Aviso de contenido +18
¡Ojalá los fines de semana fueran
eternos! Pero el lunes llegó, inevitablemente, e inevitablemente había que
trabajar. Por suerte, las jornadas se hicieron más amenas gracias a los
mensajes que intercambiaba con Angy.
«¿Qué tal en la piscina?» le pregunté el
martes.
Angy me mandó una foto en bañador,
mostrándome parte de su espalda, su culo y la mitad de sus muslos; la tela
apenas cubría la rojez de sus nalgas.
«Después de varios largos he conseguido
ahogar la vergüenza», envió un guiño.
«Yo he enseñado con orgullo mis marcas en
el vestuario.»
La empresa de construcción para la que
trabajaba había convertido un par de contenedores en vestuarios de modo que los
albañiles pudiéramos cambiarnos de ropa al llegar y al salir de la obra.
Le mandé un selfie vestido de uniforme antes de dejar mi móvil en mi taquilla,
así que no pude leer su respuesta hasta el siguiente descanso.
«¡Fiu! Sonará a cliché, pero los uniformes...»
Emoticono de fuego.
«¿Tú cómo vas vestida?»
A los pocos minutos me mandó la foto frente
al espejo de un baño de oficina. Llevaba un conjunto de chaqueta y falda de
color gris, y una blusa blanca anodina. Su pelo estaba recogido hacia atrás en
una coleta, se había quitado los piercings
y sus ojos estaban enmarcados en unas gafas de pasta negras. Su maquillaje era
neutro, sencillo; me parecía preciosa en todas sus facetas.
«Es ropa aburrida de oficina», contestó.
«No sabía que necesitases gafas.»
«Sólo para trabajar en el ordenador y
leer.»
«¿Qué zapatos llevas?»
Me mandó una foto desde arriba,
mostrándome unos zapatos de tacón cómodos para trabajar y las pantorrillas
cubiertas por medias negras.
«¿Echas de menos mis pies o qué?»
Como respuesta, le mandé una foto nada
sutil del bulto que se marcaba en mis pantalones.
«Cada minuto.»
Y se terminó el descanso.
Durante el resto de la jornada no pude
evitar seguir pensando en las fotos de Angy, y se me ocurrió una idea para
dotarle a su conjunto un poco de su esencia kinky
sin que ninguno de sus compañeros se diera cuenta. Se lo planteé en un mensaje
y ella me respondió por la noche:
«De acuerdo, llevaré lo que me dices,
pero solo si mañana te pasas por mi casa después del trabajo. *Carita de ángel*
Podemos cenar y pasar la noche juntos, así te ahorras viajes en moto.»
Como salí antes que Angy de trabajar,
paseé desde la obra hasta su edificio y esperé pacientemente en las escaleras
de su portal. Una vecina de mediana edad me miró mal cuando entró, así que le
di las buenas tardes con una sonrisa lobuna. También salieron una pareja con
niños pequeños y un chico que se tropezó con el último escalón al girarse para
mirarme; no pude distinguir si su expresión era de miedo o fascinación, quizás una
mezcla de ambas.
Veinte minutos después, percibí la
silueta de Angy caminando por la acera.
—¡Perdona por la tardanza, Eric!
—Resopló en cuanto llegó a las escaleras—. El cretino de mi jefe me mandó
revisar unos datos en el último momento.
—No te preocupes —le quité importancia—.
He estado conociendo a tus vecinos... Hay una mujer (rubia platino, mediana
edad, ojos marrones) que me ha resultado encantadora.
Captó al instante la ironía en mis
palabras y me explicó mientras abría la puerta:
—Es la del 5ºA, precisamente. Se ha
divorciado hace poco y su marido ha conseguido la custodia de sus hijos. Una
noche nos cruzamos, yo vestida y maquillada completamente de gótica, y pegó tal
chillido que varios vecinos salieron a ver qué pasaba. Es una «Karen», ¿entiendes?
—Oh, entiendo... He traído la cena, por
cierto. —Alcé una bolsa que contenía un par de tuppers.
Angy abrió mucho los ojos.
—¡No hacía falta!
—No es nada especial... Un poco de
ensalada de escarola con granada, pollo al curry y de postre tiramisú.
Parecía haberse quedado sin palabras
mientras subíamos en el ascensor.
—De acuerdo. —Sonrió finalmente; tenía
los dientes blancos, ni muy grandes ni muy pequeños, perfectamente ordenados.
¿Quizás había llevado brackets de
adolescente?—. Gracias. La verdad es que me muero de hambre.
Las puertas metálicas se abrieron y
entramos en su apartamento.
—¿Te importa esperarme en la cocina,
Eric? Voy un momento al baño.
—Todo el tiempo que necesites... ¿Voy
preparando la mesa?
—¡Mi cocina es tu cocina! —Me guiñó un
ojo antes de desaparecer por el pasillo.
Era curioso que con el poco tiempo que
llevábamos quedando, nos fuera tan natural compartir el mismo espacio.
Serví el contenido de los tuppers en varios platos, guardé el
tiramisú en el frigorífico para sacarlo al final, coloqué los cubiertos y llené
un par de vasos con agua. Seguí con la punta de los dedos los arabescos del
mantel, distraído...
—¡Ya estoy!
Angy apareció en la cocina con las
mejillas ligeramente arreboladas. Se había quitado la chaqueta, arremangado las
mangas de la camisa y desabotonado los primeros botones, mostrando su generoso
escote. Se me hizo la boca agua, y no precisamente por la comida.
—¿Cenamos? —Carraspeé.
—Adelante. —Nos sentamos uno frente al
otro, como la primera vez que habíamos desayunado—. ¿Qué tal tu día, Eric?
No sonaba a pregunta simplemente
cordial, sino que se notaba su interés genuino por conocer qué tal había ido mi
día.
—Ha estado bien. Ya casi hemos terminado
el esqueleto de la obra, así que pronto comenzaremos con las paredes, los
tabiques estructurales y el armazón.
—Me gusta ver cómo avanzan las obras y
al final imaginarme cómo han quedado los apartamentos. ¡Hum, la cena está
riquísima!
—Gracias. —Angy había empezado por el
pollo, mientras que yo por la ensalada, dulce, salada y ácida al mismo tiempo—.
Por curiosidad, ¿estás de alquiler o has comprado este apartamento?
—Alquiler. ¿Y tú?
—Yo he dado la entrada de mi apartamento
hace un poco menos de un año. O sea, he vendido mi alma al Diablo y estoy
hipotecado. —Nos reímos—. Tal y como están los alquileres ahora mismo me
rentaba más.
—Ya... En mi caso, como el propietario
es amigo de mis padres, el precio de mi alquiler es casi simbólico.
—Sinceramente, creo que cuando nos
hacemos adultos y empezamos a trabajar, por el simple hecho de contribuir a la
sociedad se nos debería conceder una vivienda. Luego ya que cada cual se compre
su casita en el pueblo o en la playa.
—¿Te parece mal que haya gente que viva
de las rentas?
Bebí un poco de agua antes de responder:
—Me parece mal que haya gente que tenga
decenas de casas y familias que no tengan ninguna.
—Já, mis tíos son rentistas y siempre se
enfadan conmigo por decir eso mismo, pero es que me parecen malas personas por
aprovecharse. ¿Alquileres de 1000€ al mes? ¡Con ese dinero te compras una casa!
De hecho, y espero que esto no te moleste ya que trabajas en la construcción, creo
que en muchos casos merece más la pena reformar edificios que construir nuevos.
—Totalmente de acuerdo. Que aún haya
edificios sin calefacción, sin ascensor o sin aislantes térmicos adecuados... —Chasqueé
la lengua.
Estuvimos hablando un rato más sobre la
expansión de los barrios, la creación de nuevos sectores mientras otros se
caían a pedazos, las buenas y malas construcciones...
—Algunas oficinas de mi empresa tienen
los radiadores instalados al revés —me comentó medio riéndose.
—¿En serio?
—Sí, sí... Y cuando inauguraron la
empresa, al año siguiente tuvieron que cambiar entera la instalación eléctrica
porque no habían puesto toma de tierra.
—Vaya chapuzas. La empresa es
EstadisTIC, ¿verdad? Indagaré sobre quién construyó el edificio.
—¿Y este edificio qué tal lo ves?
Angy extendió los brazos como si pudiera
abarcar el edificio entero.
—No está mal. —Lo analicé con ojo
crítico—. Tiene unos diez años, así que es relativamente nuevo. Todos los
portales tienen ascensor y escaleras, también hay escaleras exteriores de emergencia...
Y garaje. Para mí eso es bastante importante. ¿Tú tienes coche?
Negó con la cabeza.
—Me saqué el carnet con 18 años, pero no
he conducido mucho. En la ciudad prefiero usar el transporte público y cuando
visito a mis padres, por ejemplo, viajo en tren.
—Prefieres que te lleven, ¿no?
—¡Exacto! —Volvimos a reír—. Además,
tener un coche es caro.
—Pero por libertad de movilidad
compensa.
Hizo un gesto como que no estaba muy de
acuerdo con ello.
—¿Aparte de la moto tienes también
coche?
Asentí con la cabeza. Tenía un precioso Kia
Sportage, aunque aún me quedaban un par de años para terminar de pagarlo.
Entonces nos sumimos en un debate sobre
cuáles eran las ventajas y desventajas de los coches y las motos frente al
transporte público. Había varios puntos en los que no coincidíamos, pero la
conversación fue muy divertida.
—En un autobús o en un tren puedes hacer
más cosas que en un coche —argumentaba Angy—. No te tienes que preocupar de la
carretera. Puedes leer, escribir, estar con el portátil o con el móvil,
levantarte para caminar, ir al baño...
—¡Pero si lo mejor de viajar es parar en
lugares en los que de normal no pararías! Perderte y conocer rincones inexplorados...
Además —clavé mis ojos en los de ella—, en un coche puedes hacer cosas que no puedes hacer en un autobús
lleno de gente.
—Bueno, si te pone hacerlo en lugares
públicos... Solo hace falta un poco de discreción.
—Ni tú ni yo somos personas precisamente
discretas. —Preso por la curiosidad le pregunté directamente—: ¿Has tenido sexo
en un autobús o en un tren?
Angy suspiró.
—La verdad es que no. Pero he tenido
sexo en una moto —me guiñó un ojo.
—Ya lo repetiremos. Y también iremos a
ver las estrellas en mi coche.
Angy asintió, con los ojos brillantes
por la emoción. Luego nos quedamos unos segundos en silencio...
—¿Saco ya el postre?
Cuando se levantó para abrir el
frigorífico no pude evitar fijarme, una vez más, en la falda que marcaba
perfectamente su culo y en sus piernas enfundadas en las medias.
Tragué saliva.
—Claro.
Sirvió un poco de tiramisú para cada uno.
—Podemos ir al sofá a ver un poco la
tele para reposar la comida. ¿Te apetece un café? —Ofreció.
Eran las ocho y media pasadas.
—Claro.
Nos trasladamos con el postre y el café
al salón. Angy encendió la tele y dejamos un programa de música para jugar a
adivinar las canciones y los grupos que iban apareciendo.
—¡In the end, de Linkin Park! Es uno de los
mejores grupos de todos los tiempos...
Al principio nos habíamos colocado cada
uno en un extremo, pero poco a poco nos fuimos acercando.
—¡Evanescence! ¡Bring me to life!
La
banda sonora de cualquier adolescente gótica de los 2000s.
Apoyó una mano en mi muslo, con una
mirada cómplice.
—Esta no la conozco...
—Es Angelson the moon de Thriving Ivory. Es un buen grupo, pero desgraciadamente poco
conocido.
Coloqué el brazo por encima de sus
hombros.
—Toxicity, de System of a
Down. ¡Un
clásico!
En los platos ya sólo quedaban las
migajas y en las tazas los posos de café.
—Halestorm. I miss the misery…
Brutal.
Sus irises me atravesaban como dos
cuchillas de fuego azul.
—Y esta es Sex on fire, de
Kings of Leon.
Era imposible que una canción así no nos
encendiera definitivamente. Me incliné sobre su boca y ella fue al encuentro de
la mía. Nuestras lenguas bailaron la una con la otra, profundizando el beso
como si quisiéramos devorarnos.
—¿Lo llevas? —Le pregunté, haciendo
referencia a la conversación del día anterior.
—Sí. Y también llevo otra sorpresa...
Se levantó y se colocó en mitad del
salón para que pudiera ver perfectamente cómo se desnudaba.
Sus dedos buscaron la cremallera de
falda; al bajarla, la tela quedó holgada de repente y cayó a sus pies. Las
medias se cortaban en la parte superior de sus muslos y ya se podían ver
algunas de las tiras de cuero. Después desabotonó uno a uno los botones de la
blusa, que siguió el destino de la falda.
And you
Your sex is on fire!
El sujetador era blanco, de copas lisas,
sencillo. El tanga negro a juego con las medias. Lo que no me esperaba es que
el arnés fuera rosa claro.
—Es el único que no se transparentaba
debajo de la camisa —explicó Angy, ruborizada.
—Me encanta. —Tiré un poco de mis
pantalones para aliviar la presión—. Quítate también la ropa interior, por
favor.
Jugando con las tiras, consiguió
quitarse el sujetador y el tanga. Los lanzó hacia el sofá y los atrapé al
vuelo. Me di cuenta de que la tela ya estaba empapada, uf...
—Quiero que me azotes de nuevo —me
pidió, su voz temblando ligeramente por la excitación.
Me levanté hasta colocarme a su lado. Le
deshice la coleta y le peiné el cabello con los dedos. Me sentía enorme a pesar
de que siguiera calzada con esos zapatitos de tacón. Enredé los dedos en su
nuca y tiré hacia atrás, obligándola a mirarme alzando la barbilla.
—¿Esta vez no vas a comportarte como una
brat para conseguirlo?
—El trabajo me ha agotado el brattiness, me temo —hizo un pequeño
puchero.
—Lo dudo —bufé—. ¿Qué pared compartes
con tu vecina Karen?
—Esa:
Señaló la pared en la que estaba apoyada
la televisión.
—Perfecto.
La solté y me alejé de ella. Agarré una
de las sillas de madera que se encontraban junto a la mesa del salón y la
deposité a un metro de la pared; poseía reposabrazos, así que era perfecta para
lo que tenía en mente.
—Siéntate con las piernas abiertas
encima de los reposabrazos, sujetándote al respaldo y mirando hacia la pared.
Angy se colocó como ordenaba con cierta
dificultad.
—¿Así?
—Que los pechos queden en el borde...
Arquea la espalda un poco más...
Los reposabrazos de la silla le
obligaban a mantener las piernas completamente abiertas, de modo que su culo
quedaba en el aire y su sexo estaba totalmente expuesto, así como... Abrí mucho
los ojos, sorprendido.
—¿Has llevado esto todo el día?
Una joya anal con una amatista en forma
de corazón relucía entre sus nalgas. Angy se rió suavemente y me intentó mirar
por encima del hombro.
—Solo desde que llegamos. ¿Te gusta?
—Gustar se queda corto... —Resoplé; no
se podía ni imaginar lo mucho que me ponía verla así.
Le propiné un azote juguetón antes de colocarme
frente a ella y agacharme para quedar cara a cara.
—Te voy a azotar con la mano, ¿de
acuerdo?
Comenzó a asentir con la cabeza, pero
rápidamente lo formalizó con palabras:
—De acuerdo.
—Tu palabra de...
—Mi palabra de seguridad es “luna”.
—Buena chica... —Le acaricié la mejilla—.
Va a ser una sesión más larga y más dura que la primera vez, ¿entiendes, Angy?
Pero si la aguantas bien, después haré que te corras hasta dejarte cumdumb. ¿Estás de acuerdo con eso?
—Por favor y gracias —murmuró.
La besé de nuevo, un beso suave y
relativamente rápido.
Seguidamente volví a colocarme detrás de
ella, frotando mis manos, y esperé. Sabía que desde ese ángulo Angy no podía
verme, así que la expectación flotaba en el ambiente; de fondo se reproducían
canciones de rock alternativo de los años 90s y los 2000s.
El primer azote le hizo soltar el aire
de los pulmones de golpe, probablemente porque fue más fuerte de lo que
esperaba.
—Las marcas del fin de semana han
empezado a desaparecer. —Chasqueé la lengua—. Hay que remediarlo.
A los pocos minutos el color de sus
nalgas comenzaba a parecerse al del viernes por la tarde, y eso que no estaba
utilizando el cinturón. Sin embargo, Angy apenas gemía quedamente y aguantaba
las lágrimas.
Le tiré del pelo hacia atrás, parando de
repente.
—No te contengas, Angy. Quiero que tu
vecina te escuche... Que todo el edificio te oiga perfectamente.
—Entonces tendrás que darme más fuerte.
—Brat...
Me alegraba de que mis manos estuvieran
encallecidas, pues podía aplicar bastante fuerza sin que me picasen las palmas.
Aceleré el ritmo, cambiando de una nalga
a otra. El volumen de sus gemidos comenzó a incrementarse.
Una de las veces en las que se suponía
que debía cambiar de la izquierda a la derecha, mi mano aterrizó en su sexo,
consiguiendo arrancarle un grito que recorrió nuestros cuerpos como una
descarga eléctrica.
—Joder, Eric...
—¿Qué pasa? ¿Nunca te han azotado el
coño, o qué? —Le propiné varias palmaditas seguidas, más suaves—. Oh, pero si
estás chorreando, brat. Esto es
precisamente lo que querías, ¿verdad?
—Sí...
—¿Y quieres que siga azotándote el culo
y el coño?
—¡Sí!
Aferré el arnés a su espalda para
mantenerla en posición mientras que con la otra mano la azotaba sin cesar,
cinco veces en una nalga, cinco en la otra, una en el coño, y vuelta a empezar.
Ya no se aguantaba, sino que gritaba y gemía libremente, mientras pedía más.
Eso sí que era música para mis oídos.
Sus muslos estaban tensos sobre los
reposabrazos, intentando cerrarse, impotentes, y la joya anal temblaba debido a
los espasmos de sus músculos.
—¿Querrás que te folle el culo, Angy?
—¿Por qué crees... que me he puesto...
la joya? ¡Agh! Eric, creo que... empiezo a tener... ganas de correrme...
Cambié la frecuencia de los azotes, dos
veces en una nalga, dos en la otra y tres en el coño, buscando estimular
directamente su clítoris. Pareció surtir efecto, pues Angy se tensó tanto que
temí que rompiera la madera, y al enésimo golpe se corrió violentamente, eso
sí, sin squirt. Interesante...
Me agaché y la besé mientras su orgasmo
pasaba.
—Buena chica... ¿El lubricante está en
tu dormitorio?
—Está en el baño. —Respondió, más
calmada—. Me he lavado bien, así que puedes hacerlo sin condón, si quieres.
—¿Estás segura?
Le miré a los ojos, buscando el 100% de
convicción en su mirada. Ambos estábamos seguros de que no teníamos ninguna
enfermedad de transmisión sexual, pero aun así seguía siendo una zona delicada.
—Sí. Y también puedes correrte dentro.
Sabía que ella tenía experiencia previa,
que el sexo anal le gustaba tanto como el sexo vaginal y que la combinación de
ambos, aún más. Sin embargo, era nuestra primera vez y prefería ir con pies de
plomo.
—¿Estás segura-segura?
—Que sí, Eric. —Estaba totalmente
convencida—. Va, date prisa porque se me empiezan a dormir las piernas.
Agitó los pies en el aire, apenas
rozando el suelo con la punta de los zapatos. Se me escapó una sonrisa.
—En seguida vuelvo.
El lubricante era en base de agua,
perfecto para combinar tanto con preservativos como con juguetes sexuales; la
única pega era que se secaba más rápido.
Al regresar me coloqué de nuevo delante
de ella. Desabroché mis vaqueros y me bajé los calzoncillos lo suficiente como
para liberar mi erección; la punta estaba brillante por el líquido preseminal.
—Primero vamos a hacer trabajar esa lengua.
Angy abrió la boca y sacó la lengua,
provocativa. Enredé los dedos en su nuca e introduje mi polla hasta que mis
huevos chocaron contra su barbilla. Le follé la boca lenta pero profundamente, y
ella se estremecía con cada embestida.
—Así te voy a follar el culo...
Puso los ojos en blanco al imaginarlo y,
aunque su forma de chupar era maravillosa, me obligué a salir de su boca. Me
situé detrás de ella, admirando su culazo enrojecido, y deslicé los dedos entre
sus labios mojados.
—Estás tan mojada que sería suficiente
para lubricar tu culo.
Bordeé la amatista, humedeciéndola, y la
atrapé para tirar suavemente de ella hacia dentro y hacia fuera, relajando la
zona. Angy respiraba superficialmente y, a juzgar por el movimiento de sus
caderas, parecía estar disfrutando al máximo de la sensación que provocaba la
joya al moverse.
Cuando estuvo lo suficientemente
dilatada y mojada, extraje por fin la parte metálica y la coloqué sobre la
mesilla de café. Alcancé el lubricante, untándome la polla con la mano, y después
la penetré con los dedos mojados para lubricarle aún más; estaba tan dilatada
que mis dedos resbalaban perfectamente, hundiéndose hasta los nudillos. Palpé
las suaves paredes con las yemas, buscando el ángulo perfecto para estimularla.
Angy comenzó a gemir con más fuerza.
—Sí, sí, Eric... Ahí... Uf...
—¿Quieres que sustituya mis dedos por mi
polla?
—¡Sí, por favor!
Me pegué lo máximo posible a la silla y
orienté mi polla entre sus nalgas abiertas. Me costó un poco meter la punta por
lo resbaladizos que estábamos, pero lo conseguí jugando un poco con el ángulo.
—Qué duro estás... —Jadeó conforme me
deslizaba dentro de ella.
—Por y para ti.
Entré y salí varias veces, acomodándome
dentro de ella.
—Uf, qué bien se siente...
Echó la cabeza hacia atrás, cerrando los
ojos de puro gusto. Adoraba verla disfrutar de aquella manera.
Me clavé dentro de ella definitivamente
y ahogó un gritito. Me dediqué a acariciarle el torso por encima del arnés,
como si así yo también pudiera sentir los estremecimientos que recorrían su
piel. Luego me incliné sobre ella y le susurré al oído:
—¿Preparada?
—Fóllame.
Comencé a moverme igual que cuando le
había follado la boca, lento, profundo, duro. Nuestros gemidos llenaron la
habitación, enmudeciendo a la música que seguía sonando desde la televisión.
Al cabo del tiempo agarré la parte
interna de sus muslos, aliviando un poco el peso de la gravedad. Angy se
tensaba y gemía, pero su orgasmo parecía haberse estancado en un valle.
—¿Necesitas que te toque para correrte?
—Le propuse, aguantando mi propio orgasmo.
—P-por favor...
Moví mi mano derecha hasta su sexo y
masajeé su clítoris con cuidado mientras seguía moviendo las caderas. Supe que
su orgasmo comenzaba a escalar, pues sus piernas empezaron a temblar más
violentamente, obligándome a abrazar su cintura con el otro brazo para que no perdiera
su posición en la silla.
—Vamos, Angy, que yo también me voy a
correr... Muy bien, sigue así...
—M-me... M-me... ¡Corro!
Su clítoris se estremeció entre mis
dedos y el squirt empapó nuestros
muslos y la silla. Las contracciones de su vagina y su culo me arrastraron a mí
también al orgasmo, y gemí mientras las oleadas de placer recorrían mi cuerpo;
mi visión se cubrió de estrellitas momentáneamente y sentí mi mente como
flotando hacia ninguna parte. ¡Con muy pocas personas tenía orgasmos tan
intensos!
Tras expulsar el último chorro de
corrida dentro de su culo, seguí moviéndome lentamente para aliviar la presión
que sentía mi polla, pues la fuerza que hacían sus músculos era brutal. Además,
no quería que se me bajase la erección.
—¿Vamos... a seguir? —Preguntó Angy, sin
aliento.
—¿Aún puedes pensar con claridad?
—Sí.
—Entonces sí.
—¿Podemos seguir en la cama? Se me han
dormido las piernas.
Nos echamos a reír y la cogí entre mis brazos para llevarla hasta el dormitorio.
Paloma Piquet / web: palomapiquet.com | |
Intrigante, luego volveré para terminar de leerlo. Abrazos
ResponderEliminar¿Y qué te pareció cuando terminaste de leerlo, Ester? ;)
EliminarUn abrazuco
Es curioso como en las charlas Angy y Eric hablan de tantos temas pero sin dejar la tensión sexual entre ellos. Creo que dentro de una pareja, ese juego es primordial. Además esta historia ya tiene soundtrack ;) Por cierto, el enlace al tema de Linkin Park no funciona. Me gustó el detalle del plug y su color. Habrá que esperar mucho para esa escena en el dormitorio? :)
ResponderEliminarDulces besos de manzana y dulce fin de semana Dafne.
Creo que todas mis historias tienen soundtrack jajaja
EliminarAhora corrijo el enlace de la canción *///* ¡Mil gracias por avisar, Dulce!
Es que los plugs son un detallazo. Creo que para el Capítulo 7 pasaré a otra escena, aunque Angy dará algunas pinceladas de cómo terminó la noche del miércoles.
Dulces besos brillantes, Vampiro Violeta, y dulce finde
Esta entrega es como las anteriores muy buena, no solo estoy leyendo capítulos de sexo y pasión , hay mucho más esta pareja esta forjando una relación maravillosa de complicidad total , y eso se nota en las conversaciones que mantienen.
ResponderEliminarSus juegos sexuales los manejan al unisono y eso es la base para que vayan creciendo y mantengan la chispa.
Te felicito, el lenguaje utilizado es el que corresponde a dicha relación.
Te dejo mi besote grande, y ya te Felicito de nuevo las Fiestas, os iré comentando de poco a poco , el tiempo este final de mes es mas resumido . Abrazos reina.
Me alegro de que estén gustando los personajes, la historia, los diálogos... Todo :3
EliminarUn millón de gracias por leer y comentar, Campirela.
También te mando besos, abrazos y te deseo unas muy Felices Fiestas (efectivamente, el tiempo en Diciembre ¡vuela!)
Me ha encantado ir cierto tengo Amatistas me encantan ...que bien narrado hay canciones que encienden y así todo surge entre azotes, juegos y un sin finde de placeres que van más allá de todo...
ResponderEliminarEl dejarse llevar y el describir .
Besos y feliz tarde Dafne
Descubrir 🔥🔥
ResponderEliminarSon precisosas estas amatistas ;)
EliminarMil gracias por leer, Cora.
Un besazo enorme y feliz semana 🔥
Que capítulo tan candente, cargado de amorosa lujuria.
ResponderEliminarMe divirtió el grito de Karen. Creo que va a tener un motivo más para escandalizarse. Y seguro que no dejó de prestar atención a los sonidos.
Besos.
Me alegro que te divirtiera el grito de la vecina... Que realmente no se llama Karen jajaja
EliminarGracias por leer y comentar, Demi
Un besazo