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EL BESO



Cap 1. VEO FUEGO

Allí estaba ella. Tan hermosa como siempre, sonriéndome con sus ojos azules y saludándome con su cabello rubio, largo hasta la cintura, que ondeaba con el viento; los mechones parecían decir ¡Hola, hola! con cada latigazo. Le envié una sonrisa de labios que no tardó en recibir una respuesta, y me sentí el ser humano más feliz del planeta. Quise acercarme, pero el grupo de estudiantes nos arrastraba hacia el campo de tiro y la marea de personas nos engulló antes de dar ningún paso el uno hacia el otro.
Me abrí un poco la cremallera de la cazadora, un poco asfixiado por la multitud y el incipiente cambio de estación. El invierno estaba retirándose, por lo que los profesores habían decidido hacer una excursión al Club de Tiro en vista de los “Juegos Olímpicos” en los que íbamos a participar todos los institutos de la ciudad. Era la primera vez que se realizaba algo como aquello, y cada uno de los centros debía encontrar un grupo de atletas de distintas modalidades, tanto de chicas como de chicos, para contribuir a la causa, pues el dinero de las entradas estaría destinado a una organización benéfica para luchar contra el cáncer de mama. Por supuesto, no era obligatorio realizar las pruebas para descubrir si eras o no una de las estrellas del evento, pero a todos los estudiantes nos gusta perdernos clase de vez en cuando.
¡Así que allí estábamos! En cuanto llegamos a la zona de tiro, nos separaron en varios grupos para poder examinar con mayor facilidad nuestro potencial. Por un instante me dio un vuelco al corazón al pensar que no me había tocado con ella, pero entonces…
—¡Hey, Ed Sheeran!
Lo primero que vi fue sus converse lilas y azules tuneadas con calaveras, barcos y mares estrellados, después unas piernas largas enfundadas en unas mallas negras y luego una cazadora en cuyos bolsillos guardaba las manos.
—¡Oh! Pensé que te tocaba en otro equipo Duff…
Seguimos al grupo, caminando el uno al lado del otro.
—Hombre, ¿si no haces más que mirar al suelo cómo me vas a ver? —me dio un empujón amistoso que me hizo trastabillar, y comenzó a reírse con su voz cantarina.
—¡Bah! El suelo es muy interesante… Además, ¿cuántas veces tengo que decirte que no me llames así? —me quejé, devolviéndole el empujón, por lo que tuvo que agarrarse a mi brazo para no caerse.
—¡¡¡Shhhhhhhhh!!!
Tuvimos que aplazar nuestra conversación porque habíamos llegado a nuestra zona de entrenamiento y debíamos escuchar las instrucciones de nuestro monitor, equiparnos y situarnos “ordenadamente” frente a nuestras respectivas dianas.
Tres cuartos de hora después, la vasta extensión de hierba comenzaba a recibir las primeras saetas de prueba. El ejercicio consistía en tratar de acertar el mayor número de flechas posibles en la diana a 30 metros en la primera ronda. Entonces, se eliminarían a aquellos que menos flechas hubieran acertado, mientras que el resto pasaría a la ronda de los 50 metros y así sucesivamente hasta llegar a los 90 (si es que alguien lo conseguía).
—Lo que te estaba diciendo… Que no me llames Ed Sheeran… ¡No me gusta!
Duff puso los ojos en blanco.
—Es que pareces su hermano pequeño, E-R-O-S —dijo deletreando mi verdadero nombre.
—¿Lo de "pequeño" va con segundas? —Me hice el ofendido, mientras preparaba mi primera flecha; aquella era la primera vez que sostenía un arco, pero me sentía poderoso.
—¡Por supuesto que sí! Pero yo no tengo la culpa de que seas una cabeza más bajito que la media —exclamó, riéndose de nuevo y disparando por primera vez; la flecha silbó en el aire, pasando la diana, y se clavó varios metros más adelante.
—¡Mira que eres "mala"! Y mala disparando, también...
―¿Y tú qué sabes a dónde estaba apuntando? ―se retiró el pelo del hombro, orgullosa―. Una hormiga me molestaba el paisaje.
―Anda, aprende del maestro… ―Levanté el arco, tensé la cuerda, llevándomela a la altura de la boca, tal y como nos habían enseñado, y disparé:
La saeta se clavó justo en el centro de la diana.
Al ver que mi amiga se quedaba boquiabierta, me dispuse a preparar el segundo disparo; no quería que pensase que había sido la suerte del principiante. Llevé una mano a mi aljaba y…
—¡Eh, pelo zanahoria! ¿No eres demasiado pequeño para jugar con cosas de mayores? —La voz provenía de la fila de al lado—. ¡Te has equivocado de lugar, canijo! ¡Deja a los hombres de verdad disputar la prueba entre nosotros y quítate de en medio!

1.000% seguro de que se dirigía a mí, me di la vuelta, dispuesto a encararme, y se me cayó el alma a los pies al ver al grupito más popular del instituto señalándome con el dedo y riéndose por lo que me acababa de gritar su cabecilla.
—¿Nosotros? Perdona, pero si aquí se tuviera en cuenta la edad mental de los estudiantes, ni tú ni tus perritos falderos hubierais venido. Además, ¿quién te has creído que eres?
Ojalá pudiera decir que fui yo quien habló.
―Vaya, la chica nueva tiene agallas… Preciosa, si en vez de perder el tiempo con el pingajo te relacionases con la élite, sabrías con quién estás hablando. Pero descuida, me presentaré: mi nombre es Apolo.
Apolo se acercó tendiéndole una mano, sonriendo de una forma que pretendía resultar desinteresada. Todo en sus rasgos era armonía, equilibrio y perfección; me dieron ganas de pegarle un par de tortazos y arrancarle esa blanquísima dentadura artificial. Cómo no, a todas las chicas del instituto se les caían las bragas nada más verlo. Bueno… A todas excepto a mi amiga; a ella le resultaba completamente indiferente. Y él ni siquiera se había fijado en ella... hasta este preciso instante.
―Sigo sin entender por qué me debería sonar tu nombre, Apolo. Y si insultas a mis amigos, también me insultas a mí ―Duff se cruzó de brazos mientras miraba con las cejas alzadas la mano que él le ofrecía, dejando clara su posición.
―De verdad que no entiendo cómo alguien como tú puede considerar a... eso, como un amigo ―en vez de darse por vencido, dirigió la mano hacia su rostro y le agarró la barbilla. La voz de Apolo se había mantenido en un tono neutro, se podía decir que hasta amigable, pero había algo en su postura que resultaba amenazante, y nada más tocarla, vi que desgraciadamente las defensas de mi amiga comenzaron a caer, pillándola aquel gesto completamente desprevenida.
―¡Aparta tus manos de ella! ―conseguí arrancar algunas palabras a mis cuerdas vocales, que me pesaban como el plomo―. E-esto no va con ella, sino conmigo… Si te crees tan superior, ve a por esa flecha y compite contra mí ―le reté, señalando el disparo que había acertado.
Apolo se carcajeó, miró a sus amigos por encima del hombro, como asegurándoles que todo estaba controlado, mantuvo unos segundos más la mano en el rostro de mi amiga y luego echó a andar a través del campo de tiro, aceptando el reto. Mi amiga me miró, adivinando lo que me proponía, y antes de que los monitores echasen el grito al cielo para prevenirlo, alcé mi arco y disparé.
La flecha se clavó en una de las hombreras del chaleco protector, pero el impacto fue suficiente como para que el chico se tambalease y cayera a la hierba de rodillas, con las manos cubiertas de sangre.
En un abrir y cerrar de ojos todo estuvo sumido en el caos.
―¡Ha sido Eros, profesora! ―me acusó uno de los súbditos de Apolo en cuanto los monitores llegaron a nuestra altura para hacerse cargo de la situación.
―¡Cómo va a haber sido Eros! ¡No diga tonterías! ¡Ha sido una imprudencia por parte de su amigo cruzar el campo de tiro! ¡Usted, señorita...!
―Mi nombre es Dafne.
―Eso, eso… Dafne… ¡Acompañe a Apolo a la enfermería de inmediato!
―Pero…
Pero no hubo nada que rechistar. Dafne se vio obligada a permitir que el accidentado se apoyase en ella mientras caminaba, y yo no pude hacer nada más que observar cómo se alejaban hacia las instalaciones. Mi amiga se mantenía todo lo derecha posible, tratando de mantener la dignidad intacta; él ni siquiera se molestó en ocultar cómo se dejaba caer en ella para susurrarle unas palabras al oído, aún con la saeta sobresaliéndole en la espalda. El rostro de Dafne perdió color al instante y vi cómo apretaba los puños.
¡¿Qué le había dicho?!
Vi fuego. Desee volver atrás en el tiempo y evitar aquella situación. Parar la flecha. ¡No haberla disparado! Sin embargo, ya era demasiado tarde, y supe que si aquello tenía que acabar con fuego, entonces todos arderíamos.




Cap 2.  EL EQUIPO A


Una mano me retiró los auriculares dulcemente de las orejas. Me sequé las lágrimas que discurrían por mis mejillas rápidamente para evitar preocuparlo, pero Eros se limitó a sentarse a mi lado en el tejado y a escuchar la canción que se estaba reproduciendo en ese momento, como si aquella situación fuera la más normal del mundo.
―The A Team ―me devolvió los auriculares al reconocerla, pero en vez ponérmelos de nuevo apagué el MP3 y lo hice a un lado; siempre he considerado una falta de respeto mantenerlos cuando alguien me está hablando―. Acabo de volver de los entrenamientos. Tu padre me dijo que te encontraría aquí arriba. ¿Estás bien?
Abrí un momento la boca para decirle que todo estaba perfectamente, para mentirle, pero en seguida la volví a cerrar y preferí guardar silencio. Mi amigo debió darse el beneficio de la duda porque continuó hablando:
―Lleva tres meses ocurriendo, Duff. Tenemos que decírselo a alguien. Estamos acabando el curso y has bajado de notas, has adelgazado y no te apetece salir de casa. Hay que denunci…
―¿Cómo? ―le interrumpí―. ¿Crees que alguien se pondrá de nuestra parte cuando se trata de Apolo? Su familia monopoliza el pueblo. La policía, los cargos políticos, la dirección del instituto… ¡Nunca pensé que fuera tan difícil tratar este tipo de asuntos! Hay acoso y maltratos todos los días, y pensamos que si fuéramos nosotros las víctimas trataríamos de arreglarlo desde el primer momento y todo acabaría bien, ¡pero cuando pasa no es tan fácil! Tengo miedo, Eros, porque no puedo acudir a nadie.
Todo había cambiado aquel día que fuimos a lo del tiro con arco. Al principio se trataron únicamente de pequeños acercamientos: Apolo me saludaba y sonreía cuando nos cruzábamos en los pasillos. De vez en cuando me mandaba algún mensaje, diciéndome que me amaba, que estaba enamorado de mí, palabras aparentemente inofensivas, pero luego fue cuando comenzó a seguirme a casa, cuando me siguió al centro comercial, a la biblioteca, a casa de mi abuela… ¡A  cualquier parte! No me quitaba los ojos de encima. Me quejé a dirección, y no solo se rieron de mí los profesores, sino que Apolo se encargó de aislarme de todos y me amenazó; a partir de ese momento ya no se mostró tan pacífico. Me acorralaba y los demás hacían la vista gorda. Nunca tenía escapatoria. La primera vez que se pasó de la raya, le pegué una bofetada y él me la devolvió tan fuerte que me partió el labio. A las agresiones físicas se sumaron las verbales, el maquillaje, las lágrimas…
―Sí ―Eros cortó la línea de mis pensamientos y clavó su mirada en mis ojos, determinante―. Puedes acudir a mí siempre que sea necesario. Y a tu padre.
Chasqueé la lengua, contrariada, y me dediqué a tirar las piedrecitas sueltas que había entre las tejas a las adelfas jardín.
―No. Desde que murió mi madre él no ha sido el mismo. Se pasa el día trabajando: si no es en la fábrica, es en el jardín. Cuando ella vivía el jardín apenas existía porque él invertía todo su amor y tiempo en estar a su lado. En cambio ahora el jardín está más vivo que nunca. Y tú… tú no me puedes ayudar.
Sabía que le dolía, pero era la verdad. Eros no podía ayudarme, no podía protegerme, porque ni yo misma era capaz de hacerlo. Mi amigo enmudeció. Sin embargo algo debió pasársele por la cabeza porque se giró de nuevo hacia mí.
―¿Puedes quitarte la cazadora?
Como ya había llegado la primavera, llevaba simplemente un vestido fino color turquesa debajo una cazadora de cuero. Al principio no comprendí a qué quería llegar con eso, pero luego lo intuí en su mirada.
―¡Oh, no, ni hablar! ―me negué en rotundo.
―¡Déjame verte, por favor, Dafne!
Tras largos minutos de insistencia logró que cediera.
―Pero si ya se están curando… ―exclamé entre dientes, mientras me desabrochaba la prenda y la arrojaba en su dirección―. ¡¿Qué?! ¡¿Contento?!
Sin embargo lo que veía no lo dejó en absoluto contento: una serie de cardenales decoraban mi piel desde los brazos hasta desperdigarse por el cuello y el pecho y perderse debajo de la tela. Las ganas de cubrirme de nuevo cosquillearon en mis dedos, avergonzada; me sentía tan vulnerable…
—Siento verdadera repulsión hacia él ―fue lo único que dijo él. Había alzado una mano para tocar los moratones, pero se detuvo a medio camino, cambiando de opinión.
―Dímelo a mí…
—Sin embargo, gracias a esto ―señaló las marcas―, podemos acudir al hospital. Son las pruebas que tenemos contra él, ¿entiendes? Y alguien habrá que nos ayude.
―¿Y cuándo vamos? ¿Hoy? ―Solté una carcajada áspera, pero la mirada que me dirigió dejó muy claro que hablaba en serio.
―Me acuerdo lo que decía tu madre: eres demasiado hermosa para mantener a raya a todos tus pretendientes ―recordó con tristeza.
―Ya he rechazado antes a otros ―me encogí de hombros, mientras me abrazaba las piernas y apoyaba la barbilla en las rodillas, mirando al frente―, pero nunca antes me había sucedido nada como esto.
Cuando levanté de nuevo la mirada, vi la más dulce y mansa de todas las fieras: el amor. Eros tenía los cabellos como el fuego, el cuello, blanco como la leche; la cara, blanca y roja como rosas coloradas. Dijeran lo que dijeran los demás, era hermoso.
Siempre habíamos sido amigos, ¡y puede que se metieran con él por ser más bajito que los demás!, pero yo le quería.
¿Por qué tenemos que amar a las personas que nunca corresponderán a nuestros sentimientos? ¿Y por qué nos persiguen aquellos a los que no tenemos la intención de corresponder? Ojalá pudiéramos entender el funcionamiento del mundo, ese azar que sigue patrones, el caos organizado, la complejidad en cuanto nos internamos en lo más simple y la casi simpleza de la idea global del Universo.
«¿Por qué?», me preguntaba. «¿Qué le he hecho yo al mundo para merecer esto?»




Cap3. DAME AMOR


―¡Cariño, baja! ¡Un amigo te ha traído los deberes del instituto! ¡Yo me voy ahora al turno de tarde, pero volveré pronto para la cena!
Sonreí al hombre rubio que me había abierto la puerta mientras yo entraba en la casa y él salía apresuradamente. Tenía gran parecido con su hija: ojos azules, piel dorada… No era muy alto, pero parecía una persona afable, confiada, y agradecí en silencio que así fuera. A los pocos segundos oí el ronroneo del coche y los pasos de Dafne en el piso de arriba. Como había imaginado, el interior de su casa era acogedor y familiar, con muebles de madera y paredes blancas que reflejaban la luz que atravesaba las ventanas. Desgraciadamente no pude perder mucho tiempo inspeccionando, pues la chica cuya atención reclamaba había descendido la mitad de las escaleras y había dejado escapar una exclamación al verme.
―Sorpresaaa ―me limité a decir, colocándome al final de las escaleras.
―¡¿Qué se supone que haces aquí?! ―bramó desde lo alto, tratando de mantener controlada la situación.
―Te he traído los deberes ―le mostré los libros con inocencia.
―¡Márchate ahora mismo! ―comenzó a retroceder, ascendiendo de nuevo. Solté los libros de golpe, negando con la cabeza, y yo también comencé a subir los escalones.
―Hace un par de días que no vas al instituto: te he echado de menos.
No me importaba repetírselo una y otra vez. Adoraba verla, tocarla, buscando en su cuerpo una forma de huir del mío. Me había prometido no enamorarme nunca, pero ya veis, fue inevitable. Desde que mis ojos se posaron en ella en el campo de tiro, la quise, y era cierto que su desdén era lo primero que me impulsaba a seguir adelante; se veía tan inaccesible y sexy rechazándome. Todo un reto.
―¡Me da igual! ¡Aléjate de mí! ¡No puedes estar en mi casa! ―sin pensárselo dos veces se dio la vuelta y echó a correr.
Subí todo lo rápido que pude y no tardé en alcanzarla en el estrecho pasillo. La empujé contra una de las paredes. Ella gritó y le tapé la boca rápidamente para no alertar a los vecinos. Sonreí. ¡Temblaba entre mis brazos como un cachorro de león asustado! Nunca me ha gustado asustar a los cervatillos. Es más satisfactorio amedrentar a los terribles, dominar a las fieras, y Dafne era como una leona, provocándome con sus curvas y su melena dorada.
―Huuum, qué hermosa eres… ―Le acaricié la mejilla con lentitud; su piel era tan suave y apetecible―. Recuerda lo que te dije cuando me acompañabas hacia la enfermería, cariño: no podrás escapar de mí.
Me incliné hacia delante, dispuesto a besarla, pero ella hizo algo que nunca hubiera imaginado. Colocó las manos sobre mis muñecas y resbaló al suelo de golpe, cargando todo su peso hacia abajo. Mi rostro, de estar suspendido sobre el de ella, quedó a escasos centímetros de la pared, y me hubiera comido el yeso de no ser por la rapidez de mis reflejos. Sin embargo, no pude hacer nada para evitar que su puño se estrellase en mi entrepierna.
Vi las estrellas.
Dafne escapó por el hueco que había quedado entre mi cuerpo y la pared y se encerró en una de las habitaciones más cercanas. Respiré hondo varias veces, e ignorando el dolor que me atenazaba, me puse en movimiento. Abrí la puerta de golpe, sorprendiéndome de que no estuviera cerrada con llave, y me adentré en el que debía ser su cuarto. Miré en todas direcciones, sin verla por ningún lado, hasta que descubrí que la ventana daba al tejado. La abrí y salté al otro lado sin pensármelo dos veces.
―Dafneeeee ―canturreé, cada vez más furioso. Cuando había llegado a su casa tenía intención de actuar con delicadeza. Ahora, ya no me dejaba otra opción―. Dafne, querida, dejemos de jugar al escondite, solo quiero el sabor de tus labios… ¡Te encontré!
Inmediatamente me abalancé sobre su boca; éramos la viva imagen del cuadro de Klimt. Sin embargo Dafne resbaló al intentar apartarse, y cayó.
Su cuerpo quedó flotando en el aire. Su vestido turquesa aleteó, revelando sus piernas, un poco torcidas. Tenía los brazos alzados en mi dirección, tratando de aferrarse a algo… ¡A mí! Y sus pies enfundados en sus Converse de calaveras trataron de caminar sobre el viento. Por un momento creí ver cómo unas alas le crecían a la espalda, de plumas tan blancas que parecían etéreas… ¿O eran mis lágrimas al presenciar aquella escena? Sin embargo dichas alas estaban rotas por el desamor y le fue imposible volar. Cayó sobre el jardín en un estrépito. Sus manos y pies se enraizaron en la tierra. Su piel se convirtió en corteza de árbol, su cabello dorado en hojas y sus brazos en ramas. Sus ojos, completamente abiertos, me miraban. Aún quedaba brillo en sus pupilas, y me agaché en el tejado, tumbándome en las tejas y asomándome al alero, para verla más de cerca. Una de las lágrimas que rodaba por mis mejillas se precipitó hacia ella y se estrelló en su pecho. Sus labios rosados, entreabiertos, dijeron sus últimas palabras:
―Eros, te quiero.

Dibujo: Dafne


Epílogo: PENSANDO EN VOZ ALTA


Las pistas de atletismo estaban a rebosar de gente enlutada. Deportistas, alumnos de todas las edades, profesores, padres, amigos... Toda la ciudad asistía a la clausura de aquella Olimpiada benéfica en la que ya los ganadores se alzaban victoriosos en sus respectivos podios. Sin embargo, había uno que había resaltado frente a los demás, y ese uno hablaba en aquellos momentos in memoriam de la joven que había fallecido.
―…Aprovechamos este hermoso evento para despedir a una de las estudiantes más brillantes que nos ha acompañado este curso. Dafne ―hizo una pausa dramática―, tu espíritu nunca se marchitará, tu sonrisa será para siempre y así perdurarás en nuestra mente y en nuestros corazones.
Todos le escuchaban atentos, compartiendo la tristeza al unísono. Todos… excepto una persona.
Un joven arquero de pelo como el fuego se encontraba en lo más alto de las gradas, apartado del resto y escondido de las miradas ajenas. Al contrario que los demás espectadores, no mostraba ninguna expresión en el rostro más allá que una simple determinación. Sostenía con firmeza su arco, tensando la flecha, controlando cada una de sus respiraciones y los latidos de su corazón, los cuales sabía que ya no volverían a acelerarse porque ella ya no estaba, aunque no pudiera evitar pensar en ella en todo momento: en el cómo solía sumergirse en su mirada azul y navegaba en su preciosa sonrisa. Le reventaba que fuera Apolo quien se alzase laureado. Lamentaba no haber estado allí para salvarla de su asesino ni haber podido incriminarle. Todos los mensajes amenazantes habían sido borrados y las heridas de su cuerpo se atribuyeron a la caída. ¡Hasta el padre de su amiga creyó en la versión de Apolo antes que en la suya! “Un desafortunado accidente”, dijeron en las noticias.
«Yo no tendré la suerte de que esto sea considerado un desafortunado accidente.»
Dafne, Dafne, Dafne… ¡La había querido tanto que era como pensarla en voz alta!
Inspiró, y espiró por enésima vez.
Enfocó la vista, y disparó.




¡Hola, hola! Hoy vuelvo a traeros un relato especial. ¿La razón? ¡He ganado de nuevo el primer premio del concurso literario de mi instituto! Como me pasó en los demás, la historia la estuve rumiando durante más de un año, y surgió porque quería compartir con vosotros la misma e inigualable leyenda de Apolo y Dafne, versionándola a mi manera.
¡Ah! Pero los por qués no acaban ahí, no, no, no... Hoy también es un día bastante especial:




 El año pasado lo celebré con el capítulo 9 de Alter Ego: Cumpleaños feliz. Esta vez lo hago con un relato, pues con él explico nada más y nada menos que el significado de mi nombre, y ya lo dice Patrick Rothfuss en el Nombre del Viento:
"Las palabras son pálidas sombras de nombre olvidados. Los nombres tienen poder, y las palabras también. Las palabras pueden hacer prender el fuego en la mente de los hombres. Las palabras pueden arrancarle lágrimas a los corazones más duros. Existen siete palabras que harán que una persona te ame. Existen diez palabras que minarán la más poderosa voluntad de un hombre. Pero una palabra no es más que la representación de un fuego. Un nombre es el fuego en sí."

Así que éste es mi regalo hacia vosotros: mi nombre.


7 comentarios:

  1. G U A U. Me repito pero me eeencaaantaaa. Me encanta cuando denunciais (ls escritors) estas situaciones, es una forma increible de llegar a la gente y la forma de escribirla...es simplemente genial ((:

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    1. Jajaja Adoro tus comentarios, amore *-* ¿Sabes? Tengo pensado hacer una entrada con varios dibujos, cada uno ilustrando cada capítulo de este relato, así que ya te iré enseñando ;)

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  2. Ya lo he leído completo y no me extraña que hayas ganado con este relato. Te felicito por tu talento y esta interpretación moderna de la mitología. Yo también me he inspirado en ella para un par de poemas.

    Más dulces besos para ti.

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    1. *Se cubre la cara con las manos, emocionada* Buah, es que no tengo palabras para responderte. Me ha emocionado muchísimo tu comentario. ¡Y déjame los links a esos poemas! Estaré encantadísima de leerlos y descubrir nuevas versiones de la mitología; ahí está la gracia de la Literatura, ¿no crees?
      ¡Dulces besos!

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    2. Si te han llegado es lo importante y además merecidas. Te dejo lo solicitado, ya me dirás si te gustan. Dulces besos Dafne.

      https://eldulcesusurro.blogspot.cl/2014/07/lluvia.html

      https://eldulcesusurro.blogspot.cl/2013/10/por-las-noches.html

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    3. Leídos y comentados, Dulce poeta ❤

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    4. Muchas gracias Dafne, te he respondido también.

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