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una escena que me ocurrió cuando fui de vacaciones este verano, exactamente el día 15 de agosto de 2016.
Era
por la tarde, y como algunas veces ya había sucedido, estábamos sentados mi
padre y yo en uno de los alargados bancos de piedra del paseo marítimo mientras
mi hermana y mi madre miraban souvenirs en una tienda. De fondo se
escuchaba el comienzo de una sardana, el sonido de clarines y trompetas,
cobrando vida dulcemente. Un hombre se acercó a mi padre en busca de un
cigarro. Él se lo dio, con un por supuesto en la sonrisa, y el hombre le dio
una palmada en el hombro, agradeciéndoselo como si fueran viejos amigos.
Entonces apareció una pareja de mediana edad con una señora mayor. El hombre le
dijo que se sentase en el banco y que se quedase ahí mientras ellos daban una
vuelta. La mujer se quejó. ¿No me puedo ir…? NO. Quédate aquí. La mujer puso
cara de desolación, como si estuviera más perdida que una niña pequeña. Era
delgada, con el rostro con mil arrugas. La mirada caída. Vestía una camisola
azul y estaba sentada con las manos entrelazadas en las rodillas, muy recta,
mirando hacia donde la pareja había desaparecido.
No
sé el qué de la escena, pero movió algo dentro de mí, sobre todo tristeza por
el abandono que estaba sintiendo en aquellos momentos esa mujer, como aquellos
perros que se dejan en la puerta de las tiendas a la espera de sus amos.
Me
dieron ganas de cambiarle el sitio a mi padre y hablar con ella, darle cualquier
tipo de conversación. Pero no lo hice. Me limité a observar. Ella miraba
al suelo. A las personas que se levantaban y se sentaban sucesivamente en el
banco. Una niña que se ponía bien los zapatos, un hombre mayor con su pareja…
Me pregunté qué se le pasaba por la cabeza. Aquella mujer era la que se
encontraba más fuera de lugar, pues al fin y al cabo no se había sentado allí
por su propia voluntad.
Llegó
el momento en el que mi madre nos avisó de que fuéramos también con ellas, así
que nosotros también nos levantamos del banco y nos alejamos. Me giré una
última vez para mirarla. Ella no nos miraba a nosotros, creo que no se dio
cuenta del nudo que se me había formado en la garganta, completamente ajena a
mis pensamientos. Suspiré. Me di la vuelta, y ya no la volví a ver, ni siquiera
a la vuelta de nuestro paseo. Lo más seguro es que aquellos que la habían
dejado en aquel banco la recogieran. Sin embargo, yo lo tenía muy claro: para mí aquella mujer había quedado
abandonada para siempre.
Que triste escena la que cuentas y aún peor, que repudiable actitud de aquella pareja para con aquella mujer mayor, dejarla allí como si fuese un estorbo para el disfrute de ellos. Y sin ninguna preocupación por su bienestar. Muchas personas de la tercera edad quedan abandonadas por sus familiares, otras siguen viviendo con ellos, pero sufren actitudes como aquella.
ResponderEliminarMuchos dulces besos de manzana y dulce semana Dafne.
Pues sí, fue una escena muy triste... Con el paso de los años y, sobre todo tras la pandemia, me resulta preocupante la situación de las personas mayores. Por un lado entiendo que sus familiares más jóvenes no puedan encargarse 24/7 de ellas, pero por otro lado me parece horrible que estén tan abandonadas.
EliminarDulces besos con sabor a mar