Capítulo 11: La huída
Capítulo 12: Democracia asamblearia
Capítulo 13: ¿Monstruos?
Capítulo 14: En la sombra del Valle de la Muerte
Capítulo 12: Democracia asamblearia
Capítulo 13: ¿Monstruos?
Capítulo 14: En la sombra del Valle de la Muerte
Capítulo 15
Piano Woman
Nada más salir del cementerio Ada volvió a
organizarnos:
—Vito, Roth, ponedle las tiras del plástico en las
muñecas al preso. Lo acompañaréis al refugio inmediatamente. Nosotros cuatro
nos dirigiremos al pueblo en busca de objetos que puedan sernos de ayuda, y de
paso tú empezarás a habituarte a esta dimensión. Haremos allí noche y
volveremos mañana. Vito, coge un mapa y un par de botellas. A él ni agua, y no
permitáis que escape... Dame la mochila.
—No, ya la cargo yo —se ofreció Max, tratando de
aferrar una de las asas cuando Vito se la pasó a su madre. Ada le dio un tirón
y lo taladró con la mirada.
—La llevarás cuando yo mande —y luego añadió entre
dientes—: aún no estoy tan vieja...
—De acuerdo —asintió Vito, al son que Roth maniataba
a Athan y lo enderezaba para empezar a andar—. ¿Avisamos sobre...?
Enarcó las cejas.
—Sí. Corred la voz sobre lo que acabamos de oír y,
por supuesto, avisad de las pérdidas de Jem y Layla. Tranquilizad el ánimo.
Cuando volvamos reuniremos de nuevo a los Trece.
—No es buen presagio tantas reuniones en un lapso de
tiempo tan corto —Roth escupió a un lado. Athan lo miraba con los ojos
entornados, aún enrojecidos por el llanto; dos líneas de lágrimas habían
barrido la suciedad de sus mejillas.
—Es lo que hay —replicó Ada. Con una brújula en la
mano echó a andar, separándose del grupo—. Vamos. Ya hablaremos mañana. Por el
momento, meditad. Y por favor: tened cuidado.
—Vosotros también.
Aquellas fueron las últimas palabras que
intercambiamos antes de que nuestros caminos tomasen sentidos opuestos.
Me mantuve andando al lado de Lana, como el día
anterior, pensativa, y agradecí que no corriéramos porque me dolía todo el
cuerpo. Mientras, madre e hijo caminaban delante de nosotras, marcando la
marcha y abriéndonos camino a través de la espesa vegetación que no tenía ni
idea de dónde procedía, pues parecía más típica de una selva tropical que del
ambiente casi desértico de Australia. De vez en cuando Lana y yo conversábamos,
sobre cualquier tema, conociéndonos un poco mejor, y me di cuenta de que me
sentía como si estuviera hablando con Mayrah.
La verdad es que ambas eran muy parecidas en algunos
aspectos, como por ejemplo el maquillaje extravagante, el pelo moreno (aunque
May se tiñiese cada dos por tres del color que le apeteciera en ese momento),
su forma de expresión —brusca y vivaz en partes iguales, casi siempre con
dobles sentidos, en tono pícaro y mueca burlona—... Por supuesto, se
diferenciaban otras muchas facetas: la edad, la altura, la complexión, y
mientras que Lana presentaba una manicura perfecta, May solía morderse las
uñas.
—¿También eres de Mi Lado? —le preguntaba en ese
momento.
Llevábamos una hora y pico andando y el sol picaba
nuestras cabezas en aquellos trozos que no estaban cubiertos por las sombras de
los árboles.
Lana negó con la cabeza, resuelta.
—Provengo de una ciudad subterránea de Este Lado.
—Ah, claro, aquí la civilización está bajo tierra...
—Civilización lo que se dice civilización...—Sacudió
la cabeza, de manera que los muelles de sus rizos se alargaron y contrajeron en
un movimiento armónico simple:
Movimiento Armónico Simple y ejemplo
El movimiento armónico simple, también denominado
movimiento vibratorio armónico simple, es un movimiento periódico, y vibratorio
en ausencia de fricción, producido por la acción de una fuerza recuperadora que
es directamente proporcional a la posición, y que queda descrito en función del
tiempo por una función senoidal.
Los muelles se comportan como osciladores armónicos
cuando los apartamos de su posición de equilibrio. La fuerza elástica o
restauradora del muelle es la responsable del movimiento vibratorio, una vez
que el muelle se ha apartado de su posición de equilibrio.
—Pero sí, las grandes urbes se encuentran bajo
tierra, en distintos niveles.
Ahora entendía a lo que se referían Taylor y Ciaran
cuando lo habían comentado.
—¿Cuántos hay?
—Nueve. Cuanto más te adentras, más rica es la
gente, hasta llegar a los gobernadores, que son los más altos cargos. Es
irónico, porque son los que a más profundidad se encuentran, y antes de que lo
preguntes, que te veo las intenciones, yo pertenecía al segundo nivel, siempre
contando del exterior al interior y sin contar el Exterior ni el Ante-nivel.
Por ejemplo nuestro refugio se encuentra en el Exterior, aunque esté bajo
tierra.
—Curioso —fue lo único que alcancé a contestar,
analizando una y otra vez la nueva información. ¿Qué clase de tecnología
existiría en aquel mundo para conseguir crear hasta nueve niveles bajo tierra?
Porque naturales no serían… ¿no?
—Los niveles son los mismos alrededor del mundo,
aunque hay cambios de geografía, como por ejemplo zonas en la que hay que
cruzar el océano en túneles sumergidos, y varían las ciudades edificadas, como
si cada nivel fuera un mundo de los que tú vives en Tu Lado (he visto
fotografías). Para entendernos de alguna manera: mientras que en Tu Lado hay un
único mapa del mundo, en este hay uno por cada nivel, incluso para el Exterior.
—Pero el Exterior debiera ser una copia del mío, tal
y como me hicisteis entender, y las distancias no conc…
—¡Qué pesadita con las distancias, eh! Ya te he
dicho que yo no sé nada de eso.
—Es como si todo estuviera dispuesto igual, pero más
espaciado —cavilé.
—O quizás te cuesta más llegar a los lugares —opinó
ella—. Pero vamos, mi consejo es que te olvides de tratar de comprenderlo todo
y que inviertas tus energías en actuar.
—Lo dices como si no supiera dejarme llevar
—repliqué, un poco enfurruñada.
Lana me miró con esos ojos castaños y profundos que
trataban de clavarse en mi alma; en eso también se parecía a May, ambas tenían
unos ojos enjauladores.
—Aún no te conozco lo suficiente, quizás… Sé que
para ti es difícil conocernos y dejarte conocer, porque eso implica pasar
página e internarte en el que “no” es tu mundo. Pero tienes que adaptarte. Es
la clave número uno en la supervivencia.
Suspiré.
—Cada vez comprendo más que no hay ningún mundo que
nos pertenezca, excepto nuestras mentes. ¡Y a veces ni eso!
Lana me sonrió.
—¿Entonces estás dispuesta a conocernos y hacerte
conocer?
—Llevo intentándolo una semana, ¿no? Pero eso no
quita que siga deseando volver con mi familia.
—Por supuesto —asintió, comprensiva—. Cuéntame más
de ella, si no se hace demasiado doloroso para ti, claro.
Lo pensé unos segundos y al final acepté,
devolviéndole la sonrisa.
Le conté lo cuantísimo que echaba de menos a mi
hermana pequeña, quien era una de las luces que iluminaban más intensamente mi
vida, sus gustos, lo loca que me volvía a veces, las riñas de cinco minutos,
nuestras aficiones juntas, como vernos series de tirón en las vacaciones;
también le conté cuánto quería a mis padres, y le confesé que en la biblioteca
del refugio contaban con todas sus novelas —lo cual interesó a Lana y ella, a
su vez, me confesó que no era muy fan de la lectura—; le conté mi vida en
Australia y en España; le hablé de mis amigos, que eran parte de mi familia, y
de mis ex-amigos…
Me percaté de que Ada y Max habían reducido la
marcha y también escuchaban, de manera que pronto se sumaron a la conversación…
aunque más bien yo hablaba y ellos tomaban nota mentalmente, archivando la
conversación, de vez en cuando preguntando.
Hicimos una parada para comer y descansar, cerca ya
del pueblo. Por el camino nos habíamos cruzado con extrañas criaturas, que
afortunadamente no supusieron ningún peligro. Ya en el pueblo, nos dispusimos a
allanar casa por casa en busca de objetos interesantes, si bien se trataba de
una tarea lenta y tensa, ya que debíamos chequear que no hubiera ninguna
sorpresa al otro lado de la esquina.
A eso de las cinco de la tarde llevábamos una bobina
de hilo de cobre, varias baterías y pilas, una colección de tornillos —ya decía
yo que a esta gente les faltaban unos cuantos… Sorry, chiste malo— que
desenroscábamos de cualquier lugar, clavos… Era curioso —o quizás no tanto, y
pensándolo bien era lógico—, pues no encontramos ni rastro de comida, ropa, calzado
ni armas. ¡Ni siquiera había vajilla!
Para acelerar el proceso, nos separamos por parejas,
Max y yo por un lado y Ada y Lana por el otro, quedando en una casa en concreto
a la hora de cenar.
—Ale, ¿a qué casa quieres ir ahora? —me preguntó el
chico, apoyándose en la pared de la casa que acabábamos de saquear y cruzándose
de brazos; su mirada mostraba que sabía cuál sería mi respuesta, pero que
quería oírla de mis propios labios.
—A la mía —le di la satisfacción de contestar.
—Perfecto, guíame.
Callejeando por el pueblo abandonado, me embargó una
sensación de tristeza, añoranza y desasosiego al mismo tiempo. ¿Aquella era la
misma calle que mi familia y yo cruzamos la primera vez que vinimos aquí? ¿Esa
tienda saqueada y cubierta de vegetación era la misma a la que May y yo
solíamos ir a comprar, a veces pasándonos horas y horas probándonos ropa? ¿Y
esa cafetería que ya no era una cafetería?
Cuando llegamos a la playa en la que nos conocimos
Eithan y yo, me dio un vuelco al corazón.
Ahí estaba.
“Mi casa.”
Las paredes blancas se habían cubierto de
verdín y plantas trepadoras, los cristales habían sido estallados y el jardín
estaba hecho un desastre.
Eché a correr hacia ella.
—¡Crystal! —gritó Max a mi espalda, siguiéndome.
También bufó y maldijo, pero no me detuve.
Con el pulso a mil, el sudor quedando atrapado en
mis trenzas, recorriéndome el cuero cabelludo, los puños crispados, me dio la
impresión de que mi cuerpo había quedado de golpe desentumecido gracias a la
carrera improvisada. Respirando con fuerza, no paré hasta que no me encontré en
el interior.
—¡Crystal! ¡Es peligroso! ¡Tenemos que comprobar
primero que no haya ningún peligro dentro! ¡CRYSTAL!
Cuando me alcanzó, él también sudaba y los cabellos
morenos alborotados se le pegaban a la frente.
—Ya doma —dijo, suspirando en un idioma que no
comprendí y que no me apetecía preguntarle qué significaba, no fuera que me
estuviera insultando o algo parecido.
Mis ojos vagaron por la estancia. La casa constaba
de dos plantas. La de abajo suponía un amplio salón que quedaba abierto a una
concina de tipo isla, una biblioteca, el despacho en el que solían encerrarse a
escribir e idear sus novelas mis padres, y un baño. Una escalera de caracol
conducía a los dormitorios, el de mis padres quedaba a la derecha, mientras que
a la izquierda estaba el mío y el de mi hermana. También había en esa planta un
baño, que tenía una gran bañera, mientras que el otro tenía una ducha a la que
diariamente nos tirábamos de cabeza después de surfear. En el garaje, que
quedaba en la parte trasera del edificio, como no teníamos coche, guardábamos
las tablas y también lo utilizábamos como trastero.
—Bonito salón —opinó Max—. Ya había entrado alguna
vez en esta casa, pero mi teoría de sus verdaderos inquilinos distaba bastante
de la realidad.
La verdad es que Max tenía una forma perfecta de
disolver las tensiones y desviar la conversación.
—¿Qué teoría?
Entonces sí nos pusimos a rastrear como es debido,
desenfundando nuestras armas y pegándonos a la pared, mirando hasta debajo de
las mesas y los sillones.
La televisión estaba rota en mil pedazos, pero los
muebles parecían prácticamente intactos: el sofá, los dos sillones, la mesa del
comedor, sus respectivas cuatro sillas… Poco más teníamos. Una capa de grueso
polvo y arena lo cubría todo, haciendo que la estancia oliera a abandono.
—Sabía que vivíais un matrimonio con dos hijas.
Alguna foto he visto, pero muy de pasada y como están bastante quemadas no te
reconocí en ellas. Pensé que erais una familia de espías que se había retirado
a las playas del Pacífico a vivir la buena vida. En mi teoría las máquinas de
escribir del despacho eran de vosotras y el piano de cola que está en esa
esquina —señaló— es de uno de vuestros padres, un virtuoso o virtuosa de la
música, con un don en los dedos. Por los libros de astrofísica, etc, que me
temo que hemos llevado a nuestra biblioteca, teoricé que también el otro de
vuestros padres era astronauta. Una de las hijas (supongo que eres tú, la
mayor), es artista debido a los dibujos de su cuarto, y la hermana una skater
experta y, como profesión, una asesina a sueldo.
No pude evitar echarme a reír ante semejante
historia, relajándome un poco. Max pareció conforme y continuó, siempre
hablando entre susurros:
—La primera de las hermanas es bisexual (ahora también
sé que eres tú) y la pequeña hermafrodita. Ah, y los padres son como los
caballitos de mar, juntos hasta el fin de los tiempos; y como buen caballito de
mar, tu padre era quien quedó embarazado de vosotras. Ibais a un instituto
especial en el que os enseñaban el oficio de vuestros padres, como un legado
familiar, por así decirlo y… ya. Creo que no me olvido nada.
El rastreo de la primera planta finalizó donde había
comenzado, en el salón.
—Ahora viene la pregunta más importante… —Dijo,
alzando la voz a un volumen normal—. ¿Eres bisexual?
Le propiné una palmada en el brazo.
—Eso no es de tu incumbencia.
Max sonrió —Hola, L— y se encogió de hombros.
—Lo tomaré como un sí.
—¿No se te ocurre una pregunta mejor?
—Hombre… Perdona, no, mujer. ¡Mujer! Lo de los
caballitos de mar y el hermafroditismo sabía que eran un 99% imposibles. Pero
bueno, ya que insistes… ¿Quién es la que toca el piano?
Nos acercamos al gran piano de cola blanco. Recordé
lo gigantesco que nos parecía a mi hermana y a mí cuando éramos pequeñas. Fue
un regalo familiar, correspondiente al testimonio de mi bisabuelo, que vivía en
Viena y era un gran pianista. Precisamente nos lo envió desde allí a Australia,
casi en la misma época de adaptación en la que estábamos nosotros sumidos. ¿Por
qué nosotras? Seguramente porque cuando éramos pequeñas y fuimos a visitarlo,
vio el don de Noa cuando ella se sentó en esa butaca con solo 5 años.
—Es Noa la que toca. —Volví a sentir un pinchazo en
el pecho al acordarme de mi hermana—. ¿Sabes? Ella es una mente privilegiada
capaz de tocar el Para Elisa con los ojos cerrados y, sin embargo, suspende los
exámenes porque antes que estudiar lo que le apetece es ir a patinar con sus
amigos. —Recorrí con los dedos la superficie llena de polvo de las teclas, sin
atreverme a presionarlas por miedo a que el sonido revelase nuestra situación—.
Noa es una mente privilegiada encerrada en las nubes.
Noté a Max a mi lado, vibrante, pues por alguna
extraña razón su temple había desaparecido por completo.
—Si está en las nubes, ¿por qué está encerrada?
—inquirió, pasando los dedos por el rastro que habían dejado los míos—. ¿No
estaría libre?
Ladeé un poco la cabeza para mirarlo.
—No lo había pensado de esa manera.
—Quizás es eso lo que la hace extraordinaria. Su libertad.
—Detuvo la mano justo antes de que se encontrase con la mía y entonces subió la
mirada, que chispeaba—. ¿Y tú no te sabes ninguna canción?
Empecé a comprender a qué se debía su entusiasmo
contenido.
—Bueno, alguna cortita sí… ¿Pero no será peligroso
con los monstruos merodeando por aquí? —Chasqueé la lengua.
Max negó rápidamente con la cabeza y me empujó para
que me sentase en la butaca.
—Estoy seguro de que les gustará.
Luego se acomodó a mi lado, repiqueteando con los
dedos sobre las rodillas como un niño impaciente que espera a que empiece un
espectáculo.
Respiré hondo. Hacía mucho tiempo que no tocaba,
puesto que al ver con admiración cómo, con el paso de los años, el talento de
mi hermana emergía, decidí retirarme y dedicarme a mis propios talentos, como
dibujar y escribir, mientras las manos de Noa me inspiraban las mejores
escenas.
Me costó arrancar, primero porque no me decidía
sobre qué canción debía interpretar, y después por la falta de práctica. Sin
embargo eso a Max no pareció importarle, y escuchó con ojos atentos el
movimiento de mis dedos, que marcaban las teclas al quedarse ellos manchados de
polvo.
Cerré los párpados y me dejé llevar.
Recordaba ese momento de empezar a aprender una
canción, cuando necesitaba sí o sí la partitura, y luego cómo, una vez
aprendida, mi cerebro parecía haber escaneado dicha partitura y las notas me
salían solas, sin mirar, sin pensar. Lo mismo me sucedía con las corografías. A
Noa se le sumaba, además, la capacidad de componer sus propias canciones.
Mis dedos se deslizaban solos, como con vida propia,
y mi cuerpo se mecía a su son.
Entonces, finalizó la canción.
—Guao, te preguntaría qué canción era, pero no
entiendo de música.
Max se retiró el flequillo de los ojos, que le
brillaban de emoción.
—¿No hay reproductores de música?
—En nuestro refugio no hay electricidad, por si no
te has dado cuenta —replicó con obviedad— y, por ende, en el Exterior tampoco.
Las lámparas son de gas, cocinamos con fuego… Al menos el agua de las duchas
proviene de la fuente termal y es caliente.
Chasqueé la lengua.
—No me has respondido; no hace falta electricidad
para que haya reproductores de música.
Max sonrió.
—Cierto. Pero no hemos encontrado ningún tocadiscos
que no estuviera dañado.
Colocó las manos en las teclas que yo había presionado,
siguiendo las huellas que habían quedado sobre el polvo. Sin embargo, había
tantas que era prácticamente imposible seguir un orden. Yo mantuve las mías
sobre mi regazo, observando cómo él movía los dedos, casi temblando, sin
atreverse a presionar ni una sola nota.
—¿Y en los niveles inferiores?
—Sí, ahí sí hay electricidad… Y música. Sobre todo
para los más privilegiados. También existen los artistas y las voces
predilectas. No es muy distinto Mi Mundo al tuyo, en ese sentido.
—En general no son muy distintos… ¿Podemos subir
arriba?
—Por supuesto.
Volvimos a levantarnos para subir las escaleras a la
planta superior. Dolía mucho ver todo tan destrozado, tan oscuro, tan carente
de vida; es como si no fuera mi casa. Entramos en mi habitación y me puse
frente al espejo, ese cristal oscuro que parecía agua emponzoñada. Vi que Max
se situaba detrás de mí, cubriéndome las espaldas, y dejé que mi vista vagara
por el reflejo de la habitación. La cama, las estanterías, el gran ventanal
tapado por tablas con clavos para que no se viera ni un resquicio del exterior,
los pósters, los dibujos medio pegados en las paredes con las esquinas dobladas
y cayendo lánguidas hacia delante, como alas de pájaros. Y al lado del biombo,
una sombra.
Achiqué los ojos para comprobar que no habían sido
imaginaciones mías y me di cuenta de que tenía forma humanoide.
Era un ser larguirucho, vestido con un peto holgado
que le marcaba una tripa considerable. La tela del peto estaba atada por
delante con tres botones grandes y rojos como manzanas, y mientras que las
mangas eran de color negro, el resto presentaba un color blanco sucio. Calzaba
unos zapatones grandes como de payaso, y alrededor del cuello mostraba una
gorguera apergaminada manchada por un reguero de gotas carmesís. Tenía el
cabello negro y pegado al cráneo, como si estuviera mojado. Las facciones de su
cara estaban desfiguradas en una sonrisa que helaba la sangre, pues de lado a
lado de la mandíbula lo único que se veía era negro mezclado con rojo y, en el
centro, una hilera de cuatro dientes amarillentos. La nariz era roja como la
guinda de un pastel y los ojos parecían dos farolillos, redondos, con el iris
verde, la pupila blanca y la esclerótica negra. Los párpados inferiores y
superiores habían sido cortados arriba y abajo, dando la sensación de soles
negros, pero él seguía sonriendo.
Y me miraba.
Yo sabía que me miraba a mí directamente.
—Hay alguien detrás de nosotros… —susurré.
Mis ojos estaban clavados en el reflejo del payaso,
pero sabía que Max seguía mirándome a mí. Ni siquiera había separado la vista
de mi reflejo para comprobarlo cuando dijo:
—No hay nadie detrás, Crystal.
Me giré poco a poco, queriendo creer sus palabras.
«¡Sí que lo hay, Max! —Me gritaba un sexto sentido—. Está justo detrás de
nosotros, al lado del biombo…» Pero no dije nada; tenía el miedo atascado en la
garganta y el corazón bombeaba tan fuerte en mi cabeza como para que pudiera
pensar en cualquier otra cosa. «Un payaso tenía que ser. Un puto y diabólico
payaso…»
Me giré.
—Uffff, tienes razón, Max, no hay nadie.
Me volví de nuevo al espejo, suspirando de alivio, y
fijé mi atención de nuevo en el cristal, pensando que el reflejo del payaso
habría desaparecido.
En parte acerté: el payaso ya no estaba al lado del
biombo, sino en frente de mí, como si fuera él mi reflejo.
Grité con todas mis fuerzas y me eché hacia atrás,
topándome con los brazos de Max. Él no se lo esperaba y caímos al suelo, en una
maraña de brazos y piernas. Me retorcí, intentando escapar. Max me placó y me
sujetó. Me arañé el brazo con la superficie astillada del suelo, pero aun así
continué moviéndome, tratando de zafarme del cuerpo de Max.
—Tsss, tsss, Crystal, tranquilízate…
Me di cuenta de estaba llorando y temblando de puro
terror. Sin embargo, Max no me abrazó ni trató de calmarme con dulzura, sino
que se limitó a sujetarme contra el suelo; su voz era fría e impasible, sus
brazos hacían sobre mí el mismo efecto que una camisa de contención y me
sorprendió la fuerza que tenía aun con lo delgado que era.
—¿Qué has visto? —se limitó a preguntarme.
—U-un payaso horrible.
Me sentí furiosa por estar llorando delante de él, y
me esforcé en detener el llanto. Me deshice de él con un empujón y un: quítate
de encima.
—¿Te dan miedo los payasos?
—Sobre todo de pequeña... ¡Y deja ya de tocarme, que
no voy a salir corriendo, maldito insensible!
A Max no le pareció afectarle en absoluto mis
palabras y se sacudió el polvo de los pantalones una vez estuvo de pie.
—Muchos de los monstruos que hay encerrados en esta
casa son vuestros peores temores: los monstruos de la infancia, las
pesadillas...
El
Miedo. Siempre me habían dado miedo las muñecas y los payasos. Temer no
temía a la muerte y mi prima Ana, un año más mayor que yo, me explicó este
Halloween la teoría filosófica de Epicuro. Su Tetrafarmakon era más que lógico,
pero Epicuro se limitaba al dolor físico, no al mental. Yo nunca he podido ver
escenas de tortura a personas y se me revuelve el estómago al ver las noticias.
Sea como sea, no me gusta el dolor psíquico, pues es peor que el corporal.
Y estar en ese Otro Lado era enfrentarme a mi mente
minuto tras minuto. Imaginaos, tener que aguantar las ansias de quedarte en una
esquina de la habitación del complejo a llorar y a taparte los oídos, pero que
tu parte de supervivencia rechace por completo esas ganas de inacción y te
obligue a levantarte, a secarte las lágrimas y a sobrevivir. A adaptarte. Que
no te deje olvidar de donde provienes, lo cual duele, y te haga necesario
recordar en todo momento que quieres volver a ese lugar, haciéndote ver que
para ello tienes que continuar con vida.
—¿Qué? ¿Nos vamos? —me apuró Max—. Hemos quedado con
Ada y Lana en un cuarto de ho…
—Sí, vámonos —agarré uno de los blocs de dibujo y
mis pinturas y salí por la puerta. En el fondo entendía que a Max no le
tuvieran por qué importar mis sentimientos, pero me molestaba su
insensibilidad.
Nos reencontramos con las mujeres en el lugar
acordado (sí, 8 minutos tarde, ojos en blanco) y emprendimos la vuelta de
nuevo. No me apetecía hablar, y a Lana le costó darse por vencida, intentando
entablar conversación. Ada interrogó a su hijo con la mirada y él negó con la
cabeza, neutro. Caminábamos por el linde del bosque, con la playa a la
izquierda, siempre de arena escarlata, el cielo azul ciclotímico y el océano
negro en contraste.
En un par de horas se haría de noche.
Me ha gustado especialmente este capítulo, por los recuerdos con los que ella se iba encontrando...
ResponderEliminarMuy bonito.
Un beso grande.
Vaya, vaya... tengo que escribir más capítulos, pues cada vez estás más actualizada *__*
EliminarMil gracias por seguir leyendo. ¡Y ya sabes! Cualquier petición, consejo, corrección, estaré encantada de escucharlo.
Un besazo
Estar del otro lado también supone enfrentarse a los miedos. Interesante aquello de los niveles inferiores, lo opuesto a este mundo. Sigo leyendo Señorita.
ResponderEliminarDulces besos en sostenido.
Así es. Me está gustando volver a leer este proyecto y poco a poco ir planteando cómo continuarlo... o al menos cerrar una parte.
EliminarAquí va la canción: https://www.youtube.com/watch?v=yC8JTAchvqc&ab_channel=MisterMoes
Dulces besos musicales del Otro Lado
Gracias por la canción, con tutorial y todo. Me encanta el piano, en otra vida debí haber sido pianista, en esta algo toco. Piano, me refiero ;)
EliminarDulces besos desde este lado.
Tocar esta canción en el piano debe de ser *.*
EliminarVer este tipo de vídeos me resulta hipnótico....
Dulces besos musicales