Capítulo 12
Democracia asamblearia
Ada
no tardó ni cinco minutos en organizarlo todo:
—¡Quiero
a Los Trece reunidos en la sala común, YA! Corred la voz de que el fugitivo ha
sido capturado y que Henry está muerto, pero que nadie salga de sus
habitaciones hasta nuevo aviso... ¡Vosotros dos!, llevad el cadáver al
laboratorio. ¡Vosotros cuatro!, quiero al preso atado de manos y tobillos de
forma que no pueda ni incorporarse; nada de comida ni agua... ¡Vamos! ¡QUIERO
MOVIMIENTO!
Max,
que había tenido que alejarse sí o sí
para dejar que sus compañeros se llevasen a Athan, me agarró del brazo y me
empujó hacia el exterior de la sala tras recibir una adusta mirada de su madre.
Se había visto obligado a separarse de Mia bruscamente, sin poder consolarla
como era debido.
—¿Qué
va a pasar ahora? —pregunté de inmediato—. Mi habitación está en sentido
contrario... ¡Y ni se te ocurra volverme a agarrar así, Max! ¡Me haces sentir
violenta!
Me
sacudí de su agarre con un bufido, y él respondió con un movimiento seco de cabeza.
—Ahora
vamos a analizar lo que acaba de suceder y, ya que tú eres una de las testigos
presenciales, también tienes que acudir al juicio. Mia vendrá... cuando esté
más tranquila.
Continuamos
nuestro camino hasta la Sala de los Silencios.
—Ada
no deja que la consueles tú porque estáis juntos, ¿verdad?
Max
se encogió de hombros, sin mirarme.
—En
realidad eso no es asunto suyo, por consiguiente, es aún menos de tu
incumbencia.
Vaya,
vaya, vaya... ¡Con qué soltura había zanjado el tema el tío!
En
seguida llegamos a la sala común. Ya habían llegado Alfie, François, Roth y
David. Habían colocado cuatro sillas frente a la mesa, hacia las que me dirigió
Max para que nos sentásemos. Supuse que una de las sobrantes estaba destinada a
Mia, pero la última no tenía la más remota idea de qué posaderas iba a asentar.
Me puso nerviosa tener que enfrentarme de nuevo a Ada en otro juicio, e intenté
prepararme mentalmente para ello; cabeza fría, mucha calma y lógica. Sin
embargo, Max no dejaba de mover la pierna y con eso no ayudaba a tranquilizar
los nervios.
—¡Quieres
parar! —le susurré.
Max
paró tras darse cuenta de a lo que me refería, pero a los pocos minutos volvió
a sumirse en ese movimiento involuntario, por lo que suspiré y me resigné a
ignorarlo lo mejor que pude.
Mientras
tanto llegó Viola, la mujer que se sienta al lado de David, y acto seguido
Ciaran, que acompañaba a una pálida Mia.
Es
curioso lo que nos viene a la mente en las situaciones más críticas, pues fue
la primera vez que vi el parecido entre ellos. ¿Ciaran y Mia eran hermanos? Y si de verdad era así, ¿cómo no me
había dado cuenta hasta ese momento?
Mia
se sentó al lado de Max, que la abrazó con afecto.
Luego
apareció Lana acompañada del de la máscara, ambos con una mirada de querer
matar a alguien —Athan, se leía en
sus miradas—.
Casi
no me di cuenta de que Randall también había entrado en la sala hasta que no vi
que lo seguía el hombre que había dado la voz de alarma, que se situó en la
silla que había quedado al lado de la mía.
Llegaron
Ada y Ángela y, tras una breve espera, llegó Zoon.
—Sorry, tenía un muerto del que ocuparme
—se excusó, sacando y metiendo la lengua bífida por entre la sonrisa e
ignorando las miradas de asombro y rechazo debido a su comentario; la parte
morbosa que tenía en mi interior se preguntó cuál era su trabajo con el cadáver.
¿Practicarle una autopsia? ¿Embalsamarlo? ¿Utilizarlo para alguna clase de
experimento?
Al
fin, ya estaban Los Trece.
—¡A
ver, tranquilizaos todos para que podamos comenzar!
Bramó Ada desde el centro
de la mesa, golpeando el tablero con un puño para hacerse oír; volvía a crearse
una especie de halo luminoso alrededor de su figura, y me pregunté si estaba
dirigido hacia ella adrede o yo era la única que me daba cuenta de ese efecto.
Todos
acallaron sus conversaciones al mismo tiempo y volvieron sus miradas hacia
nosotros cuatro.
—Bien —asintió Ada, seria—. Comencemos con
la cronología de los hechos. Ben, si eres tan amable...
Me
giré levemente hacia el interpelado, percibiendo detalles como unos labios
finos y agrietados, un rostro que aparentaba más de 40 años pero que debía ser
mucho más joven, unos ojos marrones que denotaban tristeza y miedo; me había
encontrado con él en diversas ocasiones mientras realizábamos nuestras
respectivas tareas, pero no me había molestado en analizarlo con detenimiento;
era complicado acordarse de las 60 personas que vivían en el complejo.
—Me
temo que mi declaración será breve y concisa, Ada —suspiró, pesaroso, pero Ada
le hizo un gesto de que esperaba su testimonio y en seguida comenzó a relatar
la experiencia—. Me encaminé a eso de las 8 hacia las celdas para intercambiar
la guardia con Henry. Me adentré en el cuarto y todo parecía igual que siempre:
las paredes limpias, el suelo impecable, las celdas tal y como las había dejado...
Hasta que llegué a la altura de la de ese cazador
—no disimuló en ningún momento la repugnancia y la rabia que teñían su voz—.
La puerta se encontraba abierta de par en par y, en frente, estaba tendido el
cadáver de Henry, también con la tapa de los sesos abierta de
par en par.
Hizo
una pausa para tomar aire.
—T-tuve
la sensación de que se me escapaba hasta el último grano de aire de los
pulmones y, cuando me recuperé, fui directo a la Sala Común para dar la voz de
alarma. Ya está —acompañó las dos últimas
palabras con un gesto de manos que también indicaba que había terminado, como
una sacudida hacia los extremos.
—Así
que el ataque sucedió nada más comenzar el primer desayuno —Ada entrecerró los
ojos; el bibliotecario apuntaba todas y cada una de las palabras que se
intercambiaban—. ¿Y no oíste nada? ¿Ni pisadas? ¿Ni golpes?
Ben
negó con la cabeza.
—En
la sala reinaba un silencio absoluto. Realmente —se le ensombreció el rostro—,
no oí nada hasta que llegué a la Sala Común y grité; fue como si en ese pequeño
lapso de tiempo me quedase mudo y sordo y luego descubriera que podía hablar.
Ada
volvió a asentir con la cabeza, comprensiva.
—Entonces
fue cuando mandé a los rastreadores organizarse y al resto resguardarse en sus
habitaciones... Lo cual nos lleva a la ti, Crystal. Explícanos qué sucedió y
qué se te pasó por la cabeza en todo momento.
Expliqué
lo que había sucedido desde que perdí de vista a mi grupo del desayuno hasta
que me encontré con Max, cómo él había intentado detenerme y, al ver que no me resignaba,
había accedido a escuchar mi plan. Luego continuó él, relatando lo que
encontramos en las celdas —la misma imagen que había explicado Ben—, cómo
entramos en la sala del pozo y nos encontramos con Athan amenazando a Mia.
—...
Tratamos de alargar el momento. Él perdía y recuperaba el control de la
conversación rápidamente, y nosotros debíamos actuar de inmediato. Hubo un
momento en el que planteó que Crystal se fuera con él, a cambio de dejarnos a
Mia y a mí con vida. Pero era mentira. Encontré una grieta en sus defensas y
disparé. Me llevé por delante dos de sus dedos y lo siguiente que recuerdo es
mandar a Mia con Crystal e inmovilizarlo a él en el suelo. Luego llegaste tú.
Todos
habían atendido a nuestro testimonio en absoluto silencio, tratando de captar
hasta el mínimo detalle.
—¿Lo
tienes todo, Alfie? —preguntó Ada al bibliotecario, que estaba inclinado con la
punta de su nariz casi rozando el papel sobre el que escribía.
—Ahora...
sí. Pueden continuar.
—De
acuerdo... Mia, tú eres la última —la mujer le hizo un gesto para que
comenzase.
Mia
tomó aire profundamente, como si tuviera serios problemas para hablar, y
comenzó:
—Me
pilló a mitad de camino de la Sala Común, en la Sala de los Silencios —espiró
el aire sonoramente—. Me tapó la boca, empujándome contra una de las paredes, y
amenazó con matarme con sus propias manos si se me ocurría gritar o hacer
cualquier tontería. Me preguntó dónde estaba el pozo más cercano... Pensé en
conducirlo a otro para que, con suerte, alguien nos viera... ¡De verdad que lo
pensé! Pero temía que me hiciera algo y lo único que quería hacer era alejarme
de él lo más rápido posible. «Nada de gente», susurró contra mi oído, como si
leyera mis pensamientos, presionando... su cuerpo... contra el mío... Así que
se lo mostré. Agarrándome de los brazos por detrás y tapándome la boca, dejó
que anduviese delate de él. Lo conduje de nuevo a las celdas, donde vi el
cadáver de Henry... y-y-y después llegamos al pozo. Allí me volvió a empujar
contra la pared p-para cachearme... consiguió mi cuchillo... Yo temblaba de
miedo y le rogaba que por favor no me matase... Él se enfadaba y me repetía que
estuviera quieta... Hasta que llegaron Max y Crystal... Ellos me salvaron.
Volvió
a estallar en sollozos, y vi cómo Max le daba la mano por detrás de la silla
para que el resto no pudiera verlo. Eso me recordó a una situación que viví
hacía unos años...
Burilda
y yo estábamos esperando que Mayrah saliera del baño de las chicas, hablando
tranquilamente, cuando un chico pasó a nuestro lado y nos llamó la atención.
—¡Ey,
rubias! Sois de octavo, ¿verdad?
Mi
mejor amiga y yo nos giramos, sonrojadas y un poco cortadas por la interacción;
estábamos a mitad del segundo trimestre de nuestro primer año de secundaria y
hasta entonces ninguno de los mayores nos había dirigido la palabra a menos que
ya nos conociéramos.
El
chico en cuestión era alto y moreno, con los ojos verde encendido y labios
definidos, de manera que si no hubiera tenido la cara tan llena de granos,
habría resultado bastante atractivo.
—Sí,
somos de octavo. ¿Qué quieres? —le preguntó Burilda, con una sonrisa que
trataba de ser amistosa pero que yo sabía que era solo una fachada para tantear
el terreno.
—¡Ah!
Era para ver si me podíais ayudar con una cosilla —parecía apesumbrado—. Se me
ha caído una caja en un hueco y yo soy demasiado corpulento para alcanzarla
—Nos explicó—. ¿Podéis ayudarme? Solo será unos minutos, os lo aseguro.
Burilda
y yo volvimos a intercambiar varias miradas, sopesando la situación. Estábamos
al principio del recreo y el barullo de estudiantes fluía a nuestro alrededor
como una marea.
—De
acuerdo —accedí, suponiendo que si íbamos juntas no nos pasaría nada.
El
chico sonrió.
—Tranquilas,
es cerca de aquí.
Antes
de seguirlo dimos unos golpecitos a la puerta del baño y avisamos a May de que
en seguida volvíamos.
—Me
llamo Mike. Vosotras sois…
—Burilda.
—Crystal.
—¡Vaya!
Qué nombre más bonito, Crystal.
La
conversación discurrió tranquila durante el corto trayecto, sin indicios de que
estuviéramos en ningún peligro. Mike nos condujo entre dos de los edificios y
nos indicó que entrásemos en una especie de cuarto de limpieza. Estaba a
oscuras y en su interior albergaba cajas, cubos, productos de desinfección,
fregonas, escobas… Olía a lejía y a madera.
—Está
ahí —señaló entre dos enormes cajas entre las que, efectivamente, él no podía
pasar para recoger lo que fuera que se le había caído. Ambas nos acercamos para
averiguar que era lo que necesitaba aquel estudiante.
—Yo
no veo na… —Burilda estaba hablando cuando, de improvisto, cayó al suelo tras
oírse un golpe seco.
En
tal estado de confusión no pude evitar que él me empujase contra una de las
cajas y me tapase la boca con una mano para que no pudiera gritar en busca de
auxilio.
—¡HUUUUUUUMMMMM!
¡HUUUUUMMMMMMM! —Eran los únicos sonidos que salían de mi garganta,
amortiguados por sus dedos, opresores viles de mis labios. Me retorcí y traté
de quitármelo de encima de alguna manera, pero era demasiado fuerte y alto como
para enfrentarme a él cuerpo a cuerpo.
—Tssss
—susurró con una sonrisa maliciosa que se estiraba de oreja a oreja—. Escucha
atentamente lo que te voy a decir a continuación, ojitos azules, porque no lo
repetiré: nada de esto puede salir de este cuarto. No se lo puedes decir ni a
tus padres ni a los profesores… A nadie.
A partir de este momento te tendré vigilada, Crystal, a ti y a tu amiga, y si a
alguna se os ocurre abrir la boca y decir una sola palabra, os pasará algo muy
malo, ¿entiendes?
Asentí
con lentitud. Me preocupaba el golpe le había atestado a Burilda y el cómo
íbamos a salir de semejante situación. ¿Por qué nos tenían que pasar todas esas
cosas a nosotras?
Mientras
yo intentaba mantener mis pensamientos en orden y calmar los nervios a flor de
piel al notar su repulsiva cercanía, él continuaba con su monólogo.
—No
pensé que fuera a conseguir 2x1 tan fácilmente… ¡Pero bueno! Así hay más
diversión…
Noté
que deslizaba la mano por debajo de la camiseta de mi uniforme y me resistí.
Con la otra continuaba amordazándome y su cabeza se inclinaba hacia delante,
enterrando su rostro en mi media melena rubia, como si lo estuviera respirando.
—Hueles
bien…
Su
mano continuó subiendo hasta toparse con la copa de mi sujetador.
—¿Llevas
relleno o son naturales, Crystal?
Algo
me dijo que no iba a dejarme pronunciar una sola palabra y que sus planes eran
descubrirlo por sus propios medios.
—Serás
psicópata hijo de puta…
Alguien
tiró de Mike hacia atrás, agarrándolo de la camisa, y lo apartó de mí con
violencia. Aspiré una bocanada de aire con fuerza, pero no grité. En cuanto vi
que Eithan lo tumbaba en el suelo de un puñetazo me sentí más segura. Vi que
Mayrah estaba agachada al lado de Burilda tratando de que recuperase la
consciencia. Por un momento me quedé quieta, viendo con asombro cómo mi vecino
y amigo le propinaba dos fuertes patadas al estudiante que nos había agredido y
que se mantenía en posición fetal en el suelo cubriéndose la cabeza.
—Acércate
de nuevo a ellas y te mato.
Ni
siquiera necesitaba alzar la voz. Todo él ya resultaba en sí amenazante: los
músculos en tensión, los ojos chispeantes, los dientes apretados, la mandíbula
tensa…
—¡¿Qué está pasando?!
Eithan
estaba a punto de descargar una tercera patada cuando apareció el
indistinguible profesor de educación física con la profesora de literatura,
seguramente alertados por los bramidos de dolor del chico; él era prácticamente
calvo, de ojos claros y voz chillona que atravesaba paredes, en cambio ella era
bajita, regordeta, con el pelo rubio y los ojos azul celeste, y llevaba en la
mano derecha el cigarro ya preparado para cuando estuvieran fuera del recinto
escolar.
—Podemosexplicarlo —exclamé rápidamente.
—¡Al
director es a quien vais a tener la oportunidad de explicaros! —bramó el
profesor de educación física—. Patty, lleva a los cuatro ante la junta directiva.
Yo me encargo de llevar a éste a la enfermería.
No
pudimos añadir nada más. Fuimos conducidos ante ellos con la adrenalina
latiendo aún en nuestras venas, Burilda un poco desorientada por el golpe que
había recibido, y se nos hizo sentar en cuatro sillas delante del director y
sus compañeros. Desde nuestro punto de vista, estábamos sentados en el
siguiente orden, de izquierda a derecha: Mayrah, yo, Eithan y Burilda.
—Se
nos acaba de informar de que le estaba pegando una paliza a un alumno, Señor Osburne
—dijo el director con calma, un hombre alto de alrededor de cuarenta años con
el lustroso pelo rubio perfectamente peinado y unos ojos azules avasalladores.
No parecía disgustado, más bien daba la impresión de esperar una respuesta plausible
de uno de los mejores alumnos del centro.
—Fue
en defensa de mis amigas, Señor Director… Él las atacó y yo se lo quité de
encima —respondió Eithan, mirándome por el rabillo del ojo.
El
director se inclinó hacia delante y echó un vistazo a sus compañeros de mesa,
que asistían al “juicio” en silencio. Nosotras, como éramos de 8º, apenas los
conocíamos; debían de ser los jefes de estudios, secretarios, de orientación,
jefes de departamento…
—Tus…
amigas —el director nos miró con
curiosidad—. La Señorita Kopsen, la Señorita García y la Señorita Leigh. De 8º
curso, ¿no es cierto? —dijo, tras mirar en un papel que le tendió una mujer que
estaba sentada a su derecha.
Los
cuatro asentimos con la cabeza.
—El
Señor Gratton, que en estos momentos está siendo atendido en la enfermería, es
de 11º… y usted, de 10º. ¿Serían tan amables de explicarnos cuál es vuestro hilo
conductor?
Arqueó
las cejas y nosotros nos dispusimos a relatar todo lo sucedido, turnándonos
para hablar. Burilda y yo contamos lo mejor que pudimos la experiencia, y yo
tuve que repetir cada palabra que el Asqueroso
Señor Gratton me dijo mientras mi amiga estaba inconsciente en el suelo y
recordar cada una de sus acciones hasta que Eithan apareció; a medida que
hablaba y sin que ninguno de los presentes se diera cuenta —o al menos
aparentaron no hacerlo—, Eithan me agarró una mano por detrás de las sillas y
me la sostuvo, infundándome valor. Mayrah explicó cómo, al salir del baño
intuyendo que algo malo estaba sucediendo, se dispuso a buscarnos y se encontró
a Eithan, que por suerte había visto el recorrido que habíamos trazado y el
lugar al que habíamos entrado. Preocupados, siguieron ese camino y nos
encontraron de la manera que nos habían encontrado.
—¿Y
por qué le agredió, Señor Osburne? El Señor Gratton se hallaba tumbado en el
suelo. Podían haber salido del cuarto y pedido ayuda, pero en su lugar se
ensañó con él.
Eithan
le sostuvo la mirada con los ojos ardiendo de furia y me apretó la mano
involuntariamente.
—Porque
son mis amigas y quería asegurarme de que ese desgraciado no se atrevía a
tocarlas de nuevo.
—Muy
valeroso por su parte —el equipo directivo le mandó miradas de contradicción,
hasta que añadió para calmarlos—: y también estúpido.
Por semejante acto de violencia, me veo obligado a expulsarlo varios días, lo
cual quedará reflejado en su expediente. No es nada favorable en su situación.
¡Tenía un historial impecable! ¡Impecable!
Eithan
pareció afectado, y fui yo la que le apreté la mano en ese momento, pero luego
añadió:
—No
me arrepiento, Señor… Se lo merecía.
Le iba a hacer daño a mis amigas. Ya le estaba haciendo daño a una de ellas.
Pero por favor le pido que no les castigue a ellas… Ellas son las verdaderas víctimas.
—Si
me permite, no ha aclarado su relación con ellas —apuntó el director con un
brillo astuto en los ojos, aunque la pregunta parecía más por puro cotilleo que
por profesionalidad.
—Nos
conocemos desde pequeños, somos vecinos y compañeros de colegio e instituto
desde hace años —se limitó a contestar él—. Pese a la diferencia de edad, somos
como hermanos.
El
director pareció conforme y, aclarada la situación, nos dejó salir del
despacho; entonces discutiría con la junta lo que acababa de suceder y el castigo
que Mike Gratton se merecía.
El
día trató de transcurrir con tranquilidad, pero todos estábamos nerviosos y deseábamos
llegar cuanto antes a casa. Cuando le conté a mis padres lo sucedido, esa misma
tarde, fue una de las pocas veces que los vi salir de sus novelas deseando
cometer un homicidio, aunque rápidamente les hice entrar en razón.
Al
día siguiente solicitaron su presencia en el instituto, junto con los padres de
Mayrah, Burilda y el padre de Eithan, para explicarles cómo se resolvería la
situación. Nos enteramos de que el susodicho llevaba acosando a niñas de cursos
inferiores desde comienzos de curso, amenazándolas de manera que se aseguraba
que no iban a decir nada. De todas maneras Eithan Osburne sería expulsado, no
permanentemente, como el otro chico, pero sí un par de días.
Ahora
Mike ya no les molestaría, ni a ellas, ni a nosotras, ni a ninguna otra nunca
más.
Mia
se calmó poco a poco.
—Tranquila,
Mia, ese desalmado vuelve estar entre rejas —le aseguró Ada—. Pero
desgraciadamente aún no hemos terminado. Aún tengo que hacer varias preguntas y
debemos deliberar diversas cuestiones. Crystal —perfecto, era yo la primera en
contestar al interrogatorio—. ¿Por qué desobedeciste mis órdenes?
Me
tomé unos segundos para pensar la mejor respuesta. «Cris, ni se te ocurra
ponerte brava. Te la estás jugando.»
—Me
pareció la acción correcta —contesté con un tono neutro, sosteniéndole la
mirada. Traté de no reflejar ninguna emoción peligrosa, ni soberbia, ni
desafío...
Ada
enarcó una ceja, y noté que los demás esperaban su reacción con cierto
nerviosismo.
—¿Por qué? —fue lo único que me preguntó a
continuación, inclinándose hacia delante levemente; al menos esta vez no me
apuntaba con una pistola.
—Porque
algo no me cuadraba y temía que Athan fuera a escaparse —ladeé la cabeza—. Pero,
como dije, antes de actuar quise saber cuál era tu plan, por eso pregunté a
Max.
—Deberías
haber acatado simplemente mis órdenes. Era lo más seguro para ti —su tono revelaba que le parecía ilógico que hubiera hecho justo
lo contrario.
—Lo
más seguro era asegurarse de que
Athan no escapase —las palabras brotaban casi solas de mi boca; eso sí, pasando
antes por mi cerebro no fuera a ser que se me escapasen los nervios—. Max me explicó
tu plan y me dio la sensación de que era el equivocado...
—Lo era. —Asintió Ada, no con pesadumbre,
simplemente aceptando su propio error, tal y como deberían hacer todas las
personas adultas. Pareció acordarse de algo y se dirigió a su hijo—: Ahora que
lo dices... Maximillian, ¿por qué se lo dijiste? Di la orden a los
rastreadores, no al resto. No debiste compartirlo con ella.
Pude
ver por el rabillo del ojo que Max palidecía; por una vez no conseguía
encontrar una respuesta convincente.
—Yo...
Huummm... Tenía curiosidad —concluyó—. Y tampoco quería dejar cabos sueltos. Si
cabía una posibilidad de que el fugitivo escapase había que cubrirla. Si ella
se equivocaba no pasaba nada, vosotros ya os estabais encargando de la entrada
principal. Pero si tenía razón, debíamos pararle los pies.
Volvió
a recuperar su fría lógica de siempre.
—¿Y
cómo se te ocurrió la idea de los conductos de ventilación? —la mujer se volvió
de nuevo hacia mí; tenía las manos entrelazadas sobre la mesa, en actitud
atenta pero relajada.
—Es
lo que habría hecho yo —mi contestación fue casi un murmullo, pues haber tenido
la misma idea que Athan, haber acertado en su plan de escape, me daba un poco
de miedo.
Se
hizo el silencio. Temía lo que pudieran estar pensando de mí... Hasta que Zoon
empezó a reírse a mandíbula batiente, entre siseos y gorjeos.
—¿A
qué estáis esperando para incluirla entre vuestras filas? ¡Os hace falta alguien
con más maña que fuerza! —el ojo de lagarto me guiñó en su habitual parpadeo
horizontal.
No
pude evitar sonreír; cuánta razón tenía sobre la maña... más de la que él podía
siquiera imaginar.
—¡Zoon!
—exclamó Ángela antes de que Ada pudiera replicar.
—¿Qué? Sabéis que tengo razón... Y esta
chica no hace más que sorprendernos.
Zoon
se reclinó en su asiento y se cruzó de brazos, sonriente.
—No
necesitamos más rastreadores —replicó Ada, negando con la cabeza.
—Necesitáis
rastreadores con sesera. —Matizó el
hombre-lagarto—. No hablo de cantidad,
sino de calidad. De vez en cuando es
útil que alguien te cuestione.
Tras
ese comentario, el silencio que se había mantenido en la sala y el respeto al
turno de opiniones se rompió, sobre todo por parte de los rastreadores. Roth, Lana
y el hombre de la trenza daban muestras de querer matarlo, furiosos. David
negaba con la cabeza. Viola se mostraba pensativa. Ciaran, por el contrario, me
sonreía. Alfie intentaba apuntar todo lo que se decía con una velocidad
frenética de pluma y François trataba de hacer entrar en razón a Zoon, que
parecía tremendamente satisfecho por el caos. Randall se mostraba impertérrito.
El asiento de Max estaba vacío, como el hueco de una dentadura en un
niño al que se le están cayendo los dientes de leche. Ángela permanecía
aterrada. Y Ada...
—¡CALLAOS
TODOS! —dio varios golpes sobre la mesa, reclamando silencio.
Esta
vez tardó más en conseguirlo.
—Si
tan convencido estás de lo fácil que sería hacer nuestro trabajo, sal tú mismo
al exterior, a ver qué tal te las apañas —era la primera vez que oía hablar al
hombre de la máscara; tenía una voz clara y limpia, normal, por lo que la razón de que se cubriera la boca no debía
afectarle a las cuerdas vocales ni a la dicción.
Zoon
se puso serio de repente.
—Precisamente
yo provengo del exterior, Vito. Sé perfectamente lo que aguarda y por eso sé
que no es mi mundo.
—Entonces,
¿por qué nos cuestionas? Nosotros ya hacemos bastante tratando de
desenvolvernos y encontrar otras salidas. Os traemos comida. Te traemos
bichitos para tus estúpidos experimentos...
—Mis
estúpidosssss experimentos te salvaron la vida —replicó Zoon en un tono que
daba verdadero miedo—. Y te la pueden quitar de igual manera...
—¡Zoon!
No permitiré que amenaces de muerte a nadie que viva bajo nuestro techo —le
advirtió Ada, echándose hacia atrás en su asiento y extendiendo los brazos
sobre la mesa; parecía más el Jesucristo en la Última Cena de Da Vinci que
nunca—, pero tu opinión es tan válida como la de los demás, y se tendrá en
cuenta, así que dejad de quejaros porque no sea de vuestro parecer —se volvió
hacia los rastreadores de su derecha—, actuáis como críos y me hacéis
replantearme el por qué permito que salgáis al exterior.
Todos
asintieron, no sin sentir ciertos remordimientos por sus reacciones.
Hubo
unos segundos en los que nadie dijo nada, como si ya no hubiera más preguntas,
hasta que Max rompió el hielo.
—Estoy
de acuerdo con Zoon en que deberíamos dejarle experimentar en el exterior.
Puede que sea más útil fuera que dentro, pero claro, eso no lo sabremos hasta
que no lo pruebe.
Ada
sopesó la idea de su hijo con los ojos entrecerrados.
—De
acuerdo. Opinad.
—No
lleva ni una semana en este Lado, así que yo creo que debería permanecer más
tiempo aquí dentro —comenzó David, apoyando la barbilla sobre la mano buena
mientras movía el muñón al son de sus palabras.
—A
mí no me parece muy buena idea dejar que una completa desconocida sea
rastreadora tan pronto —continuó Viola.
—No
hablamos de que sea rastreadora, sino de que salga al exterior —matizó Ada—.
Centraos.
—Pues
que salga al exterior tan pronto. Es del Otro Lado y aún no conoce bien las
reglas. Puede ponernos en peligro. ¿Y si la atrapan?
—¡Hala!
Ya empezamos… —suspiró Zoon, negando con la cabeza—. Eso le puede pasar a ella,
como le puede pasar a todos los demás. Además: ¿qué reglas? Aquí reina el oportunismo, maldita sea.
—Yo
creo que puede salir —intervino Ciaran, antes de que volviera a producirse una
discusión—, pero con la condición de que tenga mucho cuidado.
—Yo
también opino que salga y que pruebe —le dio la razón Roth, mirándome con sus
ojos oscuros de una forma un tanto… extraña—. Hay que forjar caracteres.
La
siguiente era Lana, que se tomó unos minutos para analizarme de arriba abajo.
—Quizás. —Asintió, mesándose el cabello
rezado con los dedos—. Habría que entrenarla. Aparentemente está en buena
forma, pero cualquiera no corre 30km seguidos si se da la necesidad. ¿Cuál es
tu récord?
Me
sentí un poco apocopada en el asiento.
—6km
en media hora.
—Eso
será porque corres rápido. En una marcha moderada podrías correr los 30km en 2
horas y media, con el arrojo de quien no está dispuesto a que le devoren los
monstruos y de vez en cuando una paradita para tomar aire. Voto que sí.
—A
mí me tendrá que demostrar que tiene esa sesera de la que según Zoon nosotros
carecemos —volvió a hablar Vito tras la máscara.
Ángela,
sin embargo, exclamó un rotundo NO.
—NO.
—Ángela,
tienes que explicar tus razones.
—PORQUE
NO.
Vi
cómo Ciaran ponía los ojos en blanco, y Max continuaba dándole a la pierna y
poniéndome a mí más nerviosa de lo que ya estaba; seguía sosteniendo la mano de
Mia tras la silla.
—Ángela…
—A
mí me parece una niña respondona y desobediente que podría poneros en verdadero
peligro allá fuera y mataros. Así que
NO.
Ada
resopló.
—Max,
ya sabemos tu opinión… Igual que la tuya, Zoon… ¿Randall?
Randall
asintió con la cabeza y dio parcas explicaciones. François también opinó que se
me debía dar una oportunidad para encontrar mi lugar y Alfie apoyó las palabras
de David sobre que quizás era muy precipitado. Y así ya doce habían hablado
—supuse que ni Mia ni Ben tenían voz ni voto porque no pertenecían a la mesa—.
Faltaba Adelaida.
—Estoy
dispuesta a probarte —dijo, al fin—. Cuando Athan te atacó, fuiste bastante
rápida corriendo. Lo vi. Claro que
él, lo fue más —hizo un movimiento con la cabeza, como si lo que acababa de
decir fuera obvio—. Te retorciste hasta el último momento, cobrándole heridas
que habrían permitido tu libertad si se hubiera tratado de cualquier otro. Al
final, fui yo la que te salvé —hizo una pausa—. Tienes que tener en cuenta unas
reglas muy claras antes de salir al exterior con nosotros… Nuestras reglas. Primero: somos un grupo. Si te separas de él,
aunque sea para mear, estás muerta. Segundo: si haces cualquier estupidez que
ponga en peligro a los demás, mueres tú y morimos todos, aunque me encargaré de
buscarte en lo que sea que haya después de la muerte y te volveré a matar yo
misma por tus estupideces. Tercero… Bueno, las siguientes normas las puedes aprender
sobre la marcha. Tengo en cuenta la opinión de los que estáis en contra, pero de
verdad creo que ella necesita salir. Está demostrando poseer un arrojo innato
para salir de los problemas…
—O
crearlos —refunfuñó Ángela.
—En
cualquier caso —Ada pasó por alto su comentario—, no te quitaré los ojos de
encima. Empezamos mañana. ¿Estáis de acuerdo?
Todos
asintieron, hasta Ángela.
—Entonces,
¡se levanta la sesión! Hay que retomar las tareas y empezar a planificar el día
de mañana…
Todos
empezamos a levantarnos de nuestros asientos. Miré mi reloj de muñeca, que marcaba
las 10:23 e hice una mueca; a las 11h empezaba mi turno de limpiar los baños…
¡qué alegría!
Oí
que Ada suspiraba:
—¡Ya
me he hartado de tener que alimentar a ese salvaje! No debería haberle permitido
ni siquiera eso —sacudió la cabeza.
—Eso
es porque tienes un buen corazón, Ada —dijo Ángela, dándole jabón, like always.
—Los
buenos corazones no ganan la guerra —replicó la mujer, con frialdad.
—Si
utilizas “bueno” como sinónimo de “imbécil”, por supuesto que no —intervino
Max—, pero si utilizas bueno como sentido de justo, ganarás la guerra.
—Aún
tienes mucho que aprender, Maximillian… Anda, ve a hacer tus tareas. —Reparó en
la mano entrelazada del muchacho con Mia y descubrí un leve tic bajo su ojo
derecho—. Tú, Mia, ve a tu cuarto a descansar. Tómate el día libre.
No
trató de ocultar su animadversión por su relación y, tras asegurarse de que
cada uno se dirigía por un pasillo —Max y yo tomamos el de la izquierda, visto
en el mapa, mientras que Mia tomaba el de la derecha—, ella también se fue.
—A
ti te trata diferente que al resto de sus subordinados —inicié de nuevo la
conversación.
No
sabía qué tenía ese chico —hombre—
que sus conversaciones me mantenían en una salud mental aceptable.
—Ella
es mi madre —respondió, y temí que fuera a dedicarme una de sus parcas
contestaciones cuando añadió—: y aunque sea la jefa de todo el cotarro, siempre
seguirá siéndolo. ¿Que eso me condiciona y me sitúa en un cierto estatus?
Puede. ¿Qué esperabas? Mi madre me ha criado como mejor a sabido y eso me ha
convertido en uno de los más aptos para sobrevivir, pues ella es una
superviviente nata. Eso sí, en lo que respecta a los derecho siempre me ha
tratado igual que a los demás y con la misma justicia. Si dos personas hacían
algo mal, sobre ambas recaía la reprimenda y el castigo. ¿Que se sentirá más
decepcionada por mi fallo que por el de la otra persona? Seguramente. Los
sentimientos maternales le siguen influyendo, naturalmente. ¿Y que antes de
salvar una vida ajena salvará la de su hijo? Es obvio. La sangre llama a la
sangre y los lazos familiares mandan. Tú misma lo dijiste con respecto a tu
hermana y es lo que se espera de cualquier ser vivo para que perpetúe su código
genético; la herencia es una de nuestras misiones más importantes.
—Pero
siendo la jefa no debería…
—No.
Está en igualdad de condiciones que todos los demás. El resto antepondrá la
vida de sus seres más queridos a la de los demás, y es justo que ella haga lo
mismo. Precisamente el cargo de jefa se lo ha ganado tras tomar muchas
decisiones, realmente duras y complejas. Por esa razón ella es la que tiene la
última palabra después de escuchar y discutir las ideas de los que hacemos de
consejo en la Mesa de los Trece. Esto no es una dictadura y tampoco una
democracia, pues no se elige lo que opina la mayoría, pues la mayoría se puede
equivocar. Esto es una democracia asamblearia con la que se toman las
decisiones mediante el consenso, a veces cediendo un poco (pues no se puede
estar de acuerdo siempre) y con muchas dosis de conversación. Eso es lo
importante: la conversación. No una cruz en un cuadrado que señale voto a favor
o voto en contra sin llegar a matizaciones y mejoras.
Me
quedé muda por su monólogo.
—Max
—hice una pausa; andábamos a través de los pasillos y nos adentrábamos en los
pasadizos sin apenas darnos cuenta de adónde nos dirigíamos, o al menos eso me
estaba sucediendo a mí—, ¿cómo es posible que en este lugar, tan cruento y
malvado que pintáis, exista antes una sociedad humana y prácticamente perfecta,
que en el lado del que provengo?
Max
se encogió de hombros.
—Quizás
es porque las situaciones extremas suponen medidas extremas y aquí te
encuentras con lo mejor y, al mismo tiempo, con lo peor que la mente humana
puede llegar a imaginar —se detuvo ante una puerta—. Bueno, Crystal, Mia debe
de estar esperándome… Ya hablaremos.
Me
di cuenta de que estábamos en la sección de habitaciones sur, entre las que se
encontraba la mía, e intenté hacerme la idea de la semejante vuelta que
debíamos haber dado en el complejo para llegar hasta allí evitando a Ada.
—¡Hey!
Pero ella te ha prohibido verla —le detuve.
Max
sonrió.
¿Alguno
ha visto Death Note? Porque la
sonrisa que Max me dedicó ese momento fue como la de L, que sin duda debía ser
su Alter Ego en mi mundo, una sonrisa breve pero de inmensa felicidad, una
sonrisa que nos arrancó otra a los espectadores.
—Es
mi madre —replicó, como si eso lo explicase todo—. Es mi deber como hijo desobedecerla
de vez en cuando.
¡Hola a todos!
¿Qué
tal habéis pasado el verano? Creo que nunca llegaré a entender lo parado que se
queda Blogger en vacaciones… ¡Son los momentos en lo que los estudiantes
tenemos más tiempo! Ahora, sin embargo, toca hincar los codos y sacar muy
buenas notas para preparar la Selectividad y entrar en la Uni.
A falta de un dibujo que acompañe el relato, aquí os dejo la sonrisa de L |
Sí, muy interesante, aquí sigo, leyendo en cuanto tengo un ratito.
ResponderEliminarYa va a salir con todos afuera... Me gustan esos recuerdos que le vinieron a la mente con las manos entrelazadas por detrás...
Yo quiero que siga con Eithan...
Muchos besos.
Encantadísima de que sigas leyendo la historia. ¡Al ritmo que vas tendré que pensar en nuevos capítulos!
EliminarMuchísimas gracias por tus palabras.
¡Besos!
Menuda convención para decidir si Crystal sería o no rastreadora, pero lo ha conseguido y creo que la acción no termina. No es así Señorita? :)
ResponderEliminarDulces besos de manzana y dulce semana.
Tenían que decidirlo los Trece :3
EliminarAhora empieza la verdadera acción...
Dulces besos de manzana, Caballero