Proyecto Kinky: Capítulo 9

 

 Capítulo 8

 
 

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Título: Angy, con ilustraciones de alas en los laterales

 Capítulo 9. Laureles

Cuando abrí los ojos me costó varios segundos ubicarme. El cabecero de madera, los postes de la King size, el armario triple, las paredes de color verde claro... Eric.
Eric estaba profundamente dormido a mi derecha, bocarriba, y mi cabeza estaba encajada entre su hombro y su pecho como si fuera la almohada perfecta. Bajo la sábana, nuestros cuerpos desnudos emanaban el calor acumulado de la noche. Abrazaba su cintura con el brazo izquierdo, y nuestras piernas se encontraban entrelazadas. Por su parte, su brazo izquierdo acunaba mi espalda, de modo que su mano reposaba en mi culo. Una sonrisa tonta se extendió por mi rostro.
Inspiré el olor de su piel, relajada. ¡Olía tan bien! Era una mezcla de sudor y el jabón que utilizaba. Alcé un poco el rostro para observarle, y casi me saqué un ojo con las púas del collar de perro que aún rodeaba su cuello.
Probablemente se debía a la falta de azúcar, pero me asaltaron todas las dudas de repente. Sumida en mis pensamientos, debí de apretar su cintura con demasiada fuerza puesto que Eric se despertó con un quejido y murmuró:
—¿Angy?
Aflojé el abrazo, separé un poco la cabeza y me topé con sus ojos verdes, más verdes que las paredes del dormitorio.
—Buenos días, Eric —susurré, con voz contenida.
—¿Has dormido bien?
—Genial. ¿Y tú?
Noté contra mi cuerpo todos sus músculos tensándose mientras se estiraba y al final dejó escapar un suspiro.
—¿Después de lo de anoche? Maravillosamente.
Anoche, Eric me comió en el sofá durante horas. Antes de movilizamos al dormitorio, me desmaquillé y me lavé la cara para no mancharle las almohadas —una chica tiene sus reglas a la hora de pasar la noche en casa ajena—, y finalmente follamos hasta que le ordené que podía volver a correrse.
—¿... a desayunar?
—¿Hum?
Había vuelto a ensimismarme.
—¿Te apetece ir a desayunar?
La verdad es que no me apetecía nada romper nuestro abrazo, pero mis tripas hablaron... más bien rugieron por mí.
—Eso creo que es un “sí”.
Nos echamos a reír. Sin embargo, aún nos costó un rato levantarnos de la cama. Eric me peinó con dulzura el pelo, y yo me dediqué a acariciarle el contorno de los músculos, hasta que la atracción que nos unía como si fuera una cadena tiró de nosotros y acabamos besándonos lenta y profundamente.
—Hum, Eric... —Me odié por interrumpir nuestro beso—. Tengo que hacer pis.
—Oh, claro.
Sonrió y me dio un beso en la punta de la nariz antes de separarse definitivamente.
Eric se marchó al salón en busca de la camiseta básica y los joggers. Yo me escapé al baño y, cuando volví al dormitorio, alcancé mi mochila y me vestí con un pijama que Jessica me había regalado en las últimas Navidades: un conjunto largo de satén rojo oscuro, ribeteado con encajes negros en las mangas y las perneras. Era informal y sexy al mismo tiempo.
—¡Fiu! —Eric silbó desde la puerta—. Eres preciosa.
Su sonrisa era amplia y brillante, y estaba entrecomillada por dos hoyuelos que le hacían parecer aún más joven.
—Gracias, eres el primero que me ve con él.
Me ruboricé al notar que se le marcaba la erección a través de la tela gris. Luego, volví a subir la mirada hasta su cuello.
—¿Estás cómodo con el collar?
Acarició el cuero con un dedo, como si se acabase de dar cuenta de que lo llevaba puesto.
—Sí, sí. Además, sólo me lo quitaré cuando tú me lo ordenes, Ama.
Añadió un guiño a la última palabra.
—Respecto a eso... Me gustaría aclarar algunas cuestiones. ¡Pero mejor lo hablamos con el estómago lleno!
Notando mi nerviosismo, me agarró de la mano y me aseguró:
—Hablamos todo lo que haga falta. —Atravesamos juntos el pasillo—. Antes, durante y después. Ya sabes que para mí la comunicación es lo primero.
En cuanto llegamos a la cocina, Eric se ató un delantal decorado con viñetas de manga y se dispuso a preparar el desayuno: café y gofres con chocolate fundido y fresas. En serio, cuando sacó la gofrera del armario la boca no fue lo único que se me hizo agua. ¿Podía ser más maravilloso este hombre?
Mientras desayunamos, llevamos una conversación relajada.
—Esto... —Con el estómago lleno ya me veía preparada para abordar el tema que teníamos pendiente—. Ayer te comenté que este puente me apetece seguir desarrollando mi parte femdom, pero tengo algunas dudas.
Eric dio un sorbo a su café.
—Soy todo oídos.
—¿Tengo que comportarme como Dom los dos días que quedan, cuarenta y ocho horas seguidas? Me da miedo no mantener la tensión sexual tanto tiempo... ¿Y si se me acababan las ideas? ¿Y si se me ocurren demasiadas, y no consigo decantarme por ninguna?
—Primero —alzó un dedo—, no tienes que hacer nada, Angy. O sea, ninguno de los dos tenemos la obligación de hacer nada, ni como Dom ni como sub. En cuanto al tiempo... Puedo llevar este collar hasta que te marches el lunes. De hecho, quiero hacerlo. Pero eso no significa que tengamos que interactuar como sub y Dom todo el tiempo.
—Es que estaba pensando en lo que me contaste, en la gang bang que duró un día.
Me había flipado esa historia. La había contado con tanto detalle que me la había imaginado perfectamente, haciéndome desear haber participado. Quizás en el futuro.
—Ah, esa fue una ocasión especial. Además, a Joel siempre le ha gustado la idea de llevar una dinámica de D/s 24/7. ¡Si pudiera, la trasladaría a todos los ámbitos de su vida!
Me reí al imaginarme la escena de una pareja yendo a comprar al supermercado, una de las personas empleando un látigo cada vez que la otra iba demasiado lenta con el carrito, o provocándola en la sección de congelados.
—Personalmente —continuó—, yo prefiero pasar el tiempo haciendo actividades cotidianas y en determinados momentos adoptar la dinámica de D/s. Algunas veces el escenario puede ser planificado, como la Cruz de San Andrés de la semana pasada, o improvisado, como ayer.
Suspiré, aliviada.
—¿Y te gusta más planificado o improvisado?
—Digamos que planificar con una dosis de improvisación. No me gusta cuando se siente que se fuerza la situación. Lo ideal es que fluya.
Mientras hablaba se inclinó hacia delante sobre la mesa.
—Entiendo —murmuré, con la mirada fija en sus labios.
—Estos días soy todo tuyo, Angy. Para que experimentes conmigo, con nuestros cuerpos, con el espacio y el tiempo.
Nos besamos de nuevo, con un beso tan dulce como el desayuno. Sin embargo, esta vez no fui yo la que me separé primero.
—Si me disculpas, ahora soy yo quien tiene que ir un momento al baño, y de paso me voy a asegurar de estar impecable para ti.
Me mordí el labio inferior.
—Entonces yo iré planificando qué voy a improvisar.
 
 
Más tarde, para ayudar a inspirarme, Eric me invitó a curiosear en su armario. ¡Había de todo! Látigos, dildos, paletas, floggers, vibradores, fustas, antifaces, cuerdas...
—¿Cuál fue el primer juguete sexual que compraste?
En el reflejo del espejo le veía sentado en la cama justo detrás de mí; había dejado las sábanas tan tirantes que se podía tirar una moneda y rebotaría.
—Una joya anal para Sophie. Se la regalé en su dieciocho cumpleaños.
No pude evitar pensar en que ojalá hubiera tenido un novio así en Bachillerato.
—¿Y uno que te quedases tú?
—Hum... El flogger negro y morado, el de la derecha.
Lo desenganché y lo guardé en mi mano izquierda.
—¿Y tú?
—Un set de tres plugs anales con formas distintas. Lo compré cuando empecé la Universidad.
—Me encantaría probarlos la próxima vez que vaya a tu apartamento —me sonrió su reflejo.
—¿En mí o en ti?
—En ambos.
Abrí y cerré cajones, en busca de...
—¿Tienes esposas?
—Segundo cajón. Tengo correas de cuero, esposas metálicas, esposas recubiertas con peluche... Y la cama está provista de enganches.
Cogí dos pares de correas de cuero y cerré el armario definitivamente.
—Con esto bastará por ahora. —Me giré—. ¿Por qué sigues sentado en la cama? Venga, sé un buen chico... Desnúdate y arrodíllate en el suelo.
Su expresión cambió radicalmente y obedeció.
Me acerqué a él y lo observé desde arriba; la forma de su cabeza rapada, el cabello rubio oscuro destellando por la luz que atravesaban la ventana, las cejas arrojando sombras sobre sus ojos, las pestañas larguísimas ocultando el verde, la curva de su nariz, el ángulo de su mandíbula, el cuello rodeado por mi collar, los valles de sus clavículas... Acaricié con la punta de los dedos los tatuajes que las bordeaban.
—Ramas de laurel cruzándose en el centro con una... ¿“A”?
Faltaba la barra horizontal, y la fuente era fina y estilizada.
—Es una “A” y una “V”. Por mis padres, Ariadna y Víctor.
Había tanto amor encerrado en sus palabras, tanto orgullo, que a pesar de estar arrodillado mantenía un porte digno.
—El laurel es el símbolo de la victoria —reflexioné.
—Me lo hice cuando conseguimos pagar todas las deudas. Mis padres... —cayó, dudando de si debía explayarse.
—Me lo cuentas más tarde, ¿de acuerdo? —Le alcé la barbilla con suavidad para que me mirase a los ojos—. Ahora vamos a hacer que te ganes de nuevo esos laureles...
Le ordené que esperase, arrodillado, y me dispuse a inspeccionar la cama. Efectivamente, la estructura contaba con multitud de enganches: en los vértices y las aristas del somier, en los extremos del cabecero y a distintas alturas en los postes. Alzando la vista, me sorprendí al encontrar enganches en el techo, incluso. ¿Cuántas combinaciones de posturas y ataduras se podrían llevar a cabo? A pesar de que la imaginación se me había disparado, me decanté por una atadura convencional; enganché las esposas para las muñecas en el centro de la arista superior del somier, y las de los tobillos en cada vértice a los pies de la cama.
—Túmbate bocarriba.
—Sí, Ama.
Mientras le ataba, me sentí igual que cuando le había atado a la Cruz de San Andrés: dominante y responsable, feliz y excitada. Las dudas habían desaparecido completamente, sólo estábamos Eric y yo.
—Buen chico. —Me coloqué a un lado de la cama y comprobé las tiras del flogger en mi mano—. Voy a azotarte hasta que tengas la piel tan sensible que el más ligero soplo de aire hará que te retuerzas de dolor y placer. ¿Recuerdas tu palabra de seguridad?
Observé cómo su nuez se movía justo por encima del collar cuando tragó saliva.
—“Manzana”.
—Buen chico... —Cada vez que lo llamaba así se le dilataban las pupilas—. Antes de empezar, pongamos algo de música...
Esta vez escogí a Apashe. Se trataba de un compositor belga que se hizo famoso por transformar canciones de música clásica en electrónica; tenía la teoría de que, si Mozart estuviera vivo en este siglo, compondría este tipo de música.
Fuckboy comenzó a sonar, y me ayudé de su ritmo downtempo para calentarle la piel. Intenté que mi mano tuviera cierta libertad al sujetar la empuñadura, utilizando el dedo índice de guía, y le azoté repetidamente sólo con los extremos de las tiras. En los brazos, en las piernas, en el torso... Me moví alrededor de la cama como una leona acosando a su presa.
El flogger tenía más de nueve colas y recordé la teoría: a más colas, se cubre más área y la fuerza se disipa más; por el contrario, con un único látigo o una fusta la fuerza del impacto se concentra en una línea.
Poco a poco la piel se tornó rosada, aunque era complicado percibirlo en las zonas tatuadas. La respiración de Eric se había vuelto más agitada, sus músculos tensándose y destensándose con cada azote. Decidí que había llegado el momento de aumentar el impacto, realizando azotes concisos pero rápidos.
Algunas veces las tiras coleaban, arrancándole gritos de verdadero dolor; como no pretendía hacerle excesivo daño, intenté controlar mejor el giro de muñeca. Además, de vez en cuando paraba y me aseguraba de que las tiras de cuero no quedaban enredadas; Eric aprovechaba ese momento para mirarme, el verde de sus ojos ardiendo apasionadamente y rogándome sin necesidad de palabras que, por favor, continuase.
Cuando el EP terminó, su piel ya se había tornado rosa intenso. Me encantaba ver cómo todo su cuerpo se retorcía, cómo sus extremidades tironeaban de las esposas, pero yo sabía que no lo hacía porque realmente quisiera escapar: sentirse amarrado le ponía aún más. Sí, era innegable que estaba disfrutando; su erección se erguía entre sus piernas, apuntando a su ombligo y goteando líquido preseminal sobre su piel.
Uf, yo también estaba puesta... Mi clítoris palpitaba, los músculos de mi vientre se estremecían con cada uno de sus gemidos y notaba los pezones duros contra la tela del pijama. Sin embargo, por el momento prefería recrearme saboreando mi propio sadismo y el deseo emocional que me provocaba que Eric estuviera gozando bajo mi mano; además, en la espera de estimulación física también había cierto elemento masoquista.
Empezaron a reproducirse unos sencillos tras otros. Mientras sonaba Majesty, las lágrimas amenazaban por desbordase en las comisuras de sus ojos; cuando llegó el turno de Lacrimosa, dichas lágrimas se deslizaban sin cesar por sus mejillas.
Alterné azotes suaves, moderados e intensos. Su piel adquirió un color rojizo brillante. Le propiné un azote en el muslo izquierdo, cerca de su ingle, y sus caderas se elevaron varios centímetros sobre el colchón.
—Shhh, shhh...
Me incliné hacia delante y acaricié con la punta de los dedos su cuerpo a flor de piel. ¡Estaba tan caliente! Eric emitió un sollozo ahogado.
—Creo que ya he logrado mi objetivo —asentí, satisfecha—. Al menos, en la parte frontal.
Desenganché las esposas de los tobillos y le pedí que levantase las piernas y las flexionase hacia sí mismo lo máximo que pudiera. Me sorprendí al comprobar que era bastante flexible, pues conseguí atarle los tobillos a la parte superior del somier, sobre su cabeza. Me di cuenta de que una parte de mí quería que estuviera cómodo; la otra, que no porque quería que hiciera el esfuerzo de aguantar.
Me subí a la cama para quedar más cerca. Las vistas eran espectaculares. Su culo y la parte interna de sus muslos quedaban completamente expuestos. Ahora, su polla sobrepasaba su ombligo y reposaba sobre los abdominales contraídos, mientras que sus huevos aguantaban en lo más alto, duros y compactos, como las guindas de un pastel. Bajando por la línea de su escroto, quedaban al descubierto el perineo y el ano; era la primera vez que veía esa zona tan perfectamente depilada.
Le azoté las nalgas y las piernas hasta que se cubrieron de un color uniforme, muy parecido a cuando Eric me había azotado a mí. Había perdido la noción del tiempo, y pronto comenzó a reproducirse el único álbum lanzado por el artista; al ritmo de Overture, con las puntas de las tiras de cuero golpeé muy suavemente sus genitales.
—Qué ganas tengo de follarte —exclamé. Notaba la tela del pijama totalmente empapada entre mis piernas.
Entonces Eric dijo algo entre gemidos y sollozos.
—¿Qué has dicho? —me detuve.
—Por favor... Ama… Cabálgame.
—¿Así? —pregunté, desconcertada.
Eric asintió.
Le propiné un azote fuerte en el culo.
—Explícate, esclavo.
—Se llama la postura del “acordeón”. Te sientas a horcajadas sobre mis muslos y me cabalgas. Te aseguro que el control será totalmente tuyo, Ama.
Nunca había cabalgado a ninguna pareja sexual en esa postura, pero tenía curiosidad por intentarlo. Dejé el flogger a un lado, me desnudé y alcancé un condón de la mesilla de noche. Se lo coloqué con presteza y seguí los pasos que me había explicado, empalándome a mí misma con su polla.
—Agh, qué profundo te siento... —jadeé.
Para mantener mejor el equilibrio, apoyé mis manos en sus corvas, empujando sus rodillas contra su pecho. Comencé a moverme; estaba segura de que la piel le dolía con cada roce de nuestros cuerpos, pero eso no hacía más que aumentar su placer.
—No quiero que te corras aún, ¿de acuerdo?
—Sí, Ama...
Estaba tan mojada que resbalaba hacia delante y hacia atrás, sentada directamente encima de sus huevos. Mi placer creció al son de los violines de Lord & Master. «Se debería llamar Lady & Mistress», pensé. Y cuando la canción llegó a su clímax, yo alcancé el mío.
El squirt estalló entre mis piernas y empapó sus muslos y su torso. Con las manos, extendí el líquido por su castigada piel como si fuera un bálsamo ideado para ello; Eric se retorció y gimió mientras lo hacía.
Después me separé y le quité el preservativo. Eric abrió mucho los ojos, sorprendido, y por un momento una expresión de pánico cruzó su rostro. ¿Acaso pensaba que iba a traicionar su confianza y que continuaría cabalgándole sin condón?
—Tranquilo, Eric. Quiero que te corras de otra manera...
Me coloqué a cuatro patas a los pies del colchón, separé sus nalgas con las manos y mi lengua buscó su ano. Eric se tensó al primer contacto —conocía muy bien esa sensación húmeda y extraña—, pero luego se dejó llevar gimiendo como un cachorrito.
No era la primera vez que practicaba el rimming, pero disfruté como nunca. La zona era suave al tacto, el sabor ligeramente salado por su sudor y por mi squirt. Tracé círculos, espirales e infinitos alrededor, y poniendo dura la punta intenté luchar contra ese anillo de músculo, entrando y saliendo a lametones. Cuando conseguí dilatarlo lo suficiente, creé succión con la boca y me hundí todo lo posible en su culo; con la mano derecha me dispuse a masturbarle al mismo tiempo.
Cada ciertos minutos el agarrotamiento de la mandíbula y el cansancio de la lengua me obligaba a detenerme; entonces aprovechaba para tragar saliva y mover más rápido la mano.
—M-me voy a correr, Ama...
Me complació que Eric se esforzase en avisarme. Separé momentáneamente los labios para ordenarle:
—Córrete para mí, esclavo.
Fue glorioso notar cómo, al correrse, sus músculos palpitaron alrededor de mi lengua, contrayéndose y distendiéndose rítmicamente.
Le desaté definitivamente y le abracé; no me importaba mancharme con nuestras corridas.
—¿Qué tal estás, Eric? ¿Te ha gustado?
—Me ha encantado. Eres maravillosa como Dom, Angy... —Nos besamos dulcemente—. Entonces, ¿me he ganado los laureles?
Volví a repasar las hojas con la punta de los dedos.
—Si fuera Dafne, yo misma te coronaría.
 
 
Nos duchamos juntos con agua tibia. Su piel estaba hipersensible después de la sesión con el flogger, así que para evitar irritarla decidimos no usar jabón.
Por eso me sorprendió que, tras cerrar el grifo, Eric abriera un bote cuya etiqueta rezaba: Magno – Black Energy, y vertiera un chorro de jabón de color rojizo en el cuenco de su mano.
—Si me permites...
Conforme masajeaba mi cuerpo, sentí que nuestro grado de intimidad aumentaba.
—También me gustaría conocer las historias de tus piercings y tatuajes —comentó al acariciar mi ombligo y mi vientre.
El aroma asilvestrado nos envolvía; me sentía relajada y excitada al mismo tiempo.
—No hay muchas historias que contar... La mayoría de los piercings me los hice cuando iba al instituto.
—Está genial que tus padres te lo permitieran.
—Sí, bueno... más o menos. —Me reí al recordarlo—. De hecho, hubo una temporada que llevé uno en la lengua, pero no se curó bien, se infectó... Al final me lo quité y dejé que se cerrase. Por suerte no ha quedado marca.
—¿Y el tatuaje de Goth Girl?
—Me lo hice cuando me mudé a la capital, en un estudio cerca del salón donde acudo para depilarme. No recuerdo su nombre... me lo recomendó mi estilista.
—¿Cuál es el salón?
Bella Donna.
—Hum, me suena.
Se agachó para enjabonarme también las piernas.
—Está especializado en subcultura gótica —continué explicando, pero enmudecí al darme cuenta de un detalle: al agacharse había quedado al descubierto el dildo pegado contra la mampara. Se me ocurrió una idea.
—Antes de que vayamos a hacer la comida, me gustaría que te corrieras otra vez.
Eric se incorporó de nuevo con una sonrisa.
—Como ordenes, Ama.
—Bien... Quiero que te folles el culo con ese dildo, tal y como harías si yo no estuviera.
El rubor se extendió por sus mejillas, casi tan intenso como el que cubría su cuerpo por los azotes.
—Sí, Ama. ¿Me permites aclararte primero?
—Adelante.
Dejó que el agua discurriera por mi cuerpo, sin mojarme el pelo. Cuando terminó, alcanzó un bote que se encontraba al lado del jabón... Ah, claro, era lubricante, y untó generosamente el dildo con el líquido transparente. Ante mi atenta mirada, se dispuso a dilatarse a sí mismo con los dedos.
—¡Uf!
—¿Te gustó que te comiera el culo, Eric?
—Sí, sigo muy dilatado.
Se situó contra la mampara y con una mano orientó el dildo hacia él, empalándose lentamente. Cuando sus nalgas llegaron hasta el cristal, su polla estaba erecta de nuevo, apuntando hacia mí.
—Buen chico. Empieza a moverte...
Para ayudarse con el vaivén, se inclinó hacia delante y extendió los brazos hacia la pared contraria a la mampara, colocando sus manos a cada lado de mi cabeza. Me vino a la cabeza la frase: «Quedar entre la espada y la pared».
Su rostro estaba inclinado sobre el mío, su boca entreabierta mientras gemía. Atrapé su labio inferior entre mis dientes y lo mordisqueé con cuidado, demostrándole mi hambre. Al mismo tiempo, dejé que mis dedos se deslizasen por su piel mojada hasta llegar de nuevo a su polla. Estaba tan duro, tan apetecible...
Solté su labio y me arrodillé a sus pies.
—¡Agh!
—No pares. Quiero que te corras en mi boca...
Cuando lo acogí entero un escalofrió recorrió todo mi cuerpo. Mantuve mis manos en sus caderas y con la cabeza acompañé el movimiento, de modo que cuando se penetraba con el dildo yo me centraba en la punta, mientras que cuando se movía hacia delante él se hundía en mi garganta.
Recorrí su polla a lengüetazos una y otra vez, apretando con los labios y succionando ligeramente. En seguida noté cómo se cargaba de corrida...
—¿Me puedo correr, Ama?
Asentí con la cabeza. Al mismo tiempo que Eric llegaba al orgasmo, un orgasmo reflejo me invadió, igual que había ocurrido la primera vez que le hice sexo oral. Tragué, sintiéndome victoriosa, y me aparté para que Eric pudiera desincrustarse del dildo.
—Me encanta que te corras así, Angy...
—Eres el primero con el que me pasa —lo miré desde abajo, no sin cierta adoración.
Eric me ayudó a levantarme de nuevo, me besó y por fin salimos de la ducha. Una vez estuvimos bien secos —Eric gemía quedamente cada vez que se la toalla tocaba su piel— nos pusimos de nuevo los pijamas y le abroché el collar alrededor del cuello.
—Ahora sí que sí: a comer.
 
 
Comimos verduras salteadas y carne a la plancha; un plato combinado rápido y sencillo de preparar, pero al mismo tiempo saludable y rico. De postre dimos buena cuenta de los mochis que habían sobrado tras la cena, acompañándolos de té verde.
—¿Te apetece contarme la historia de tus padres? —le pregunté, sosteniendo la taza humeante entre las manos.
Estábamos sentados a la mesa del salón, y mis ojos habían disfrutado de las vistas que ofrecía el gran ventanal antes de posarse de nuevo sobre los de Eric.
—Claro. Si quieres, al mismo tiempo puedo enseñarte un álbum de fotos.
Casi derramé el té al exclamar entusiasmada:
—¡Sí, por favor!
Eric se levantó, riéndose, y se dirigió a la habitación de invitados. Cuando regresó traía consigo un gran álbum de tapas marrones.
—Me lo regalaron mis padres cuando me mudé a este apartamento. Incluyeron fotos suyas de jóvenes, alguna de cuando Gina era pequeña... pero la mayoría son de mi infancia.
En las primeras fotos descubrí a una pareja jovencísima que posaba frente a una fuente. Ariadna tenía el cabello rizado y rubio, vestía un maillot rosa fucsia y una minifalda amarilla que dejaba al descubierto unas piernas largas y delgadas; en una foto posaba con una mano en la cadera, mientras que en la otra parecía intentar evitar que su pareja la tirase a la fuente. Víctor tenía el pelo rapado, vestía con unos vaqueros y una camiseta blanca, y tenía los mismos ojos verdes que su hijo.
—Eran guapísimos —murmuré—, y se les veía muy enamorados.
—Siguen igual —me aseguró Eric.
En marzo de 1989 apareció Georgina, cuya cabeza estaba coronada con los mismos rizos que su madre.
—¡Qué adorable!
—Me temo que ahora no sigue igual de adorable.
Se notaba que había entrado la década de los 90s por el cambio de vestuario. Me fijé en la foto del primer cumpleaños de la niña, donde aparecían dos personas desconocidas.
—¿Son tus abuelos? —tanteé.
—Sí, los maternos. Mi padre llegó al país con veinte años y cortó toda relación con su familia. Es de Rumanía... Pensé que te lo había dicho en alguna de nuestras citas, perdona. A la familia de mi madre no le sentó bien que saliera con mi padre, pero cuando nació Gina retomaron la relación.
Las siguientes fotografías eran las de la boda: firmando los papeles en el ayuntamiento, cenando en un restaurante, cortando la tarta...
—Dejaron a mi hermana con mis abuelos y se fueron de viaje de novios a las islas, dos semanas. —Fotografías de playa, de volcanes, del hotel—. Las fotos comprometidas las guardan ellos a buen recaudo.
Nos echamos a reír.
—Al principio mis padres vivían de alquiler, pero cuando mi madre se quedó embarazada de mí, decidieron dar la entrada a una hipoteca y se mudaron al Sector 9. —Señaló la fotografía del apartamento—. Mi madre trabajaba en un supermercado a tiempo parcial y mi padre en una pequeña empresa de reformas de viviendas. No ganaban mucho, lo justo para vivir al día.
Eric era un bebé rechoncho y sonriente. Tenía el pelo rubio pajizo y los ojos tan verdes y brillantes como esmeraldas.
—Tuve una infancia feliz, y Gina y yo nunca notamos que nos faltase de nada. Jugábamos por las tardes después del colegio, hacíamos pícnics los fines de semana y alguna excursión al campo. Mis padres siempre decían que, cuando tuvieran el dinero suficiente, comprarían una casa de campo. Y que, cuando se jubilasen y nosotros fuéramos mayores, se mudarían definitivamente ahí.
Vimos las típicas fotos de festivales escolares, Navidades, Carnavales... Con el paso de los años Ariadna engordó y Víctor empezó a echar un poco de tripa, aunque el trabajo físico parecía mantenerlo en buena forma.
—Liam nació en febrero del 2000. Sí, es lo que estás pensando, fue un accidente, pero tanto a Gina como a mí nos ilusionó tener un hermanito, al menos hasta que llegaron las noches de insomnio por los llantos.
Me encantó una foto en la que Eric, con apenas seis años, sostenía al bebé frente a su hermana, y ambos lo miraban con un amor infinito.
—Cuando Liam fue lo suficientemente mayor, pasamos a compartir habitación y Gina por fin tuvo la suya propia. ¡La Gina adolescente fue insufrible! Cada vez que una chica le rompía el corazón, escuchaba en bucle All the things she said de t.A.T.u; pero como siempre sacaba buenas notas, mis padres se lo pasaban por alto.
La zona de la litera de arriba, la que ocupaba Eric, estaba llena de posters de Green Day, Linkin Park, Paramore y Evanescence.
—Empecé el instituto en 2006, y a finales de curso ocurrió lo peor: mi madre sufrió un ictus.
Me llevé las manos a la boca, horrorizada. Eric prosiguió, en voz baja.
—Se le quedó la mitad derecha del cuerpo totalmente paralizada. Mis abuelos la cuidaban en casa, y cuando mi padre volvía del trabajo la llevaba a rehabilitación. Era un proceso muy lento. —Se me escaparon las lágrimas al ver a aquella mujer con melena de leona sentada en una silla de ruedas y con la sonrisa torcida—. Mi padre pidió un préstamo para comprar una furgoneta adaptada. «No vas a quedarte aquí encerrada, iubita». Y se empeñó en seguir haciendo pícnics y pequeños viajes al campo, a la montaña y a la playa. La mayoría de las veces dormían en la propia furgoneta.
»La situación parecía encarrilarse, mi madre iba mejorando... Y entonces estalló la Crisis Económica, y la empresa en la que trabajaba mi padre quebró. Por suerte, tenía dos años de paro acumulado, pero la contribución era mínima, las ayudas por la discapacidad de mi madre se gastaban en su rehabilitación, y mis abuelos tuvieron que ayudarnos con la manutención con el dinero de su jubilación. En un punto temimos no poder pagar las deudas y que nos desahuciasen... Esos años sirvieron para darme cuenta de la importancia del dinero.
»Gracias a las ayudas por familia numerosa y a las becas por las buenas notas, mi hermana pudo estudiar en la Universidad. Sin embargo, yo no era muy bueno en los estudios... De hecho, a duras penas aprobaba, y pronto me derivaron a una FP Básica de Reforma y mantenimiento de edificios.
»Antes de que se le acabase el paro a mi padre, le contrataron en otra empresa y, en cuanto cumplí los 16 años, en verano, accedí a trabajar con él unas pocas horas entre semana. ¡Ah, esta es Sophie! La conocí en una fiesta en la vacaciones de Navidad y empezamos a salir en febrero...
Alguien les había hecho una foto sentados sobre la que parecía la primera moto de Eric. Él estaba mucho más alto que en las fotos anteriores, y asimismo se le veía más grande, como si tuviera sobrepeso. Abrazándole desde atrás, estaba Sophie. ¡Era guapísima! Parecía la típica chica popular y estudiosa que todo el mundo adoraba; tenía el pelo larguísimo rubio, los ojos castaños tras unas gafas redondeadas, y vestía un abrigo clásico y botines. Era todo lo contrario a mí, y no pude evitar preguntarme: ¿ella me habría hecho bulling si hubiéramos coincidido en el instituto? No. Tal y como hablaba Eric de ella, debía ser una buena persona.
—En 2011 terminé mis estudios y a los dieciocho años empecé a trabajar plenamente como operario de albañilería. —Me enseñó una foto en la que aparecía en su primera obra—. Por esa época Gina también terminó su Máster en Abogacía y empezó a trabajar en un bufete, así que entre los dos pudimos aligerar notablemente las deudas de mis padres.
»Primero se saldó la deuda de la furgoneta.
»El 13 de septiembre de 2013, por fin cancelamos la hipoteca. Ese mismo día me tatué los laureles.
 
 
Ilustración sobre fondo naranja claro. En líneas negras sencillas. Hombre con las piernas abiertas y una erección. Debajo una mujer, a la que se le ven los pechos desnudos, haciendo rimming o beso negro.
The Garden of Good and Evil / Instagram @thegardenofgoodandevil

 
 

 Capítulo 10

 
 
 
 

10 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Cuando puedas y te apetezca, Ester ;)
      ¡Gracias por leer!
      Un besazo

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  2. Como echaba de menos a estos dos, enamorados, porque aunque ellos no lo sepan todavía están locos el uno por el otro.
    Me gusta el ritmo que le estás dando , sus encuentros son sexuales y mucho, se están abriendo sus corazones y emociones, y esto siempre es bueno , aunque se pierda esa libertad emocional , se gana la complicidad .
    El tema de dominante y sumisa, no todo el mundo esta preparado , y ahí es donde veo que se necesita mucha confianza en la otra persona para asumir el papel, y darse en cuerpo y alma.
    Todas las técnicas amorosas son bien recibidas siempre que ambos sean consentidores , solo a ellos les interesa su acto, y su placer.
    En este caso es una plena conjunción de darse placer mutuamente. intercambiando sus papeles en la manera que ellos deseen.
    Te dejo ni aplauso y gracias por compartir con todos esta novela. Un besazo

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    1. Totalmente de acuerdo con tu comentario, Campirela. Poco a poco Eric y Angy van a ir conociéndose en profundidad, su relación se va a ir estrechando y los sentimientos más profundos aflorarán.
      ¡Gracias a vosotras por ir leyendo y comentando! Le dais más vida a estos personajes.
      Un besazo

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  3. Todo un desafío mantener la tensión sexual por tanto tiempo, al menos tú lo logras en cada capítulo y la intensidad no baja, ni la complicidad tampoco. Me gusta el nombre Ariadna y buena música que fui oyendo conforme leía, aunque creo que Angy iba más rápida que la música :) Insaciable, Eric habrá terminado seco literalmente. Me encanta la imagen final, es inspiradora con ese título. Una duda, no debería usar Angy el término Dómina aplicado a ella?.

    Dulces besos dominantes y laureles bien merecidos.

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    1. Me alegro de mantener la tensión y de no bajar la intensidad, aunque hay fragmentitos pensados para dar un respiro.
      Yo diría que la escritora iba más rápida que la música jajaja Intenté medir bien las canciones para haceros una idea del paso del tiempo, ¡aunque lo leáis en un suspiro!
      Bueno, sólo lo ha corrido dos veces en este capítulo... Eric se suele correr tres ;)
      The Garden of Good and Evil es muy buena ilustradora, la recomiendo.
      En cuanto al término... Justo en este capítulo dudé mucho en cuál emplear. Dom, Domme, Dómina, Dominatrix... Escogí Dom porque es simple y neutro, igual que sub. También es cierto que luego recalqué el "Lady & Mistress" y de momento Eric se refiere a ella como Ama, pero no tiene por qué ser un título definitivo.
      Dulces besos, gracias por leer, comentar y por los laureles, Caballero D.D.D.

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  4. Me fascina cómo se puede mantener un relato con tanto erotismo, un erotismo que debe ser llevado a unos límites de tiempo, para mí, maratonianos. Sin ser mi estilo, me parece apasionante ir desarrollando una relación, en literatura, con tanta carga erótica, y eso sí, con tantos acuerdos y consensos previos para que nadie se engañe.

    Un abrazo, y feliz viernes

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    1. Son maratonianos, sí jajaja Supongo que es lo que tiene la fuerza de la juventud, Albada ;)
      Me alegro también de que, sin ser tu estilo, sigas leyendo y comentando. ¡Mil gracias!
      Un besazo y feliz lunes

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  5. Un auténtico frenesí desmedido que no puedes dejar de leer. Enhorabuena por la combinación de dominatrix y pareja que charla de aspectos cotidianos de la vida a la vez.
    Buen relato. Te invito a comentar alguna de mis novedades blogueras.
    Gracias de antemano.

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    1. Encantada de que te hayas animado a leer este Capítulo 9 de #ProyectoKinky, Marcos.
      Leemos y comentamos cuando podemos ;)
      Gracias a ti por leer y comentar
      Un abrazo

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