—¿Qué
haces, Alice? ¿Comprobar si hay monstruos debajo de la cama?
Había
sido un jornada ajetreada para las famosas brujas Alice y Verónica, y la
noche había caído sobre la Isla de los Sueños, de manera que ésta estaba
más viva que nunca. Las criaturillas silbaban y los pececillos chapoteaban en
el techo acuoso de la morada de las brujas Sin embargo, ellas ya se habían
vestido con sus pijamas y se preparaban para ir a la cama.
—Aliceeeee.
Te acabo de preguntar que...
—Es
que estaba jugando al escondite con el oso y se ha escondido muy bien.
La
brujita rubia se encontraba tirada en el suelo, mirando debajo de su cama con
medio cuerpo bajo ella y el otro medio fuera.
—Pero
si está ahí —la bruja morena tiró de sus piernas para sacarla y señaló el
propio colchón; el peluche estaba recostado sobre la almohada...
—¡Aiba!
—Sin pensárselo dos veces (o, más bien, sin siquiera pensarlo) se lanzó sobre
la cama para agarrar el peluche y exclamó triunfal—: ¡Gané!
Verónica
puso los ojos en blanco y se aproximó a la cama de Alice para tumbarse
junto a ella mientras le contaba el cuento de esa noche, como ya era costumbre.
—Anda,
Ali, hazme un hueco...
—Vaaaaale
—se resignó ésta, alegre—. Pero cuando volviste de estar con tu novio deberías
haberte lavado un rato en el techo, que hueles a él y no quiero dormir con los
ancestros que se te hayan quedado impregnados en el aroma.
—Ya...
Con los ancestros.
—Sí.
Con los ancestros. Di que yo a tu novio lo quiero mucho. Eso sí,
igual algún día aparezco con un cuchillo —se ríe malvadamente, de manera que es
inevitable que su hermana no comparta sus risas—. Bueno, ya pasó, ya pasó...
Cuando
se calmaron, Verónica no pudo evitar que se le escapase un bostezo.
—¡Vero,
me lo has pegado! —se quejó Alice, bostezando también.
—Qué
bien se está en esta cama —la bruja morena se limitó a encogerse de hombros y a
ponerse cómoda.
—¡Quédate!
Me duermo más tranquila cuando la comparto con otra persona. Así le atacan los
monstruos al otro, no a mí.
—Alice,
duermo a varios metros de ti. Además, ¿por qué me van a atacar a mí? Igual he traído
mis monstruos a tu cama.
Alice
abrió mucho los ojos y se pegó contra la pared, abrazando el oso con
cara de espanto.
—¡Juuuuuummmmmmmmmm!
—Ahora
estarás toda la noche pensando en eso... —Alice le dio un manotazo y le dedicó
una mirada asesina de ojos verdes—. ¡Ay! Bueno, empecemos con el cuento.
—¡¡¡Cuentecillooooo!!!
Ji, ji, ji, ji, ji.
—Erase una vez...
—Un
mongolo que vivía en nuestra habitación —replicó la rubia inmediatamente, y tan
rápido como lo dijo lo desdijo—: Es broma, eh.
—Mejor,
mejor... Dejemos a los mongolos para otras historias. Pero bueno, dime tres
palabras para montar una historia que tengan que ver con éstas.
Quería
probar por segunda vez la técnica que utilizó para el cuento de El chino, la ballena y la coliflor, que Verónica se había inventado cuando su nieta Treba
estaba de visita.
—De
acuerdo... Pues la primera será Realidad. La segunda Osos...
Y la tercera, Personas.
—Vale,
pensemos... —Sin embargo, a Verónica no le costó demasiado ocurrírsele una
historia que contuviese esas tres palabras, y en seguida se puso palabras a la
obra—. Erase una vez una niña con los rizos de oro con el pelo tan rubio, tan
rubio que la llamaban Ricitos de Oro.
—Vero,
ese cuento ya existe —la interrumpió Alice, frunciendo el ceño.
—Amor,
déjame continuar que no has oído la historia completa. ¡Además! Fue ese cuento
que dices tú el que se inspiró en éste, y no viceversa, que conste. —Alice hizo
que su osito encogiese los hombros, indicándole que podía continuar—. Ricitos
de Oro era muy curiosa, y le gustaba ir a...
—¡Curiosear!
—Exacto.
A curiosear. Y también le gustaba salir de su casa y buscar...
—Es
lo que hacen las personas normales y corrientes, Vero: salir de su casa.
—¡Alice,
déjame continuar que siempre me haces lo mismo y luego te quejas!
—Está
bien, me resigno... ¡Pero Braulio también ha sido!
—La
niña solía salir de su casa a curiosear un rato.
»Iba
por el bosque, veía animalillos y se quejaba de las hormigas que caminaban
despacito por el sendero y en las mariquitas posadas sobre las hojas,
que la retenían porque se paraba a contarles los puntitos negros de sus
caparazones. También se fijaba en los pájaros y en los conejillos caníbales que
se escondían en sus madrigueras, hasta que un día encontró uno blanco que tenía
en el pelaje del lomo una mancha que parecía un reloj.
»Fiel
a su naturaleza, Ricitos de Oro decidió seguirlo para descubrir dónde vivía. El
conejo se alejaba de ella con trompicones y saltitos, así que su persecución la
lograba muy a duras penas, teniendo que apartar las ramas que le obstaculizaban
el camino y saltando las raíces que sobresalían del suelo, hasta que al fin llegó
a un lugar en el que el bosque terminaba y daba paso a un claro. Todos los
árboles se terminaban en ese límite, y lo único que había a partir de allí era
hierba y distintos montículos, como madrigueras. Inmediatamente Ricitos de Oro
se preguntó cuál de ellas se trataba de la madriguera de ese extraño conejo, y
quiso descubrirlo por sus propios medios. Se asomaba de madriguera en
madriguera, en madriguera, en madriguera... Total, que al final encontró una
muy alta y, picada por la Curiosidad, que era un bicho muy feo que pasaba en
ese momento por allí, se metió en ella.
»Muy
extrañada se preguntó por qué un conejo querría vivir en una madriguera tan
grande. Entonces, se acordó de las personas, que pueden vivir tanto en pequeños
apartamentos como en enormes mansiones, de manera que... ¿por qué un conejo
no podía vivir en una madriguera-mansión?
»Una
vez dentro llegó a una sala perfectamente amueblada con estantes llenos de
tarros que le llamaron mucho la atención. Poniéndose de puntillas miró dentro
de ellos y descubrió una sustancia viscosa del mismo color de sus rizos. Arrugó
la nariz y volvió a ponerse sobre las plantas de los pies, sin atreverse a
probarla. Observando qué más había en la sala, descubrió tres mesas, una
grande, una mediana y otra más pequeña. Detrás de cada mesa había una silla
grande, una mediana y una pequeña, si empezábamos a contar inversamente a
cómo habíamos empezado antes.
»Aún
con los efectos de la picadura, se fue a sentar en la silla grande en frente de
la mesa pequeña, pero era muy blanda y no le gustaba. Probó la silla pequeña en
frente de la mesa grande, pero era demasiado dura como para sentirse cómoda.
Por último, se sentó en la del medio, en frente de la mesa mediana, ¡que era
perfecta para ella! Encima de cada mesa había un plato lleno de humeante pasta
a la carbonara, y como se le había abierto el apetito —efectos secundarios de
la Curiosidad— comenzó a comérsela.
»Lo
que Ricitos de Oro había intuido bien es que esa casa no pertenecía,
efectivamente, a un conejo, sino a una familia de osos, que sin embargo
ya no vivían ahí porque los padres osos se habían divorciado y la madre-osa
y su pequeño se habían mudado a otra madriguera. Como el padre-oso
pensaba que cualquier día su mujer-osa y su osezno volverían, continuaba
cada día preparándoles la comida.
»Ricitos
de Oro había devorado más de la mitad de semejante manjar, cuando llegó el oso.
Junto al oso vino la Sorpresa, después la Indignación, y por último la
Duda. "¿Qué es lo que quieres, niña?", le preguntó el oso enseñándole
los dientes. La niña le respondió muy digna que se quería quedar con la
madriguera. Por supuesto, el oso se negó. ¡Claro que no se la iba a
ceder! Y añadió que si no se marchaba, la iba a partir en dos de un solo
zarpazo. Sin embargo la niña se rió. ¡El oso se quedó a cuadros! ¿Cómo
una niña osaba plantarle cara de esa manera? Cuando a Ricitos de Oro se
le pasó el ataque de risa, bajó la cabeza, mirándolo desde el suelo, puesto que
él era tres veces su tamaño erguido sobre dos patas, y con su carita de
corazón, sus ojos grandes y verdes y sus rizos dorados alborotados, se
lo quedó mirando con una mirada tan acuchillante, ¡tan suya!, que al oso
le recorrió un escalofrío, erizándole el pelaje, y se le pasó por la mente la
idea de que, si no era él el que dejaba aquella madriguera, sería él el que
acabaría partido en dos. Así que rápidamente se disculpó, recogió todas sus cosas,
las guardó dentro de un macuto y puso pies en polvorosa.
»Tenías
que ver al oso esperando en el puerto de la ciudad, con toda la gente
mirándolo con cara de: "¿Qué hace un oso con un macuto esperando a
un barco?" El pobre, muy nervioso, continuaba notando la mirada de
la niña a kilómetros de distancia, y no estuvo tranquilo hasta que no cambió de
contintente.
»FIN.
Alice
tardó un rato en procesar que ya había acabado el relato.
—La
verdad es que me ha gustado mucho la protagonista de éste relato...
Verónica
suspiró, sonriendo.
—En
verdad, éste cuento no se me ha ocurrido ahora —le confesó—, sino que nos lo
inventamos esta tarde cuando fuimos a dar una vuelta mi novio y yo.
—¿En
serio? —Alice giró la cabeza hacia ella, extrañada.
—Sí,
creo que surgió porque empezamos a hablar de tus ojos y de tu manera de
mirar, que sería capaz de hacer que un oso se exiliara de su país para
evitar que le matases.
—Ah,
qué guay, ¿no?
Mientras
hablaba, había levantado al peluche sobre su rostro para mirarlo a los ojos
y comprobar si era cierto o no eso del exilio.
—Pues
sí, es muy guay. Pero bueno, no puedes quejarte; siempre acabas saliendo en
nuestras conversaciones.
Verónica
comenzó a incorporarse para volver a su cama, bostezando de nuevo.
—Pues
no sé si tomármelo como un cumplido...
—Piensa
lo que quieras. —Se metió rápidamente bajo las sábanas y, antes de cerrar los
ojos y de sumirse en su profundo subconsciente, se giró hacia su hermana
para peguntarle—: ¿Algún detalle que quieras añadir al cuento?
Alice
volvió a bajar al oso y se volvió también hacia ella.
—No
has hablado de las tres cosas que te he pedido. Te falta Realidad.
—Ah,
pero sí que he hablado de ella... La Realidad consiste en que tienes unos
ojos muy bonitos, que al mismo tiempo dan miedo. Podríamos titular el
cuento: Las miradas asesinas de Alice. ¿Qué te parece?
En efecto, volvemos a
celebrar esta maravillosa semana del año. ¡Y qué semana nos espera!
He querido inaugurarla de
la misma manera que el año anterior, con un relato de nuestras queridas
Alice&Verónica, esos que están basados en escenas reales en las que
improviso un cuentecillo para arropar a mi hermana y lo grabo con el móvil para
plasmarlo en el blog.
Sí, citando al Gato de
Cheshire, aquí estamos todos locos ;)
El plan de los próximos
días es el siguiente: el 3 de febrero colgaré una entrada puramente Alice (ya
veréis a qué me refiero) y el 6, para despedirnos, una segunda parte de su
Poemario. Durante toooda la semana será un especial de ella. Colgaré dibujos
suyos en Instagram, a ser posible uno como
mínimo al día, y en las redes sociales refrescaré aquellos relatos en
los que ella está presente (que son un buen número, la verdad), acompañándolos
del hastag #SemanaDeAlice.
Espero que disfrutéis de
la fiesta tanto como nosotras y, ¿quién sabe?, igual dentro de unas décadas se
convierte en una celebración internacional.
PD: ¡Ésta es la entrada nº100!
Me gusta el nombre del cuento. Y debe tener unas miradas especiales.
ResponderEliminarNo lo habría dicho mejor: sus miradas verdes son especiales ;)
EliminarAlice y Verónica son hermanas y Treba es nieta de ambas? ya son abuelas tan pequeñas? :O Ya he leído todas las semanas de Alice.
ResponderEliminarBesosos dulcesosos :)
Alice y Verónica tienen milenios, lo que pasa es que en su forma humana tienen apariencia de niñas. Ya sabes eso de que las apariencias son engañ(osa)s ;P
EliminarTreba es centenaria, y su apariencia es de mujer adulta (en mi cabeza se parece a la actriz Ángela Bassett).
¡El año que viene esperemos disfrutar de otra Semana de Alice!
Un besazo