¡Hey! He
estado dándole muchas vueltas al primer relato que colgaría, y al final me he
decantado por este, titulado: EL LOBO.
Lo he
elegido porque la primera vez que me presenté al concurso literario de mi
instituto lo hice con este y con otro (que es probable que cuelgue más
adelante)
Por entonces cursaba 3º de ESO (curso
2012-13). Recuerdo que presenté ambos relatos en abril y que el voto del jurado
se supo en mayo. Sin embargo, he de decir que la historia de EL LOBO la llevaba
rumiando desde el verano del '12, cuando empecé a escribirla. Pulí y pulí
muchos detalles antes de presentarlo, y no fue hasta el último momento (y tras
saber que podía presentar más de dos relatos) cuando me decidí.
¡Con EL LOBO gané el primer premio de mi
categoría (que incluía en ese momento 1º, 2º y 3º de ESO)!
Así que esa es la razón por la que es tan
especial para mí, y espero que a vosotros también os guste.
Con un beso y un abrazo, os dejo con la
lectura:
EL LOBO
Siempre recordaré
la noche que te conocí...
-¡Hasta la semana
que viene, abuela! -Me despedí, abriendo la puerta.
-Ten cuidado al
volver… ¡Y agradécele a tu madre las pastas que ha preparado!
-¡Vale! Nos vemos,
Olivia…
La mujer que
cuida a mi abuela me sonrió desde la cocina. Hice un último gesto con la mano y
cerré la puerta. Las luces del recibidor parpadearon, y me coloqué la bufanda y el gorro mientras
esperaba al ascensor. Mientras los números de la máquina indicaban cómo ésta
iba subiendo, pensé en el examen de economía de mañana que ya me había preparado
pero que sin embargo me vendría bien repasar.
El ascensor se
abrió al llegar al número 5, la planta en la que me encontraba, y cuando entré, enseguida accioné el botón de
“Planta Baja”, en la parte inferior de la placa de metal empotrada contra la pared.
Me miré al espejo durante el descenso. No me parecía a mi abuela. Ella había
sido morena de joven, con los rasgos finos y los ojos marrones almendrados. Sin
embargo yo era rubia, tenía los labios gruesos y los ojos azules de la familia
de mi madre, que siempre causaban sorpresa cuando le decía a la gente que tanto
mis padres como yo éramos españoles.
Cuando salí del portal,
la oscuridad y el frío del invierno me dieron la bienvenida. Hacía tiempo que
había caído la noche en Zaragoza, y el cielo se había cubierto de densos nubarrones
que impedían ver el ojo de la luna. No había ni un alma y me sentía incómoda,
observada…
Recorrí las
calles desiertas evitando detenerme. Estoy acostumbrada a ir y volver de casa
de mis abuelos andando, de modo que aquella noche no fue una excepción. Pronto llegué
a la entrada del parque. Me asomé al andador,… y entonces dudé.
Miré mi reloj, nerviosa.
Las nueve y media. Sentí que el alma se me caía a los pies al percatarme de lo tarde
que era; sabía que el camino a través del parque era el más rápido, pero también
el más peligroso. El viento empujó mi espalda, como una señal. Pensé que ninguna
de las veces que había vuelto por ahí me había pasado nada.
-Mamá, me vas a
matar… -Susurré para mi misma, acordándome del rostro de mi madre, y haciendo
acopio de valor, di un paso.
A mi izquierda
quedaban edificios y tiendas que habían cerrado hace rato. A mi derecha había bancos de hormigón, árboles, una
de las zonas infantiles y más árboles; el chirrido de los columpios me provocó un
escalofrío.
Comencé a andar
más deprisa, ignorando que tus ojos devoraban cada uno de mis movimientos en la
distancia.
Di una vuelta más
a mi bufanda, sin detenerme, pues cuanto antes saliera del parque, mejor. Los
árboles comenzaron a abrazar el andador a medida que me acercaba a la primera bifurcación de caminos… Ahí
fue cuando te oí.
Apenas fue un susurro
de respiraciones que se sumaron a la mía, y supe que querías hacerme ver que no
estaba sola. En ese momento solo pensé en correr.
Mi cuerpo se puso
en movimiento instintivamente y me introduje entre los árboles en un abrir y
cerrar de ojos; sentía tu presencia como el aliento de un animal sobre mi garganta.
Me desabroché los botones del abrigo para obtener más ligereza. Mis botas
crujían por culpa de las ramas y la arena del suelo y mi bufanda aleteaba entorno
a mi cuello. Oía tu respiración, me imaginaba tu cuerpo acechándome en la
negrura, y entonces me vi en el sprint
de una carrera a muerte. El sudor frío descendía por mis sienes y una ráfaga de
aire me arrancó el gorro de la cabeza. Mamá,
me vas a matar… ¡Y tanto que me iba a matar cuando se enterase de tu persecución!
Tenía las piernas
doloridas por el esfuerzo y el corazón me amenazaba con salírseme del pecho. Todo
lo veía borroso…
Y entonces llegué
a un callejón sin salida. A mi derecha quedaba una farola. En frente, una serie
de árboles que hacían del camino infranqueable. Mierda, pensé, ya que con mis
quince años tenía que conocer este parque como la palma de mi mano.
-¿Has perdido algo,
Caperucita?
Tu voz sonó a mis
espaldas, dulce y fiera; fue como si me susurrases las palabras al oído. Con la
sensación del puño en el estómago, di media vuelta.
Estabas recostado
contra el tronco de un árbol, inclinado levemente hacia delante y con mi gorro
rojo entre las manos; una gota de color en un mar de sombras. Tú pelo, negro y corto,
apuntaba mil direcciones diferentes sobre tus orejas, y tus labios eran
simplemente perfectos.
-¿A dónde vas, Caperucita?
Alzaste la mirada
y se me heló la sangre. Tenías unos ojos límpidos y azules, infinitamente más
salvajes que los míos, enjaulados tras unas pestañas que cualquier chica
desearía tener.
-V-voy a casa… -tartamudeé,
paralizada.
Te separaste del
árbol y te aproximaste a mí con pasos largos y calculadores; andabas como un
gato. Te detuviste a escasos centímetros de mi rostro y me di cuenta de que me llevabas
una cabeza. Ni siquiera me pediste permiso. Acuchillándome con la mirada, me
colocaste el gorro lentamente, disfrutando del contacto con mi piel cada vez que
retirabas mechones de pelo rubio bajo la lana.
-Así mejor -La
piel se me erizó como respuesta-. Es peligroso volver a estas horas por el bosque, y será un placer acompañarte a
la salida...
Miré los
nubarrones que cubrían el cielo aquella noche; algo me decía que sería más
peligroso negarme que aceptar tu propuesta.
-C-como quieras…
Bajé la vista, pero
tu mano derecha me obligó a sostener tu mirada desde mi barbilla.
-Entonces sígueme,
Caperucita.
Cortaste todo
contacto con mi cuerpo y te diste la vuelta, metiendo las manos en los
bolsillos de tus vaqueros. Admiré la curva de tus hombros bajo tu camiseta negra,
que marcaba cada uno de tus músculos en tensión.
-¿No tienes
frío? –Murmuré, llegando a tu lado. Me sentí tonta. ¿Acaso creía que iba a evitar
lo inevitable haciéndome tu amiga? Tú sonreíste mostrándome cada uno de tus dientes
perfectos.
-La carrera me ha
hecho entrar en calor. -Frunciste el ceño y tus labios se convirtieron en una línea
antes de preguntarme-: ¿Por qué corrías?
Comenzamos a
andar.
-Tú me
perseguías.
-No –sacudiste la
cabeza-, cuando echaste a correr pensé que estabas en peligro… ¿Creías que te iba
a atacar?
Volviste a sonreír,
pero con una simple mirada te dejé muy claro que no veía nada divertida la situación.
-Pues siento el malentendido,
Caperucita.
Caminamos en completo
silencio, muy cerca el uno del otro. Tu presencia conseguía hacerme sentir
segura e intranquila al mismo tiempo. Al llegar a la parroquia que había en el
parque supe orientarme de nuevo.
-¿De dónde vienes?
–Tu dulce voz enterró el murmullo de los árboles.
-De casa de mi
abuela...
Soltaste una
carcajada, creyendo que te estaba tomando el pelo. Después me miraste fijamente
a los ojos, hundiéndome en azul.
-Es cierto
–dije.
Te fiaste de mi palabra.
-¿Y cómo es ella?
Me tomé unos
segundos antes de contestar:
-Está en silla
de ruedas desde hace tres años –volví la vista atrás involuntariamente
Me escuchaste en
silencio.
-¿Y tú qué? –Inquirí,
sin fiarme de ti.
Esta vez no
sonreíste.
-Me mudé aquí el
verano pasado; a principio de año mi madre murió en un accidente de tráfico. –Me
di cuenta de que tu labio inferior temblaba; no tendrías más de diecisiete-.
Ahora estoy con mi padre. Con él es difícil convivir, ¿sabes? Así que aprovecho
las noches para escaparme de casa y pensar… Me gusta caminar bajo la luz de la luna…
Se oyó el
aullido de un perro vagabundo en la lejanía.
-¿Conoces la historia
original del cuento de Caperucita Roja? –Tus ojos resplandecieron y la comisura
derecha de tus labios se curvó hacia arriba en una sonrisa encantadoramente torcida-.
No la de los hermanos Grimm, claro, sino la original-original.
-No –contesté, sabiendo
que estabas jugando a ser el lobo.
-El principio es
el mismo –Me explicaste, y me di cuenta de que aminorabas un poco la marcha-. La variación está en el
final… Como sabes, mientras Caperucita caminaba por el camino largo, el lobo mató
a la abuelita y se puso su ropa para esperar a la niña. Cuando ésta llegó, el
lobo (disfrazado) la invitó a consumir la carne y la sangre de la pobre anciana
que acababa de descuartizar. ¿Sádico, no crees?
Tragué saliva,
nerviosa.
-Después le
pidió que se metiera con “ella” en la cama
para infundirse calor. –Dijiste esas tres palabras en cursiva mirándome
directamente a los ojos, como si me enviases mensajes subliminales-. Dentro de la
cama, la niña le expuso las conocidas frases: “Oh, qué ojos más grandes tienes,
abuelita”, a la que el lobo le respondía: “Son para verte mejor”, y “Oh, qué orejas
más grandes tienes, abuelita”… “Son para oírte mejor”… Para terminar con el: “Oh,
qué boca más grande tienes, abuelita”… “¡Es para comerte mejor!”, y comérsela
de un solo bocado.
-¿Y el leñador
que salva a la abuelita y a Caperucita?
Sabía que
querías que te lo preguntase, así que te seguí el juego.
-En el cuento original
no aparece –Dirigiste la vista al cielo, sonriente-. La moraleja es cruel, lo
sé, pero muy clara: las niñas bonitas
no deben hablar con desconocidos, porque
sino tendrán un final tan atroz. Por eso me gusta más la versión original...;
Es como cuando escuchas a Los Beatles y
después las horribles versiones que hacen algunos grupos,…
Por un momento
me dejó desconcertada que pusieras como ejemplo a mi grupo favorito. ¿Era
posible que un completo desconocido supiera mis gustos? ¿Sería una coincidencia?
Seguramente no sabré nunca la respuesta.
-¿Y sabes qué
más, Caperucita? –Volviste tu penetrante
mirada hacia mí, desnudándome con tus ojos azules-. Tú también me gustas.
Me detuve en
seco. Eras demasiado directo, y tus sentimientos eran demasiado peligrosos.
-Si apenas te
conozco… -Mi voz sonó a súplica.
Te colocaste enfrente
de mí, inclinado hacia delante. Levantaste mi rostro hacia el tuyo y hacia el cielo. Eras tan guapo como un ángel.
-Pero yo me enamoré
de ti la primera vez que te vi cruzar este parque, al principio del verano –bajaste
la voz a medida que tu boca se acercaba a la mía. Tu aliento era cálido, demasiado
tranquilizador como para ser cierto; era como si arrojases morfina sobre mis labios-. Estoy
enamorado de ti, Caperucita…
Medio atontada,
me di cuenta de que las nubes se movían sobre nuestras cabezas. No, eso era
peligroso… Antes de que pudieras besarme, te pegué un rodillazo en la entrepierna
y eché de nuevo a correr.
-¡CAPERUUUCITAAAA!
Gritaste de dolor,
pero yo seguí corriendo, con la vista fija en los porches que había al fondo
del parque; por lo menos ya estaba cerca de la salida.
Faltan
cuatrocientos metros.
Siento tu cuerpo
ganando terreno por segundos.
Trescientos.
Pienso en mi
pecho estallando en cualquier momento.
Doscientos.
Noto tu aliento en
mi nuca, recordándome lo cerca que he estado de probarlo.
Cien.
Tu mano se entrelazó
con la mía y tiraste hacia atrás. Grité y me revolví entre tus brazos. Me tapaste
la boca apresuradamente y me inmovilizaste contra tu pecho.
-No quiero hacerte
daño, Caperucita… Siento mucho si te
he asustado…No grites, por favor…
Noté tu mano
izquierda incandescente sobre mis labios y la derecha agarrándome la cadera; la
camiseta se me había levantado en la carrera y tus dedos se detuvieron en mi
piel. Tuve miedo de adivinar lo que estabas pensando.
-Caperucita…
Paladeaste mi nombre
mientras llegabas a mi ombligo. Seguí luchando por escapar, pero eras demasiado
fuerte. ¡Uf, las veces que mis padres habían insistido en que aprendiéramos mi hermana
y yo defensa personal! Me negué a llorar,
a sentirme vulnerable delante de ti.
Las nubes
seguían moviéndose sobre nuestras cabezas. Sentí tus labios en mi cuello y tu mano explorando mi cuerpo bajo la
ropa; se me puso la piel de gallina. Me debatí entre tus fuertes brazos sin
descanso, una y otra vez, notando tu boca viajar hasta mi oreja para susurrarme
al oído:
-Caperucita, no quiero hacerte daño…
Me preparé para lo
que vendría después. Con lágrimas en los ojos miré hacia el cielo y presencié
cómo las nubes se retiraban, dejando ver una luna perfecta y redonda.
Encontraron tu cadáver
a la mañana siguiente, desmembrado, destrozado y mutilado de tal forma que tardaron una semana más
en descubrir quién eras. Es extraño, pero hasta aquel momento no supe tu nombre
verdadero.
Salías en las noticias,
eras titular en los periódicos… “Ataque brutal a un joven de diecisiete años”…
Espero que te dieras cuenta de que nuestro
amor no podía haber funcionado nunca.
Te equivocaste. Olvidaste
la pregunta más obvia: el por qué. ¿Por qué volvía a esas horas de casa de mi abuela
cuando estábamos a final de trimestre?
Te escribo esta
carta para que sepas la respuesta… Mi abuela y yo tenemos un secreto:
Yo soy El Lobo.
wow.... que fuerte, pero es un cuento muy real, gracias por participar.
ResponderEliminarMe alegro de haber rescatado este relato de alguna manera ;)
EliminarGracias a ti por invitarme a tus retos.
Un besazo, Gustab
Un giro totalmente inesperado, entiendo por qué ganaste el concurso, Dafne
ResponderEliminar¡Gracias por leer y por tu comentario, Camila!
EliminarUn besazo
Un magistral giro argumental. El recurso del cazador cazado muy bien usado.
ResponderEliminarÉl se hizo el conquistador, con un estilo atemorizante, con esa versióin original.
Y resultó que esta Caperucita parecía temer a si misma, más que a un desconocido. Y resultó ser letal.
Muy buena historia. Para aplaudir de pie.
Besos.
Las apariencias engañan, sin duda. Y esta Caperucita realmente era el Lobo ;)
EliminarMil gracias por tus palabras, Demi.
Un besazo
Me has dejado helada, ese final no me lo imaginaba , yo estaba pensando que enamoraron ajaja. Me alegro mucho de ese premio que conseguiste, ya tenías madera de escritora ehh. Un besote grande y estupendo reto .
ResponderEliminarLa madera de escritora ha estado siempre ^.^
EliminarMe alegro de que te haya gustado, Campirela.
Un abrazo enorme y feliz julio
Intenso relato y un muy buen debut para tu blog, no me extraña que hayas ganado el concurso. Cazador cazado resultó ese Lobo, aunque con un trágico final. Y si hubiera sido un León o un Vampiro?
ResponderEliminarDulces besos de manzana y dulce mes.
¡Has encontrado el primer relato! Me alegro de que te haya gustado ;P
EliminarCreo que las criaturas que cazan, en general, deben tener cuidado, porque un día (o noche) se encontrarán con la horma de su zapato. En este caso, al final, el verdadero lobo era ella.
Dulces besos de manzana y feliz septiembre
Uppsss!, parece advertencia Señorita ahora me dará miedo salir a volar de noche :(
EliminarUn dulce beso más y mordida ^,,^
Como todo buen cuento, hay una moraleja, y esta no deja de ser una advertencia.
EliminarEspero que no te de miedo a salir a volar. A fin y a cuentas, eres el Vampiro de la Luna Violeta 💜
Un dulce beso con mordida ^,,^