Capítulo 6
El Otro Yo
Fui lo suficientemente rápida
como para situar la tabla de surf delante de mí, de modo que el filo del hacha
quedó clavado en ella a escasos centímetros entre mis ojos, atravesando la
madera de lado a lado y frenado justo a tiempo.
Recuperándome de la impresión,
dejé caer la tabla y sin pensármelo dos veces eché a correr en dirección
contraria. «¿Qué hacía Eithan con un hacha?» Era una de las múltiples preguntas
que rondaban por mi cabeza, como: «¿Qué hacía Eithan lanzándome un hacha?»
Sin embargo, no fui lo
suficientemente rápida corriendo, y a los escasos segundos él me alcanzó.
Mi cuerpo quedó completamente
atrapado bajo el suyo y podría decirse casi literal que besé el suelo.
Vale, lo admito: siempre me
había imaginado escenas en las que Eithan y yo nos podríamos besar, pero nunca
se me había ocurrido que pasase nada como esto.
“Eithan” me empujó más hacia
abajo, colocando una de sus grandes manos en mi cabeza para que apoyase una de
las mejillas contra la tierra, y con la otra me retiró el pelo a un lateral
para observar mejor mi rostro, dejándolo al descubierto junto con mi cuello y
mi oreja.
—Has dejado que perdiera a mi
presa —susurró a mi oído con los dientes apretados, entre furioso y complacido
por haberme atrapado, y sentí su respiración agitada—… y por eso vas a tener
que remplazarla.
Su voz era la de mi amigo pero
al mismo tiempo no era su voz. La alarma de que él no era mi Eithan se hizo más
intensa, y por fin mi cerebro pareció desbloquearse y reaccioné.
Precisamente hacía unas semanas
había ido con Mayrah a un cursillo intensivo de defensa personal para que las
mujeres estuviéramos preparadas ante las posibles situaciones de ataque, como
qué hacer cuando te agarran, cómo pegar un puñetazo, cuáles son los puntos
débiles, cómo desasirse de alguien que te está asfixiando… Daba igual la
altura, la constitución que tuvieras o si eras más o menos joven; si te atacan
tienes que saber cómo reaccionar igualmente.
La sesión duró tres horas,
estuvimos alrededor de una quincena de mujeres —Mayrah y yo las más pequeñas,
pues el resto tenían entre dieciocho y veinticinco años— más las dos monitoras,
Suzzane y Laurent, pero no llegamos a plantear la situación de que el atacante
te empujase y te inmovilizase bocabajo. Si “Eithan” me hubiera tirado
boca arriba habría sabido perfectamente qué hacer. Pero como no fue así, hice
una de las cosas que mejor se me dan este mundo: improvisar.
Me moví, me retorcí, me doblé,
culebreé, me contorsioné y me doblegué a su fuerza, haciendo todo lo posible para
quedar medianamente libre, y aunque eso no le gustó nada a él, conseguí
finalmente liberar uno de los brazos y me giré.
Fue el izquierdo, pero me dio
igual; en estos casos tengo tan entrenado el puño derecho como el otro.
Le acerté en la nariz, rompiéndosela
de tal forma que sentí cómo el hueso se desplazaba a medida que el dorso de mi
mano impactaba en el lateral del tabique.
Él aulló de dolor y apartó la
mitad de su cuerpo, permitiendo que sacase las piernas y así pudiera
arrastrarme para ponerme de nuevo de pie y echar a correr en busca de ayuda.
Sin embargo, no me esperaba que
se recuperase tan rápido.
Solo pude dar dos de esas
brazadas que les obligan hacer a los militares en su entrenamiento antes de que
él volviera a caer sobre mí y me inmovilizase de nuevo.
—No me hagas perder el tiempo…
—siseó; el matiz de complacencia había sido sustituido por absoluta furia.
Grité con todas mis fuerzas,
pensando que ya que no podía huir, al menos alguien oiría mis llamadas de
auxilio. Él me tapó la boca rápidamente y me sacudió con violencia.
—Más te vale mantener la boca
cerrada si no quieres que los monstruos se nos echen encima —efectivamente, oí
que algo se movía en nuestra dirección, así que por una vez le hice caso y me
callé—. Además, no hay nadie que pueda acudir en tu ayuda —añadió—. Aquí solo
estamos tú y yo.
Volví a luchar contra él, pues
el simple hecho de pensar en la palabra “Rendición” me reventaba, y esta vez él
tomó la precaución de colocar mis brazos alzados sobre mi cabeza,
manteniéndome, eso sí, bocabajo.
Entre unas cosas y otras me di
cuenta de que él mismo se había recolocado el tabique, aunque su cara y sus
manos estaban completamente cubiertas de sangre. Me pregunté cuáles eran las
condiciones que obligan a un hombre a recolocarse a sí mismo un hueso,
ignorando el dolor, para ir de nuevo a por una chica inocente. ¿Por qué no me
dejaba ir?
—Eithan… —quería averiguar cuál
sería su reacción, descolocarle, y aunque lo dije muy bajito, sé que me oyó
porque me apretó más contra el suelo.
—Me llamo Athan, no Eithan.
Murmuró su nombre con aspereza,
como si no estuviera acostumbrado a decirlo, y noté que se movía encima de mí.
Como solo utilizaba la mano
derecha para inmovilizarme las muñecas, la otra la deslizó por mi costado,
palpando mi cuerpo.
Me tensé instintivamente e
intenté huir del contacto, con el corazón en la garganta.
—Tssss… Estate quieta…
Me di cuenta de que me estaba
cacheando, como si buscara algún arma, y le debió de parecer curiosa mi
camiseta mojada porque tironeó de ella, extrañado.
—¿De dónde has salido? —preguntó.
Harta de no tener ni idea de lo
que estaba pasando, estuve a punto de replicar: «Al parecer no del mismo mundo
de mierda que tú », pero se oyó un golpe sordo y en un abrir y cerrar de ojos
se encontró desplomado sobre mí, completamente K.O.
Rápidamente me dispuse a
quitármelo de encima. Pensé que le había golpeado la chica que era perseguida
antes, que finalmente había vuelto en mi ayuda, pero cuál fue mi sorpresa al
encontrarme a una mujer de mediana edad, con el pelo entrecano recogido en una
tirante trenza de espiga que le llegaba hasta la última costilla, áspero y de
color ceniza.
Me quedé sentada en el suelo,
inmóvil, intentando adivinar si la mujer también me atacaría, y miré la piedra
que sostenía en la mano derecha para después volver la vista a su rostro, así
repetidas veces.
Tenía un porte aristocrático,
era delgada y de huesos largos, metro setenta. Vestía con colores del bosque y
botas militares. Sus ojos eran azul acerado, acuáticos, y por los rasgos de su
cara se daba un aire a Milla Jovovich.
La mujer soltó la piedra,
ladeando la cabeza, y me miró con seriedad. Noté que su vista me repasaba de
arriba abajo, discurriendo por mis piernas desnudas, mi bikini, mi camiseta…
hasta llegar a mis ojos.
—Eres del Otro lado del
espejo, ¿verdad? —ella parecía más convencida que el tal Athan sobre mi
procedencia. Hablaba en inglés, pero tenía un acento extraño…
—Lo único que sé es que estaba
surfeando y he llegado a un… lugar que se parece a mi pueblo pero que es
completamente distinto—respondí en el mismo idioma, poniéndome en pie; al menos
ella parecía una persona civilizada —más o menos—.
—Así que es tuya la tabla
atravesada por un hacha que hay allá —señaló por encima de su hombro, arqueando
las cejas con sorpresa— y también supongo que conocías a su Alter Ego
—señaló a Athan, que parecía muerto.
—¿A quién, a Eithan?
—Sí —asintió, pensativa—. A
Eithan...
Sin añadir nada más, pasó a mi
lado y se agachó sobre Athan. Agarró sus fuertes brazos detrás de su espalda, ató
sus muñecas con unas bridas de plástico que había sacado de uno de los
bolsillos de su pantalón y le abofeteó la cara para que recuperase la
consciencia.
Antes de que lo consiguiera di
un paso en su dirección para detenerla, nada dispuesta a que ese individuo, volviera
recuperar el sentido.
—¡¿Pero qué haces?!
La mujer me apartó de un
empujón y continuó con su tarea. Athan dejó escapar un gruñido.
—Mira, niña, empieza a
acostumbrarte a que aquí las cosas funcionan de una forma distinta. —Me
espetó—. Ya no estás en tu mundo. Has. Atravesado. El. Espejo. —Hizo una pausa
entre palabra y palabra, como si estuviera tratando con una tonta—. Y aquí, en
la superficie, nosotras somos las presas, y él es un
cazador. Y aquí…
Sus palabras se quedaron en el
aire, pues Athan había abierto los ojos de golpe e intentaba incorporarse,
furioso.
—¡Hija de…
La mujer ni siquiera pestañeó
cuando lo agarró del pelo, obligándolo a quedar postrado de rodillas entre ella
y yo, como en esas posturas de ejecución de las películas… y de las no-películas.
Athan apretó los dientes, aguantando el dolor, y resopló. Las aletas de su
nariz se dilataron y temblaron y sus ojos quedaron clavados en mí, repletos de
odio. Mi vista subió y bajó de la mujer a él, y me imaginé la fuerza que debía
de tener ella para conseguir que esa mole de puro músculo se mantuviera con
tanta facilidad bajo su control.
—Y aquí —continuó, como si no
hubiera ocurrido nada o como si fuera exactamente eso lo que necesitaba para
apoyar sus palabras—, un cazador cazado vale más que uno muerto.
14-01-15 |
—¿Dónde estamos?
Intenté asemejarme a esas chicas fuertes de los videojuegos que no se dejan intimidar por ninguna situación, ya fueran atacadas por alienígenas, zombies o robots que intentan aniquilar el planeta, pero las palabras apenas fueron un susurro entre mis labios.
Intenté asemejarme a esas chicas fuertes de los videojuegos que no se dejan intimidar por ninguna situación, ya fueran atacadas por alienígenas, zombies o robots que intentan aniquilar el planeta, pero las palabras apenas fueron un susurro entre mis labios.
La mujer se dispuso a responder…
—En el Infierno —Athan fue más
rápido, y por ello consiguió que los dedos de la mujer se cernieran con más
fuerza en su cuero cabelludo, pero esta vez no se quejó, sino que soltó una
carcajada ahogada.
—Has pasado al Otro lado del
espejo —me explicó la mujer, suavizando el tono pero sin perder la seriedad—.
Es el reflejo del mundo del que procedes… Todo es igual pero todo es diferente.
Puede que te encuentres los edificios que ya conoces devastados, abandonados,
cubiertos de polvo o convertidos en aquello que nunca, ni en tus peores
pesadillas, habrías podido imaginar. También te encontrarás con los Alter Ego
de tus seres queridos o compañeros de clase, su “Otro Yo”, que no serán en
absoluto como esperas que sean, puesto que se han criado en un mundo
completamente distinto, salvaje. Aquí existen los monstruos de verdad, y
si por algún casual te encuentras con tu Alter Ego, no tendrás otra opción de
matarlo.
Lo único que pude responder
fue:
—¿Qué?
La mujer sacudió la cabeza,
exasperada, y el cazador continuó mirándome con odio desde el suelo.
—Te lo explicaré todo por el
camino. —Concluyó, obligando a Athan a levantarse—. Ya hemos perdido mucho
tiempo y es peligroso estar en el bosque de noche, sin movernos.
—¿Y a dónde se supone que
vamos? —me puse en movimiento tras ella, sin saber qué más hacer.
—A un lugar seguro…
—¿Después de tanto tiempo buscando
vuestras madrigueras me vas a llevar a una así por así? —preguntó Athan, intentando
volverse hacia su captora; su timbre de voz denotaba que le había sorprendido.
—Descuida: te cortaremos la
lengua, las manos y los pies en cuanto lleguemos, para que no puedas ni
escapar, ni escribir ningún mensaje y mucho menos hablar. Aún no hemos llegado
y ya me estoy hartando de oírte.
Athan gruñó algo entre dientes,
pero al menos dejó de resistirse con tal de entrar en donde fuera que se
refería la mujer. Pensando que quizás se habían olvidado de mi presencia,
decidí intervenir de nuevo:
—Ejem… —carraspeé—. ¿Y no hay
ninguna forma de que vuelva…
—NO —negó la mujer antes de que
pudiera siquiera acabar mi pregunta.
—Al menos, si voy a ir contigo
explícame lo de los Alter Ego —le pedí—. ¿Por qué él…?
—¿…se parece a tu querido
Eithan? Éste —le agarró de un brazo para que girase a la derecha— es su
Otro Yo. Podríamos decir que su reflejo en este mundo. ¿Acaso nunca has oído lo
de que todos tenemos un doble?
—Sí, claro, pero…
—Seguro que te suena la teoría
de Platón sobre que toda persona tiene su doble negativo, un “hermano oscuro” o
“anti-yo” que, si tienes la mala fortuna de encontrarlo, tendrás que luchar
contra él hasta que uno mate al otro, pues no hay sitio en el Universo para
ambos. —La mujer ladeó levemente la cabeza sobre su hombro para mirarme, pero
como no hice ningún comentario, resopló y añadió—: Aquí pasa exactamente eso.
Mis reflejos me salvaron de
darme contra una rama; estaba tan atenta a lo que me explicaba la desconocida
que apenas me daba cuenta de lo que había a mi alrededor. ¿Luego cómo volvería
a la playa? En aquel bosque era imposible orientarse…
—Entonces, Athan… es su doble.
—O Eithan es el doble de él.
Eso no está muy claro. La cuestión es que si ambos se encontrasen, deberían
matarse entre ellos para que uno pudiera sobrevivir.
—No, la cuestión es —el cazador
se giró de pronto para mirarnos a la cara, deshaciéndose del agarre de su
captora por un instante—: ¿ese tal Eithan y tú sois novios? Porque en ese caso,
accedo a mis privilegios como Alter Ego e invoco mi derecho a hacer lo que
quiera con ella —me señaló con una sacudida de cabeza, dirigiéndose a la mujer—.
Al fin y al cabo, es mi presa.
Se relamió como un lobo
hambriento, y su amenaza habría surtido efecto de no ser porque, al caminar de
espaldas, se chocó contra la pared de un edificio que había salido de la nada,
perdiendo consistencia en sus palabras.
—Aquí está, una de nuestras madrigueras
—sonrió por primera vez la mujer, mientras volvía a agarrarlo para que se diera
la vuelta y continuase el camino por donde ella le indicaba—. Andando.
Cada vez más confusa,
frustrada, incómoda, nerviosa, alarmada, preocupada… ¡y todos los adjetivos que
queráis añadir a la lista que puedan indicar mi malestar!, los seguí.
Habíamos llegado a unas
instalaciones que aparentaban estar completamente abandonadas, con la
vegetación pegada a sus paredes y el moho supurando en las grietas de muros que
estaban a punto de derrumbarse los unos sobre los otros como fichas de dominó.
Pude comprobar que había varios
edificios que me resultaban vagamente familiares, pero no sabía indicar el por
qué, no de momento.
A medida que avanzábamos
comprobé que parecían disponerse en círculo. Pasamos al lado de uno, de dos,
tres… Entre el tercero y el cuarto nos internamos en lo que parecía una plaza
semicircular en un estado lamentable, con mesas de picnic ajadas e incompletas
como si les hubieran pegado bocados a la madera, e intenté imaginármela sin
todas aquellas plantas trepadoras y árboles que me impedían compararlo con nada
que yo conociera.
—Esta zona la hemos rastreado
una y otra vez —gruñó entre dientes Athan, mirando a todos lados con el ceño
fruncido y una expresión de ¿confusión?— y nunca hemos encontrado nada. ¿Qué
pretendes trayéndonos aquí?
En esa duda coincidía con él.
—Demostrarte lo estúpidos que
sois los cazadores —replicó la mujer, golpeándolo—. ¡No te pares y mira hacia
delante!
Continuamos la marcha y
accedimos en el edificio paralelo a los que habíamos dejado atrás. Los
cristales de las puertas estaban desperdigados por el suelo, hechos añicos,
igual que mi estado de ánimo.
—Ahora ten cuidado con los
cristales —se dirigió hacia mí la mujer, mirándome las piernas y los pies
desnudos— esto…
—Crystal.
Al principio no pareció caer en
la cuenta de que ese era mi verdadero nombre, pero al cabo de los segundos
terminó riéndose de la afilada coincidencia.
—Oh, Crystal… ¿Y eres
de…?
—Soy española —respondí,
mordaz—, pero llevo diez años viviendo en Byron Bay. ¿Y tú eres…?
—Ya casi hemos llegado.
Por momentos desconfiaba más de
ella. «¿Qué escondía para no querer presentarse?», me pregunté. ¡Si hasta Athan
lo había hecho!
Justo en el momento en el que
iba a replicar, la pintura descascarillada de una de las paredes me indicó
dónde me encontraba, y las imágenes de ambos mundos se superpusieron en mi
mente.
Los colores que resaltaban en
el escudo eran el azul, el gris y el blanco. Más o menos en el centro, se
encontraba desdibujado el faro representativo de la ciudad, encerrado en un
círculo que se encontraba dentro de otro círculo y de un tercero, como si fuera
el centro de una diana.
Daba la sensación de que el
faro estaba encendido, pues dos líneas eran despedidas desde su cumbre a
derecha e izquierda, partiendo el emblema en cuatro franjas desiguales. En la
de arriba, aún se podían apreciar las letras B.B.H.S, curvadas sobre el arco
del círculo exterior. En la franja de la derecha, el libro y el compás que
recordaba haber visto día tras día en ese mismo lugar habían desaparecido por
completo, mientras que en la de la izquierda aún se apreciaba las ondulaciones
que semejaban un mar y una figura grisácea con ademán de nadar a crawl.
En la última franja, la más grande, alguien había tachado las dos manos que se
estrechaban, como si en esta realidad fuera imposible el compañerismo, la ayuda
entre seres humanos, y el lema que estaba escrito en la cenefa: «The future
is ours» («El futuro es nuestro») había sido modificado por: «The
future is lost» («El futuro está perdido»)
—Estamos en mi instituto —conseguí articular. No me lo podía creer… ¡Era cierto! Había pasado a otro
mundo, a un reflejo de la realidad que yo conocía.
—No, éste ya no es tu
instituto.
La mujer —todavía desconocida—
apremió nuestra marcha; según ella seguíamos sin estar en un lugar seguro. A
medida que andábamos, recorriendo los pasillos que en mi día a día recorría,
atravesando aulas completamente derruidas, destrozadas, una sensación horrible
me oprimía el pecho; acababa de pasar de conocerlo todo, a no conocer nada; a
encontrarme réplicas malvadas de mis amigos; a enfrentarme contra monstruos…
Llegamos al “gimnasio”, que ya
no era ningún gimnasio, y la mujer nos condujo hasta a uno de los laterales de
la estancia.
—Ahora, si te estás quieto,
permitiré que mis compañeros utilicen la forma más rápida y menos dolorosa de
amputarte las manos, los pies y la lengua, ¿entiendes? —la mujer obligó a Athan
a arrodillarse de nuevo.
El cazador se mostró reticente
al principio, pero al final se dejó hacer; al observarlo, me di cuenta de que
estaba ansioso por descubrir qué iba a hacer la mujer. Por esa razón yo también
desvié mi atención hacia ella.
La mujer se movía de una forma
casi ritual ante nosotros, pasando las manos por la superficie irregular del
suelo, respirando con calma y con la mirada concentrada. La trenza le caía
sobre el pecho izquierdo, y los músculos de los brazos se le tensaron cuando
introdujo las manos en una grieta y empezó a tirar hacia arriba.
Entonces el suelo se abrió,
dando paso a unas escaleras.
—Entrarás tú primera, Crystal.
Luego irá él, y por último yo.
Sin embargo, me quedé quieta en
el sitio.
—Aunque entre, seré libre de
salir cuando quiera, ¿verdad? Quiero volver a mi mundo, reencontrarme con mis
seres queridos —repuse, determinante.
Tenía un nudo de preguntas
atascado en mi interior. ¿Qué iba a pasar con mi familia? Acababa de
desaparecer de sus vidas… ¿quizás para siempre? ¿Qué pensarían mi madre, mi
padre y mi hermana que me había sucedido? ¿Y Eithan? ¿Y Mayrah? ¿Los volvería a
ver?
Mientras esperaba la respuesta
de la supuesta mujer que me había salvado la vida, me vino a la cabeza una
canción que se ajustaría perfectamente con la situación…
The Pretty Reckless: Under the water
—Nunca se es libre por completo
—contestó finalmente la mujer, mirándome con tristeza—. Pero descuida, de eso
hablaremos más adelante.
Por un momento tuve la misma
sensación que cuando Eithan me había rechazado, como si el mar me tragase.
Sin embargo, esta vez me tragué
yo el mar.
—Está bien… —accedí,
descendiendo por la trampilla, notando los dos pares de ojos clavados en la
nuca.
Las escaleras eran de madera,
pero no estaba húmeda y parecía, al menos, mantenerse entera. «Una escalera
sólida en medio del caos», pensé. Las paredes de piedra eran negras y no veía
nada en la oscuridad, pues la mujer había vuelto a cerrar la trampilla tras
nosotros.
Oía la respiración de ambos a
mi espalda, cada uno de sus movimientos, el roce de su ropa, del cuero de sus
botas con el suelo…
—¿Ada? —preguntó una voz
femenina en lo que supuse que sería el final de la escalera, y poco a poco la
oscuridad fue disipándose; o al menos mis ojos comenzaron a acostumbrarse a la
poca luminosidad.
De pronto los escalones
desaparecieron y me encontré de frente con una mujer de unos veinticinco años
con la cabellera rapada y dos grandes ojos ambarinos que me miraron con
sorpresa.
—¿ADA? —repitió, mientras daba
un paso hacia mí y hacía ademán de ir a agarrarme.
«¡Ah, no! Otra vez no…» Me
alejé de ella rápidamente, y por suerte justo en ese momento aparecieron Athan
y la mujer.
—¡Taylor! —Exclamó ella—. Avisa
a los demás. Tenemos visita —nos señaló a mí y a Athan con una sacudida
de cabeza, a este último obligándole a seguir caminando.
—En seguida, Ada —afirmó con la
cabeza repetidas veces—. ¿Convoco una reunión?
Ada negó con la cabeza.
—Diles a Ciaran, a Ángela y a
Roch que acudan a la Sala de los silencios. Será una conversación breve; luego ya
hablaremos todos en la hora de la cena y haremos las presentaciones
pertinentes.
La tal Taylor desapareció por
uno de los pasadizos de la sala en la que nos encontrábamos, asintiendo
fervorosamente de nuevo y sin poder separar los ojos ni de mí ni de Athan. Las
paredes, talladas en piedra, eran lisas y divergían en distintos pasillos que
parecían introducirse en las entrañas de la tierra. Tuve la impresión de
haberme metido de cabeza en mi propia tumba.
—Vamos.
Ada nos indicó que nos
introdujéramos en uno de los pasillos de la izquierda.
Caminamos durante lo que a mí
me pareció una eternidad, evitando otras salas y teniendo que pasar por
oquedades tan estrechas que Athan casi no cabía, aunque eso a la mujer no le
importó.
Cuando llegamos a nuestro
destino, ya nos estaban esperando las tres personas que Ada había mandado que
avisase Taylor, así que atribuí el rodeo que acabábamos de dar por los pasillos
subterráneos no solo para evitar dar un espectáculo, sino para hacer tiempo.
—¡Has atrapado a un cazador!
—exclamó uno de los hombres en cuanto nos vio llegar. Era alto, fornido, y con
una constitución que parecía un toro. Sonrió, dejando ver una hilera de dientes
retorcidos y amarillentos.
—Salí a hacerlo, y cumplí mi
palabra, Roch —afirmó Ada, no sin cierto orgullo en la voz.
Eché un vistazo rápido a mi
alrededor y al resto de los presentes.
La sala era irregular, sin
paredes con esquinas delimitadas, ni cuadrada, ni circular… Indefinida.
La composición de la roca parecía haber cambiado con respecto a la de la
primera sala, pero no pude determinar de qué clase era. Allí el ambiente era
frío, de un frío seco, de ese que te atraviesa los huesos, y la única
iluminación provenía de unas lámparas de aceite.
La única mujer —Ángela, supuse—,
era bajita, gruesa, y mostraba el cabello chocolate largo hasta la cintura.
Tenía un lunar cerca de la comisura izquierda de la boca y cara de pocos
amigos.
El otro hombre —Ciaran—, era
espigado, delgado, con unas facciones amigables y el pelo rubio pelirrojo. No
se molestó en disimular el repaso que me dio de arriba abajo.
—¿Y quién es ella? —preguntó
Ángela, con recelo, seguramente adelantándose a su compañero.
—Se llama Crystal —contestó
Ada— y tiene una larga historia que contarnos durante la cena. La verdad es que
os he hecho llamar simplemente para que vosotros dos os llevéis al cazador a
los calabazos y para que tú, Ángela, te encargues de proporcionarle ropa nueva
y un lugar donde asearse…
—¿A una completa desconocida? —se
hizo la ofendida, y me dieron ganas de pegarle una bofetada y de arrancarle ese
lunar de la cara.
—Sí, a una completa desconocida
—Ada repuso con sequedad y una voz autoritaria—. Hazlo. Tú también estuviste en su lugar hace tiempo,
así que no seas hipócrita.
Ciaran y Roch, aguantando la
risa, agarraron a Athan uno de cada lado y lo arrastraron por otro pasillo
diferente. Athan se dejó, con una mirada extrañamente tranquila que, sin
embargo, se alejaba de la sumisión; era como si se reservase el momento de
volver a atacar.
—¿No le van a cortar nada,
verdad? —pregunté en cuanto se perdieron de vista, sin poder evitar
preocuparme.
—¿A qué se refiere, Ada?
—inquirió Ángela, despectiva.
—Descuida, aquí se tratan bien hasta a las bestias —se limitó a contestarme Ada, ignorando a la otra, que captando el mensaje se dirigió a otro de los infinitos pasillos que había en ese lugar para esperarme—. Sin embargo, empieza a pensar que él no es la persona que conociste.
Me sostuvo la mirada, y el color de nuestros ojos pareció chocar como el filo de dos espadas.
—Ahora —continuó—, ve con Ángela; aunque de primeras no parezca una persona muy agradable, es una de las más indicadas para ayudarte a superar lo que estás viviendo en estos momentos.
—Descuida, aquí se tratan bien hasta a las bestias —se limitó a contestarme Ada, ignorando a la otra, que captando el mensaje se dirigió a otro de los infinitos pasillos que había en ese lugar para esperarme—. Sin embargo, empieza a pensar que él no es la persona que conociste.
Me sostuvo la mirada, y el color de nuestros ojos pareció chocar como el filo de dos espadas.
—Ahora —continuó—, ve con Ángela; aunque de primeras no parezca una persona muy agradable, es una de las más indicadas para ayudarte a superar lo que estás viviendo en estos momentos.
—¡Espera! —la detuve, pues ya
empezaba a retroceder—. No estoy atada a este lugar para siempre, ¿verdad? Se
puede escapar.
Ada me sostuvo la mirada.
—Nos veremos a la hora de la
cena.
Uf, esto ha sido un sin vivir ... Cuando le rompió la nariz, creo que hasta escuche el sonido de verdad y todo... Yo quiero que vuelva a su mundo...
ResponderEliminarEstá interesantísimo :)
Muchos besitos, qué bien escribes...
Uf, pues no creo que Crystal vaya a volver tan pronto a su mundo... aunque sí habrá flashbacks en los que conocerás más a su familia y amigos ;)
EliminarMe alegro de que te esté gustando tanto la historia.
¡Mil gracias!
Un besazo, Sakkarah
Ahora entiendo el nombre de la novela y cuando apareció el alter ego de Eithan, supe que se trataba de otro lado de un espejo. La historia ha dado un gran giro y tiene tintes cinematográficos. La canción calza perfecta 10/10 Señorita ;)
ResponderEliminarDulces besos de mi alter ego Dulce y dulce semana.
Me encanta cuando se entiende el nombre de una novela/película, y todo empieza a encajar. Aún queda mucho viaje al Otro Lado ;)
EliminarLa canción es de las primeras que escuché de The Pretty Reckless, y se ha convertido en una de mis favoritas.
Dulces besos cristalinos