Capítulo 7:
La última cena
La última cena
Tip,
tip,
tip,
tip...
Estaba sentada en el borde de
una cama dura y acartonada, mirando a la pared irregular sin pensar realmente
en nada.
Tip,
tip,
tip,
…tip
Una gotera. Al menos eso
indicaba que había agua corriente… ¿o serían filtraciones?
Tip,
tip,
tip,
tip…
Llevaba alrededor de una hora
bajo tierra y ya empezaba a sentir claustrofobia; tenía la sensación de estar
perdiendo la cabeza.
Había seguido a Ángela a través
de las laberínticas instalaciones sin apenas decir nada, deseando llegar a
donde fuera que me estuviera llevando para quedarme sola con mis pensamientos; aunque,
siendo sincera, ahora que lo estaba no tenía nada en que pensar, como si estuviera
completamente bloqueada. También quería ropa, dejar de correr de un lado a otro
y, sobre todo, quería volver a casa.
Ángela se había detenido frente
a una habitación, diciéndome algo parecido a que habían quedado varias
desocupadas porque sus antiguos inquilinos no habían sabido sobrevivir en un
mundo tan cruel. Cansada, había replicado que si ella había sobrevivido no
sería tan difícil. Ángela había fruncido los labios, mientras giraba el pomo de
la puerta de malas maneras y me hacía un ademán para que entrase. No lo hice,
por supuesto que no, y Ángela se disponía a insultarme cuando descubrió la
escena que había revelado cuando la puerta se apartó.
La habitación era igual a la
que me encuentro en estos momentos. Paredes de piedra, sin esquinas, un armario
a un lado y una cama de aspecto triste y desamparado al otro. En el centro, un
hombre desnudo, sin llegar a darle la espalda completamente a la salida,
inclinando la cabeza hacia atrás, dejándose llevar. Era moreno, con el pelo
ondulado. La boca, de curvas extrañas, la mantenía entreabierta. El cuerpo,
tenso. Parecía como si acabara de salir de la ducha, pues una toalla se
arremolinaba a sus pies, como si de llevarla atada a la cintura simplemente la hubiera
dejado caer. Espalda ancha, complexión atlética, músculos definidos… Sus dedos
estaban enredados en la media melena de una mujer castaña clara que estaba
arrodillada ante él, acompañando los movimientos de su boca que…
—How this shit!
Ángela había cerrado la puerta
rápidamente y había añadido que ésta no iba a ser mi habitación. Con una
sonrisa sarcástica repliqué:
—Así que éste es el mundo cruel
tan distinto del que vengo.
Ángela se había callado.
Tip,
tip,
tip,
…tip
Tip,
tip,
tip,
tip…
Me levanté. No aguantaba más
estar sentada y empezaba a notar todas mis extremidades agarrotadas, así que no
se me ocurrió otra cosa que hacer los estiramientos propios de ballet, cerrando
los ojos e imaginándome que estaba en mi propia casa, con Noa.
Empecé a trazar un plan.
Ángela me había indicado que
dentro del armario había dos conjuntos de ropa y una toalla que se debía
cambiar cada semana, de modo que en cuanto había salido, después de asegurarse
de que yo no iba a ir a ningún lado hasta que viniera a recogerme para ir a la
cena, me había quitado la camiseta fosforito y me había secado con la toalla
antes de ponerme uno de los conjuntos. Éste consistía en una camisa negra y
unos pantalones de tela gruesa que parecían estar más o menos limpios; no me
quité el biquini porque no encontré ropa interior por ninguna parte y no me
sentía cómoda sin nada debajo. De calzado, se me habían adjudicado unas botas
militares parecidas a las de Ada que me venían un poco grandes.
Me sentía extraña dentro de ese
conjunto, pero al menos gracias a él no iba a andar por esos pasillos
semidesnuda.
Plié… Relevé… Plié…
Tip,
tip,
tip,
…tip
¡Uffff!
Paré
de golpe los pasos de ballet y me dispuse a buscar la maldita gotera. Supuse
que sería fácil debido a la falta de muebles y a las pequeñas dimensiones de la
habitación, y al mismo tiempo que me ponía en movimiento me pregunté a mí misma
por qué lo hacía. ¿Para qué? Si no pensaba quedarme en ese lugar más de lo
necesario.
Las botas sonaban como ventosas
sobre el suelo de piedra.
Intenté que el tip, tip, tip,
de las gotas me orientase hacia el foco, pero el sonido chocaba contra las
paredes, haciendo eco.
De repente, noté un movimiento
a mi derecha, como de un cuerpecillo rozando la pared, y me giré en esa
dirección.
«¿Y ahora qué?», me pregunté,
exasperada.
La única iluminación procedía
de unos extraños candelabros que centelleaban desde lo alto de las paredes, de
modo que la luz apenas llegaba al suelo.
Fui lo suficientemente rápida
como para empujar el armario hacia atrás cuando noté que el animalillo se
colaba en el hueco que quedaba con la pared.
Al instante me imaginé la
madera aplastando al ser, quebrando sus huesos y explotando sus venas y
órganos, y me recorrió un escalofrío, mientras el tip, tip, tip no
cesaba de zumbar en mis oídos.
Tip.
Tip.
Tip.
Tip.
Tip.
Tip.
Me atreví a volver a separar el
armario para descubrir lo que había detrás y averiguar si lo había matado, o
herido… si era peligroso o inofensivo.
A decir verdad, me costó más
apartar el mueble que haberlo empujado.
En cuanto lo conseguí y la luz
llegó a iluminar el hueco, me llevé las manos a la boca, sin poder creer lo que
estaba viendo.
Boceto Uróboro |
El armario debía de haber golpeado a la rata, pues ésta no se movía y tenía la vista fija en un punto indeterminado. Por el contrario, la serpiente continuaba retorciéndose, sacando la lengua bífida cada dos por tres, alocada.
En un momento dado, la
serpiente pareció darse cuenta de que el armario había sido apartado y que
tenía más libertad de movimiento, pues de repente se quedó completamente quieta
y, acto seguido, se echó encima de la rata, con las mandíbulas desencajadas y
dispuesta a devorarla.
La imagen me recordó a la
pescadilla que se muerde a sí misma la cola completamente surrealista.
—¡¿Qué estás haciendo?!
Ángela acababa de abrir la
puerta y me miraba con sorpresa. «No me extraña que se lleve semejantes
impresiones si no llama antes», dije para mis adentros, pero lo que salió de mi
boca fue:
—¡¿Qué se supone que es ese
bicho?!
La mujer atravesó la estancia
en varios pasos y me empujó para ver lo que le estaba señalando. Su rostro se
relajó y soltó una carcajada.
—¡Aaaah! Solo se trata de un uróboro.
Los verás bastante por aquí, pero si se te acercan demasiado no dudes en
tirarle un cuchillo y procurar acertar; no sé qué es peor: que te muerda la
serpiente o que te muerda la rata… ¿Cómo la has matado, por cierto?
—Con el
armario.
Mi vista seguía fija en el
uróboro. La serpiente había conseguido engullir la cabeza de la rata,
ignorándonos a nosotras… aparentemente.
—Ingenioso
—susurró Ángela, con un deje de
disgusto teñido en la voz, como si le molestase no habérsele ocurrido a ella
sola esa idea—. Ya
avisaré a Zoon para que venga a recogerlo. Le encantan estos bichos.
No supe qué me daba más
escalofríos, si los uróboros o la idea de que a ese tal Zoon le encantasen. No,
definitivamente lo que más me repelía era que hubiera más bichos de esos
sueltos por aquí.
—Bueno, vamos, que ya debe de
estar todo el mundo en la sala común—concluyó Ángela, dándose media vuelta y
dirigiéndose de nuevo a la salida.
No hizo falta que dijera nada
más: la seguí.
Durante el trayecto, traté de
fijarme en los corredores por los que pasábamos, a calcular distancias y a
trazar un plano mental de las instalaciones. Si mi mente no fallaba, en cuanto
acabase la cena me pondría manos a la obra con el plan que empezaba a maquinar
mi mente.
Pasillo izquierdo. 20 pasos. 7
puertas que debían dar a habitaciones como la mía. Gira a la derecha. No hay ni
una pu… maldita decoración que me permita identificar los pasillos con
mayor facilidad, solo lámparas que no son ni de cera ni de gas. Gira de nuevo a
la izquierda. Un pasillo curvo. 32 pasos. 8 lámparas. 5 puertas. Sigue todo
recto…
—Ya hemos llegado.
El último pasillo desembocaba
en una sala enorme rectangular, que por sus magnitudes debía estar situada bajo
el hall del instituto. Al fondo, la sala daba a tres pasillos, a la
izquierda a otros cuatro y a la derecha a cuatro también. Después de éstos, la
pared de los laterales era completamente lisa y servía como respaldo para la
mayoría de las personas que estaban en este momento reunidas.
Había distintos grupos,
sentados en círculos o yendo de un lado a otro con la comida en sus platos, una
imagen bastante parecida a cuando vamos de excursión con el instituto y los
profesores nos dejan una hora libre para comer.
Además, en el centro de la sala
había una gran mesa detrás de la cual se erguían trece asientos, dándose a un
aire de mesa de tribunal. Estaba cubierta por un mantel a cuadritos raído y
manchado, sobre el que quedaban unos pocos platos y una copa caída que había
vertido un líquido extraño del color de la sangre.
El hombre que quedaba en el
extremo izquierda estaba inclinado hacia delante agarrando el borde de la mesa
y arrugando la tela entre los dedos como si estuviera inmerso en una acalorada
discusión con sus compañeros. Fruncía el ceño, y una poblada barba oscura y
rizada le cubría la mitad de la cara. El muñón de su mano izquierda apuntaba el
tablero, y una docena de cicatrices contorneaban sus músculos en tensión, pero
aun después de todo eso no me dio mala sensación; en comparación con los que le
rodeaban parecían mantener la cordura, aspecto que me devolvió una pizca de
tranquilidad.
A su lado había una mujer de
piel oscura con el cabello rubio casi blanco cortado al rape que intentaba
llamar la atención del tal Roch, ese que tenía constitución de toro que hemos
conocido antes.
Entre ellos, levantando las
manos y con cara de “yo no opino nada no vaya a ser que acabe con un cuchillo
entre ceja y ceja”, estaba Ciaran.
A su lado había un hombre muy
extraño con el cabello negro recogido en una trenza, pero lo de “extraño” no
era por el peinado, sino porque la mitad inferior de su rostro estaba tapado
con una máscara que tenía dibujada una carcajada repleta de dientes; eso sí que
me dio mala espina.
Contigua a él estaba sentada
una mujer pelirroja, de esas que no te extrañaría encontrarte por la noche en
la esquina de una calle poco concurrida, muy maquillada y vestida con una
minifalda, unas medias de rejilla y unas botas de tacón alto hasta la rodilla;
en este caso solo estaba muy maquillada, pero daba el perfil.
En el extremo derecho se veía a
un hombre prácticamente calvo, con una nariz al estilo: “Érase una vez un
hombre a una nariz pegado”, explicándole algo a otro hombre cuya cara me
resultaba conocida pero no sabría decir de qué.
También intervenía en esa
conversación un joven que señalaba con vehemencia hacia su derecha con ambos
brazos extendidos.
Siguiendo esa dirección, había
una chica de cabello castaño corto hasta la mandíbula con expresión de susto.
En seguida supe que ambos eran
los que habíamos pillado Ángela y yo en pleno desenfreno pasional.
Entre ella y el chico había un
hombre que casi se mimetizaba con la pared de lo oscura que era su piel y, tras
la chica, también apenas visible, otro hombre cuyos rasgos eran difíciles de
percibir, alzaba un dedo en ademán acusatorio; su única característica distinguible
era una cresta de color verde casi fosforito que se elevaba un palmo sobre su
cabeza.
Los primeros seis se agrupaban
a la izquierda, los otros seis a la derecha, y en el centro justamente estaba
Ada, vigilando a todos los reunidos y al pasillo por el que acabábamos de
aparecer Ángela y yo.
Tenía las piernas cruzadas, una
bota sobre la otra, pulcras y destellando por la escasa luz.
En la mano izquierda sostenía
una pistola, apuntando más o menos al suelo, pero sujetándola con firmeza.
Su mirada era límpida y serena.
Seria.
Peligrosa.
Nuestras miradas se cruzaron y
se clavaron la una en la otra.
—Hola, Crystal.
Todos los que estaban en el
suelo se callaron y se giraron para mirarnos. Los que estaban en la mesa se
quedaron como paralizados y sus conversaciones se mantuvieron suspendidas en el
aire, apagándose poco a poco.
La última cena Boceto dibujado a mano el 02-02-15 Empezado a pintar a ordenador el 04-02-15 y dedicado 10 horas en total aproximadamente. Terminado el 23-02-15 |
—Hola —susurré.
Debía de haber unas treinta personas reunidas en esa sala, así que treinta pares de ojos se quedaron fijos en mi figura, acuchillándome con un silencio a gritos.
Debía de haber unas treinta personas reunidas en esa sala, así que treinta pares de ojos se quedaron fijos en mi figura, acuchillándome con un silencio a gritos.
—Ven, acércate… Antes de
empezar debemos hacerte unas preguntas.
Le hice caso y comencé a andar
hacia ella. No quería demostrarque estaba asustada, así que procuré mantener
una postura recta y unos pasos seguros.
«Nunca tengas la cabeza tan
alta que te la puedan cortar, ni tan baja que te la puedan pisar», dijo una voz
en mi cabeza, una mezcla entre la de mi madre y la de mi padre.
—Ahí —ordenó Ada—.
Quédate ahí.
Me paré. Había quedado a una
distancia de cuatro pasos con respecto al centro de la mesa y supuse que ese
mismo lugar debía ser el centro de la sala, lo cual me convertía en el foco de
todas las miradas.
—Ya.
No entendí a qué se refería
hasta que no noté los dos pares de manos inmovilizándome los brazos a la
espalda y me obligaron a arrodillarme. Me revolví, furiosa y sorprendida, y
empecé a lanzar pullas contra Ada sin importarme si mis palabras eran en
castellano o en inglés. Sin embargo, la mujer y el hombre que me tenían
agarrada y que debían de pertenecer a los grupos de los alrededores se
mantuvieron imperturbables.
—¡Cabro…
Enmudecí en cuanto Ada alzó el
arma que sostenía en la mano izquierda y me apuntó directamente a la frente.
Me quedé completamente quieta.
—Bien, ahora que estamos todos
más o menos reunidos, podemos empezar —comenzó la mujer, con una leve sonrisa—.
Primera pregunta: si esta fuera tu última cena, ¿qué menú elegirías?
Tragué saliva y la miré sin
comprender. ¿A qué venía semejante pregunta?
—¿Co-como que qué menú
elegiría?
Noté un sudor frío descendiendo
por mi espalda. El miedo a… ¿De verdad me iba a disparar?
—Sí. ¿Qué querrías comer en tu
última cena? —repitió ella pacientemente, y pude ver por el rabillo del ojo
cómo Ángela pasaba al lado mío para decirle algo a la chica del pelo castaño.
—Estás en mi sitio, Mia… Por
cierto, ¿sigues teniendo hambre después del festín que te has dado antes?
—murmuró, pero reinaba tal silencio que fue lo suficientemente alto para que
todos los reunidos la oyeran.
Mia palideció y dejó el sitio
libre rápidamente, dando la vuelta a la mesa y escabulléndose en uno de los
grupos ya formados. Nadie más dijo nada, y el otro aludido simplemente bajó la
mirada.
Ada suspiró y, tras enviarle una
mirada furiosa al chico, volvió a clavarla en mí.
—Vamos, dame una respuesta
convincente y te dejo vivir.
Resoplé. No podía hablar en
serio…
—¡Oh, vamos! Es solo un juego.
No te va a disparar de verdad —intervino Ciaran, tratando de restarle
importancia, pero a mí me parecía que la mujer iba muy en serio.
—¿Qué clase de juego es éste?
—me revolví de nuevo, consiguiendo únicamente que clavasen los dedos con más fuerza
alrededor de mis brazos.
Ada quitó el seguro.
—Es una prueba. Resulta
interesante saber lo que una persona elegiría en las peores situaciones; puede
llegar a decir mucho de ella y eso es indispensable a la hora de integrarla en
un grupo, en una familia. No incorporo a cualquiera a mi familia.
Además, ¿qué hay de malo en imaginar qué es lo que comeríamos si tuviéramos la
oportunidad de celebrar una última cena?
Algunos se rieron.
—Es una idea… enfermiza
—repliqué, horrorizada. Mis ojos vagaban del arma a su dueña, de su dueña al
arma.
—Enfermarías de verdad si te
creyeras que no vas a morir nunca. ¿Por qué no disfrutar de cada día como si
fuera el último de nuestras vidas?
—Porque este no será mi último
día —contesté con determinación—. Ni lo será mañana. Ni pasado. Esa es mi
respuesta. Aún no tengo que elegir mi última cena porque no está en mis planes
morir hoy.
Ada bajó el arma. Todos
parecían tener cara de haber despertado de un sueño muy profundo, como si no se
hubieran dado cuenta de que existía esa posibilidad hasta que no había llegado
yo y lo había dicho.
—¿Crees en el Destino? —me
preguntó como una autómata.
—A veces —respondí,
desorientada. Aquello se volvía de lo más extraño.
Algunas personas habían
empezado a hablar entre ellas, inquietas y curiosas a razón de mis respuestas,
así que Ada mandó callar rápidamente y continuó con el interrogatorio.
—El Alma. ¿Crees en ella?
—Pienso que el alma y el cuerpo
no están unidos completamente. El alma hace el cuerpo, y el cuerpo hace el
alma, pues un alma no sería la misma en el cuerpo de un tullido que en el de
alguien sano, pero también pienso que el alma prevalece aunque el cuerpo no
esté.
Volvieron a oírse comentarios,
esta vez más intensos, y Ada volvió a mandar callar.
—¿Así que piensas que hay algo
después de la Muerte?
—Ahora mismo no sé muy bien en
qué o en qué no creer respecto a un espacio determinado —mis palabras cada vez
sonaban más firmes y fuertes—. ¿Qué es este lugar?
—El Otro Lado del Espejo…
—Pues si esto existe, y es
real, ¿por qué no iba a existir algo después de la Muerte? —aquella pregunta
sonó más mordaz de lo que debía, pues Ada volvió a levantar el arma.
—¿Te atreverías a comprobarlo?
—me retó.
—No quiero comprobarlo
aún —mi voz sonó teñida de odio.
—¿Eres religiosa?
—A veces. Depende de la
religión que me toque cada día.
Esta vez se rieron por mi
ocurrencia, y noté que los que me tenían agarrada aflojaban las manos.
—¿Pero practicas alguna
religión? —insistió Ada; yo no comprendía por qué eso era tan importante.
—No. Soy agnóstica.
—Mejor.
Volvió a bajar el arma.
—¿Crees en el Diablo?
—Creo en la maldad de cada uno
de los hombres y mujeres del planeta.
—¿Crees en Dios?
Me mantuve unos segundos en
silencio.
—A veces quisiera creer en su
existencia.
Ada se echó hacia atrás en el
asiento y suspiró. Había una extraña luminiscencia procedente del pasillo
central que quedaba a su espalda y que le dotaba una especie de aura a su
alrededor.
—Está bien… porque tengo una
noticia para ti: en el mundo al que acabas de pasar, Dios está muerto.
Fragmento del prólogo de
“Así habló
Zaratustra”
Friedrich
Nietzsche.
[…]
Y
Zaratustra habló así al pueblo:
Yo os enseño al superhombre. El
hombre es algo que debe ser superado. ¿Qué habéis hecho para superarlo?
Todos los seres han creado
hasta ahora algo por encima de ellos mismos: ¿y queréis ser vosotros el reflujo
de esa gran marea, y retroceder al animal más bien que superar al hombre?
¿Qué es el mono para el hombre?
Una irrisión o una vergüenza dolorosa. Y justo eso es lo que el hombre debe ser
para el superhombre: una irrisión o una vergüenza dolorosa.
Habéis recorrido el camino que
lleva desde el gusano hasta el hombre, y muchas cosas continúan siendo gusano.
En otro tiempo fuisteis monos, y aun ahora es el hombre más mono que cualquier
mono.
Y el más sabio de vosotros es
tan sólo un ser escindido, hibrido de planta y fantasma. Pero, ¿os mando yo que
os convirtáis en fantasmas o en plantas?
¡Mirad! ¡Yo os enseño el
superhombre!
El superhombre es el sentido de
la tierra. Diga vuestra voluntad: ¡sea el superhombre el sentido de la tierra!
¡Yo os conjuro, hermanos míos, permaneced
fieles a la tierra y no creáis a quienes os hablan de esperanzas supraterrenales!
Son envenenadores, lo sepan o no.
Son despreciadores de la vida,
son moribundos y están, ellos también, envenenados, la tierra está cansada de
ellos: ¡ojala desaparezcan!
En otro tiempo el delito contra
Dios era el máximo delito, pero Dios ha muerto y con El han muerto también esos
delincuentes. ¡Ahora lo más horrible es delinquir contra la tierra y apreciar
las entrañas de lo inescrutable más que el sentido de aquélla!
En otro tiempo el alma miraba
al cuerpo con desprecio: — y ese desprecio era entonces lo más alto: el alma
quería el cuerpo flaco, feo, famélico. Así pensaba escabullirse del cuerpo y de
la tierra.
¡Ah!, también esa alma era
flaca, fea y famélica: y la crueldad era la voluptuosidad de esa alma.
Las palabras resonaron en mi cabeza como un eco:
«Dios está muerto.»
Dios está muerto... Creo que tenía que ser muy desolador oírlo en un lugar así, era como romper toda esperanza; pero pienso que sacará siempre fuerza, es una superviviente...
ResponderEliminarEstá muy interesante, yo con solo ver la rata-serpiente, hubiera muerto de terror...
Había algunos que se lo pasaban bien, eh? ;)
Muchos besos, guapa, continuaré.
Ya verás que Crystal no lo pasará tan mal en este mundo. ¡Todo lo hace la compañía!
EliminarAy, los uróboros son adorables en comparación con otros monstruos que tengo preparados ;)
¡No puedo esperar a leer tus próximos comentarios!
Un besazo
Vi el dibujo de La última cena y me trajo hasta aquí, una historia surrealista con muchos detalles, me has hecho recordar incluso a David Lynch. Si Dios estuviera muerto, creo que no engañarían para pensar que aún existe. Nos engañan ya con tantas cosas.
ResponderEliminarDulces besos Dafne, eres muy creativa.
Genial que te llamase la atención "La última cena". Creo que es uno de los mejores capítulos, y también uno de los mejores dibujos, más por la complejidad del proceso que por el resultado final.
EliminarDe David Lynch tengo pendientes muchas películas. ¡Y Twin Peaks!
Muchas gracias por tu dulce comentario, me hace mucha ilusión.
¡Un besazo!
He vuelto a leer este capítulo conociendo ahora toda la historia anterior y veo como dio un giro hacia algo más profundo.
EliminarDulces besos de manzana 💜
5 años después estás leyendo la historia completa... Que se note que este lugar está (in)definido en el tiempo ;P Encantadísima de que te esté gustando. ¡Gracias!
EliminarUn besazo de alter ego