
«El banquete se celebraba en un lugar
donde se erguían los llamados Árboles
Amantes.
Contaba la historia que hace
miles y miles de años, antes de que la aldea de Lorea tuviera ese nombre,
convivían en la isla dos familias indígenas que se odiaban profundamente.
Como suele pasar en este tipo de historias, dos jóvenes que se suponía que debían odiarse se enamoraron, y eso a los ancestros no les sentó nada bien. Hechizaron a los amantes, convirtiéndolos en dos árboles separados por decenas de metros para que nunca más volvieran a estar juntos.
Como suele pasar en este tipo de historias, dos jóvenes que se suponía que debían odiarse se enamoraron, y eso a los ancestros no les sentó nada bien. Hechizaron a los amantes, convirtiéndolos en dos árboles separados por decenas de metros para que nunca más volvieran a estar juntos.
Sin embargo, las copas de los
árboles empezaron a inclinarse hacia donde se encontraba el otro, solamente
unos centímetros cada mes, un movimiento casi imperceptible, pero que era
suficiente como para que a medida que crecían y transcurrían los años, llegase
el momento en el que se alcanzaron de nuevo.
Entonces, con los troncos casi
en horizontal respecto al suelo y llevados por el sentimiento más glorioso que
se puede sentir jamás, comenzaron a enredarse el uno con el otro para que nadie pudiera volver a separarlos. »
