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Capítulo 4. Esclavo
—¿Has conocido a alguien, verdad?
Georgina era alta, delgada y rubia, con
el pelo largo y rizado como una leona. También había heredado los ojos verdes de
la familia, y cuando te miraba daba la sensación de que podía leerte el
pensamiento.
—Sí. —Era imposible mentirle y tampoco
le gustaban los rodeos en las conversaciones—. Se llama Angy. La conocí el
martes por la noche y ayer tuvimos nuestra primera cita.
Estábamos en el porche tomando café
mientras vigilábamos a los niños, que estaban jugando en el jardín. Nuestros
padres y su mujer seguían en el salón, así que estaba claro que quería
aprovechar este rato a solas para cotillear.
—Pasasteis la noche juntos, ¿verdad? —Me
sonrió con una mueca felina—. Se te notaba diferente cuando me respondiste al
teléfono, hermanito.
—Ya... Tu llamada fue tan oportuna como
siempre, Gina.
Enarcó una ceja mientras alzaba su taza.
—Te llamé a las once de la mañana, Eric.
—¡Es sábado! Y te recuerdo que se puede
tener sexo a cualquier hora del día.
—No cuando tienes a dos diablillos
correteando por casa.
Resoplé. Los diablillos estaban jugando
en la arboleda, riéndose y gritando: “¡Voy a convertirme en el Rey de los
Piratas!”
—Bueno, vosotras elegisteis ser madres
—apunté.
—Hablando de elecciones... ¿Cuándo
tienes la prueba médica?
Oh, Gina era experta en darle la vuelta
a las conversaciones.
—El mes que viene —respondí
escuetamente.
—Y Angy... ¿Es una mujer cis?
Intuía por dónde iban los tiros.
—Sí, por lo que tengo entendido es una
mujer cis. Y antes de que preguntes: no, aún no se lo he comentado. ¡Nos
acabamos de conocer!
Levantó las manos en gesto apaciguador.
—A ver, yo también pienso que aún es pronto
para sacar el tema. Pero es un tema bastante serio. Tanto, que puede ser
determinante a la hora de que ella decida mantener una relación contigo.
—Soy consciente de ello. —Entrecerré los
ojos—. Pero si yo no puedo darle lo que ella desea, simplemente tomaremos
caminos separados, al igual que pasó con Sophie y con Joel.
—¡Entonces sí te planteas la posibilidad
de tener una relación estable con ella!
Su entusiasmo me sacó una carcajada.
—A ver, no fue solo un rollo de una
noche para liberar tensión... Creo que desde el primer momento conectamos,
¿entiendes?
—O sea que ya tuvisteis sexo el martes.
—Volvió a enarcar una ceja.
Vigilando que los niños estuvieran lo
suficientemente lejos como para no escuchar nuestra conversación, le conté por
encima nuestro primer encuentro.
—¡Joder, hermanito, cómo te lo montas! —Silbó—.
La verdad es que mí me daría miedo subirme contigo en ese cacharro verde.
—Eh, eh, no insultes a mi preciosa
Kawasaki.
—¿Y cuándo habéis quedado de nuevo?
Por un momento mis ojos se posaron en mi
móvil, que había dejado bocarriba sobre la mesa para estar pendiente de las
notificaciones. Sin embargo, Angy aún no me había escrito.
—Esta noche, inicialmente.
—¿Quedar con quién?
Musa se sentó al lado de su mujer y posó
un beso en sus labios. Al contrario que mi hermana, era bajita, robusta y tenía
el pelo corto moreno. Su piel y sus ojos eran oscuros, de modo que cuando
sonreía sus dientes parecían perlas.
—Con Angy, una chica que ha conocido esta
semana —respondió mi hermana.
—¡Gina!
—¿Qué? Ya sabes que no me gustan los
secretos.
Cuando empleaba ese tono parecía volver
a tener quince años, en vez de treinta y dos.
—No es ningún secreto, pero tampoco te
correspondía decirlo.
Musa nos miraba discutir con aire
divertido.
—Tiene nombre de canción —comentó
entonces, desconcertándonos—. Angie —matizó—, la canción de los Rolling Stones.
—No la conozco —admití.
Mi hermana negó con la cabeza, como si
estuviera decepcionada. Fue a decir algo, seguramente una de sus mejores
pullas, pero justo en ese momento la pantalla del móvil se iluminó y
aparecieron varios mensajes. Atrapé el aparato antes de que Gina o Musa
pudieran leerlos por encima. ¡Y menos mal que lo hice! Pues Angy me describía
la fantasía que quería cumplir aquella noche.
«Perfecto», respondí.
—Uy, uy, uy, vaya sonrisa te han sacado
esos mensajes... La noche promete.
—¡Tío Eric! ¡Tío Eric! ¡Deja el móvil y
ven a jugar!
—¡El deber me llama! —Exclamé para mi
hermana y mi cuñada, dejándolas con las ganas de continuar la conversación.
Apuré el café que quedaba en mi taza, guardé
el móvil en el bolsillo y, apenas unos segundos después, me convertí en pirata
junto con mi tripulación favorita.
***
Skeleton
Moon tenía
ese ambiente febril tan característico de sábado por la noche. Una marea de
cuerpos bailaba al son de música dark disco,
tan pegados unos con otros que costaba distinguir dónde acababa uno y dónde
empezaba otro. Busqué a Angy mientras me movía contra las paredes de la sala...
—Hey, guapo. ¿Te apetece bailar?
Por un momento pensé que me había
interceptado una elfa oscura, pues se trataba de una chica tan alta como yo,
delgada, con la piel casi negra y orejas ligeramente puntiagudas.
—No, gracias, estoy buscando a alguien
—le contesté con suavidad e intenté seguir mi camino.
Sin embargo, ella me volvió a
interceptar.
—Desde aquí no vas a ver nada, guapo.
—Llevaba lentillas de color, de modo que sus ojos refulgían plateados—. ¿Y si
te vienes conmigo a la pista de baile? Quizás ahí la encuentres antes.
Dudé.
—Venga, solo una canción —insistió.
Miré de nuevo hacia la marea de cuerpos.
—De acuerdo —accedí.
Sonrió. Sus dientes eran puntiagudos, como
si se los hubiera afilado para que tuvieran un aspecto sobrenatural. La seguí y
comenzamos a bailar al ritmo de Re
(Visit) de Fee Lion.
Estaba claro que se estaba esforzando en
robar toda mi atención con sus movimientos, pero mis ojos buscaban sin descanso
a Angy; cuando la encontré, fue como si mi corazón fallase un latido y el aire
se me escapó de golpe de los pulmones.
Su pelo caía perfectamente liso a cada
lado de su cabeza, de modo que los mechones blancos enmarcaban su rostro. Sus
ojos azules estaban delineados con una raya gatuna, se había colocado un aro
completo en el septum y sus labios
eran del color de la sangre. Alrededor de su cuello mostraba un collar de perro
y su ropa consistía en un corsé, unos pantalones ajustados y unas botas de
tacón de aguja y caña alta hasta la rodilla. Estaba... Era impresionante.
Angy también me había encontrado y sus
pupilas se clavaban alternativamente en mi compañera de baile y en mí. «Ojalá
no sea celosa», pensé. Decidí provocarla un poco para estudiar su reacción:
agarré a la elfa de la cintura y la empujé contra mis caderas mientras me movía
al son de la música. A esta pareció gustarle mi cambio repentino de actitud y
deslizó sus dedos terminados en uñas larguísimas por mi pecho; mi camiseta
estaba fabricada con el mismo material que un leotardo de malla, así que se trasparentaban
mis tatuajes.
—¡Vaya escaparate! —Exclamó, mordiéndose
el labio inferior con sus puntiagudos dientes.
Continuamos bailando, intercambiando
sensuales movimientos hasta que terminó la canción.
—¿Estás seguro de que no quieres bailar
más conmigo?
Asentí con la cabeza.
—Ya he encontrado a la persona que
estaba buscando.
Sus ojos plateados siguieron la línea de
los míos.
—Fiuuuuu —silbó—. Sí que es guapa, sí.
Pasadlo bien. Y si cambias de opinión, estaré por aquí.
Me dedicó un guiño y se perdió de nuevo
en la pista de baile. Dejé escapar una carcajada y me dirigí hacia donde se
encontraba sentada Angy, en el mismo banco en el que nos habíamos estado
enrollando la primera noche.
—Buenas noches —saludé, tanteándola.
Las comisuras de sus labios estaban
ligeramente elevadas hacia arriba.
—Buenas noches, Eric —respondió sin
levantarse—. ¿Era una amiga?
Oh, iba directa al grano. Una lucecita
de “¡Peligro!” se encendió en mi cerebro.
—No, la acabo de conocer.
—Ah. ¿Estabas intentando ponerme celosa?
—Entornó los ojos.
Pillado.
Me agaché doblando las rodillas de modo
que quedásemos más o menos a la misma altura.
—Puede ser. ¿Te has puesto celosa?
—¿Por qué iba a estarlo? Primero, no
eres nada mío ni yo soy nada tuya.
—Todavía —me atreví a añadir. ¿Estaba
enfadada? Su mirada ardía, azul.
—Todavía —convino, y las comisuras de
sus labios se elevaron un poco más—. Segundo, no me gustan los celos.
—A mí tampoco.
—Y tampoco me gusta que me pongan a
prueba. —Mi sonrisa quedó congelada—. No lo vuelvas a hacer, Eric. Me gustan los
juegos, no que jueguen conmigo.
Tenía toda la razón y me sentí como un
gilipollas por haberla provocado de esa manera.
—Lo siento. No volverá a pasar, Angy —le
prometí sinceramente.
Su expresión se relajó.
—Además, ¿por qué habéis parado? Me
gustaba el espectáculo.
—Porque ya tenemos planes preparados, tú
y yo. —Atrapé su mano derecha para besarle el dorso con suavidad—. Pero, si quieres,
otra noche podemos invitar a una tercera persona.
Angy se rió, y por un momento su risa
cantarina eclipsó cualquier otro ruido del local.
—Mejor centrémonos en esta noche
—replicó, retirando su mano. Seguidamente se desabrochó el collar y me ordenó—:
Acércate un poco más.
Cuando quedé a su alcance, me abrochó el
collar justo debajo de la manzana de Adán. Tragué saliva. Después se inclinó
hacia delante hasta que su boca quedó a la altura de mi oreja izquierda; su
pelo me hizo cosquillas en la mandíbula y mis ojos se perdieron en su escote.
—Esta noche vas a ser mi esclavo —susurró—.
Y, por supuesto, yo voy a ser tu Ama. Cada vez te dirijas a mí, me llamarás de
esa forma. ¿Lo has entendido?
No me costaba en absoluto emplear ese
término; al revés, lo deseaba con toda mi alma.
—Sí, Ama.
Cambió de oreja, provocándome
escalofríos.
—Buen chico.
Llevaba toda la tarde muriéndome de
ganas por descubrir cómo era Angy como femdom.
Ahora, estaba a punto de vivirlo.
—Levántate. Vamos a bailar.
Cuando Angy bailaba el resto del mundo
simplemente desaparecía.
Se colocó de espaldas a mí, subiendo los
brazos por encima de su cabeza y moviendo su culo contra mi entrepierna. Su
espalda se arqueaba de modo que parecía un puente entre nuestros cuerpos. Fui a
acariciarla por encima del corsé, pero ella negó con la cabeza.
—No te he dado permiso para tocarme,
esclavo —murmuró, pero yo la oí clara como el agua.
Retiré las manos, convirtiéndolas en
puños, y las coloqué detrás de mi espalda para auto-controlarme.
—Perdóname, Ama.
—Hmmm... Y no apartes las caderas.
Quiero notar en todo momento lo perro que te pongo.
Mi cabeza quedaba a suficiente altura
como para ver desde arriba la parte superior de su torso. El sudor perlaba su
piel; las gotitas se deslizaban por su cuello desnudo, bordeando la curva de
sus clavículas, perdiéndose en su escote... Me imaginé atrapándolas una a una
con mi lengua, y mi erección palpitó contra su culo.
Estuvimos bailando aproximadamente media
hora. Entonces ella chasqueó los dedos y me indicó que saliéramos de la pista
de baile.
—¿Tienes sed?
—Sí, Ama.
Nadie parecía estar al tanto de nuestra
dinámica. Y, si acaso alguien lo estaba, lo pasaba por alto.
—Ve a por una botella de agua.
Me dirigí a la barra para cumplir la
orden lo más rápido posible.
Angy abrió la botella y dio largos
tragos, saciando su sed. Yo esperé mi turno pacientemente. Cuando ya se había
bebido la mitad, me hizo un gesto para que me acercase.
—Siéntate en el banco y abre la boca,
esclavo.
Acaso iba... Oh, sí. Angy dio otro sorbo
a la botella, pero en vez de tragar, aguantó el agua en su boca y luego la
escupió en la mía. Mi erección palpitó.
—¿Quieres más?
—Por favor, Ama —rogué.
Me dio de beber de esa manera dos veces
más. Luego regresamos a la pista de baile, colocándonos de la misma manera que
antes. Para ese momento estaba tan duro que me dolía, y el roce de nuestros
pantalones incrementaba la sensación. Placer y dolor. Dolor y placer. Además,
no poder tocarla se había convertido en otro tipo de tortura.
Unas pocas canciones después comencé a
gemir inevitablemente contra su oído.
—Ama, necesito...
—Oh, ¿los esclavos tienen necesidades?
—Estaba cumpliendo tan bien su rol que su tono sonó cruel e insensible—. La
única necesidad de un esclavo es complacer a su Ama.
—No podré complacerte con tanta ropa de
por medio...
Angy se dio la vuelta, cortando todo
contacto.
—¡Oh, qué insolente! Como si tu polla fuera
lo único que pudiera complacerme.
Me miró como si fuera una criatura
insignificante.
Temblé ante esa mirada.
—Primero intentas ponerme celosa, luego
me tocas sin mi permiso, después te intentas apartar y ahora me respondes con
insolencias. Lo que realmente necesitas es que alguien te ponga en tu lugar. —A
pesar de la diferencia de altura, con aquella pose me resultaba imponente—. Hemos
terminado de bailar.
Sin más dilación, nos dirigimos al
guarda-ropa a por nuestras cosas.
Subimos los escalones del local, yo
convertido en su sombra, y el esqueleto que bebía en la Luna nos vigiló hasta
que alcanzamos mi Kawasaki. Angy se puso el casco y se acomodó en el sillín,
mientras yo me pegaba contra el tanque y arrancaba.
—Esta vez ahórrate el paseo. Quiero que
llegues a mi casa en menos de cinco minutos. —Vi por el rabillo del ojo la luz
de su móvil—. Si no, el castigo será aún mayor.
¡Cinco minutos! En la ciudad me tendría
que saltar todos los semáforos y el límite de velocidad para conseguirlo. Y si
saliera a la circunvalación...
—Lo intentaré, Ama.
Durante el trayecto me centré en la moto
y en la carretera. Habían pasado cuatro minutos cuando llegamos al Sector 7 y
ya paladeaba mi victoria, cuando un camión se cruzó con nosotros y se detuvo en
un semáforo, impidiéndonos el paso.
—¡Mierda! —exclamé entre dientes. Angy
apretó su agarre contra mi estómago.
Esperé impaciente a que se moviera de
nuevo. Cuando aparqué frente al portal nº 96, Angy anunció:
—Seis minutos y treinta y dos segundos.
Su tono era una mezcla contradictoria de
decepción y regocijo; admito que yo me sentía igual.
Cuando entramos en el portal y subimos
en el ascensor, no nos tocamos. Nos mantuvimos cada uno en una esquina, dejándonos
envolver por un silencio expectante. Luego Angy me abrió camino por su
apartamento y me condujo de nuevo hasta su dormitorio. Me fijé que sobre la
cama reposaba una máscara de cuero y un bozal de metal...
—La máscara es para mí. El bozal, para
ti. —Angy cerró la puerta—. Y esto es para ambos.
Me giré.
En la parte interna de la puerta Angy
había montado una Cruz de San Andrés con un set de tiras de poliéster; cuatro
tiras se cruzaban contra la madera, dos diagonales y otras dos horizontales
arriba y abajo para evitar su deslizamiento lateral, de modo que en las
esquinas se creaban cuatro puntos de seguridad en forma de L. Cada una de estas
esquinas disponía de piquetas con argollas enganchadas a unas esposas a juego.
—¿Te gusta la cruz, esclavo?
Era realmente espectacular. ¿Por qué no
se me había ocurrido comprar una de esas antes?
—Mucho, Ama.
Angy sonrió.
—Sé un buen chico y pídemelo.
Suspiré.
—Por favor, átame, Ama.
Me atrevería a decir que todas las
personas tenían algún tipo de kink, y
que a la mayoría de las parejas les gustaba probar cosas nuevas. Ataduras,
juegos con frío y calor o dirty talking,
por ejemplo. Pero, en mi opinión, mantener una dinámica de D/s estaba
completamente a otro nivel. El juego mental, la entrega de la persona sumisa a
la persona dominante y lo que recibe con esa entrega, la tensión sexual, la
paciencia, el ansia... Aquello no se conseguía ni con cualquier persona, ni de
cualquier manera.
Confieso que tenía un poco de miedo de que
Angy no consiguiera mantener la tensión como femdom. Ella misma me había explicado que había tenido pocas
oportunidades de desarrollar esa faceta. Sin embargo, en aquellos momentos de
la noche no tenía ninguna duda de que la experiencia iba a ser maravillosa y
que pronto querríamos repetir.
—Quítate toda la ropa excepto el collar.
Le obedecí.
—Ahora, ponte a cuatro patas en el
suelo.
Lo hice. Angy me colocó el bozal y
observó el resultado desde arriba. Su rostro reflejaba la felicidad más
absoluta y noté un calor muy agradable extendiéndose por mi pecho. Me acarició
la cabeza con una mano.
—Tu pelo rapado es tan suave como el
terciopelo. Me encanta su tacto... Pero, por otro lado, es una pena que sea tan
corto. No puedo enredar mis dedos en él.
Me rascó suavemente en la nuca y detrás
de las orejas. Se sentía tan bien que por un instante me olvidé que era un
humano y gruñí cuando se detuvo.
—Levántate para que te ate a la cruz,
esclavo. Es hora de tu castigo.
Había dos lobos en mi interior. Uno
deseaba revelarse, agarrarle de las piernas, hacer que cayera y follarle contra
el suelo para liberar la tensión. El otro deseaba entregarse y recibir el
castigo porque sabía que después iba ser recompensado. ¿Cuál de los dos lobos ganaría?
Me dejé atar cara a la puerta, de modo
que me vi obligado a girar la cabeza por el voluminoso bozal y mi polla quedó
presionada contra la madera. Las cintas apretaron deliciosamente mis muñecas y
mis tobillos, los brazos y las piernas extendidas, convirtiéndome en una
versión del Hombre de Vitruvio a cuyo
dibujante le gustaba el BDSM.
Vi por el rabillo del ojo cómo Angy se
ponía la máscara de cuero y extraía de debajo de la almohada un objeto, negro y
alargado.
—Cuando nos conocimos me preguntaste si
era un ángel o un demonio. Después de esta noche probablemente llegues a una
conclusión.
Con cada palabra golpeó contra su mano
lo que ya no me quedaba ninguna duda de que se trataba de una fusta, y mi
estómago dio un vuelco por la anticipación.
—Tu palabra de seguridad va a ser
“manzana”. Repítelo.
Sentí una especie de dejà vu por la noche anterior.
—Mi palabra de seguridad es “manzana”.
—Te voy a azotar diez veces, ¿de
acuerdo? —Se situó detrás de mí y se dedicó a acariciar mi piel con el extremo
de cuero—. Cuatro por tus faltas, cinco por los minutos que debería haber
durado el trayecto y una de regalo.
A pesar de su declaración de
intenciones, aquella caricia era tan agradable que consiguió que me relajase de
nuevo. Recorrió mis brazos, mi espalda...
—Tienes tatuado un uróboros... Aquí.
—Situó la fusta entre mis omóplatos—. La serpiente que se muerde la cola, que
representa el ciclo sin fin, la dicotomía entre el bien y el mal...
Recorrió el resto de mis tatuajes,
bajando por mi espalda, mi culo, mis piernas... Me tensé cuando volvió a subir
y presionó la fusta contra mis testículos. Instintivamente intenté cerrar las
piernas, pero las argollas me lo impidieron.
—Me
encanta esta imagen.
Aguanté la respiración.
—Oh —exclamó, sorprendida—, me gusta que
no tengas tatuajes en el culo. Mejor, así se verán los azotes.
Volvió a subir la fusta, delineando mis
nalgas.
—Pero no nos demoremos con palabrería...
El primer golpe cortó el aire y se
estrelló en mi culo. Picó más que doler, pero se convirtió en un disparo de
adrenalina en mis venas.
Con el segundo y tercer azote me di
cuenta de que Angy estaba tanteando nuestros límites; por su parte, la dosis de
dolor que era capaz de infligir, y por la mía, cuánto dolor era capaz de
aguantar. Se dio cuenta de que yo era capaz de recibir mucho más, pues a partir
del quinto golpe fue aumentando la intensidad hasta que empecé a retorcerme.
Además, entre fustazo y fustazo daba golpecitos suaves sobre mi piel, haciéndola
enrojecer. Mi polla se frotaba contra la madera, estimulándome, y el bozal
apretado contra la mandíbula me ponía aún más. Gemía y gruñía, sin poder
evitarlo. Mi culo escocía. El dolor era abrupto y directo. Y cuando me fustigó
por última vez, no quería que parase.
—Perfecto. Ahora, la guinda del
pastel...
Vi por el rabillo del ojo cómo se
agachaba y aproximaba su boca a mi nalga derecha. Marcó mi piel castigada con
un beso de carmín, rojo oscuro, y se incorporó de nuevo, no sin antes darme un
último toquecito entre las piernas con la fusta. Ese detalle me puso a cien.
—Ahora, te voy a desatar para darte la
vuelta y que quedes frente a mí.
Me dejé hacer, encantado de poder
observar a Angy en todo su esplendor. Sus ojos azules brillaban detrás de la
máscara, que cubría la parte superior de su cabeza y poseía un par de cuernos
demoniacos. Dejó la fusta sobre la cama y alcanzó un bote de lubricante. Lo
abrió con un clic y se untó
generosamente la mano derecha; seguidamente sus dedos me agarraron del sexo y
comenzó a masturbarme, despacio y tortuosamente.
—¿Cuánto mides y cuánto pesas?
—Mido un metro ochenta y siete... y peso
noventa y dos kilos, Ama —jadeé.
—Me pone muchísimo ser capaz de hacer
gemir como un cachorrito indefenso a un hombre de metro ochenta y siete y
noventa y dos kilos de puro músculo.
Eso tenía un nombre: size kink. Quería decirlo en voz alta,
pero lo único que escapó entre mis labios fue otro gemido. Ahora era mi culo
dolorido el que rozaba contra la puerta con cada movimiento, y mis muñecas y
tobillos comenzaban a quejarse por el forcejeo. Angy tenía los labios
entreabiertos, concentrada en el rapto de mi polla entre sus dedos, dura y
resbaladiza...
—Ama, tengo ganas...
Me sentía como si me encontrase en la
cima de una montaña y lo único que desease fuera lanzarme al vacío.
Sin parar, Angy se inclinó hacia delante
y me susurró al oído:
—¿Quién es mi esclavo?
—Yo, Ama.
—¿Mi siervo?
—Yo, Ama...
—¿Mi putita?
—¡Yo, Ama!
—¿Te vas a correr para mí?
—Sólo si me lo permites...
Por un momento pensé que iba a arruinar
mi orgasmo; que dejaría de tocarme en el último momento y yo me vería limitado
a correrme por un acto reflejo. Pero Angy no era tan cruel. Se arrodilló y
terminó de follarme con la boca, volviéndome loco con su lengua. Me corrí con
un aullido y tragó hasta la última de las gotas, relamiéndose.
—Buen chico. —Me acarició el cuerpo
conforme me desataba definitivamente—. ¿Estás dispuesto a ser completamente mío
esta noche, Eric?
—Por supuesto...
Se mordió el labio inferior.
—Entonces, sígueme.
Me condujo hasta el baño. Era bastante
clásico; tenía el inodoro enfrentado al bidé, al lado el lavabo con el espejo,
y contra la otra pared había una bañera. Las baldosas eran de color morado claro,
combinando con el blanco de la porcelana.
—Métete en la bañera y arrodíllate.
Así lo hice, expectante. Angy se
desvistió y también se metió en la bañera, quedándose de pie.
—¿Cómo marcan los perros su territorio,
esclavo?
Recordé los mensajes que habíamos
intercambiado durante el día.
—Con orina.
Mi polla palpitó entre mis piernas. Angy
ya tenía mi consentimiento explícito respecto al pissing, pero aun así preguntó en voz baja:
—¿Estás de acuerdo?
—Adelante, hazme Tuyo —sonreí.
Abrió un poco las piernas, mostrándome
su sexo, rosado y húmedo por su excitación. Colocó los dedos un poco más abajo
de su tatuaje, Goth Girl, para
levantar la carne, y un chorro de orina salió disparado e impactó en mi pecho.
Arqueé la espalda para recibir la lluvia dorada de mi Ama, estremeciéndome por
su calor. El fluido se deslizó por mi piel, mojando también mis piernas. Me
gustaba su olor, caracterizado por las hormonas liberadas por el sexo.
Angy gimió cuando terminó; parecía no
creerse lo que acababa de hacer. Me quitó el collar y el bozal y los tiró
encima del montón de ropa. Luego se arrodilló frente a mí y me besó.
—¿Todo bien, Eric?
—Mejor que bien, Angy. ¿Te ha gustado?
—Mucho.
—A mí también.
Nos volvimos a besar.
Después nos duchamos con agua caliente
para descargar la tensión y el resto de la noche nos dedicamos a follar en la
cama, como iguales.
"Ti sposerò ogni giorno" Frida Castelli / Instagram: @fridacastelli |
Plas, plas, un capítulo donde se han dejado sentir y conocerse un poco más , una pareja que nos van a dar momentos divinos . Me gustan ambos , creo que son tal para cual , pero no sé algo nos tienes preparado para que no todo sea happy ajjaja. Un besazo cielo y regresa pronto con el siguiente capítulo .
ResponderEliminarEspero que os gusten de esos momentos ;P
EliminarA ver, no todo va a ser happy, pero tampoco quiero torturarles (o al menos, no de una forma que Angy y Eric no vayan a disfrutar), pues para cosas malas ya tenemos la vida real.
Voy pensando en el siguiente capítulo. ¡Gracias por leer!
Un besazo, Campirela
Angy al poder! confieso que al leer su nombre ya había pensado más de una vez en la canción de los Stones y reí con la manera en cómo usaste Putita en el relato ;) Pero ese inicio y la charla con la hermana de Eric, me dejó intrigado. Otro buen capítulo que he disfrutado, no tanto como lo disfrutó Eric obviamente :)
ResponderEliminarDulces besos de manzana y dulce semana Dafne.
Aissss, era una referencia muy necesaria la canción de las piedras rodadas ;P
EliminarMe alegro de que te gustase cómo empleé tus palabras, pues no eran nada fáciles. También me podéis plantear vuestras teorías sobre la charla de Gina y Eric, a ver si lo adivináis...
Mil gracias por leer, Caballero <3 A mí me dejan con una sonrisa vuestros comentarios.
Dulces besos de manzana y dulce semana
Buen capítulo, con esa Angie con ganas y necesidad de vivir y gozar.
ResponderEliminarUn abrazo
¡Para eso está la vida! Para gozarla ;)
EliminarUn besazo, Albada
Solo puedo aplaudir, porque me has dejado sin palabras.
ResponderEliminarBesos.
Oh, muchas gracias, Dev :3
EliminarUn besazo
Muy interesante, a la espera del siguiente capítulo. Gracias y un abrazo.
ResponderEliminar¡Gracias a ti por leer, Xan!
EliminarUn abrazo
Se dieron vuelta los roles y les funcionó muy bien.
ResponderEliminarBien contado. Besos.
Al fin y al cabo, Angy y Eric son switch ;)
EliminarMe alegro de que te haya gustado, Demi.
Un besazo
Me rindo a tus pies Dafne !!
ResponderEliminarMe ha encantado ver mis palabras La Cruz de San Andrés, La Fusta y alguna mas :)
sonrio :)
Me encanta tu manera de narrar, eres única!! La Mujer al Poder !! Plas plas !! ...no ha faltaldo de nada.
Besitos preciosa y deseando mas partes...
Awwww, gracias, Cora, por tan efusivo comentario :D Yo también sonrio.
EliminarMe alegro de que os esté gustando y que lo estéis disfrutando. Voy pensando en el siguiente capítulo.
Un besazo enorme.
Me ha gustado este cambio de rol y también soy de las que no le gusta que la pongan a prueba ,) te felicito, señorita escritora.
ResponderEliminarMil besitos, linda y muy feliz semana ♥
¡Me alegro de que te haya gustado, Auro!
EliminarMil gracias :3
Un besazo enorme y feliz semana <3
Excelente capítulo Dafne 😍
ResponderEliminarUn besote desde Plegarias en la Noche
¡Gracias, Tiffany!
EliminarUn besazo <3
¡Cómo me gusta leerte y sentirte en lo erótico!, disfrutar de la picardía e, incluso de cierta, inocencia. Como los adultos que conservan algo de su adolescencia. He tenido que repasar anteriores capítulos porque ando perdida, bien lo sabes, pero este cambio de rol no está nada pero que nada mal. Habla mi lado dom :-9
ResponderEliminarUn beso enorme, Dafne.
Disfruta de esta semana. Parece que hace algo de calorcillo.
Ay, Mag */////* Teniendo en cuenta que te veo como a una de mis bloggeras favoritas por tus poemas y relatos eróticos (sobre todo los del Tacto del Pecado), para mí significan mucho tus palabras.
EliminarMe alegro mucho de que te esté gustando la historia y espero que la balanza de Dom y Femdom esté equilibrada :3
Un besazo y sí, parece que ha vuelto el calor... Mejor para las fiestas ;)