—¿Ves esos monstruos de cristal y acero
en la lejanía, querido Shasha? Son como dos barras que pretenden tocar el
cielo, dos espigas metálicas que no se mecen con el viento por mucho que este
sople… Son dos torres,… ¡gemelas, además!, nacidas el 4 de abril de 1973… ¡No
me mires así, Shasha! Sí, son viejas, pero yo soy más vieja todavía, así que si
te comportas de forma tan escéptica con ellas, te estás comportando de igual
manera conmigo. Bueno, vale, no pongas esa cara, ya sé que no era tu intención
hacer un comentario ofensivo… A ver, qué te estaba diciendo… ¡Ah, sí! ¿Desde
aquí consigues ver esa antena, en lo alto de esa torre? Bien, pues esa, se
llama Torre Norte, y la otra, Torre Sur. Lo sé, lo sé, no son nombres muy
imaginativos…
—Perdone, señora, ¿se dirige a mí?
El hombre joven, trajeado de negro, con
camisa blanca y corbata de color vino que pasaba a su lado se detuvo cuando la
oyó hablar.
—¡No, claro que no! —La anciana se rió,
como si la respuesta fuera obvia y le hiciera gracia la pregunta—. ¡Hablo con
mi gato!
—Ahms… Pues espero que pase una buena
mañana con su gato, señora. Adiós…
—¡Adiós! —La mujer despidió al
desconocido agitando una mano, alegre, y se dirigió de nuevo al gato negro que
sostenía entre los brazos—. ¡Qué joven tan interesante, Shasha! ¿Te fijaste?
¡Creía que hablaba con él! Bueno, te sigo diciendo…
A los americanos ya pocas cosas les
sorprenden, y una anciana hablando con su minino a las siete y media de la
mañana en el Washington Market Park no iba a ser diferente; o al menos, no
debería.
La historia de Alisson O’Connor había
comenzado temprano en la residencia de ancianos. Se había aseado y vestido,
había bajado a desayunar acompañada de Shasha, como siempre, y, aprovechando
que los que guardaban el vestíbulo habían abandonado sus posiciones, se había
escabullido por la puerta y había echado a andar hacia donde sus pies la llevasen.
—¿Ya te has cansado de jugar en el
parque, querido? —Le preguntó pasados unos minutos de exhaustivo parloteo,
dirigiéndose a la salida del parque con pasos que podrían ser los de una
bailarina—. ¡Bufffff!, menos mal que te cogí justo a tiempo antes de que ese
perro malo te alcanzase… No entiendo por qué los perros y los gatos os lleváis
tan mal… ¿Les habéis hecho algo o qué?
Los ojos de Shasha, grandes y verdes
como los de ella, se desviaron al perro en cuestión, que jugaba con su dueño a
una prudente distancia después del incidente. Por encima del hombro de su ama
le sacó los dientes, como si hubiera entendido sus palabras, y luego se giró de
nuevo hacia Alisson, que se rió de nuevo.
—Vale, vale,… Tranquilo, fierecilla…
—Le acarició el lomo con una mano, y el gato le respondió ronroneando a su
oído.
La salida del parque desembocaba en St.
Greenwich, una calle vistosa y agradable por donde pasear, ya fuera por los
mercadillos ambulantes que se desplegaban a lo largo de una de las aceras como
por los cafés y las terrazas que abrían sus ojos a lo largo de la otra. Allí había
gente de todo tipo: familias con carritos y niños que correteaban; parejas sonrientes
paseando de la mano y disfrutando lo que quedaba del verano; hombres y mujeres ajetreados
hablando por teléfono que iban al trabajo apresuradamente, sin mirar apenas a
las personas con las que se cruzaban excepto para no chocarse con ellas…
La anciana continuó andando en
dirección sur, charlando con su gato y disfrutando de la libertad, que sabía
soleada y olía a un bonito día, aunque sabía que tarde o temprano tendría que
volver a la residencia —donde seguramente ya se habían percatado de su huída— y
aguantar los reproches de la enfermera Sally. ¡Buf! Hacía ya tres años que la
habían confinado en aquella cárcel, y aún con los reproches, estas breves
escapadas siempre valían la pena.
—Mira, Shasha, ese edificio que tenemos
delante es el World Trade Center… Pero lo veremos luego. Ahora, vayamos por
aquí…
Se metió en una de las callejuelas de la izquierda para ir a parar a W. Broadway, paralela a St. Greenwich, y siguió su perpendicular St. Chambers hasta el Antiguo Palacio de Justicia del Condado de Nueva York. Si Alisson no se paraba en frente de los monumentos, lo hacía frente a las tiendas, para enseñarle todo lo que podía al preciado amigo que transportaba entre los brazos. Le leía los letreros de las calles, le explicaba el significado de las señales para los coches, comentaba con él el magnífico tiempo que hacía ese soleado martes de septiembre.
Se metió en una de las callejuelas de la izquierda para ir a parar a W. Broadway, paralela a St. Greenwich, y siguió su perpendicular St. Chambers hasta el Antiguo Palacio de Justicia del Condado de Nueva York. Si Alisson no se paraba en frente de los monumentos, lo hacía frente a las tiendas, para enseñarle todo lo que podía al preciado amigo que transportaba entre los brazos. Le leía los letreros de las calles, le explicaba el significado de las señales para los coches, comentaba con él el magnífico tiempo que hacía ese soleado martes de septiembre.
—¡Mira qué floristería tan bien
organizada! ¿Te gustan las flores, querido? Yo sé muchísimas cosas sobre ellas…
Sus nombres científicos, sus colores, su situación en el mundo, el cómo
cuidarlas, o qué música tienen que escuchar para que florezcan en todo su
esplendor… ¡Lo sé todo!
En ese momento, el florista salió del
interior de la tienda seguido del mismo hombre trajeado con el que se habían
encontrado en el parque.
—No —le interrumpió el cliente—. Las
rosas están muy vistas. Yo quiero algo que la sorprenda, algo que le demuestre
mi amor…
—¿Qué le parece un ramo de crisantemos
azules? Son poco comunes, pero muy hermosos. ¿Le traigo uno para que lo vea?
Mientras, puede quedarse aquí, barajando otras posibilidades.
El joven asintió con la cabeza, mirando
cada flor con el ceño fruncido, y el florista volvió a entrar en la tienda.
Alisson, que había oído toda la
conversación, aprovechó que el joven se había quedado a solas para acercarse a
él.
—¿De verdad está sopesando el regalarle
a su amiga crisantemos azules? —Le preguntó, como si en realidad
estuvieran comentando el tiempo.
—¿Perdone? ¡Ah, hola! Es usted…
Alisson sonrió con satisfacción,
enseñándole una hilera de dientes blancos naturales que eran la envidia de toda
la residencia, y se mostró complacida porque la hubiera reconocido.
—Le preguntaba si va a regalarle a su amiga
crisantemos, muchacho —repitió.
El joven pareció dudar entre conversar
con la señora loca del gato o despedirse de ella educadamente, pero le picaba
la curiosidad sobre cuál era su opinión.
—En realidad, es algo más que mi amiga,
señora —admitió—. He quedado con ella en media hora en el restaurante Windows
on the World, en lo alto de la Torre Norte. Vamos a desayunar allí y me
gustaría pedirle matrimonio…
—¡¿Has oído eso, Shasha?! ¡Nuestro
joven amigo se va a casar!
—Sí, en efecto —Sonrió, alborotándose
el pelo rojo con nerviosismo; es curioso cómo hasta ese momento, ni Alisson ni
el minino se habían dado cuenta de ese detalle—. ¿Por qué me ha preguntado por
las flores?
—El crisantemo azul significa que el
amor se ha acabado y que no ha necesitado mucho tiempo para superarlo. No se lo
recomendaría…
—¿Lo dice en serio? —La voz le tembló
de puro horror.
—Oh, tan en serio como puedo hablarle a
mi gato, joven… y tenga en cuenta que cuando le hablo, siempre lo hago en
serio.
—¿Y qué flor considera que debería
regalarle?
—Hummmm… Puedes regalarle un ramillete
de jazmines, que representan la fidelidad y la lealtad, además de ser realmente
bellos y tener un aroma muy, muy dulce —los señaló—. O lirios, que cada uno
tiene un significado diferente… O gardenias, que se asemejan a las rosas pero
son más suaves y delicadas, e indican un amor secreto… —Le sonrió con
complicidad. Luego sus ojos parecieron perderse en el pasado—. Recuerdo que mi
marido, Thomas, en uno de los tantos San Valentín que celebramos juntos, me
regaló orquídeas de chocolate,…
—Qué romántico, ¿no? —El joven sonrió,
cada vez más a gusto con la desconocida—. ¿Y qué opina Shasha sobre qué flores
debería regalarle a mi novia?
Alisson asintió con gravedad, como si
ella también estuviera esperando esa respuesta, y miró seriamente al gato.
—Creo que a él le gustan los tulipanes,
pues no ha hecho más que mirarlos desde que nos hemos parado… De todos,
elegiría el rojo, que simboliza amor eterno.
Señaló una maceta cercana; justo en ese
momento apareció el florista con los crisantemos.
—¿Ya se ha decidido?
El joven pelirrojo miró a la anciana y
luego al florista, que intentó ocultar la incomodidad que había supuesto
descubrir a la mujer del inquietante minino hablando con su cliente.
—Sí. Un ramillete de tulipanes rojos,
por favor —contestó con seguridad.
—¿Cuántas…?
—Par para la muerte e impar para el
regalo —le interrumpió Alisson, sin maldad—. Un ramo de menos de doce flores
resulta pobre. Uno de trece dicen que da mala suerte,… Así que yo diría que lo
mejor es uno de quince.
El florista echaba chispas por los ojos
hasta que el joven le mostró su conformidad y le pagó los quince tulipanes
rojos ahí mismo, que fueron arreglados y rodeados por un lazo también rojo.
—¡Muchas gracias, señor! —Se despidió
del florista, que entró en su tienda dando un portazo—. Y a usted también…
esto…
—Alisson.
—Alisson —asintió—. Mi nombre es John.
¿Le gustaría acompañarme mientras voy a la Torre? No sé cómo puedo agradecerle
que me haya ayudado…
—No ha sido nada —le restó importancia
la anciana, mientras se ponían en movimiento en dirección a las torres—, pero
para nosotros será un honor acompañarle a su destino.
—Perfecto. Por casualidad, ¿sabe qué
hora es?
Alisson negó con la cabeza, sacudiendo
el pelo, que le caía en ondas blancas hasta el final de su espalda.
—Disculpe —John paró a una mujer que
pasaba junto a ellos en ese momento—. ¿Podría decirme la hora?
—Sí, claro —la mujer parpadeó con
coqueteo mientras miraba su reloj de muñeca, y Alisson no pudo evitar decirle
algo al oído de su gato mientras soltaba una risita—. Son las ocho menos cinco.
—Mierda… —farfulló John—. ¡Gracias de
todas formas!
—No hay de qué —la joven se giró,
moviendo la melena oxigenada con un gesto exagerado y se alejó en sentido contrario
andando sobre unos seductores tacones de diez centímetros y agitando
rítmicamente el trasero, enfundado en una falda de tubo.
—Me parece que le has gustado —comentó
la anciana, mientras echaban a andar de nuevo.
—Lo único que me importa ahora es que llego
tarde a mi cita. ¡Seguro que Lottie ya está en el restaurante!
—No te preocupes, se olvidará de ese
detalle en cuanto le entregues los tulipanes. Yo recuerdo que me olvidé de mi
primer aniversario con Thomas —volvió a poner esa expresión de haber vuelto al
pasado—. Te hablo de hace sesenta años más o menos, pues ambos éramos muy
jóvenes cuando nos casamos, pero claro, a los matrimonios exiliados se nos
concedía un lugar seguro para vivir y algo de dinero para mantenernos, así que
no tuvimos otra opción que presentar nuestros votos.
—¿Os casasteis por conveniencia,
entonces?
—Sí. Bueno… Estábamos enamorados, pero
la llegada a Nueva York nos obligó a que nuestra relación se precipitase. Un
día tenía dieciséis años y vivía con mi familia y al siguiente estaba en
América, con un hombre que apenas conocía pero por el que sentía una gran
atracción. Al tercer día estaba casada con él, teníamos una casa a las afueras
de la ciudad y un hermoso jardín en el que podía perderme horas y horas; y eso
es lo que me pasó.
»Ese primer aniversario, Thomas volvió
de trabajar y preparó una cena romántica en casa, pensando que yo había ido a
comprar pan o algo y volvería en seguida. Al final estuvo esperándome durante
horas, hasta que se hizo de noche; el tiempo suficiente para que la comida se
enfriase y las velas se fundieran. Preocupado por que me hubiera pasado algo,
se puso la chaqueta y salió a buscarme.
»Nos cruzamos en el porche. Pensé que
acababa de llegar y me eché a sus brazos para darle la bienvenida. Normalmente
no le importaba que le manchase el traje con la tierra que había quedado
prendada en las faldas de mi vestido, pero esa vez, al darse cuenta de dónde
había estado todo ese tiempo, se enfadó. Se enfadó tanto que empecé a llorar,
poniéndome muy triste y pensando que le había decepcionado y fallado como
esposa.
—¿Y qué pasó? —John parecía
completamente atrapado en sus palabras, tanto que ni se dio cuenta de que ya
habían llegado a su destino; eran las ocho y veintiséis de la mañana.
—Thomas me secó las lágrimas y me hizo
entrar en casa para enseñarme lo que había preparado. Le agradecí lo bueno que
era conmigo y le rogué que me perdonase por mi fallo. Me dijo que no había nada
que perdonar.
»Calentamos de nuevo la comida y
después de cenar fuimos al jardín y le enseñé lo que había estado haciendo:
plantar un manzano joven. En ese momento estaba acabando el invierno, y la idea
era que el arbolito creciera sano y salvo hasta la primavera y que en verano
pudiera dar sus frutos. A Thomas le encantó el proyecto, así que nos sentamos a
los pies del arbolito, que entonces tenía una altura de dos metros solamente,
nos pusimos a ver las estrellas, acurrucados el uno contra el otro, y de vez en
cuando nos besábamos apasionadamente.
»A la media noche decidimos entrar en
la casa de nuevo, Thomas llevándome entre sus brazos, adormilada. Ya en el
dormitorio, me cambió y me arropó. Luego él se cambió e hizo lo propio,
abrazándome debajo de las sábanas, y antes de que nos quedásemos profundamente
dormidos me confesó al oído que había tenido miedo de perderme, y que era yo la
que debía perdonarle por reaccionar de esa manera. Repetí lo que me había dicho
él horas antes: no había nada que perdonar.
—Es una historia preciosa, Alisson
—contestó John a los pocos minutos, con los ojos brillantes por la emoción y
una sonrisa amable—. Ha sido un placer conocerte… A ti y a Shasha, claro —alzó
una mano para acariciar la cabeza del animal y este ronroneó—. Espero que nos
volvamos a ver.
—Mucha suerte, John. Ya nos mandarás
una invitación para asistir a la boda a esta dirección —le dio una tarjeta con
el nombre de la residencia—. Iremos gustosamente, ¿verdad que sí, querido?
Shasha maulló y John se alejó en
dirección a la entrada de la Torre Norte, riéndose y despidiéndose con una
mano.
En cuanto su pelo rojizo como el fuego
se perdió entre la multitud, Alisson se dio la vuelta y se dirigió a la plaza
del World Trade Center, siguiendo a la multitud.
Entre las torres había una escultura
llamada ingeniosamente “La Esfera” por su forma… cómo decirlo… esférica,
que fue concebida por el artista Fritz Koening como un símbolo de paz mundial.
Estaba compuesta por cincuenta y pico segmentos de bronces, rodeada por un
anillo de fuentes y algunos detalles decorativos, y giraba una vez cada 24
horas, como si representase la tierra. Su base era un lugar popular para los
que almorzaban por la zona, aunque a esa hora tan temprana no se veía a mucha
gente parada; todos iban de un lado para otro dispuestos a empezar su jornada
laboral. Lo que le sorprendió a Alisson fue descubrir, sobre el barullo que
creaban las personas, una melodía.
Las notas parecían flotar sobre las
cabezas de los viandantes, que de vez en cuando se giraban hacia la música, que
los atraía mágicamente, pero aún así se resistían a su llamada, siguiendo con
su camino.
—Vamos a ver quién toca… —Como podréis
comprobar, Alisson no era la clase de persona que se resistía a la magia de la
música.
Debajo de uno de los lados de La Esfera
—esperad, ¿desde cuando una esfera tiene lados?—, una pequeña orquesta de
músicos callejeros interpretaba el famoso vals de Dmitri Shostakovich: The
Second Waltz. Había un saxofón de mediana edad, dos violines que parecían
gemelas, una trompeta calva pero con una barba que le llegaba hasta la altura
del ombligo y un contrabajo que podía confundirse con su instrumento. Delante
de ellos, se encontraba la funda del contrabajo para recibir las monedas de su
público, que al parecer no estaba muy generoso esa mañana.
—¡Oh! ¡Shasha! ¿Me permites este baile?
Sin pensárselo dos veces, Alisson
agarró a su gato de una pata y empezó a girar delante de la pequeña orquesta
como si esta tocase solo para ellos. Se balanceaba de un lado a otro con los
ojos cerrados, deslizándose suavemente con los conocidos pasos de vals.
Su vestido azul celeste preferido se
abría sobre sus piernas y se cerraba, aleteando igual que un pájaro, mostrando de
vez en cuando unas medias blancas impecables y unas bailarinas también azules.
Por un momento tuvo la sensación de que
volvía a ser joven, y que no estaba en la calle, sino en su preciosa casa de
las afueras de Nueva York, sosteniendo en su mano la mano de Thomas, y no la de
Shasha, notando en su cintura la otra mano de su marido, que la guiaba por el
salón con lentitud mientras el gramófono emitía las notas de una melodía
preciosa del mismo autor. “¿Sabes que en Rusia esta música está prohibida?”, le
preguntó Thomas dulcemente al oído. “Suerte que ya no estamos en Ruisa, ¿no
crees?”, contestó ella. Él asintió, hundiendo su rostro en la cascada de ondas
rubias que se derramaban por su cuello. “¿Crees que volveremos algún día?”,
preguntó Alisson, estremeciéndose al notar su aliento tan cerca. “Yo no quiero
volver, Ali, y mucho menos ahora, en plena Segunda Guerra Mundial. No quiero
que suframos más... Yo solo quiero que vivamos en paz, juntos, y que este
momento se haga eterno.” Pero el momento no fue eterno.
Entonces, un bebé rompió a llorar en
una de las habitaciones de al lado y Alisson tuvo que separarse de él
apresuradamente para atender a su primer hijo.
Ahora, la orquesta dejó de tocar y la
plaza rompió en una oleada de aplausos que la despertó de su ensoñación.
—¡Bravo! ¡Bravo! ¡Bravo!
Alisson hizo una reverencia, y la
orquesta empezó a aplaudir también, agradeciéndole su actuación, ya que gracias
a ella la funda del contrabajo había estado llenándose de monedas, ¡y hasta de
billetes! en los últimos minutos.
—Gracias… Gracias… Gracias…
Los aplausos empezaron a acallarse a
medida que las personas seguían andando, hasta que al final se quedaron de
nuevo “solos” la orquesta y la anciana del gato.
—Señora, no sé cómo podemos
agradecérselo… —habló una de las violinistas—. Por favor, acepte una parte del
dinero. Ha sido gracias a usted que…
—No, no tengo que aceptar nada —rechazó
amablemente ella, con los ojos anegados de lágrimas por la emoción y los
recuerdos—. Lo único que pido es que sigáis tocando.
Y eso hizo la orquesta, seguir tocando,
hasta que un sonido como el de un trueno que no quería dejar de sonar les
obligó a parar.
—¿Qué es eso? —preguntó alguien.
Todos los de la plaza tenían el rostro
alzado al cielo, como si el mundo mirase en la misma dirección de repente, y de
pronto el mundo fue testigo de cómo un avión impactaba contra uno de los
laterales de la Torre Norte, como un misil. Explotó al instante, formando una
nube de fuego y humo negro por encima de la torre que empezó a crecer
rápidamente.
La gente empezó a chillar y a correr despavorida,
como solo saben hacer los humanos, creando caos. Algunos tuvieron el suficiente
valor de sacar sus móviles y ponerse a grabar lo que fuera que estuviera
pasando, mientras se oían sirenas de emergencia y los bomberos llegaban
rápidamente a la plaza.
Me encantaría deciros que Alisson
decidió rápidamente salir de ese lugar, pilló un metro y volvió a la
residencia, donde estaría segura —a menos que la enfermera Sally la matase por
escaparse de esa manera—, pero entonces no habría historia.
—Seguid tocando —se giró a la orquesta,
sabiendo perfectamente lo que hacía.
—¿Cómo?
—Que sigáis tocando. La música
tranquilizará a la gente, ¿o acaso no habéis visto Titanic?
Ninguno de los músicos supo qué es lo
que tenía esa anciana de especial, si el tono de su voz, sus ojos verdes, o la
seguridad con que dijo esas palabras, pero le hicieron caso. Eran las ocho
cuarenta y siete. Una pieza de Eugen Doga, Gramofon, empezó a sonar, y
Alisson se puso a bailarla con su gato como si no estuviera pasando nada. La
gente empezó a calmarse poco a poco.
—No se derrumbará —dijo alguien, una
mujer, convencida de lo que decía—. Soy arquitecta, y los edificios están
diseñados para soportar un choque de un 707 totalmente cargado en cualquier
parte de ellos.
Los minutos sucedieron a los minutos.
Más tarde contarían que ordenaron evacuar la Torre Sur, y que luego esa orden
se cancelaría porque creían que el peligro había pasado. La música sonaba
distorsionada por el miedo, pero seguía sonando, y a las nueve y tres minutos,
un segundo avión impactó contra la Torre Sur.
La policía intentó cercar la zona y los
echaron a todos del lugar, pero no pudieron evitar que los neoyorquinos,
desesperados, se agolpasen en las calles para ser testigos de lo que iba
sucediendo. Alisson no hacía más que susurrarle cosas a Shasha, que no paraba
de maullar y erizar el pelaje, augurando que algo horrible iba a suceder. ¿John
estaría bien?, se preguntó la anciana mientras miraba hacia la torre que había
recibido el primer impacto. La orquesta se había perdido de vista, y ya no
sonaba ninguna música, excepto los llantos y las llamadas de auxilio, que le
hicieron recordar algo mucho peor.
—¿Qué es eso? ¿Son trozos del edificio?
—¡No! ¡Son personas!
Los que habían quedado atrapados en los
monstruos de acero se precipitaban al vacío, perdiendo toda la esperanza de ser
rescatados, abrazando a la Muerte.
—Yo ya he vivido todo esto… —murmuró
Alisson, apoyando la mejilla contra Shasha.
Un hombre que tenía al lado que no
paraba de hacer fotografías se volvió hacia ella al escuchar sus palabras.
—¡Usted es Alissa Bicondova!
Hacía mucho tiempo que no escuchaba su verdadero
nombre…
—Se ha debido de equivocar…
—No lo creo. Siempre me acuerdo de las
entrevistas que hago… ¿No me recuerda? Hace diez años más o menos tuve que
hacer un reportaje sobre las Purgas Stalinianas, los procesos de Moscú y la
Dictadura en Rusia, y me aconsejaron que usted y su marido podían ayudarme, así
que hablé con ustedes por teléfono y me citaron en su casa, donde estuvimos
toda la tarde hablando de su historia… ¡Resultó un reportaje increíble! Una
familia anarquista es asesinada por soldados del Ejército Rojo, y uno de ellos
los traiciona y ayuda a la hija mayor a sobrevivir y a exiliarse a América. ¿Cómo
está su marido? Thomas, se llamaba, ¿verdad?
—Está muerto —Alisson apretó la
mandíbula, enfadada porque el hombre no tuviera una pizca de sensibilidad y le
hiciera recordar todo su sufrimiento—. Murió hace tres años de cáncer, y mi
familia, ¡mis propios hijos y mis nietos!, me confinaron en una residencia en
cuanto estuvo varios metros bajo tierra.
—Cuánto lo siento… ¿Sabe lo que está
sucediendo allí? —Señaló las Torres, volviéndose para seguir haciendo
fotografías—. Acabamos de ser atacados por unos terroristas. Debería ponerse a
cubierto, Alissa…
—Me llamo Alisson —le interrumpió ella,
dándose la vuelta para marcharse de su lado—, y hace mucho tiempo que estoy a
cubierto.
Echó a andar por la calle. Le susurró a
Shasha que no tuviera miedo, que todo saldría bien. Hizo oídos sordos a los
agentes de policía que le decían que el paso era restringido; lo único que le
importaba era el camino hacia una de las mejores fruterías de la ciudad.
—Me apetece tomarme una manzana,
querido.
Cuando llegó, la tienda estaba
completamente desierta, pero la fruta seguía ahí, en sus estantes, llamándola a
gritos para que cogiese una y se la comiese. ¿Robar? Le parecía una estupidez
preocuparse ahora por esa nimiedad. ¡Ni que fuera a estrellar un avión contra
un edificio! Ella no era una mala persona, y no hacía mal a nadie comiéndose
una insignificante manzana.
Cogió una de las más rojas que había y
la sostuvo con una mano. Tenía los dedos nudosos y largos, el dorso cubierto de
manchas por la edad y marcado por las venas; en comparación, la piel de la
manzana era lisa, uniforme y brillante. Se la acercó lentamente a los labios.
09:58:59
Shasha pudo ver por encima de su hombro
cómo, a varios metros de distancia, la Torre Sur empezaba a derrumbarse. El
sonido era ensordecedor y el edificio se hundía hacia abajo como el muelle de
un acordeón plegándose en vertical, pero para Alisson lo único que le importaba
era su manzana, el último placer de la vida que pudo disfrutar antes de que la
torre tocase el suelo. Y, cuando lo hizo, la nube de escombros, polvo,
cadáveres, y sangre lo cubrió todo, engullendo su pequeño cuerpo.
Crash. Eso fue lo último que oyó, el
sonido que hizo el pedazo de manzana cuando la mordió, y su mente se centró en
un único pensamiento: Tranquilo, Shasha, Thomas cuidará de nosotros.
Sería delicioso deciros que Alisson…
Alisa Bicondova, tal y como se llamaba en Rusia, sigue viva hoy, después de 13
años que sucedió el atentado; pero no os voy a mentir.
El 11 de septiembre de 2001 murieron
miles de personas, por lo que miles de historias escribieron al mismo tiempo un
abrupto fin. Murió una mujer a la que no le gustaba nada levantarse temprano
para ir a trabajar, un hombre que disfrutaba todas las tardes escuchando música
antigua y bebiendo un vasito de wisky, una joven que adoraba el olor a tierra
mojada cuando llovía, un muchacho pelirrojo llamado John, que no llegó a
recibir nunca una respuesta a una proposición de boda,… Murieron tantas
personas en las torres, tantos bomberos haciendo su trabajo, tratando de salvar
a completos desconocidos…
Alisson quedó atrapada entre los
escombros. Perdió la consciencia, pero al menos no sufrió heridas graves.
Shasha hizo todo lo que pudo. Se coló en uno de los huecos y salió al exterior.
Llamó la atención de uno de los guardias que estaban por esa zona buscando
heridos, pues para entonces la otra torre ya se había derrumbado, y
asegurándose de que este lo seguía lo condujo directamente a donde se
encontraba su ama. Encontraron su cuerpo. Llamaron a emergencias; ¡aún
respiraba! Permitieron que el gato la acompañase en la ambulancia de camino al
hospital; al fin y al cabo fue él quien la había salvado. Los médicos la
atendieron y ella respondió perfectamente a todas las pruebas. Ningún hueso
roto, solo algún que otro rasguño y raspadura. ¡Era un milagro! En cuanto se
enteraron de la noticia toda su familia fue a verla, toda la residencia la
visitó. A la semana, tras estar en observación por si se les había pasado algo
por alto a los médicos, le dieron el visto bueno y pudo volver a la residencia
—no sin oponer cierta resistencia, claro, pero al final las lágrimas de alegría
de Sally y la persuasiva mirada de Shasha la convencieron—. En los años
posteriores repitió varias escapadas, hasta que aceptó que ya era muy mayor
para ciertas cosas, y fue en 2012, tumbada en su cama, cuando exhaló su último
aliento.
A mí, personalmente, me gustaría pensar
que se reunió con Thomas, su ángel de la guarda, pero ni yo ni ninguno de
nosotros sabremos lo que hay al otro lado hasta que llegue nuestra hora.
Supongo que es mejor así.
Que historia!!! y sin ni un solo comentario. Debo decirte que por supuesto la he leído íntegramente y me ha enamorado Alisson, junto a Shasha (adoro a los gatos), y no he podido evitar emocionarme cerca del final. Preciosa historia Dafne, mis felicitaciones.
ResponderEliminarDulces besos de manzana y dulce semana 💜
¡Hola, Dulce! Es uno de los primeros relatos que subí al blog, por eso no tiene comentarios y ha quedado un poco perdido en el tiempo *.* Pero la verdad es que es uno de mis favoritos. Es... diferente. Y me alegro que te hayan enamoradao Alisson y Shasha y que te emocionase el final.
EliminarMil gracias por tus palabras, ya sabes que significan mucho para mí.
Dulces besos de manzana, ¡miau! 💜🐾