Relato juevero: primera noche de amor de la humanidad

 

 

 

Eva

—¡Te lo suplico, Eva! No me abandones...

El hombre se tiró al suelo dramáticamente, uniendo las manos ante él como si pidiera clemencia. Ella le miró desde arriba, impertérrita.

—Ya he tomado una decisión, Adán.

—¡Pero yo te amo!

—No, tú nunca me has amado. —Eva dejó escapar una carcajada irónica—. Desde que nos convertimos en marido y mujer siempre me has tratado como si fuera un ser inferior a ti. Nunca te han importado mis pensamientos, ni mucho menos mis sentimientos. Para ti siempre he sido un medio para alcanzar tu propio placer, una vasija en la que verter tu simiente.

—¡Porque para eso fuimos creados! —Se levantó, airado—. Yo no tengo la culpa de que no te quedes embarazada. Estoy seguro de que tu aversión hacia mí ha provocado el mismo efecto que arrojar sal sobre un campo.

—Aunque el campo sea fértil, si la semilla está podrida nunca germinará.

Eva se dispuso a atravesar el Jardín paradisíaco, dando por zanjada la discusión, pero él la persiguió.

—¡No puedes marcharte así como así! Firmaste un contrato...

—El contrato que tu padre escribió para ti quedó totalmente anulado la noche que conocí a Lilith.

Lilith... Tan solo con nombrarla su corazón se hinchaba de alegría.

Se habían conocido varios meses atrás, cuando Eva se había refugiado en las ramas del enorme manzano, huyendo de Adán. Lilith le había secado las lágrimas con sus propios dedos y le había escuchado hasta que se le fue la voz. Abrumada por encontrarse ante una igual, Eva había sentido el irremediable deseo de besarla; como leyéndole el pensamiento, Lilith se había inclinado hacia delante y había rozado sus labios con su boca. Entonces el beso se había profundizado, sus manos se habían atrevido a explorar sus cuerpos y, finalmente, se habían convertido en uno solo.

Aquella había sido la primera noche de amor de la Humanidad. 

—¿En serio me vas a dejar por esa... serpiente?

Eva se detuvo justo en la frontera para encararle.

—Aquí la única serpiente eres tú, Adán.

—¡Os arrepentiréis! ¡Lo que hacéis es antinatural! ¡Sois unas pecadoras!

—Prefiero arder toda mi vida en el dulce Infierno del Pecado, que pasar un segundo más en este Paraíso marchito.

Se dobló sobre sí misma y de su espalda brotaron dos alas iridiscentes. Sonriendo, alzó el vuelo y se dirigió hacia donde se encontraba su amada.

Al fin y al cabo, Adán escrito al revés es Nada, y Eva escrito al revés es Ave.

  

Convocatoria de Tracy

Más primeras noches de amor de la humanidad