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Capítulo 10. Una tarde de miedo
Conocer a una persona es como hacer
encajar las piezas de un puzzle.
Conforme Angy y yo veíamos las
fotos, le entregué poco a poco las piezas que componían mi historia. Me moría
de ganas de que ella me mostrase la suya, y me pregunté si en el futuro, cuando
ojease ese mismo álbum, encontraría fotografías de nuestros momentos
compartidos; bailando en Skeleton Moon,
montados en mi preciosa Kawasaki, visitando L’appel
du vide, haciendo alguna excursión...
«¡No te precipites, Eric!» La voz de
mi conciencia sonó demasiado parecida a la de mi hermana. «Aún no habéis
hablado de consolidar una relación. ¡Ni siquiera sabe lo de la intervención
médica!»
Bueno, se recomendaba construir los
puzzles por los marcos, ¿no? Ya llegaríamos a esa pieza más adelante.
—¿Qué te apetece hacer ahora? —le
pregunté tras guardar el álbum de nuevo en la habitación de invitados.
Angy se dejó caer en el sofá. Me
encantaba que hubiéramos superado la incomodidad inicial y que se moviera de
forma relajada por mi apartamento.
—¿Te apetece ver una película? —me
propuso.
—Claro. Tú estás al mando, así que
tú eliges.
Me señalé el collar mientras me
sentaba a su lado; con cada movimiento, el roce del pijama me recordaba lo que
habíamos estado haciendo por la mañana y me mantenía en un estado de excitación
moderada pero constante.
—Lo único —añadí, pensativo—, no
tengo ninguna plataforma para ver películas. El anime lo suelo ver en páginas
pirata.
—Oh, no te preocupes. Yo sí que
tengo varias plataformas... ¿Puedo conectarme desde tu televisión?
Mientras se conectaba a su cuenta,
me pregunté qué género cinematográfico sería su favorito. ¿El de drama y
romance? O quizás el de aventuras y misterios; me imaginaba que, con lo
inteligente que era, los resolvería en los primeros minutos de la película. ¿Le
gustarían los musicales? Puede ser que fuera fan del cine de autor o, aún
mejor, de las películas clásicas.
En cuanto las carátulas llenaron la
pantalla, se me despejaron todas las dudas de golpe.
—Eso es —incluso me tembló un poco
la voz al decir—: cine de terror.
Ojalá lo negase.
—¡Sí! —Exclamó entusiasmada—. ¡Adoro
las películas de miedo! Sobre todo, las paranormales.
Se me cayó el alma a los pies. Angy
debió de darse cuenta, porque se le borró la sonrisa y preguntó:
—¿No te gustan este tipo de
películas?
—No es que no me gusten. Es que...
—¿Te dan miedo? —tanteó.
—Me aterrorizan.
Y no me daba ninguna vergüenza
admitirlo.
Supuse que su vena masoquista estaba
desarrollada de una forma distinta que la mía, ya que colocó una mano sobre mi
brazo y exclamó:
—¡Pero eso es lo divertido! Y al
final sólo son eso: películas.
—Entonces... ¿No crees en los
fantasmas?
—No lo sé... Puede que existan o
puede que sean fruto de la imaginación humana. —Se encogió de hombros—. Nunca
he tenido una experiencia paranormal. ¿Y tú?
—No, ni falta que hace. —Ambos nos
reímos, relajando nuestras posturas en el sofá—. ¿También te gusta el gore?
—Bueno, depende de la película. El
género slasher tiene su puntillo, y
siempre me ha parecido muy interesante el concepto de “chica final”.
Me estuvo explicando sobre este
término y la escuché embelesado.
—La saga de Destino Final desarrolla de forma innovadora el efecto mariposa e
intentar cambiar el futuro —continuó—, pero no aguanto las películas de SAW. No es que me den miedo, sino que lo
paso fatal con su sadismo.
—Yo el gore lo soporto bastante bien en el anime. Se me hace más fácil
disociar la ficción de la realidad.
—¿Has visto las películas clásicas
de monstruos, como Frankenstein y Drácula?
—Sí, están bien. Adoraba Van Helsing de pequeño, y ya que estamos
hablando de vampiros... Gina estaba obsesionada con Crepúsculo.
Puse los ojos en blanco.
—¡Eh, que a mí también me pasó!
¿Gina era Team Edward o Team Jacob?
—Team
Alice.
Nos volvimos a reír.
—No sé si has oído hablar del ero guro —comenté entonces—. Es un
género japonés que mezcla elementos eróticos con elementos grotescos y de
terror.
Se le iluminó la mirada.
—¡Oh, sí! Conozco ese tipo de arte.
Me confesó que estaba leyendo un
webcómic sobre brujas, demonios y hombres-lobo que tenía tintes de terror
erótico.
—¿Me puedes compartir el enlace? Me
encantaría leerlo.
—Claro.
La ilusión y el rubor cubrieron su
rostro. Sólo por volver a verla así, me decidí; mientras ella alcanzaba su
móvil y me enviaba el mensaje, yo me paseé por las carátulas de las películas.
—¿Cuál te apetece ver, Angy?
Cuando volvió a centrar su atención
en mí y en la televisión, me dirigió una expresión desconcertada.
—Si no te gustan las pelis de miedo
podemos elegir otro género.
—No, no. Tú estás al mando
—insistí—, así que tú eliges.
—¿Verías una película de miedo sólo
porque te lo digo yo como Dom?
Al decir aquello me di cuenta de lo
que parecía estar planteando: una dinámica D/s mientras realizábamos una
actividad cotidiana. ¡Justo de lo que habíamos hablado durante el desayuno!
—Bueno, ahora mismo sí que me
apetece ver una película de miedo contigo. Si me lo dices como Dom... quizás incluso me apetezca un
poco más.
Angy lo pensó durante unos segundos.
Al cabo, salvó la poca distancia que nos separaba en el sofá, alzó una mano y
me agarró de la mandíbula, con la palma mirando hacia arriba como si sostuviera
una manzana. Nuestros ojos se trabaron.
—¿Estarías dispuesto a pasar miedo
por mí, Eric? —preguntó en voz baja, como si fuera una amenaza.
—Sí, Ama.
—Qué buen chico... —Pasó su pulgar
por mis labios, presionando la carne contra mis dientes, con fuerza—. Si eres
un buen chico hasta el final de la película, te recompensaré. ¿Quieres saber
cómo?
Me agarraba tan firmemente que no
podía asentir con la cabeza.
—¿Cómo, Ama?
—Dejaré que te corras dentro de mi
culo.
Mi polla respondió en consecuencia.
Sabía que Angy estaba buscando provocar aquella reacción, pues mientras hablaba
bajó la mirada y sonrió al comprobar que sus palabras habían sido efectivas.
—Voy a ir un momento al baño y
aprovecharé para coger un par de cosas del dormitorio —me informó—. Por cierto,
¿tienes palomitas?
—Creo que sí.
—¿Saladas o dulces?
—Saladas.
—Mis favoritas —su sonrisa se hizo
más amplia—. Te encomiendo la tarea de prepararlas. ¡Y ojo si se te queman!
Pues tendré que castigarte.
Tardó unos segundos de más en
soltarme, y sentí como si sus dedos se hubieran quedado impresos en mi carne.
Me obligué a serenarme mientras me
dirigía a la cocina a preparar las palomitas. Tenía las típicas bolsas de
cartón prensadas al vacío que se metían en el microondas. Sobre el zumbido del
aparato pude distinguir el agua corriendo, por lo que supuse que Angy se estaba
limpiando. Después oí perfectamente cómo salía del baño y se dirigía al
dormitorio; mi imaginación se disparó al son del pop pop de las palomitas.
Cuando estaba colocando las
palomitas humeantes en un bol, Angy regresó; sostenía una fina y larga cadena
entre las manos que enseguida reconocí.
—Bájate los pantalones hasta las
rodillas, esclavo. Y levántate un poco la camiseta.
Obedecí, dejando al descubierto mi
erección. Angy se aproximó y se arrodilló a mis pies, en una actitud que,
irónicamente, era todo lo contrario a sumisa. Primero colocó la cadena
alrededor de mis caderas, a la altura del tatuaje del súcubo; el acero estaba
frío al tacto y me puso la piel de gallina. La ajustó de manera que el aro
grande quedase justo en el centro del pubis, enmarcando el corazón, y el primer
enganche se cerró con su característico clic.
Seguidamente, rodeó mis huevos con la cadena y la enganchó por segunda vez al
aro para que quedase bien ajustada. Para terminar, rodeó también la base de mi
polla. Clic. El extremo de la cadena
quedaba suficientemente largo como para emplearlo a modo de correa.
—Ya puedes colocarte bien la ropa.
Si no fuera por la cadena que
emergía de la cinturilla de mis pantalones, ni se hubiera notado que la
llevaba.
—Coge el bol de palomitas y vamos al
salón.
En el trayecto, Angy procuró andar
siempre varios pasos por delante de mí para que la cadena siempre estuviera
tensa. Me habría dejado conducir así hasta el fin del mundo; como era de
esperar, me condujo hasta el sofá. Se sentó en la chaise longe y abrió las piernas, indicándome que me acomodase
entre ellas.
Me recliné con cuidado para no
hacerle daño en los pechos; incluso a través de la ropa noté que su cuerpo
estaba ardiendo.
—Buen chico... —Su boca rozó mi
oreja derecha y mi polla palpitó, moviendo ligeramente el bol que había
colocado en mi regazo.
Angy se rio suavemente y cogió un
puñado de palomitas.
—Ya puedes empezar a comer —dijo
mientras masticaba—. Que disfrutes de la película, Eric...
Pronunció mi nombre suave, a mi
oído, como si fuera la calma que precede a la tormenta.
Play.
La historia estaba ambientada en
Estados Unidos a principios de los años setenta.
—¿Es una historia de muñecas
diabólicas? —me atreví a preguntar tras los primeros minutos.
—No, no, Annabel protagoniza otras
películas. ¿Ves? Este caso era sólo para presentar a los personajes.
«Ed y Lorraine Warren» anunció la
mujer. Entonces, la imagen se congeló y apareció un texto amarillo en fondo
negro que finalizaba con un: «Basada en la historia real».
—¡Genial! —exclamé con ironía.
Seguidamente apareció una familia
feliz mudándose a una casa nueva; pobres, iba a ser la peor decisión de su
vida.
—El perro es el más listo —señalé.
No tardaron en aparecer los
elementos de terror. Moratones y relojes que se paran a una hora determinada.
Niñas sonámbulas y tirones fantasmales. Animales muertos y olor a podrido.
Amigos invisibles y juegos de palmadas.
—Joder, qué tensión.
Y llegó el primer susto. Di un
pequeño respingo que estuvo a punto de volcar el bol de palomitas y Angy me
apretó ligeramente.
—Bah, no ha sido para tanto...
—murmuré, intentando restarle importancia.
La trama regresó a los Warren.
«¿Recuerdas lo que me dijiste la
noche de bodas?» preguntó Lorraine.
«¿Lo hacemos otra vez?» respondió
Ed.
—Eso es algo que yo también diría.
Pero las risas duraron poco. En la
siguiente escena —¿por qué siempre ocurría por la noche?—, la tensión siguió
escalando y, cuando se sucedieron varios sustos que desembocaron en la primera
aparición de la criatura demoníaca, sí que grité.
—Tranquilo, Eric...
Podía sentir la sonrisa de Angy en
mi oreja derecha.
—¡Estaba encima del puto armario!
—Como mecanismo de defensa, mi mente solía recurrir al humor—. ¡Es como la
vieja del chiste!
—¿De qué chiste estás hablando?
—Una vieja que llama a la policía
para avisar de que puede ver a su vecino desnudo desde su ventana. La policía
acude, se asoma... y le dice que no ve nada. «No, no. Tiene que subirse al
armario... ¡Desde ahí sí que se ve!»
—¡Qué chiste más malo! Shh, va,
céntrate en la película, que ahora se pone interesante...
Debía reconocer que la historia
había captado mi interés.
Cuando Ed explicó las tres fases de
la actividad demoníaca: 1) infestación, 2) opresión y 3) posesión, se me
ocurrió que presentaban cierto paralelismo con las fases de un encuentro sexual
y, particularmente, con una dinámica de D/s. Al fin y al cabo, la persona Dom se encargaba de conducir a la sub a su terreno, la dominaba
mentalmente, físicamente o en una combinación de ambas, y finalmente la poseía.
Por fin, los Perron contactaron con
los Warren y el matrimonio entró en acción.
—«A veces un embrujo es como pisar
un chicle». Metáfora 10 de 10.
Seguidamente se descubrió el origen
del mal.
—Tenía que ser cosa de una bruja...
Eso sí, los personajes tienen buen gusto con los coches.
—¿Reconoces los coches? —Angy se
mostró sorprendida.
—Oh, sí. De pequeño solía jugar con
mi padre a identificar los coches que aparecían en las películas. En lo que
llevamos de película he reconocido un Dodge Monaco, un AMC Ambassador, una
furgoneta Volkswagen y un Ford Mustang Fastback.
—Eso me recuerda tanto al cliché de
que a los hombres les vuelven locos los coches y las motos...
—También es un cliché muy rumano —me
reí.
Volvimos a centrarnos en la
pantalla.
—¡Vaya equipamiento cazafantasmas!
Cámaras, luz ultravioleta, radios... Por supuesto, crucifijos. A mí también me
cabrearía encontrar iconos religiosos desperdigados por toda mi casa.
—¿Eres ateo?
—Sí. Mi padre es ortodoxo. Mi madre
católica. Pero se casaron por lo civil y decidieron que a mí no me bautizarían,
de modo que cuando creciera pudiera elegir mi camino. ¿Tú?
—Mi familia es católica apostólica
romana —dijo esas palabras con retintín—. Yo sí estoy bautizada y comulgada,
pero me negué a confirmarme. Ahora mismo me considero agnóstica.
—O sea que el espíritu de la bruja
se lo pensaría dos veces a la hora de poseerte.
—En cambio tú serías un cebo fácil.
Volvimos a centrarnos en la
película; ya llevábamos más de la mitad y las palomitas se habían terminado.
Para ser una película de miedo, no
estaba mal...
Retiro lo dicho. Joder, la sábana. Y
con la siguiente aparición de la criatura se me escapó otro grito de puro
terror.
—¡Joder, joder!
Angy me abrazó con fuerza y le dio
un ligero tirón a la cadena, como diciendo: tranquilo, te tengo.
En la siguiente escena, Ed intentaba
arreglar el Chevrolet Two-Ten.
«Tenéis una casa preciosa. Siempre
hemos querido tener una casa en el campo...» le comentó a Roger.
«Pues te la vendo.»
—¡Uf, quita, quita! Que aparte de la
reforma, necesita un exorcismo.
La risa de Angy reverberaba hasta en
la última célula de mi cuerpo. ¡Me encantaba hacerle reír!
Cuando llegó la noche, volvieron los
sustos.
—Super inteligente meterse en el
hueco del armario con la cajita de música. —Justo en ese momento la tabla del
suelo venció y Lorraine cayó bajo los cimientos de la casa—. ¡Mierda!
Los brazos de Angy me apretaron,
esta vez como si también estuviera asustada.
—¿Pero es tonta? ¿Por qué usa la
cajita de música?
Angy no me respondió.
No quería mirar... Pero miré.
Susto.
Y, por si fuera poco, se encadenaron
varios sustos más. ¡El corazón me iba a mil! Sin embargo, la sensación era
parecida a cuando montaba en moto, una mezcla de riesgo y excitación. Me
sorprendió comprobar que efectivamente estaba disfrutando con la película.
—O sea, ¿la Iglesia católica es la
única que se puede ocupar del exorcismo? —Bufé—. ¡Vaya estupidez!
La historia volvió a centrarse en la
hija de los Warren.
—La hija es aún más tonta que la
madre. ¿Cómo se le ocurre bajar a un sótano lleno de objetos malditos? ¡La puta
muñeca! ¡Angy, me has mentido!
—¡No te he mentido! Te dije que
Annabel es la protagonista de otras películas, no que no volviera a aparecer.
Joder, me iba a dar un infarto. Por
lo mucho que me afectaba esa muñeca, imaginé que debía de tener algún trauma
enterrado en mi subconsciente, de cuando Gina y yo compartíamos habitación con
decenas de muñecas.
Desgraciadamente, cuando se arregló
lo de la muñeca, se torció más la trama de la familia Perron.
—Lo que faltaba… Al final va a hacer
el exorcismo, claro.
De mal en peor. Durante aquellas
escenas, me habría gustado tener a Angy entre mis piernas, y no al revés, pues
así podría haberme refugiado tras su cuerpo y no tendría la sensación de quedar
en primera línea frente a la bruja.
Por supuesto, tras el clímax llegó
el momento emotivo y todo se solucionó.
—Una cita motivadora de Ed Warren
—suspiré, permitiéndome relajarme al fin. O no—. ¿En serio va a haber susto al
final?
Sólo quien viera la película lo
sabría. Con los créditos aparecieron las fotos de las personas reales. Los
Perron, Los Warren, la casa...
—¿Te ha gustado la película, Eric?
—Sí, me ha gustado. Pero sobre todo
porque la he visto contigo.
Me giré todo lo posible para mirarla
a los ojos. Angy parecía exultante.
—¿Has pasado miedo?
—Menos que si la hubiera visto solo.
—Me alegro. Has sido un buen
chico... —Introdujo una mano en mis pantalones para acariciar mi sexo
aprisionado; la cadena estaba ardiendo. Seguidamente me susurró al oído—: Te
has ganado la recompensa.
Se me escapó un gemido de emoción.
Angy se deslizó a mi espalda hasta
quedar sentada a mi lado en el sofá. Retiró el bol sobre la mesita de café y me
desvistió. Después se desnudó ella…
1) Infestación.
Adoraba su cuerpo. Me moría de ganas
de acariciarle los pechos, el vientre, las caderas, los muslos... Pero me
mantuve quieto, esperando pacientemente mi recompensa.
2) Opresión.
Angy alcanzó el bote de lubricante
que se había quedado en la mesilla desde la noche anterior. Me untó la polla
con el líquido y me masturbó con la mano derecha, ya que con la izquierda
aferraba la cadena. Gemí, disfrutando de la sensación de estar completamente a
su merced.
Al cabo paró de tocarme y se sentó a
horcajadas sobre mi regazo, mirando también hacia la televisión, cuya pantalla
mostraba de nuevo decenas de carátulas de películas de miedo. Mis ojos
discurrieron por su espalda hasta llegar a su culo, y entre sus nalgas descubrí
un brillo morado.
—Ya sabes lo que tienes que hacer...
Estaba seguro de que se había puesto
la joya anal cuando yo estaba preparando las palomitas. Como desde entonces
habían pasado casi dos horas, la lubricación exterior se había secado, así que
empleé su propia excitación para lubricar su ano de nuevo y que, al extraerla,
no le hiciera daño. Mientras tiraba del corazón amatista con cuidado, observé
cómo se dilataba el orificio hasta adoptar el diámetro del metal.
—¡Ah, me encanta esta sensación!
—suspiró.
3) Posesión.
Orienté mi polla hacia su culo y
ella basculó las caderas de modo que fuera más fácil de meterla. Cuando lo
conseguimos, clavé mis dedos en sus nalgas y la empujé hacia abajo. Se me
pusieron los ojos en blanco al notar su interior adaptándose a mí; Angy estaba
perfectamente lubricada y tan caliente como un horno. Finalmente la cadena hizo
de tope.
—Quiero que con una mano me agarres
de los pechos y que con la otra me toques el clítoris. Lo único... ¿Eric?
—¿Qué ocurre? —pregunté mientras me
movía para tocarla como me había pedido.
—Si me corro... el squirt...
—No te preocupes. La funda es de
doble forro, de plástico. Se puede quitar y lavar fácilmente...
—Toda tu casa parece preparada para
follar —noté su risa en mi polla.
—No lo parece. Lo está.
Con la mano izquierda le masajeé los
pechos, primero uno, luego el otro, pinzándole los pezones como sabía que le
gustaba, y con la mano derecha me dispuse a masturbarle. Angy comenzó a moverse
hacia delante y hacia atrás, con un ritmo lento pero constante.
Se sentía tan bien que pronto se me
acumularon las ganas de correrme. Angy debió de notarlo, puesto que tiró de la
cadena y anunció con un tono que no permitía réplica:
—Quiero que te corras dos veces
dentro de mí.
Ya me había corrido dos veces aquel
día, una en la cama y otra en la ducha.
Desde que empecé a tener relaciones
sexuales, a los dieciséis, me di cuenta de que podía correrme varias veces
seguidas sin que se me bajase la erección; eso sí, tras la primera vez la
cantidad de semen iba disminuyendo. Además, descubrí que podía alcanzar el
orgasmo sin eyacular, sobre todo al practicar sexo anal. Particularmente a Joel
le gustaba comprobar cuál era mi límite, y determinamos que la norma solían ser
tres eyaculaciones seguidas (con sus orgasmos asociados) y hasta el triple de
orgasmos sin eyaculación. Alguna vez me había sucedido que había eyaculado sin
tener un orgasmo. Sin embargo, si eyaculaba más de tres veces al día, a la
jornada siguiente solía tener algunas molestias; que me gustase el BDSM no
significaba que cualquier tipo de dolor me resultase placentero.
Pero en aquel momento me dieron
igual las consecuencias: me corrí dentro de su culo y seguí acompañando el
balanceo de sus caderas en busca del cuarto orgasmo. Asimismo, continué
masturbándola.
Aquella postura, con las piernas
dobladas a cada lado de mis muslos y sus tobillos pegados a mi culo, le hacía
mantener las piernas completamente abiertas a pesar de los temblores que las
recorrían; me ponía muchísimo notar que sus muslos intentaban cerrarse y que no
podían. Esto me beneficiaba, pues tenía el alcance perfecto a su coño.
Angy estaba tan excitada que su
lubricación se deslizaba entre mis dedos y llegaba hasta mis huevos. Me incliné
más hacia delante de modo que pudiera tocarla con ambas manos; con una le
frotaba enérgicamente el clítoris y con la otra le penetraba. Uf, notaba los
movimientos de mi polla en su culo a través de las paredes de su vagina...
—M-me voy a correr... —me avisó.
—Por favor, Ama... tu orgasmo es mi
mayor recompensa...
Saber que tenía ganas de correrse me
empujó a mi cuarto orgasmo.
—Sí, sí, sí... Sigue así... Sí… ¡Sí!
El squirt roció mi sofá y la abracé con fuerza mientras me corría de
nuevo dentro de ella; las contracciones de su culo me exprimieron hasta la
última gota.
Cuando regresé a mi ser, apoyé mi
rostro en su espalda, siendo capaz de escuchar su pulso acelerado. Pum, pum. Pum, pum. Pum, pum. Era el
mejor sonido del mundo.
—¿Estás bien, Eric?
—Sí. Me ha encantado... Gracias.
Eres una maravillosa femdom.
—Gracias a ti por ser mi sub este puente.
Sin romper nuestro abrazo, juntos
fuimos acompasando nuestras respiraciones.
Sergey Galanter |
NOTA #ProyectoKinky ha cumplido este mes 2 añitos; ya cuenta con 10 capítulos y aproximadamente 40 mil palabras. Además, hoy es ese día tan especial que sólo existe cada cuatro años, así que creo que es el momento perfecto para hacer un pequeño anuncio:
A partir de ahora no se actualizará #ProyectoKinky en este blog.
Ah, no os asustéis. Leed bien el enunciado... Lo pilláis, ¿verdad? Si no, pronto veréis a qué me refiero. Para celebrarlo, he preparado el siguiente formulario. Una única norma: sólo se permite un voto por persona. Aviso que no se recogerán los emails al contestar la encuesta. ¿Tiempo para votar? Hasta el 1 de Mayo.
Ahora os pregunto yo...
¿Qué capítulo extra os apetece leer?
Ya sabéis, la capacidad de elección nos hace libres.
Como siempre, mil gracias por leer.
Volveré con mas tiempo a leerlo completo, abrazo
ResponderEliminarCuando te apetezca, aquí estarán Angy y Eric esperando ;P
EliminarY también puedes votar en el formulario qué capítulo te gustaría más leer.
Un abrazo, Ester
Tus textos, aparte de tremendamente eróticos, tienen una carga sensual muy elevada, como digo aparte de eso que es evidente, me gusta porque no solo es sexo, las conversaciones entre la pareja son muy gratificante.
ResponderEliminarAdelante con el proyecto y mucha suerte, ya voté preciosa. Un fuerte abrazo, y besote.
Me alegro de que os guste esta mezcla de erotismo y recuentos de la vida. Obviamente el objetivo de la historia está en plantear distintas escenas de sexo, pero está bien poder conocer a los personajes y hacerlos evolucionar mediante sus conversaciones.
EliminarEstaré encantada de que me acompañéis en este proyecto ;)
¡Mil gracias por votar, querida Campirela!
Un besazo enorme
Me gusta la inclusión de críticas cinematográficas de películas de terror. Me sorprendió que a Eric le den miedo las películas de terror, parece que especialmente las películas con muñecas siniestras. Curiosamete no le molesta el gore en el animé, que suele ser extremo, como en Devilman.
ResponderEliminarCoincido bastante con Angy. Hay puntos intereresantes en la saga de Destino final, hasta que comenzaron a repetir la trama, y poner situaciones inverosimiles, como la rubia y la morocha que son calcinadas en la cama solar, con la puerta que no se abría desde afuera, lo que dificultaba intervenir en alguna emergencia.
Lo que se hace por una mujer. Eric no la pasó tan bien, aunque Angy no se la puso muy difícil. Coincido bastante con las objeciones a los Warren, aunque Lorraine me haya caído bien. Cometen errores muy tontos, más tratándose de de cazafantasmas.
Alice es uno de los personajes más interesantes de Crepúsculo. Como Rosalie, la vampira vengadora.
Besos.
Gracias por leer y comentar, Demi <3 ¿No te apetece elegir el capítulo extra?
EliminarNo conocía "Devilman" *.* En el caso de Eric, un ejemplo de manga/anime gore que nombró en otro capítulo es "Tokyo Ghoul". En cuanto a "Destino Final", buah, recuerdo perfectamente la escena del bronceado... Creo que esas escenas inverosímiles son las que hacen tan atrayente esta saga. Coincido también con lo que dices de los Warren; supongo que lo hacen por el poder del guion y para que haya más sustos.
Termino el comentario con una de las mejores escenas que dejó Crepúsculo...
https://www.youtube.com/watch?v=6mCKnsP33Lg&ab_channel=SantoshGhimire
Que gracioso lo de Eric y su animadversión con las pelis de terror y las muñecas, todo lo contrario a mí ;) Y aquella cadena no era la que me pidió prestada, es más larga. Tengo una larga también. La escena final es como siempre el momento álgido de toda la complicidad que ambos respiran y con esas escenas siempre dejas el listón por lo alto y a placer. Feliz cumple al Proyecto Kinky, espero que ahora no sea de pago :P Votaré por la opción que me suena más interesante.
ResponderEliminarDulces besos violetas y dulce mes Dafne.
No esperaba menos de un Caballero Vampiro, tanto por lo de las películas como lo de las cadenas ;)
EliminarMe alegro de que te haya gustado la escena final.
¡Nada de pago! Lo que más valoro a cambio de que me leáis son las interacciones: los comentarios y que participéis en los juegos.
Mil gracias por tu felicitación y por votar <3
Dulces besos encadenados y dulce comienzo de Marzo
Esos dialógos son brutales, con mucha ironía y sesiones de películas pro medio. Curioso sí lo es.
ResponderEliminarUn abrazo.
Me alegro de que te guste, Albada.
EliminarGracias por leer y comentar.
Un abrazo