¡Hey!
He tenido este proyecto en mente
desde hace semanas, semanas que he llenado de ideas, fotografías que se han
convertido en bocetos, bocetos que se han convertido en dibujos, fragmentos de
escritos, diálogos entre personajes… todo eso mientras rumiaba una nueva
historia que compartir con vosotros y que, cómo no, se me ocurrió cuando mi
hermana me pidió que le contase un cuento (lo que me recuerda que tengo que
pasar a ordenador los cuentos que le he contado las otras noches… hum… a ver si
me pongo a ello…)
ALTER EGO, es una historia que pienso
continuar pero que no sé cuando tendrá fin, ni en cuantos capítulos,… Y
entremedias iré subiendo otros relatos, poemas y dibujos.
Y con esta presentación (no
quiero entreteneros mucho), os dejo con el primer capítulo:
PARTE 1
A TRAVÉS DEL ESPEJO
«—Juguemos a que
existe alguna manera de atravesar el espejo; juguemos a que el cristal se hace
blando como si fuera una gasa de forma que pudiéramos pasar a través. ¡¿Pero,
cómo?! ¡¡Si parece que se está empañando ahora mismo y convirtiéndose en una
especie de niebla!! ¡Apuesto a que ahora me sería muy fácil pasar a través! —Mientras
decía esto, Alicia se encontró con que estaba encaramada sobre la repisa de la
chimenea, aunque no podía acordarse de cómo había llegado hasta ahí. Y en
efecto, el cristal del espejo se estaba disolviendo, deshaciéndose entre las
manos de Alicia, como si fuera una bruma plateada y brillante.»
Alicia a través del
espejo
Lewis Carrol
Capítulo
1
Blondie
18 de diciembre.
Primer día del verano.
Sí, no os extrañéis, aquí el
tiempo transcurre al revés, pero con el paso de los años te acostumbras a todo:
al clima, al horario, a las estaciones, al idioma, a las personas… A todo.
Y cuando menos te lo esperas es allí donde el tiempo transcurre al
revés, y no aquí.
Con allí me refiero a
Europa, concretamente a España, y con aquí me refiero a Australia.
Acabo de terminar el décimo curso —el equivalente a 4º de la ESO—, y lo primero que se me ocurre es
madrugar.
Estoy sentada en la tabla que
me regalaron Eithan y Mayrah por mi cumpleaños, viendo amanecer. El mar está en
calma, y el cielo es un lienzo de colores anaranjados, rosas, rojos, amarillos
y azules al que poco a poco el sol empieza a asomarse. Hoy, el Astro Rey tiene
una cara nueva, quizás se la ha lavado y por eso parece resplandecer más de lo
normal, pero yo sé que hay algo más; seguramente a él también le ilusiona que
empiecen las vacaciones. ¡Todos las esperábamos con ansia tras acabar los
exámenes! Pues sabemos que vienen acompañadas de surf, salidas con los amigos,
fiestas, y mucho descansar y disfrutar antes de que empiece el verdadero
Infierno.
Ya sé, ya sé, a veces parezco
un poco pesimista, pero os daréis cuenta de que aquí ese tipo de ideas no duran
más que lo que tardó Usain Bolt en su última carrera de 100 metros lisos, y es
que en Byron Bay se respira calma.
Se respira, aspira, inspira y,
si alzas el rostro, la calma te besa dulcemente la cara.
Esa es una de las razones por
las que este precioso pueblo es el paraíso perfecto para los artistas y los
escritores, y también es una de las razones por las que mis padres decidieron
que nos mudásemos cuando yo tenía seis años. Al contrario que mi hermana
pequeña, que por entonces solo contaba con cuatro cumpleaños, me enfadé mucho
con ellos.
Mis padres, dos españoles de
pies a cabeza, son escritores.
Más o menos famosos.
Se podría decir que son lo
suficientemente famosos como para trasladarnos de continente, comprar una
espléndida casa al lado de la playa —que al principio deseé quemar hasta los
cimientos—, y dedicarse exclusivamente a sus novelas, traducidas a más de 40
idiomas y repartidas por todo el mundo.
Pero, aun con todo el dinero
que ganan, son las personas más amables, alegres, bondadosas y brillantes que
conozco —podría seguir escribiendo dos adjetivos para cada una de las letras
del abecedario, pero entonces no terminaríamos—. Huelga decir que todos esos
magníficos apelativos se me olvidaron de golpe cuando me vi embarcada en un
avión a la otra punta del planeta.
Fue como un sopapo, y no hubo
discusión. Pude lloriquear, patalear, rogar, suplicar, amenazar con que me iría
de casa, volver a rogar y llorar, llorar y llorar durante días enteros, pero
mis padres no vacilaron ni un momento en su decisión.
Aún recuerdo a mi hermana
pegada a la ventanilla, señalando las calles adoquinadas, los bares bohemios
que más tarde visitaríamos, las construcciones de madera con terrazas
hermosísimas, y la cantidad de vegetación y naturaleza viva que nos rodeaba.
Sin embargo, lo más impresionante fue el faro de Cape Byron, situado en lo alto
de un precipicio a 113
metros sobre el nivel del mar, una especie de fortaleza
blanca de cuento de hadas.
Odié que mi nuevo hogar
fuera tan bonito, porque sabía que tardaría poco en sucumbir a sus encantos y
que entonces mi lucha por volver a España estaría perdida.
Me equivocaba.
En realidad, no fue el pueblo
lo que me convenció para quedarme, sino una tabla de surf que impactó contra mi
cabeza cuando bajaba a la playa y me borró el enfado de golpe… literalmente.
—¡Ups! I’m sorry,… Are you okay?
Me di cuenta de que estaba en
el suelo, tumbada sobre la arena y con un dolor de cabeza tremendo. Parpadeé,
confusa, sin saber qué había pasado y por qué tenía a un ángel inclinado sobre
mí.
—¡Help, father! —Gritó
sobre su hombro y luego se volvió de nuevo hacia mí—. Girl,… girl,… Are you
okay?... Blondie…
El ángel me tocaba las mejillas
en busca de arañazos, y me giró la cabeza con cuidado por si me la había
abierto con el golpe o estaba sangrando. Gracias al cielo, no había sucedido
ninguna de las dos cosas, pero sí estaba un poco conmocionada.
Veía como estrellitas alrededor
de su figura, y mi primer pensamiento fue que el avión se había estrellado y
que nunca habíamos llegado a la Australia de las narices.
—Blondie? —Repitió, tomándome
la cara entre las manos y mirándome fijamente.
¿Se refería a mí?
Se oyó una voz preocupada a su
espalda y el ángel se giró. Me di cuenta de que no tenía alas, así que… No, no
era un ángel, solo un niño de ocho años con unos ojos azules tan intensos que
parecían de otra realidad.
Apareció el que debía de ser su
padre, un hombre joven que traía consigo una tabla de surf, y el niño se
apartó. La tabla de surf acabó junto a la de su hijo, tirada a unos metros de
dónde nos encontrábamos, y en seguida pude apreciar el parecido entre ambos:
tenían el pelo más o menos largo hasta la mandíbula, rubio, los mismos ojos y
la piel dorada.
—Where are your parents?
—Me preguntó con voz calmada, y esa fue la primera vez que recibí la sensación de
calma en el pueblo, una calma grave y arrulladora.
Con mis seis añitos sabía el
suficiente inglés como para entender a qué se refería y señalé la casa que
teníamos a la espalda.
El hombre asintió y, con
cuidado, me cogió entre sus brazos y echó a andar hacia mi casa. Por el camino
intercambió varias frases con su hijo, pero yo no les atendía.
Al llegar, mis padres nos
vieron a través de las cristaleras del salón y salieron preocupadísimos a saber
lo que había pasado. Los brazos que me alzaban cambiaron y pasé a refugiarme
contra el pecho de mi padre, que olía a tabaco.
Los adultos empezaron a hablar
con sencillas frases en inglés para poder entenderse, pues mis padres aún eran
principiantes en el idioma, y al cabo de los minutos mi padre me dejó de nuevo
en el suelo, seguramente para que hablase con el niño.
Ninguno de los dos lo hicimos.
Nos calibramos con la mirada
con curiosidad. Por mi aspecto, podría haber pasado por su hermana, y estoy
segura de que eso le confundía. ¡Una niña española rubia de ojos azules! Al
menos aquí, en Australia, pasaría desapercibida —al menos, eso creía—.
Pasaron los minutos y seguimos
sin decirnos nada.
Al final, el niño sonrió y,
como si ya se hubiera hecho a la idea de mi procedencia y mi aspecto, repitió
el nombre que acababa de asignarme:
—Blondie.
Rubita.
Mis cejas son como plumas,
arqueadas sobre los ojos y cada vez más estrechas a medida que se alejan de la
nariz.
Tengo las pestañas largas y
curvas, pero no se suelen apreciar bien porque de la mitad hasta las puntas son
rubias, lo que las hace prácticamente invisibles.
Dichas pestañas sombrean unos
ojos azul grisáceo cuyo color varía con el día. Mayrah, mi mejor amiga, suele
decir que los irises parece que estén compuestos de piedras preciosas, y que
los cristales caleidoscópicos que rodean las pupilas son la razón de mi nombre
—el verdadero—. Yo la contradigo, puesto que cuando los seres humanos nacemos,
el color de los ojos no se define hasta los seis meses o el año, así que puedes
nacer con los ojos azules y al final estos se te pueden definir como marrones
oscuro a medida que aumente la producción de melanina. Además, mis padres ya
sabían cómo iban a llamarme antes de nacer:
Crystal.
En la partida de nacimiento
sale con “i” latina, pero a mí siempre me ha gustado más con su variante
griega, aunque de todas formas todos terminan llamándome Cris, para abreviar.
Excepto Eithan, claro; para él,
siempre seré Blondie.
Ahora, desgraciadamente, no sé
qué aspecto tengo. Particularmente no sé el aspecto de mi rostro, pues el color
de mi pelo aún lo puedo ver y más o menos las formas de mi cuerpo las puedo
adivinar.
Ha llegado el momento de hablar
de espejos, el quid de la historia.
Alicia atravesó uno cuando
vivió la segunda de sus aventuras en el País de las Maravillas, y la bruja de
Blancanieves lo primero que hacía por las mañanas era preguntarle a su espejo
mágico quién era la más hermosa del Reino.
A mí con los espejos también me
pasa algo diferente.
No puedo pasar a mundos a
través de ellos ni preguntarles quien va a ser la miss mundo del año,
descuidad, pero tampoco me veo reflejada en ellos como el resto de las personas.
Y no, no soy un vampiro. Los
vampiros no existen —creo—.
Todo empezó hace más o menos
un año, cuando me levanté a una hora muy parecida a la de hoy para hacer
surf con Mayrah, Eithan y Burilda en las vacaciones de invierno. Como todas las
mañanas, desayuné ligero y cambié mi pijama por el biquini. Entonces, mi vista
se topó con el espejo de mi habitación.
Lo primero que me fijé fue en
mi media melena rubia, que atrapaba los rayos de sol que traspasaban la ventana
y creaban un halo dorado alrededor de mi cabeza. Nada fuera de lo normal… de
momento.
Mis ojos azules me sonrieron
por el efecto y al bajar la vista me encontré con la verdadera sonrisa,
dibujada en unos labios rellenos y bien contorneados. Igual que antes, nada
raro.
Luego mi cuerpo, con mis curvas
cercanas al 90-60-90, una altura que rondaba el metro sesenta —que no ha
variado mucho desde entonces— y los músculos definidos, pues cuando no surfeo
me gusta jugar al fútbol y llevo una vida bastante saludable. La piel dorada
por el sol; correcto… Pero ya noto algo raro.
Falta algo.
Me miro por todos lados, los
pies, los brazos, las piernas, los dedos de las manos…
Ahí está.
Me falta el dedo meñique de la
mano izquierda.
Miraba el reflejo, y era como
si una bruma me lo hubiera comido. Me miraba la mano, y el dedo seguía allí.
Miraba el reflejo. Miraba la mano. «Quizás, me falla la vista», intenté
convencerme. Pero no.
Con el paso de los días, el
resto de mi reflejo empezó a desdibujarse en todas las superficies
reflectantes: espejos, escaparates de tiendas, el agua, cámaras de fotos,
cucharas,… Como si me lo fueran robando poco a poco.
Empecé a evitarlos.
Mis padres no sabían qué hacer,
pues no parecía nada que hubiera pasado antes… Y recurrí a Internet. Apenas
encontré información. Sobre todo artículos relacionados con los sueños y el
significado de soñar con espejos.
Pero esto, no es un sueño, y
ahora no me queda ni una pizca de mi reflejo.
Los únicos que saben mi secreto
son mi familia. ¿Sabéis lo difícil que es maquillarse sin la ayuda de un espejo?
Suerte que cuento con mi hermana, que se está convirtiendo en una estilista
profesional.
—¡BLONDIE!
Casi me caigo de la tabla
cuando oigo su voz, que me despierta de mi ensimismamiento.
—¡BLONDIE! ¡LO ACABAN DE
PUBLICAR, YA ESTÁ EN LOS ESCAPARATES! ¡VUELVE A LA ORILLA, BLONDIE!
Wow que intriga! ¿Por qué no se verá reflejada?
ResponderEliminarSorpresa, sorpresa... ;) ¡Muchas gracias por pasarte y comentar, Mikel!
EliminarHola, me gusta como escribes, solo este detalle voy a mencionar, hay varios saltos de tiempo en un mismo capítulo que me enredó un poco, creo que debes tener mucho cuidado con eso, estaba en el cuento cuando llego la nena a su nuevo lugar de repente alguien la golpea luego salta a otro tiempo. Quizás es por una razón, seguiré leyendo
ResponderEliminar¡Hola! Sí, quizás en este primer capítulo el salto temporal es un poco brusco... Tomo nota y lo tendré en cuenta tanto para continuar este proyecto como para otros ;)
EliminarTe animo a seguir leyendo y estaré encantada de leer tus comentarios.
¡Gracias!
Un cambio que no dejará de sorprender a tu protagonista en esa nueva aventura, ni a tus lectores. Y con un final de suspenso.
ResponderEliminar!Saludo!
¡Hola, Yessy! Espero que te animes a seguir leyendo los capítulos de Alter Ego ;)
EliminarYa sabes, ¡cuéntame en los comentarios tus impresiones! Las críticas me ayudan mucho a mejorar como escritora.
Gracias
Un besazo
¡Hola! ¡Qué genial comienzo! Recién ahora me voy poniendo un poco más al corriente con todo y he de decir que me ha encantado. Aunque el salto en el tiempo de la niñez a la adolescencia hubiese estado bueno y sería más entendible que fuera en capítulos separados —que se suele presentar esas brechas de tiempo de esa manera—.
ResponderEliminarMe encantan los espejos ¡y que su reflejo vaya desapareciendo! Qué incómodo debe ser llegar a verse por fragmentos >.<
¡Un abrazo!
¡Ayyy, cuánto me alegro de que te animes a leer los capítulos! A ver si también yo me animo a continuarlos, vaya.
EliminarSí, Topasan me indicó también lo del salto temporal en su comentario, tomé nota de ello ;)
Espero que me sigas contando tus impresiones, se agradecen de todo corazón.
¡Un besazo!
Me encanta... Qué bien narrado, que ameno e interesante y que curioso lo del espejo...
ResponderEliminarPrecioso!!
Muchos besos.
¡Me alegro muchísimo de que te animes a leerlo! Todas tus impresiones, cosas que cambiar, que mejorar... ¡No dudes en escribírmelas!
EliminarMil gracias,
un besazo, Sakkarah
Vengo a leer un relato del 2014 y estoy en el 2022, y como esto es el Aevum no me molestan los saltos temporales. Sí me intriga lo de la pérdida del reflejo de Blondie, que según la descripción es muy guapa ;) Por cierto, no le digas a nadie, pero los vampiros existen.
ResponderEliminarDulces besos de manzana desde el 2022 💜
Me alegro de que te pierdas (y al mismo tiempo no) en el Aevum, Dulce ;)
Eliminar¡Definitivamente los vampiros existen! 💜
Encantada de que te animes a leer Alter Ego, aunque la historia no está terminada...
Dulces besos de manzana desde el 2022