Proyecto Kinky: Capítulo 5

  Capítulo 4

 
 

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Título: Angy, con ilustraciones de alas en los laterales

 Capítulo 5. Café y galletas de canela

Pasamos el domingo en el sofá, charlando de unos y otros temas mientras vaciábamos una cafetera y comíamos galletas de canela.

La primera taza vino acompañada de una sencilla pregunta:
—¿Cómo estás, Angy?
Cualquier otro la habría obviado después de pasar dos noches increíbles, pero Eric no era cualquier otro.
—Estoy bien. —Sonreí—. A pesar de haber dormido poco, me siento descansada, como si mi cuerpo se hubiera reiniciado.
—Ha sido un fin de semana catártico, ¿verdad?
—Exacto. “Catarsis” es la palabra. —Di otro sorbo a mi café, intenso y dulce—. ¿Y tú qué tal estás, Eric?
—Relajado, feliz... Bueno, y un poco dolorido.
Se llevó una mano al culo y ambos nos echamos a reír. Me gustaba la idea de que ambos hubiéramos quedado marcados; él con las líneas y verdugones propios de la fusta y yo con las marcas de sus manos y el cinturón, extendidas en mis nalgas como un rubor escarlata.
Indecisa, no pude evitar preguntarle:
—¿Qué tal estuve como femdom?
—Maravillosa. —Masticó durante unos segundos una galleta—. Lo de la Cruz de San Andrés no me lo esperaba. ¿Dónde la compraste?
—En mi ciudad natal hay un taller artesanal especializado en vestuario y complementos para BDSM. Es más barata que muchas tiendas que hay aquí en la capital, pero el resultado es de primera calidad. Compré la cruz hace... ¿cuatro años? —Intenté hacer memoria—. En mi último año de carrera, cuando fui a visitar a mis padres por Navidad.
—¿Y la has usado mucho?
—Solo un par de veces. —Hice una mueca—. De hecho, la primera vez casi rompimos la puerta.
—¡El BDSM, la amenaza número uno para el mobiliario!
Nuestras risas volvieron a llenar el salón. Estábamos recostados en puntas opuestas del sofá; Eric apoyaba los pies en el suelo, mientras que mis piernas seguían la longitud del sofá y lo apuntaban a él. Yo llevaba mi albornoz y él iba solo calzoncillos.
—Por cierto, ¿cómo es mudarse tantas veces de ciudad? —Inquirió, observando con sus brillantes ojos verdes cómo atrapaba una galleta.
—Para mí no es un problema. Soy una persona solitaria y me gusta cambiar de aires, conocer sitios nuevos... No descarto mudarme a una ciudad más tranquila en el futuro. Puede que incluso a otro país. —Di un sorbo al café—. Pero ahora mismo mi objetivo es ahorrar dinero. ¿Y tú? ¿Siempre has vivido en la capital?
Eric asintió con la cabeza; con la mano izquierda sostenía la taza, mientras que con la derecha me acariciaba el tobillo distraídamente.
—Sí, siempre he vivido aquí. Cuando mis padres volvieron un poco a flote económicamente podría haberme mudado a un pueblo, como Gina, pero preferí quedarme en la ciudad. Ahora vivo en el Sector 11.
Se trataba de un barrio nuevo en el extrarradio. No sé por qué, pero no me lo esperaba.
—¿Y tu hermano pequeño?
—Liam es como Gina, un cerebrito. Consiguió una beca y está estudiando biología marina en la costa. Ah, creo que no te lo he dicho... Gina es abogada. Está especializada en delitos sexuales y de odio; siempre ha sido muy fan de Ley y Orden.
—¡Oh, yo también veía esa serie!
—Uf, yo lo pasaba muy mal con algunos episodios, sobre todo con los que los protagonistas eran niños. —Noté cómo se tensaba en el sofá—. La pederastia es de las cosas más abominables que existen en el mundo.
A mí también se me formó un pequeño nudo en la garganta.
—Ya... Y las violaciones están a la orden del día, desgraciadamente. ¿Sabes que en nuestro país se denuncian seis violaciones al día?
—No quiero ni imaginar la cantidad de violaciones que se cometen y no se denuncian...
—Hace falta mucha educación sexual —concluí.
Eric chasqueó la lengua mientras se servía la segunda taza de café.
—También hace falta sentido común.
—¿A qué te refieres?
—Pueden no haberte explicado muchas cosas sobre sexo, o haber visto porno y no tener claro lo que es ficción y realidad, pero es de sentido común no violar a una persona. —Su tono era categórico—. A mí jamás se me ocurriría hacerle algo a la otra persona si no estoy seguro de que está de acuerdo con ello. Nunca forzaría a nadie a hacer algo que no quiere. Nunca haría nada con una persona drogada, borracha o inconsciente.
—Por eso insististe tanto en hablar la primera noche —comprendí.
—Me da igual que la relación sea vainilla o BDSM. El consentimiento, la comunicación, el respeto... Son la clave.
Me maravillaba que tuviera aquellas ideas tan claras.
—¿Y qué te parecen las dinámicas de cnc o consent-no-consent?
Se quedó pensativo unos segundos, como si no se esperase esa pregunta. Aproveché para alcanzar otra galleta.
—Puedo entenderlas, ya que es como un juego de rol, pero prefiero no practicarlas si no tengo mucha confianza con la otra persona. ¿Tú qué piensas de esas dinámicas?
—Me resultan paradójicas. Me incomoda verlas en vídeos, pero las entiendo mejor cuando leo relatos que están escritos en primera persona y te dejan claro lo que está sintiendo el personaje en cada momento.
—Entiendo —sonrió—. ¿Qué sientes cuando dominas y cuando eres dominada?
Uf, vaya pregunta...
—En ambos casos siento libertad —respondí finalmente—. Cuando domino, soy consciente de que tengo entre mis manos el placer, el dolor y, en consecuencia, la seguridad de la otra persona. Esa responsabilidad me hace sentir libre. —Hice una pequeña pausa—. Por otra parte, cuando soy dominada cedo el control a la otra persona, siempre siendo consciente de que diciendo la palabra de seguridad todo termina, por lo que en realidad sigo teniendo el control... Pero mientras tanto, mi sumisión me hace libre. No sé, quizás estoy divagando y contradiciéndome.
—Creo que pienso igual que tú. ¿Te sirvo más café?
Ya me había terminado mi primera taza.
—Sí, por favor. Gracias... —Volvimos a acomodarnos en el sofá—. Como switch, ¿tienes más tendencia a ser Dom o sub?
Se quedó pensativo unos segundos.
—Hum, depende de la pareja. Por ejemplo con Sophie tendía a ser más Dom que sub, puesto que ella prefería ser sumisa, pero con Joel era más sub. Con las personas con las que me he acostado fuera de estas relaciones... Creo que he sido más Dom que sub.
—¿Y cómo es la estadística en relación con el género o la orientación sexual?
—No he encontrado ningún patrón. O sea, he tenido relaciones con mujeres y hombres, cis y trans, no binarios, de género fluido... Y ser Dom, sub o switch depende mucho de la persona. Obviamente —matizó—, debido al mundo heteronormativo en el que vivimos, parece haber una tendencia de que la mujer sea la sumisa. Pero a mí no me gusta pensar de forma tan simplista.
—Una vez oí un discurso de que si a una mujer le gusta el sexo no normativo, es por el machismo que tiene interiorizado. No porque busque su propio placer y sea su propia elección, sino porque busca complacer a hombres que han erotizado la violencia.
—Ya, claro —chasqueó la lengua—, o porque arrastran traumas, ¿no?
Bufé.
—Es lo que hablamos... Sí, hay machismo y traumas en relaciones BDSM, igual que los hay en relaciones vainilla.
Eric asintió repetidas veces con la cabeza, completamente de acuerdo con mis palabras.
—Sophie y yo también nos rayábamos al principio de nuestra relación. Cuando ella me pedía que la atase y la azotase hasta hacerla llorar, y luego la follase lo más fuerte que pudiera... Admito que tenía sentimientos encontrados. Pero ella me hizo ver que era nuestra elección. Nuestra dinámica. Y si a ambos nos gustaba, ¿qué más daba lo que pensasen los demás?
Eso era una de las cosas que más me había costado, obviar lo que pensasen los demás.
—¿Y cuál es tu orientación sexual? —Me preguntó entonces.
—Siempre he tenido relaciones con hombres cis, así que supongo que soy hetero. ¿Decepcionado por mi falta de diversidad?
Se encogió de hombros.
—Ese “supongo” deja abiertas muchas posibilidades.
—La verdad es que conforme pasan los años y más etiquetas conozco, siento que aún no he encontrado la etiqueta correcta. ¿Entiendes a qué me refiero? Es como eso de que los sinónimos realmente no son sinónimos, porque conllevan matices, y para cada realidad debe encajar la palabra correcta. Eso sí, una palabra que me revienta es “normal”.
—“Normal”... Comparte raíz con “norma”, “regla”... Y las reglas hay que romperlas, ¿verdad, brat?
Nos echamos de nuevo a reír.
Lo que más me gustaba de Eric era que de verdad me escuchaba. Me refiero a que no solo escuchaba mis palabras, sino que también prestaba atención a las reacciones de mi cuerpo, a mis gestos, a mis silencios.
Continuamos bebiendo café y comiendo galletas. Le observé sin disimulo.
—Cuéntame la historia de otro de tus tatuajes.
Sus ojos verdes me acuchillaron.
—¿Es una orden?
—Solo si te niegas.
Dejó la taza sobre la mesilla y con la mano derecha agarró mis tobillos... Ambos tobillos, a la vez, y me levantó las piernas para acercarse y colocarlas sobre su regazo. Me ruboricé, pero Eric hizo como si no se diera cuenta.
—No será necesario.
Me enseñó el antebrazo en cuya muñeca se podía leer el ambigrama Love-Pain. Tatuado en blanco, negro y rojo, reconocí a un samurái enmascarado cuyo casco poseía unos cuernos semejantes a los de los escarabajos. A su alrededor florecían siete flores de cerezo, cada una de las cuales tenía escrita un kanji distinto.
—Representan las siete virtudes del bushido, el camino de los samuráis. Justicia, respeto, coraje, honor, benevolencia, honestidad y lealtad.
Fue señalándolas una a una.
—Es una preciosidad —murmuré con admiración.
Conforme giraba el antebrazo se podía ver un templo japonés rodeado de los árboles de los que provenían las flores, de modo que el tatuaje nunca se interrumpía.
—¿Tú también intentas seguir ese camino, Eric?
—Sí. Es un buen camino, ¿no crees?
Asentí con la cabeza.
—Me gustaría conocer más la cultura oriental. El poco contacto que he tenido con ella fue cuando en el instituto, en educación física, estudiamos artes marciales. Y no lo pasé demasiado bien...
Enfrentarte cuerpo a cuerpo con las personas que te hacían bulling no era divertido, sobre todo cuando ganabas, porque sabías que fuera de clase los problemas venían en grupo. ¡Desgraciadamente la vida no es como una trama de Karate Kid!
Ahora la mano de Eric reposaba sobre mis rodillas, apaciguadora.
—¿Qué artes marciales estudiaste? —Me preguntó.
—Judo y karate.
—Yo estudié aikido en la Casa de Juventud de mi barrio.
—¿Aikido... como Steven Seagal? —Abrí mucho los ojos, sorprendida.
—Ehms, sí. Aunque quizás él no sea el mejor ejemplo.
—Eso te iba a decir... ¿No es muy violento?
—¡Al revés! —Parecía emocionado de poder explicarlo—. La filosofía del aikido es usar la fuerza del contrincante en su contra. Es el único arte marcial en el que te da igual contra quién te enfrentas; el peso, la altura, la musculatura... Lo más importante es la técnica; aprender a respirar y a usar tu centro de masas. Por eso en las demostraciones parece tan suave, como si fuera una coreografía. Pero créeme, cuando te hacen las técnicas duele.
Admito que me ponía la idea de que supiera artes marciales.
—¿Y qué nivel tienes?
—Estuve a punto de conseguir el cinturón negro. Pero empecé a trabajar, lo dejé, pasaron los años... La verdad es que me gustaría retomarlo. Aunque seguramente habré olvidado la mayoría de las técnicas. —Bajó momentáneamente los ojos para mirar el tatuaje de su antebrazo—. El aikido tiene su base en los movimientos de katana de los samuráis, ¿lo sabías?
Negué con la cabeza.
—¡Vaya, todo está relacionado!
—Como curiosidad, el kimono siempre se cruza con la solapa izquierda sobre la derecha. Esto es porque la katana se coloca en ese lado, desenvainándose con la mano derecha, y porque debajo se puede esconder un cuchillo. —Deslizó la mano hacia arriba, por encima de mi albornoz—. Tú tienes el albornoz cruzado con la solapa derecha sobre la izquierda.
—¿Y eso qué significa? —Susurré. La tensión había comenzado a crecer de nuevo entre nosotros.
—Muerte. —Su respuesta me provocó un escalofrío—. Los japoneses visten así a los fallecidos, por lo que si una persona viva se lo cruza mal, implica un mal presagio.
Se inclinó sobre mí para desatar el lazo y abrió las solapas, revelando mi cuerpo desnudo. Aprisionó mis pechos entre sus dedos, duros y ásperos, y los masajeó con suavidad. Me relajé, disfrutando de la sensación... Hasta que atrapó mis pezones entre los dedos pulgar e índice, convirtiéndolos en pinzas, y apretó. Un calambre viajó desde mis pechos hasta mi espina dorsal y arqueé la espalda, dejando escapar un gritito.
—¿Por qué has...? —Comencé a preguntar, pero lo repitió de nuevo y me tensé como la cuerda de un violín.
—Un mal presagio, ¿recuerdas? Además, mereces un pequeño castigo por cruzarte mal el albornoz.
—¡Pero no sabía cómo se cruzaba bien! —gimoteé.
—Como diría mi hermana: Ignorantia juris non excusat. La ignorancia no exime del cumplimiento de la ley.
Al principio pensé en desafiarlo e incluso me enfadé un poco por el cambio tan repentino de la situación. ¡Había imaginado que el domingo sería un día tranquilo! Sin embargo, era innegable que estaba excitada de nuevo y que aquellos calambres dejaban una sensación maravillosa en mi cuerpo. Así que dije:
—De acuerdo. Asumiré las consecuencias.
—Buena chica. —Admito que con aquel apelativo me tenía totalmente a su merced—. ¿Recuerdas tu palabra de seguridad?
—“Luna”.
Y, sin más dilación, comenzó la deliciosa tortura.
Eric variaba la intensidad de los pellizcos dependiendo de mis reacciones. Primero apretaba los dedos hasta que arqueaba la espalda, luego soltaba ligeramente para que me relajase y entonces volvía a apretar, mucho más fuerte, haciendo escalar la sensación.
De vez en cuando soltaba mis pezones para masajear mis pechos, o usaba solo una de las manos puesto que necesitaba la otra para llevarse la taza a la boca para beber más café.
Me enfurecía verlo tan calmado, aunque el bulto que notaba contra mi pie izquierdo era una señal inequívoca de que también estaba puesto. Lo froté contra él...
—¿Estás intentando hacerme una paja? —Eric se detuvo de repente.
Me mordí el labio inferior, planteándome si había metido la pata, nunca mejor dicho.
—Se me da bien hacer footjobs.
O, al menos, eso me habían dicho mis ex. Eric tenía la misma expresión que cuando le había enseñado la Cruz de San Andrés, una mezcla de sorpresa, curiosidad y deseo.
—De acuerdo —accedió mientras se bajaba los calzoncillos—. Pero tu castigo no cesará hasta que no consigas que me corra, ¿entendido?
—Entendido.
Era un poco complicado masturbarle con los pies cuando sus manos estaban en mis pechos, pero me esforcé al máximo.
Atrapé su polla entre mis empeines, moviendo su piel arriba y abajo. Tenía la suerte de contar con unos dedos largos y hábiles, así que de vez en cuando acariciaba su glande para extender su propia lubricación, trazando círculos. Cada vez lo notaba más duro, y me daba un poco de miedo presionar con demasiada fuerza cuando los calambres atravesaban mi espina dorsal y todo mi cuerpo se sacudía, pero en ningún momento Eric se quejó. Todo lo contrario.
—Sí que se te da bien, sí... —Murmuró entre dientes.
Presioné contra sus huevos con la punta del pie derecho mientras que con el izquierdo me deslizaba por toda su longitud; los calambres ametrallaban mi cuerpo sin cesar.
Una parte de mí sentía que, al mismo tiempo que él me estaba dominando, yo también lo estaba dominando a él; un sentimiento switch en estado puro.
—Angy, me voy a correr...
No me veía capaz de ordenar que se corriera para mí, así que aumenté el ritmo para dejarle claro qué es lo que quería.
Mientras se corría apretó más que nunca los dedos; las lágrimas desbordaron las comisuras de mis ojos y vi literalmente las estrellas, aunque no estaba segura de si me había corrido también. Un grito de dolor rasgó mi garganta, mezclándose con sus gemidos, y finalmente soltó mis pezones.
Esperé unos segundos para recuperarme y me incorporé un poco para memorizar la escena: Eric estaba sentado en mitad del sofá, con mis pies bajo su entrepierna y el semen discurriendo entre mis dedos y empeines. Su pecho ascendía y descendía rápidamente debido a su respiración agitada, y había encajado la nunca en el respaldo, de modo que sus ojos verdes miraban al techo.
—Ha sido... brutal —jadeó.
Sonreí, satisfecha.
—Puedes usar una servilleta de papel para limpiar la corrida —le sugerí.
Para mi sorpresa, sostuvo mis talones entre sus manos y los alzó hasta que quedaron al alcance de su boca; los lamió con cuidado, asegurándose de atrapar todas y cada una de las gotitas.
Cuando mis pies quedaron completamente limpios, los depositó con cuidado sobre su regazo.
—Nunca me habían hecho una footjob —me confesó.
—Pues me alegro de ser la primera... —Mi cara debía de ser un poema, roja por el rubor—. Yo nunca había visto a un hombre tomar su propia corrida.
Eric se inclinó hacia mí para secarme las lágrimas con los dedos y me besó suavemente.
—Pues me alegro de ser el primero.
Volvimos a besarnos, profundamente.
Seguidamente dejó un reguero de besos por mis mejillas y mi mandíbula, bajó por el cuello y llegó hasta mis pechos. Chupó con cuidado mis pezones, tan sensibles que cada lametón provocaba que temblase de pies a cabeza. Gemí, esta vez solo de placer.
Después bajó por mi estómago, besó mis caderas, jugó con el piercing de mi ombligo, repasó las letras tatuadas en mi pubis con la lengua y finalmente alojó la cabeza entre mis piernas.
Volví a arquearme cuando sentí el primer lametón en mi clítoris, que casi me dolía por la sobre-estimulación que había sufrido en las últimas cuarenta y ocho horas.
—Despacio, por favor —le rogué.
Eric me hizo caso, comiéndome el coño con cuidado.
Uf, qué bien se le daba...
Mi orgasmo comenzó a acumularse poco a poco en mi vientre y crispé mis dedos en su cabeza rapada.
—Sí, sí... Sigue así... Me voy a correr...
Eric succionó un poco más, llevándome al límite, y al enésimo lametón me corrí en su boca.
Cuando pasaron mis temblores y mi alma regresó de nuevo a mi cuerpo, quedé completamente derrumbada en el sofá. Eric se incorporó, relamiéndose, y alcanzó los extremos de mi albornoz para atármelos, el izquierdo sobre el derecho, igual que los samuráis.
—Suficiente por un fin de semana, ¿no crees?
—Sí —coincidí—. ¿Quieres más café?
—Sí, por favor. ¿Galletas?
—Gracias.
Así, pasamos el domingo en el sofá, charlando de unos y otros temas mientras vaciábamos una cafetera y comíamos galletas de canela.
 
 
 
Ilustración a lápiz. Realista. Una mano pellizcando el pezón de una mujer tumbada.
Andrew Maff / Instagram: @mister.maff.art


Ilustración a lápiz. Realista. Unos pies haciendo una paja a una polla. Footjob.
Andrew Maff / Twitter: @Andrew.Maff.Art



  Capítulo 6 

 

12 comentarios:

  1. Una buena manera de acabar cualquier historia: café y galletas.
    Me ha apasionado esta historia, cómo te manejas en ella y cómo nos envuelves en ella, con un toque de cierta ingenuidad dentro de la maestría.
    Disfrutable por completo
    Qué estés pasando un buen finde y tengas un estupendo inicio de semana.
    Un beso enorme

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    1. ¡Genial que te haya gustado, Mag! <3
      Siempre me ha gustado esa idea de hacer que las cosas fáciles parezcan difíciles, y las difíciles fáciles. Sobre todo, me alegro de que disfrutéis leyendo esta historia.
      Igualmente, que tengas un buen finde (yo estoy de puente :3)
      Un besazo

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  2. Uff, espera que me voy a recapitular jajaja. Me ha gustado como llevas la trama, esa pareja primero me gusta porque aparte que sexualmente se entiende a la perfección , sus conversaciones son super interesantes, y sobre todo se ríen juntos , eso es tan importante. Así que por favor quiero leer más de esta parejita que promete darnos muchas horas de placer y amor o viceversa, Un besazo grande.

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    1. Aww, mil gracias por tus palabras, Campirela.
      Claro, poco a poco iréis leyendo más, escenas más intensas como las anteriores, y otras más tranquilas como esta.
      Un abrazo y feliz comienzo de semana <3

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  3. Una tarde que ha dado para mucho más que solo tomar café y comer galletas de canela. Hacen muy buena pareja estos dos amores, se complementan perfectamente. Te felicito por tu relato, Dafne.

    Mil besitos sonoros y muy feliz semana ♥

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    1. Les ha cundido el domingo, y el fin de semana en general jajaja
      Me alegro de que esté gustando la historia.
      Mil besitos, Auro, y feliz semana <3

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  4. Buen relato y capitulo. Ahora voy por café y galletas jeje.

    Un besote y feliz Halloween desde Plegarias en la Noche

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    1. Disfruta de ese café y galletas, Tiffany ;)
      Gracias por leer y comentar.
      Un besazo y feliz Halloween

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  5. Un capítulo muy educativo me ha parecido, en diversos aspectos. Me llama la atención cómo charlan cosas poco habituales y de pronto terminan teniendo sexo. Es como si aún no terminaran de conocerse, pero la atracción sexual es primero. Y luego de este capítulo, Angy me parece una artista totalmente ;) Por cierto, de qué marca son esas galletas? :)

    Dulces besos sabor a canela y dulce semana Dafne.

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    1. Uo, genial que te parezca educativo, aunque no pretendo dar lecciones a nadie *.* Simplemente me parece importante que los protas vayan conociéndose mejor y que sus diálogos lleven a otros escenarios en los próximos capítulos. Pero sí, al final las palabras sobran un poco entre Eric y Angy jajaja
      Son galletas de canela, pero creo que lo que marca la diferencia es la compañía ;)
      Como siempre, gracias por leer, Dulce Vampiro.
      Dulces besos de manzana y canela.

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  6. Me encantan sus conversaciones aunque me pierdo entre tanto término que o no conozco o no entiendo. Pero lo disfruto mucho.

    Besos.

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    1. Como muchos términos se van a repetir, te irás haciendo a ellos poco a poco y te harás toda una experta, Dev ;) Me alegro que aun así te animes a leer y que estés disfrutando de la historia. ¡Mil gracias!
      Un besazo

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