LA SONRISA DE DIOS
Atravesamos el enorme portón que indicaba el segundo nivel de la
mazmorra y nos adentramos en una sala circular rodeada de estatuas de
piedra. Algunas sostenían instrumentos musicales, otras armas... La que
quedaba justo frente al portón era la más grande, estaba sentada sobre
un trono y exhibía una corona sobre la cabeza. ¿Sería un regente de este mundo? Un cazador encontró un
panel con escritura antigua y el líder del grupo, Song, tradujo en voz
alta:
Reglas del Templo Cartenon
Primera: Respeta a Dios.
Segunda: Enaltece a Dios.
Tercera: Cree en Dios.
Quien no cumpla esas reglas, no saldrá de aquí con vida.
Mi amiga Joohee tiró de mi manga y me susurró, asustada:
—¡Esa estatua gigante movió los ojos! ¡Nos miró!
—¿Estás segura?
De pronto, el portón se cerró. Uno de los cazadores echó a andar hacia
ahí, desproticando, y se dispuso a abrirlas de nuevo. Lo siguiente ocurrió en un
parpadeo. La estatua de su derecha preparó su hacha y, con un movimiento
en forma de arco, partió al hombre por la mitad.
El grupo gritó y analicé la escena, horrorizado. Aquel
cazador era de rango D, más alto que el mío, y no había durado ni un
segundo. ¿No se suponía que aquella mazmorra era de rango bajo? Y si las
estatuas se movían, entonces... Me giré para comprobar el rostro de la
estatua principal, hiperventilando. Sus ojos se apartaron del frente y
se posaron directamente en mí.
Noté un pinchazo de intuición y me dio tiempo a gritar:
—¡Al suelo!
Seguidamente, la estatua fulminó con la mirada a todos los cazadores
que no se agacharon; de sus cuerpos no quedaron más que las
brasas.
Mi amiga se aovilló en el suelo, tapándose los oídos con las manos y
cerrando los ojos con fuerza, traumatizada. A mi lado también se
encontraba Song, quien me agradeció el aviso y me pidió que le vendase
el brazo izquierdo, que había quedado amputado por encima del
codo.
—Yo he participado varias veces en incursiones de nivel B —me confesó—. Esa estatua es de nivel A... o incluso S.
Mientras hablábamos, otro cazador intentó escapar de nuevo; de él sólo
quedaron los pies.
Intenté ser pragmático... ¿Por qué la estatua no nos atacaba a los que
estábamos arrodillados? Pensé en la primera regla: Respeta a Dios.
—¿Jinwoo, qué estás haciendo? —exclamó Song, asustado.
Me levanté con cuidado y, justo antes de que la estatua me fulminase,
agaché la cabeza en una reverencia. Noté como si el corazón se me
parase, y...
No pasó nada.
Me envolvieron murmullos conmocionados y expliqué mi teoría en voz
alta. Todo el grupo me imitó.
El rostro de la estatua se transformó en un rictus terrorífico. Las
comisuras de sus labios se extendieron en una sonrisa aterradora, y sus
ojos se oscurecieron, las escleróticas completamente negras, mientras
que los irises se convirtieron en dos aros luminosos que te atravesaban el alma.
Mi nombre es Sung Jinwoo. Soy un cazador de rango E. He estado al borde de la muerte muchas veces, pues siempre pongo la vida
en juego durante las misiones, aunque sean de rango bajo. Sin embargo, al ver esa sonrisa tuve la certeza de que iba a morir.