, bloggeros! Ya sé que he tardado mucho en actualizar, pero llevo una semana sin tocar un ordenador y no quería subir nada hasta volver y saber el fallo del concurso de literatura de mi instituto.
Como ya sabéis, me presento cada curso desde hace tres años; la primera vez gané el primer premio de mi categoría (estaba en 3º de la ESO) con el relato de El Lobo (aunque también presenté el de Harley Davidson), el segundo año no hubo suerte (los relatos presentados fueron el de Memorias de Alaska y El llanto de un violín herido) y este año... ¡He vuelto a conseguir el primer premio!
Siendo sincera, la idea la tuve desde que me presenté al concurso del año pasado.
Siempre es algo así como: "Vale, ya tengo el/los relato/s de este año... ¿Qué escribo "pa'l" siguiente?" Entonces, una vez que tengo la idea en la cabeza y está apuntada en tres libretas (como mínimo) y varios tacos de posits para que no se me olvide, las noches de insomnio voy desarrollándola hasta que llega el mes anterior a la fecha límite y lo escribo de tirón.
Luego, con la espera, vienen los nervios, y ya la semana anterior al voto te da un poco lo mismo el resultado, pues tú misma te has olvidado de que se acerca la fecha (excepto que te lo recuerde alguien, claro) Y cuando te lo dicen, y además has conseguido ser finalista, al principio es un poco: "Ah, vale, bien..." pero en cuanto se te pasa el shock ya llegan los unicornios y los arco iris.
Bueno, no me enrollo más, y os dejo que lo leáis y juzguéis vosotros mismos ;)
¡Muchos besos y muchísisisimas gracias por leerme y por todo vuestro apoyo!
VIVE Y DEJA MORIR
Cerré los ojos,
aferrando la taza humeante de chocolate caliente entre mis manos, pero mis
dedos seguían agarrotados, fríos por el dolor, la tristeza y la pérdida.
Ya no tenía
lágrimas que derramar. Las había agotado todas en el transcurso de tres días: cuando
me comunicaron su muerte, hace dos semanas; cuando pasé noche tras noche
llorando, pensando que yo sería la siguiente, con la esperanza hecha añicos, y
cuando asistí al funeral.
Sí, ese fue el
último día que había llorado, y fue como si a medida que rellenaban la tumba
estuviera enterrando mi propio corazón; palada tras palada, viendo la tierra
cubrir poco a poco la exquisita madera de cerezo que habían elegido los
familiares para el ataúd, mientras un sol radiante se burlaba de nosotros desde
el cielo.
Apreté los párpados
con fuerza, notando las pestañas cubiertas de plomizo rímel enredarse unas con
otras, y aspiré el olor de la bebida, tratando de volver a flote.
—¿Estás bien, Estela?
Óscar se sentó frente
a mí, como era habitual.
Desde que empecé a
frecuentar la cafetería después de las charlas siempre ha pasado lo mismo: para
cuando entro en Apolo&Dafne, él ya está sentado en su mesa, la que
queda al lado de la ventana, y yo me siento en la que hay al lado de la ventana
contigua. Tras ponerme cómoda, le pido al camarero un chocolate caliente y un Nespresso
y, asegurándome de que el tablero está limpio, saco la libreta y la
estilográfica del bolso y me dispongo a escribir.
Lo cierto es que la
primera vez ni siquiera noté su presencia; pero claro, él me siguió con la
vista en cuanto mis tacones repiquetearon
contra los baldosines.
Sigamos con el
ritual… Llega el camarero con el pedido y, al levantar la vista del papel, es
cuando me doy cuenta de que me está mirando. Le devuelvo la mirada, dispuesta a
que él la retire primero, pero la aguanta y no tarda en levantarse y dirigirse
hacia mí. Sin siquiera preguntar, toma asiento e inicia una conversación. Nunca
se presenta hasta que no acaba nuestro diálogo, y así nos conocemos día tras día
como si fuera el primero que hablamos.
Ese día el juego cambió.
—Linda ha muerto, Óscar.
Abrí los ojos y
solté la taza, aunque mis manos seguían igual de frías que al principio.
Nunca nos
llamábamos por nuestro nombre… ¿Para qué? Si se suponía que no lo descubríamos
hasta el final del diálogo, pero ambos intuíamos que ese día iba a ocurrir algo
diferente.
—Lo sé —asintió, serio,
alargando las manos sobre el tablero para abrazar las mías—. He asistido al
discurso de despedida.
Nunca antes me
había tocado. Siempre habíamos guardado las distancias, el tablero quedaba entre
nosotros como si fuera una frontera inquebrantable… Entonces me di cuenta de
que el contacto de su piel sí conseguía reconfortarme, devolverme un poco el
calor.
—¿Entonces por qué
me preguntas cómo estoy? —repliqué; una parte de mí deseaba apartarme,
furiosa por su insolencia, pero a la otra parte le gustaba que hubiera dado el
primer paso.
—Porque estoy
preocupado por ti, y preguntar me ha parecido lo más correcto en estos
momentos, aunque ya sepa cómo te sientes.
Me quedé quieta,
calibrándolo con la mirada. Todo en él resultaba provocativo: su chupa de
cuero, su pelo corto a los laterales de la cabeza porque quería dejárselo al
estilo Ragnar Lodbrok, su barba de varios días, su altura (que le obligaba a
inclinarse hacia delante para quedar a la altura de mis ojos)… Pero luego
estaba la ternura de sus palabras, la intensidad de su mirada verde.
—¿Y cómo es que
alguien como tú, se preocupa por alguien como yo?
Tras el cáncer de
mama al que sobreviví hace unos años, trabajo a tiempo parcial para una
organización que ayuda a mujeres de todas las edades que sufren o han sufrido
la misma enfermedad, al igual que a sus familias y amigos más cercanos. Doy
charlas, presentaciones… Igual que hacía Linda, que no solo era mi compañera de
trabajo, sino una gran amiga. Siempre he tenido facilidad para las palabras y
nunca me ha temblado el pulso al subirme a un escenario.
Ese día, para el
discurso de despedida de Linda, me había vestido con una falda de tubo negra
que contorneaba perfectamente mis curvas y una blusa rosa. Estrenaba tacones, Buffalo
Benja, negros, de punta redondeada, tan lustrosos que me podía ver
reflejada en ellos. Del peinado, lógicamente, no había tenido que preocuparme. Pelo
rapado, como Sinead O’Connor de joven. La verdad es que tenemos cierto parecido;
el pelo claro, los ojos azules, la nariz, la forma de la cara… Las orejas las
tengo más pequeñas y los labios más gruesos. La nariz, como dice mi madre, más
chata.
—No digo que
necesites a alguien que te cuide —replicó, sacudiendo levemente la cabeza—, pero
todos precisamos compañía en los malos momentos, aunque al principio no
queramos admitirlo.
—Óscar —debería
haber dicho su nombre más a menudo; me gustaba cómo sonaba en mi voz, al igual
que el mío en la suya—, tú no puedes saber realmente cómo me siento.
Suspirando, me
levantó con cuidado las manos hasta que quedaron extendidas la una sobre la
otra, los codos apoyados en la mesa circular, la palma izquierda sobre la
derecha y la derecha sobre la izquierda, como si entre nosotros hubiera un
cristal muy fino; mientras no dejó de mirarme ni un solo instante a los ojos.
—¿Y si yo también
te necesitase?
—¿También?
—¿No has pensado
que podemos ser un reflejo del otro?
No supe qué
responderle. Esa pregunta contenía demasiado, un pozo de respuestas y de otras
mil preguntas. De todas formas él no esperó demasiado e, inclinándose hacia
delante, buscó mi boca con los labios.
Instintivamente fui
a su encuentro.
Oí que sonaba de
fondo Funeral for a friend, de Elton John, y la melodía del piano, de
las guitarras eléctricas y el ritmo de la batería nos envolvió. Al principio
fue un beso suave, y luego cobró más y más intensidad. No supe cómo, Óscar
logró apartar la taza de chocolate de su camino para acercarme más a él y sus
manos pasaron a sostener mi rostro. Las mías se perdieron en su cabello y,
cuando nos quisimos separar, toda la cafetería se había vuelto hacia nosotros y
la canción había cambiado a Love lies bleeding.
—¿Qué pasa? ¿Es que
aquí nadie se besa? —espeté a los espectadores, que giraron rápidamente la
cabeza y volvieron a sus conversaciones, mirándonos de vez en cuando por el
rabillo del ojo.
—Da la impresión de
que no… Y parece ser que ellos tampoco.
Riéndose entre
dientes, Óscar señaló el otro lado de la ventana. Era por la tarde y la calle
estaba repleta de gente; al menos una docena de personas se había parado a
mirar el “espectáculo”.
Resoplé y me volví
de nuevo hacia él.
—Debes de saber que
no quiero ninguna relación seria —le comuniqué con imparcialidad, dándole un
sorbo a mi bebida.
—¿Por qué me dices
eso? —Sus ojos centellaron.
—Porque sí. Porque
si estás buscando novia olvídate de mí. No quiero nada serio. No quiero
complicarme la vida ni complicársela a nadie más.
—¿Y si yo quisiera
que me la complicases? —Óscar sacudió la cabeza.
—Te aseguro que no
es divertido mantenerte al lado de alguien que va de médico en médico y que
cuándo le pregunten qué toma, esa persona pueda responder con el nombre
completo de todos los medicamentos, el número de pastillas por hora, sus
efectos secundarios, su composición química…
—Lo de la
composición química lo sabes porque está incluido en tus estudios —apuntó,
sonriendo.
Claro… ¿cuándo le
había contado que había sacado matrícula de honor al acabar mi carrera de
química? ¿Dos semanas atrás? ¿Tres? Qué detalle por su parte acordarse de esa
referencia.
—Sí, saber de
química quita el romanticismo a multitud de situaciones, como por ejemplo el
por qué acabo de responder a tu beso. —Me permití recorrer con la punta de los
dedos el contorno de sus labios; hacía mucho que deseaba hacerlo, pero no se lo
iba a decir—. No son sentimientos. Es química. Pura química.
—Eres encantadora
cuando intentas apartar los sentimientos…
—¿Qué sentimientos?
—sonreí, sarcástica, volviéndome a llevar la taza a los labios, pero Óscar me
detuvo antes de que pudiera dar ningún sorbo.
—Ocultar tus
emociones solo te producirá más dolor. Estela, te da miedo admitirlo, pero
sabes que todas esas sinapsis cerebrales son sentimientos.
—Ahora lo único que
siento es vacío —repliqué con amargura, deshaciéndome de sus manos para beber
tranquila—. Ya te lo he dicho antes, no me gustaría convertirme en el vacío de
nadie. Por eso prefiero las relaciones no demasiado largas. En cuanto noto que
una persona se ha encariñado de mí, rápidamente la aparto, a sabiendas de que
acabará alejándose aunque le duela mi rechazo, porque ese dolor no es nada
comparado con lo que sería dejar que su corazón echase raíces en el mío y,
cuando el mío dejase de latir, esas raíces fueran arrancadas cruelmente de su
pecho.
—Pues es demasiado
tarde —Óscar me miró con una mezcla de tristeza y emoción contenidas—. Me has
robado el corazón.
—¿Cómo puedes decir
eso? —Un pinchazo de pánico me atravesó. ¿Estaba loco o qué?—. ¡Apenas nos
conocemos!
Óscar se echó hacia
atrás, apoyando la espalda en el respaldo de la silla, y suspiró.
—Nos conocemos
desde hace seis meses, una semana y tres días.
—Eso —hice
una pausa—, ha dado miedo.
—Además —volvió a
inclinarse hacia delante—, he venido a estas conferencias siempre que he
podido, he visto cómo venías vestida, he oído tus conversaciones con las
mujeres de la asociación, he leído tus informes en el instituto de medicina,
tus discursos… ¡Y llevo hablando contigo en esta misma mesa todas las tardes
desde hace seis meses! Sé cómo piensas y, créeme, cómo te sientes.
Por un momento me
quedé sin habla y, dato: odio y adoro en partes iguales que me dejen sin habla.
—¿Por qué yo? Entre
todas las mujeres… ¿Por qué yo? —pregunté, confundida.
Óscar volvió a
inclinarse hacia delante.
—¿Y por qué tú no?
—Llevó los dedos de la mano derecha a mi rostro, acariciándome los rasgos—.
Eres inteligente, guapa, seria cuando tienes que serlo, risueña, divertida… Me
gusta tu sonrisa. Es como ver amanecer. Primero empiezas a sonreír con la
comisura izquierda de los labios y al final tu sonrisa se extiende por todo lo
amplio de tu rostro, y se refleja en esos ojos azules que ahora están tristes y
que me encantaría hacer sonreír.
Nunca antes me
había sentido tan desarmada.
—Muchas mujeres
sonríen de medio lado —contraataqué, en vano, pues mis defensas habían
comenzado a caer—. Muchas tienen los ojos azules. Muchas son inteligentes,
serias o risueñas cuando deben…
—Pero yo solo te
quiero a ti.
Resoplé.
—También soy una
perfecta cabezota.
—Lo sé —sonrió.
—Así que te gusta
darte de cabezazos contra una pared, ¿eh?
—Más bien, me gusta
derribar muros.
Me quedé unos
minutos en silencio, sopesando mis posibilidades. Apolo&Dafne
empezaba a llenarse a medida que avanzaba la tarde-noche, y la verdad era que
no me apetecía nada volver sola a casa.
—Vamos, Estela…
Pasa una noche conmigo y cambiarás de opinión.
En cuanto articuló
esas palabras solté una carcajada.
—¿En serio? Eso ya
me lo han dicho antes y ¡fíjate! mantengo mi palabra. —Luego fruncí el ceño—.
Además: estoy de luto.
—¿Quién ha dicho
que vaya a haber sexo? Además —acercó el rostro para susurrarme al oído—: Vive
y deja morir.
Solo hicieron falta
esas palabras para que tomase mi elección.
Le pregunté si
había traído la moto, y me dijo que sí, pero que con la falda de tubo me sería
imposible montar en ella. ¡JA! Para mí no hay nada imposible… Tras pedirle que
pagase la cuenta, agarré mi abrigo y fui directa a los baños de la cafetería.
Cuando volví, él me
esperaba fuera poniendo a punto el motor; la falda había acabado en mi bolso y
el abrigo me llegaba justo por encima de las rodillas, a la altura suficiente
como para que el resto de las personas no sospechasen nada.
Óscar me pasó en
seguida un casco y me acomodé tras su cuerpo. Me abracé a sus anchas espaldas y
le indiqué a qué calle debía dirigirse. En seguida nos pusimos en movimiento. Notaba la vibración de la
máquina y la velocidad en la piel. En el suspiro que duró el trayecto me sentí
liberada de la carga que se había convertido mi existencia en los últimos días,
y en cuanto llegamos, salté de la moto casi sin darle tiempo a aparcarla. Me
quité el casco y corrí al portal para abrirlo. Apenas unos segundos después,
Óscar apareció a mi lado y me vi empujándolo con determinación hacia el
ascensor. Apreté el botón y, mientras esperábamos, nos fundimos en un cálido
beso de nuevo. Las puertas se abrieron y, sin querer, nos chocamos con el
vecino del segundo piso, que nos dedicó una sonrisita de suficiencia mientras
se dirigía a la salida. Mi acompañante me interrogó con la mirada, pero yo no
estaba dispuesta a dar explicaciones. Pulsé mi piso.
5ºE. La puerta era
grande, negra, con la pintura un poco desconchada por los años y una cerradura
vieja que se atascaba de vez en cuando. Por suerte, esa noche no se hizo de
rogar.
Cerrando la puerta
tras nosotros, mi pequeño apartamento nos dio la bienvenida. No había mucho que
describir. Un pequeño salón, decorado con sobriedad, en el que desembocaba una
cocina de tipo isla, y luego dos habitaciones y un baño.
Lancé el abrigo en
dirección al sofá, quedándome en blusa. Óscar me imitó. Se quitó la cazadora,
dejando al descubierto una camisa negra que le sentaba de maravilla, y por un
momento nos quedamos quietos.
—¿Pongo música?
—Propuse, dirigiéndome a un precioso tocadiscos que me había costado más que la
tele de pantalla plana—. Por lo que he podido comprobar, ya conoces mis gustos.
Para apoyar mis palabras, hice sonar la
canción de Paul McCartney con los Wings Live and let die. En cuanto me
aparté, Óscar rodeó mi cintura con los brazos.
When you were young / And your heart was an open book / You used to say
live and let live…
—Si conozco tus gustos, es porque tú misma
me lo permitiste —me susurró al oído, recorriendo con las manos mi espalda en
dirección a mi sujetador. Antes de que él lograse desabrocharlo, abrí yo misma
el cierre y me desprendí de la prenda.
But if this ever changin' world / In which we live in / Makes you give
in and cry / Say live and let die / Live and let die…
—¿Lo ves? —pregunté
con amargura, esperando su reacción, la misma que todos los hombres que han
estado en su lugar antes que él—. No es hermoso que a una mujer le falte uno de
los pechos…
Era el izquierdo.
Una cicatriz partía mi piel desde la axila hasta el esternón, y provocaba que
ese lado fuese completamente plano en comparación con el pecho derecho, que
mantenía intacto.
—Eres zurda,
¿verdad? —Me sorprendió que me preguntase eso en ese justo momento. Aun así, no me dio tiempo a
responder; él mismo me había visto escribir y dibujar mil veces antes, así que ya
sabía la respuesta—: Has de saber que las amazonas se cortaban aquel pecho del
lado con el que disparaban con arco para obtener más movilidad. Tú eres una
luchadora, Estela.
Me acarició la
cicatriz, provocándome escalofríos.
—Tú no sabes lo que
se siente… —volví a repetir, con un hilo de voz, y en un abrir y cerrar de ojos
volví a verme de pie, entre él y la pared.
—Sientes una
tristeza inmensa, una angustia muy profunda —replicó él, al son de los violines,
y me di cuenta de que había empezado a desabrocharse la camisa—. Someterse a
una mastectomía es horrible, pero la cicatriz prueba que ganaste la batalla del
cáncer… Y sí, sé lo que se siente.
La camisa calló al
suelo. Una cicatriz igual que la mía le cruzaba el seno derecho, como
devolviéndome una sonrisa.
—¿Pero qué…?
You used to say
live and let live / But if this ever changin' world / In which we live in /
Makes you give in and cry / Say live and let die / Live and let die…
—El cáncer de mama
no solo lo sufren las mujeres —añadió.
Se me cayó el alma
a los pies.
—¿De qué estás
hablando? —Inconscientemente llevé las manos a mi propio pecho para tapar mi
desnudez, y por un momento fui consciente de lo extraña de la situación.
Óscar, por su
parte, parecía realmente cansado, como si estuviera agotado de fingir.
—Hace dos años me
sometí a una mastectomía durante seis meses y a 84 horas de quimioterapia,
después de comprobar en una ecografía que el bulto que tenía en el pecho desde
hacía cuatro años era un tumor. Tengo 26, soy un hombre y he superado un cáncer
de mama. De eso estoy hablando.
Tras asimilar la
información no se me ocurrió otra cosa que volver a besarlo.
¿Qué éramos sino
dos gotas en un mar de sentimientos? ¿Dos sujetos al azar cuyas mutaciones genéticas
nos habían condenado a mutilar nuestro propio cuerpo para sobrevivir? Óscar
tenía razón. Éramos tal para cual, un reflejo el uno del otro, y quizás
estábamos hechos el uno para el otro.
Sí, es cierto que
los hombres también sufren cáncer de mama, pero apenas se habla de ello. Podría
decirse que de 100 personas enfermas con cáncer de mama, menos de 1 serían
hombres. ¡Menos de un 1%! Pero para mí, eso ya es suficiente.
Óscar es uno de
ellos. Yo soy una de ellas.
No os puedo decir
si hubo o no hubo sexo esa noche, eso es algo que me pienso llevar a la tumba.
Sí que puedo decir que hablamos durante horas y horas, haciéndonos el amor solo
con palabras, mientras nuestros dedos recorrían las cicatrices de guerra que
nos había dejado el cáncer.
Linda estaba
muerta, pero nosotros no.
También puedo decir
que a la mañana siguiente, cuando me desperté, la luz traspasaba a raudales las
cortinas entreabiertas de mi habitación, y que lo primero que hice fue pasar la
mano por el lado de la cama vacío. Os puedo asegurar que fue la primera vez en
mucho tiempo que me acució el miedo por la idea de haber sido abandonada, sobre
todo teniendo en cuenta que Óscar me había hecho creer que lo nuestro era
diferente, único, especial.
Entonces, oí los
ruidos provenientes de la cocina. El pulso se me aceleró, me levanté
sigilosamente sin pararme siquiera a vestirme y caminé de puntillas por el
entarimado de madera, intentando que no crujiera. Me detuve en el umbral de la
puerta del salón, lo justo para ver cómo preparaba café y colocaba
habilidosamente una pila de tortitas caseras sobre un plato. La primera idea que
se me pasó por la cabeza fue que quería despertarme así todas las mañanas.
Se dice que los
principios enternecen, que los finales aterran y que lo importante es lo del medio.
Éste relato no es
un final, ni tampoco un principio.
Puede que
simplemente sea el prólogo de una historia que trata de amor, de superación… En
resumen: de la vida real. Leí una vez que «las historias siguen. Y se repiten.
Así como se repiten las cicatrices, los vacíos, los dolores, los miedos y las
sonrisas por seguir vivos.»
Óscar no fue el
primer hombre que amé, pero sí fue el primero que dejé que me amara.
Gracias por leer
este relato. Espero que nuestra experiencia os sea útil. ¡Ah! Un último consejo,
querido lector:
Vive y deja morir.
Sin conocer obviamente los demás relatos participantes, no tengo dudas de que el tuyo debía ganar. Tienes la particularidad de crear historias que son fáciles de visualizar en escenas, como buena dibujante eres gráfica al describir y está además es una gran historia que me ha sorprendido a la mitad con ese giro. Mis felicitaciones Señorita.
ResponderEliminarDulces besos muy vivos y dulce semana 💜
Ais, gracias por tus palabras, Dulce. La verdad es que es de mis relatos favoritos 💜 Por las referencias musicales, el giro de la historia que (de momento) nadie se ha esperado...
EliminarDulces besos de vivir y dejar morir
PD: No sé si te has dado cuenta, pero ya has estado antes (o quizás debería decir "después", ya que esa entrada es muy posterior a esta) en la cafetería Apolo&Dafne...
Sin duda está entre lo mejor que te he leído, aunque la calidad de tus relatos siempre es alta. Y sí, me sonaba el nombre de la cafetería y tuve un deja vu, ya he estado aquí antes :) Con tus historias viajo a muchos lugares y sensaciones sin tiempo.
EliminarDulces besos para sentir 💜
Gracias de nuevo, Dulce 💜
EliminarDulces besos indefinidos en el tiempo