Cap 1. VEO FUEGO
Allí estaba ella. Tan hermosa
como siempre, sonriéndome con sus ojos azules y saludándome con su cabello
rubio, largo hasta la cintura, que ondeaba con el viento; los mechones parecían
decir ¡Hola, hola! con cada latigazo. Le envié una sonrisa de labios que no
tardó en recibir una respuesta, y me sentí el ser humano más feliz del planeta.
Quise acercarme, pero el grupo de estudiantes nos arrastraba hacia el campo de
tiro y la marea de personas nos engulló antes de dar ningún paso el uno hacia
el otro.
Me abrí un poco la cremallera de
la cazadora, un poco asfixiado por la multitud y el incipiente cambio de
estación. El invierno estaba retirándose, por lo que los profesores habían
decidido hacer una excursión al Club de Tiro en vista de los “Juegos Olímpicos”
en los que íbamos a participar todos los institutos de la ciudad. Era la
primera vez que se realizaba algo como aquello, y cada uno de los centros debía
encontrar un grupo de atletas de distintas modalidades, tanto de chicas como de
chicos, para contribuir a la causa, pues el dinero de las entradas estaría destinado
a una organización benéfica para luchar contra el cáncer de mama. Por supuesto,
no era obligatorio realizar las pruebas para descubrir si eras o no una de las
estrellas del evento, pero a todos los estudiantes nos gusta perdernos clase de
vez en cuando.
¡Así que allí estábamos! En
cuanto llegamos a la zona de tiro, nos separaron en varios grupos para poder
examinar con mayor facilidad nuestro potencial. Por un instante me dio un
vuelco al corazón al pensar que no me había tocado con ella, pero entonces…
—¡Hey, Ed Sheeran!
Lo primero que vi fue sus
converse lilas y azules tuneadas con calaveras, barcos y mares estrellados,
después unas piernas largas enfundadas en unas mallas negras y luego una
cazadora en cuyos bolsillos guardaba las manos.
—¡Oh! Pensé que te tocaba en otro
equipo Duff…
Seguimos al grupo, caminando el
uno al lado del otro.
—Hombre, ¿si no haces más que
mirar al suelo cómo me vas a ver? —me dio un empujón amistoso que me hizo
trastabillar, y comenzó a reírse con su voz cantarina.
—¡Bah! El suelo es muy
interesante… Además, ¿cuántas veces tengo que decirte que no me llames así? —me
quejé, devolviéndole el empujón, por lo que tuvo que agarrarse a mi brazo para
no caerse.
—¡¡¡Shhhhhhhhh!!!
Tuvimos que aplazar nuestra
conversación porque habíamos llegado a nuestra zona de entrenamiento y debíamos
escuchar las instrucciones de nuestro monitor, equiparnos y situarnos
“ordenadamente” frente a nuestras respectivas dianas.
Tres cuartos de hora después, la
vasta extensión de hierba comenzaba a recibir las primeras saetas de prueba. El
ejercicio consistía en tratar de acertar el mayor número de flechas posibles en
la diana a 30 metros
en la primera ronda. Entonces, se eliminarían a aquellos que menos flechas hubieran
acertado, mientras que el resto pasaría a la ronda de los 50 metros y así
sucesivamente hasta llegar a los 90 (si es que alguien lo conseguía).
—Lo que te estaba diciendo… Que
no me llames Ed Sheeran… ¡No me gusta!
Duff puso los ojos en blanco.
—Es que pareces su hermano
pequeño, E-R-O-S —dijo deletreando mi verdadero nombre.
—¿Lo de "pequeño" va
con segundas? —Me hice el ofendido, mientras preparaba mi primera flecha; aquella
era la primera vez que sostenía un arco, pero me sentía poderoso.
—¡Por supuesto que sí! Pero yo no
tengo la culpa de que seas una cabeza más bajito que la media —exclamó,
riéndose de nuevo y disparando por primera vez; la flecha silbó en el aire,
pasando la diana, y se clavó varios metros más adelante.
—¡Mira que eres "mala"!
Y mala disparando, también...
―¿Y tú qué sabes a dónde estaba
apuntando? ―se retiró el pelo del hombro, orgullosa―. Una hormiga me molestaba
el paisaje.
―Anda, aprende del maestro…
―Levanté el arco, tensé la cuerda, llevándomela a la altura de la boca, tal y
como nos habían enseñado, y disparé:
La saeta se clavó justo en el
centro de la diana.
Al ver que mi amiga se quedaba
boquiabierta, me dispuse a preparar el segundo disparo; no quería que pensase
que había sido la suerte del principiante. Llevé una mano a mi aljaba y…
—¡Eh, pelo zanahoria! ¿No eres
demasiado pequeño para jugar con cosas de mayores? —La voz provenía de la fila
de al lado—. ¡Te has equivocado de lugar, canijo! ¡Deja a los hombres de verdad
disputar la prueba entre nosotros y quítate de en medio!
1.000% seguro de que se dirigía a mí, me di la vuelta, dispuesto a encararme, y se me cayó el alma a los pies al ver al grupito más popular del instituto señalándome con el dedo y riéndose por lo que me acababa de gritar su cabecilla.
1.000% seguro de que se dirigía a mí, me di la vuelta, dispuesto a encararme, y se me cayó el alma a los pies al ver al grupito más popular del instituto señalándome con el dedo y riéndose por lo que me acababa de gritar su cabecilla.
—¿Nosotros? Perdona, pero si aquí
se tuviera en cuenta la edad mental de los estudiantes, ni tú ni tus perritos
falderos hubierais venido. Además, ¿quién te has creído que eres?
Ojalá pudiera decir que fui yo
quien habló.
―Vaya, la chica nueva tiene
agallas… Preciosa, si en vez de perder el tiempo con el pingajo te relacionases
con la élite, sabrías con quién estás hablando. Pero descuida, me presentaré:
mi nombre es Apolo.
Apolo se acercó tendiéndole una
mano, sonriendo de una forma que pretendía resultar desinteresada. Todo en sus
rasgos era armonía, equilibrio y perfección; me dieron ganas de pegarle un par
de tortazos y arrancarle esa blanquísima dentadura artificial. Cómo no, a todas
las chicas del instituto se les caían las bragas nada más verlo. Bueno… A todas
excepto a mi amiga; a ella le resultaba completamente indiferente. Y él ni siquiera
se había fijado en ella... hasta este preciso instante.
―Sigo sin entender por qué me
debería sonar tu nombre, Apolo. Y si insultas a mis amigos, también me insultas
a mí ―Duff se cruzó de brazos mientras miraba con las cejas alzadas la mano que
él le ofrecía, dejando clara su posición.
―De verdad que no entiendo cómo
alguien como tú puede considerar a... eso, como un amigo ―en vez de darse por
vencido, dirigió la mano hacia su rostro y le agarró la barbilla. La voz de
Apolo se había mantenido en un tono neutro, se podía decir que hasta amigable,
pero había algo en su postura que resultaba amenazante, y nada más tocarla, vi
que desgraciadamente las defensas de mi amiga comenzaron a caer, pillándola aquel
gesto completamente desprevenida.
―¡Aparta tus manos de ella!
―conseguí arrancar algunas palabras a mis cuerdas vocales, que me pesaban como
el plomo―. E-esto no va con ella, sino conmigo… Si te crees tan superior, ve a
por esa flecha y compite contra mí ―le reté, señalando el disparo que había
acertado.
Apolo se carcajeó, miró a sus
amigos por encima del hombro, como asegurándoles que todo estaba controlado,
mantuvo unos segundos más la mano en el rostro de mi amiga y luego echó a andar
a través del campo de tiro, aceptando el reto. Mi amiga me miró, adivinando lo
que me proponía, y antes de que los monitores echasen el grito al cielo para
prevenirlo, alcé mi arco y disparé.
La flecha se clavó en una de las
hombreras del chaleco protector, pero el impacto fue suficiente como para que
el chico se tambalease y cayera a la hierba de rodillas, con las manos
cubiertas de sangre.
En un abrir y cerrar de ojos todo
estuvo sumido en el caos.
―¡Ha sido Eros, profesora! ―me
acusó uno de los súbditos de Apolo en cuanto los monitores llegaron a nuestra
altura para hacerse cargo de la situación.
―¡Cómo va a haber sido Eros! ¡No
diga tonterías! ¡Ha sido una imprudencia por parte de su amigo cruzar el campo
de tiro! ¡Usted, señorita...!
―Mi nombre es Dafne.
―Eso, eso… Dafne… ¡Acompañe a Apolo
a la enfermería de inmediato!
―Pero…
Pero no hubo nada que rechistar.
Dafne se vio obligada a permitir que el accidentado se apoyase en ella mientras
caminaba, y yo no pude hacer nada más que observar cómo se alejaban hacia las
instalaciones. Mi amiga se mantenía todo lo derecha posible, tratando de
mantener la dignidad intacta; él ni siquiera se molestó en ocultar cómo se
dejaba caer en ella para susurrarle unas palabras al oído, aún con la saeta
sobresaliéndole en la espalda. El rostro de Dafne perdió color al instante y vi
cómo apretaba los puños.
¡¿Qué le había dicho?!
Vi fuego. Desee volver atrás en
el tiempo y evitar aquella situación. Parar la flecha. ¡No haberla disparado!
Sin embargo, ya era demasiado tarde, y supe que si aquello tenía que acabar con
fuego, entonces todos arderíamos.
Cap 2. EL EQUIPO A
Una mano me retiró los auriculares
dulcemente de las orejas. Me sequé las lágrimas que discurrían por mis mejillas
rápidamente para evitar preocuparlo, pero Eros se limitó a sentarse a mi lado
en el tejado y a escuchar la canción que se estaba reproduciendo en ese
momento, como si aquella situación fuera la más normal del mundo.
―The A Team ―me devolvió los
auriculares al reconocerla, pero en vez ponérmelos de nuevo apagué el MP3 y lo
hice a un lado; siempre he considerado una falta de respeto mantenerlos cuando
alguien me está hablando―. Acabo de volver de los entrenamientos. Tu padre me
dijo que te encontraría aquí arriba. ¿Estás bien?
Abrí un momento la boca para
decirle que todo estaba perfectamente, para mentirle, pero en seguida la volví
a cerrar y preferí guardar silencio. Mi amigo debió darse el beneficio de la
duda porque continuó hablando:
―Lleva tres meses ocurriendo,
Duff. Tenemos que decírselo a alguien. Estamos acabando el curso y has bajado
de notas, has adelgazado y no te apetece salir de casa. Hay que denunci…
―¿Cómo? ―le interrumpí―. ¿Crees
que alguien se pondrá de nuestra parte cuando se trata de Apolo? Su familia monopoliza
el pueblo. La policía, los cargos políticos, la dirección del instituto… ¡Nunca
pensé que fuera tan difícil tratar este tipo de asuntos! Hay acoso y maltratos
todos los días, y pensamos que si fuéramos nosotros las víctimas trataríamos de
arreglarlo desde el primer momento y todo acabaría bien, ¡pero cuando pasa no
es tan fácil! Tengo miedo, Eros, porque no puedo acudir a nadie.
Todo había cambiado aquel día que
fuimos a lo del tiro con arco. Al principio se trataron únicamente de pequeños
acercamientos: Apolo me saludaba y sonreía cuando nos cruzábamos en los
pasillos. De vez en cuando me mandaba algún mensaje, diciéndome que me amaba,
que estaba enamorado de mí, palabras aparentemente inofensivas, pero luego fue
cuando comenzó a seguirme a casa, cuando me siguió al centro comercial, a la
biblioteca, a casa de mi abuela… ¡A
cualquier parte! No me quitaba los ojos de encima. Me quejé a dirección,
y no solo se rieron de mí los profesores, sino que Apolo se encargó de aislarme
de todos y me amenazó; a partir de ese momento ya no se mostró tan pacífico. Me
acorralaba y los demás hacían la vista gorda. Nunca tenía escapatoria. La
primera vez que se pasó de la raya, le pegué una bofetada y él me la devolvió
tan fuerte que me partió el labio. A las agresiones físicas se sumaron las
verbales, el maquillaje, las lágrimas…
―Sí ―Eros cortó la línea de mis
pensamientos y clavó su mirada en mis ojos, determinante―. Puedes acudir a mí
siempre que sea necesario. Y a tu padre.
Chasqueé la lengua, contrariada,
y me dediqué a tirar las piedrecitas sueltas que había entre las tejas a las
adelfas jardín.
―No. Desde que murió mi madre él
no ha sido el mismo. Se pasa el día trabajando: si no es en la fábrica, es en
el jardín. Cuando ella vivía el jardín apenas existía porque él invertía todo
su amor y tiempo en estar a su lado. En cambio ahora el jardín está más vivo
que nunca. Y tú… tú no me puedes ayudar.
Sabía que le dolía, pero era la
verdad. Eros no podía ayudarme, no podía protegerme, porque ni yo misma era
capaz de hacerlo. Mi amigo enmudeció. Sin embargo algo debió pasársele por la
cabeza porque se giró de nuevo hacia mí.
―¿Puedes quitarte la cazadora?
Como ya había llegado la
primavera, llevaba simplemente un vestido fino color turquesa debajo una
cazadora de cuero. Al principio no comprendí a qué quería llegar con eso, pero
luego lo intuí en su mirada.
―¡Oh, no, ni hablar! ―me negué en
rotundo.
―¡Déjame verte, por favor, Dafne!
Tras largos minutos de
insistencia logró que cediera.
―Pero si ya se están curando…
―exclamé entre dientes, mientras me desabrochaba la prenda y la arrojaba en su
dirección―. ¡¿Qué?! ¡¿Contento?!
Sin embargo lo que veía no lo
dejó en absoluto contento: una serie de cardenales decoraban mi piel desde los
brazos hasta desperdigarse por el cuello y el pecho y perderse debajo de la tela.
Las ganas de cubrirme de nuevo cosquillearon en mis dedos, avergonzada; me
sentía tan vulnerable…
—Siento verdadera repulsión hacia
él ―fue lo único que dijo él. Había alzado una mano para tocar los moratones,
pero se detuvo a medio camino, cambiando de opinión.
―Dímelo a mí…
—Sin embargo, gracias a esto
―señaló las marcas―, podemos acudir al hospital. Son las pruebas que tenemos
contra él, ¿entiendes? Y alguien habrá que nos ayude.
―¿Y cuándo vamos? ¿Hoy? ―Solté
una carcajada áspera, pero la mirada que me dirigió dejó muy claro que hablaba
en serio.
―Me acuerdo lo que decía tu
madre: eres demasiado hermosa para mantener a raya a todos tus pretendientes ―recordó
con tristeza.
―Ya he rechazado antes a otros
―me encogí de hombros, mientras me abrazaba las piernas y apoyaba la barbilla
en las rodillas, mirando al frente―, pero nunca antes me había sucedido nada
como esto.
Cuando levanté de nuevo la mirada,
vi la más dulce y mansa de todas las fieras: el amor. Eros tenía los cabellos
como el fuego, el cuello, blanco como la leche; la cara, blanca y roja como
rosas coloradas. Dijeran lo que dijeran los demás, era hermoso.
Siempre habíamos sido amigos, ¡y
puede que se metieran con él por ser más bajito que los demás!, pero yo le
quería.
¿Por qué tenemos que amar a las
personas que nunca corresponderán a nuestros sentimientos? ¿Y por qué nos
persiguen aquellos a los que no tenemos la intención de corresponder? Ojalá pudiéramos
entender el funcionamiento del mundo, ese azar que sigue patrones, el caos
organizado, la complejidad en cuanto nos internamos en lo más simple y la casi
simpleza de la idea global del Universo.
«¿Por qué?», me preguntaba. «¿Qué
le he hecho yo al mundo para merecer esto?»
Cap3. DAME AMOR
―¡Cariño, baja! ¡Un amigo te ha
traído los deberes del instituto! ¡Yo me voy ahora al turno de tarde, pero
volveré pronto para la cena!
Sonreí al hombre rubio que me
había abierto la puerta mientras yo entraba en la casa y él salía
apresuradamente. Tenía gran parecido con su hija: ojos azules, piel dorada… No
era muy alto, pero parecía una persona afable, confiada, y agradecí en silencio
que así fuera. A los pocos segundos oí el ronroneo del coche y los pasos de
Dafne en el piso de arriba. Como había imaginado, el interior de su casa era
acogedor y familiar, con muebles de madera y paredes blancas que reflejaban la
luz que atravesaba las ventanas. Desgraciadamente no pude perder mucho tiempo
inspeccionando, pues la chica cuya atención reclamaba había descendido la mitad
de las escaleras y había dejado escapar una exclamación al verme.
―Sorpresaaa ―me limité a decir,
colocándome al final de las escaleras.
―¡¿Qué se supone que haces aquí?!
―bramó desde lo alto, tratando de mantener controlada la situación.
―Te he traído los deberes ―le
mostré los libros con inocencia.
―¡Márchate ahora mismo! ―comenzó
a retroceder, ascendiendo de nuevo. Solté los libros de golpe, negando con la
cabeza, y yo también comencé a subir los escalones.
―Hace un par de días que no vas
al instituto: te he echado de menos.
No me importaba repetírselo una y
otra vez. Adoraba verla, tocarla, buscando en su cuerpo una forma de huir del
mío. Me había prometido no enamorarme nunca, pero ya veis, fue inevitable. Desde
que mis ojos se posaron en ella en el campo de tiro, la quise, y era cierto que
su desdén era lo primero que me impulsaba a seguir adelante; se veía tan
inaccesible y sexy rechazándome. Todo un reto.
―¡Me da igual! ¡Aléjate de mí!
¡No puedes estar en mi casa! ―sin pensárselo dos veces se dio la vuelta y echó
a correr.
Subí todo lo rápido que pude y no
tardé en alcanzarla en el estrecho pasillo. La empujé contra una de las
paredes. Ella gritó y le tapé la boca rápidamente para no alertar a los
vecinos. Sonreí. ¡Temblaba entre mis brazos como un cachorro de león asustado!
Nunca me ha gustado asustar a los cervatillos. Es más satisfactorio amedrentar
a los terribles, dominar a las fieras, y Dafne era como una leona, provocándome
con sus curvas y su melena dorada.
―Huuum, qué hermosa eres… ―Le
acaricié la mejilla con lentitud; su piel era tan suave y apetecible―. Recuerda
lo que te dije cuando me acompañabas hacia la enfermería, cariño: no podrás
escapar de mí.
Me incliné hacia delante,
dispuesto a besarla, pero ella hizo algo que nunca hubiera imaginado. Colocó
las manos sobre mis muñecas y resbaló al suelo de golpe, cargando todo su peso
hacia abajo. Mi rostro, de estar suspendido sobre el de ella, quedó a escasos
centímetros de la pared, y me hubiera comido el yeso de no ser por la rapidez
de mis reflejos. Sin embargo, no pude hacer nada para evitar que su puño se
estrellase en mi entrepierna.
Vi las estrellas.
Dafne escapó por el hueco que
había quedado entre mi cuerpo y la pared y se encerró en una de las
habitaciones más cercanas. Respiré hondo varias veces, e ignorando el dolor que
me atenazaba, me puse en movimiento. Abrí la puerta de golpe, sorprendiéndome de
que no estuviera cerrada con llave, y me adentré en el que debía ser su cuarto.
Miré en todas direcciones, sin verla por ningún lado, hasta que descubrí que la
ventana daba al tejado. La abrí y salté al otro lado sin pensármelo dos veces.
―Dafneeeee ―canturreé, cada vez
más furioso. Cuando había llegado a su casa tenía intención de actuar con delicadeza.
Ahora, ya no me dejaba otra opción―. Dafne, querida, dejemos de jugar al
escondite, solo quiero el sabor de tus labios… ¡Te encontré!
Inmediatamente me abalancé sobre
su boca; éramos la viva imagen del cuadro de Klimt. Sin embargo Dafne resbaló
al intentar apartarse, y cayó.
Su cuerpo quedó flotando en el
aire. Su vestido turquesa aleteó, revelando sus piernas, un poco torcidas.
Tenía los brazos alzados en mi dirección, tratando de aferrarse a algo… ¡A mí!
Y sus pies enfundados en sus Converse de calaveras trataron de caminar sobre el
viento. Por un momento creí ver cómo unas alas le crecían a la espalda, de
plumas tan blancas que parecían etéreas… ¿O eran mis lágrimas al presenciar
aquella escena? Sin embargo dichas alas estaban rotas por el desamor y le fue
imposible volar. Cayó sobre el jardín en un estrépito. Sus manos y pies se
enraizaron en la tierra. Su piel se convirtió en corteza de árbol, su cabello
dorado en hojas y sus brazos en ramas. Sus ojos, completamente abiertos, me
miraban. Aún quedaba brillo en sus pupilas, y me agaché en el tejado,
tumbándome en las tejas y asomándome al alero, para verla más de cerca. Una de
las lágrimas que rodaba por mis mejillas se precipitó hacia ella y se estrelló
en su pecho. Sus labios rosados, entreabiertos, dijeron sus últimas palabras:
―Eros, te quiero.
Epílogo: PENSANDO EN VOZ ALTA
Las pistas de atletismo estaban a
rebosar de gente enlutada. Deportistas, alumnos de todas las edades,
profesores, padres, amigos... Toda la ciudad asistía a la clausura de aquella Olimpiada
benéfica en la que ya los ganadores se alzaban victoriosos en sus respectivos
podios. Sin embargo, había uno que había resaltado frente a los demás, y ese
uno hablaba en aquellos momentos in memoriam de la joven que había fallecido.
―…Aprovechamos este hermoso
evento para despedir a una de las estudiantes más brillantes que nos ha
acompañado este curso. Dafne ―hizo una pausa dramática―, tu espíritu nunca se
marchitará, tu sonrisa será para siempre y así perdurarás en nuestra mente y en
nuestros corazones.
Todos le escuchaban atentos, compartiendo
la tristeza al unísono. Todos… excepto una persona.
Un joven arquero de pelo como el
fuego se encontraba en lo más alto de las gradas, apartado del resto y
escondido de las miradas ajenas. Al contrario que los demás espectadores, no
mostraba ninguna expresión en el rostro más allá que una simple determinación.
Sostenía con firmeza su arco, tensando la flecha, controlando cada una de sus
respiraciones y los latidos de su corazón, los cuales sabía que ya no volverían
a acelerarse porque ella ya no estaba, aunque no pudiera evitar pensar en ella
en todo momento: en el cómo solía sumergirse en su mirada azul y navegaba en su
preciosa sonrisa. Le reventaba que fuera Apolo quien se alzase laureado.
Lamentaba no haber estado allí para salvarla de su asesino ni haber podido
incriminarle. Todos los mensajes amenazantes habían sido borrados y las heridas
de su cuerpo se atribuyeron a la caída. ¡Hasta el padre de su amiga creyó en la
versión de Apolo antes que en la suya! “Un desafortunado accidente”, dijeron en
las noticias.
«Yo no tendré la suerte de que
esto sea considerado un desafortunado accidente.»
Dafne, Dafne, Dafne… ¡La había
querido tanto que era como pensarla en voz alta!
Inspiró, y espiró por enésima
vez.
Enfocó la vista, y disparó.
¡Hola, hola! Hoy vuelvo a traeros un relato especial. ¿La razón? ¡He ganado de nuevo el primer premio del concurso literario de mi instituto! Como me pasó en los demás, la historia la estuve rumiando durante más de un año, y surgió porque quería compartir con vosotros la misma e inigualable leyenda de Apolo y Dafne, versionándola a mi manera.
¡Ah! Pero los por qués no acaban ahí, no, no, no... Hoy también es un día bastante especial:
El año pasado lo celebré con el capítulo 9 de Alter Ego: Cumpleaños feliz. Esta vez lo hago con un relato, pues con él explico nada más y nada menos que el significado de mi nombre, y ya lo dice Patrick Rothfuss en el Nombre del Viento:
Así que éste es mi regalo hacia vosotros: mi nombre.
¡Hola, hola! Hoy vuelvo a traeros un relato especial. ¿La razón? ¡He ganado de nuevo el primer premio del concurso literario de mi instituto! Como me pasó en los demás, la historia la estuve rumiando durante más de un año, y surgió porque quería compartir con vosotros la misma e inigualable leyenda de Apolo y Dafne, versionándola a mi manera.
¡Ah! Pero los por qués no acaban ahí, no, no, no... Hoy también es un día bastante especial:
El año pasado lo celebré con el capítulo 9 de Alter Ego: Cumpleaños feliz. Esta vez lo hago con un relato, pues con él explico nada más y nada menos que el significado de mi nombre, y ya lo dice Patrick Rothfuss en el Nombre del Viento:
"Las palabras son pálidas sombras de nombre olvidados. Los nombres tienen poder, y las palabras también. Las palabras pueden hacer prender el fuego en la mente de los hombres. Las palabras pueden arrancarle lágrimas a los corazones más duros. Existen siete palabras que harán que una persona te ame. Existen diez palabras que minarán la más poderosa voluntad de un hombre. Pero una palabra no es más que la representación de un fuego. Un nombre es el fuego en sí."
Así que éste es mi regalo hacia vosotros: mi nombre.
G U A U. Me repito pero me eeencaaantaaa. Me encanta cuando denunciais (ls escritors) estas situaciones, es una forma increible de llegar a la gente y la forma de escribirla...es simplemente genial ((:
ResponderEliminarJajaja Adoro tus comentarios, amore *-* ¿Sabes? Tengo pensado hacer una entrada con varios dibujos, cada uno ilustrando cada capítulo de este relato, así que ya te iré enseñando ;)
EliminarYa lo he leído completo y no me extraña que hayas ganado con este relato. Te felicito por tu talento y esta interpretación moderna de la mitología. Yo también me he inspirado en ella para un par de poemas.
ResponderEliminarMás dulces besos para ti.
*Se cubre la cara con las manos, emocionada* Buah, es que no tengo palabras para responderte. Me ha emocionado muchísimo tu comentario. ¡Y déjame los links a esos poemas! Estaré encantadísima de leerlos y descubrir nuevas versiones de la mitología; ahí está la gracia de la Literatura, ¿no crees?
Eliminar¡Dulces besos!
Si te han llegado es lo importante y además merecidas. Te dejo lo solicitado, ya me dirás si te gustan. Dulces besos Dafne.
Eliminarhttps://eldulcesusurro.blogspot.cl/2014/07/lluvia.html
https://eldulcesusurro.blogspot.cl/2013/10/por-las-noches.html
Leídos y comentados, Dulce poeta ❤
EliminarMuchas gracias Dafne, te he respondido también.
Eliminar