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DELIRANTE

 



   DELIRANTE  
 
Era la 1 de la madrugada cuando el timbre sonó. Una vez, dos veces, tres veces...
—Ya voy... ¡Ya voy!
Medio dormida, atravesé mi apartamento para preguntar por el telefonillo quién puñetas era. En cuanto la voz contestó, me despejé como si me hubiera bebido una garrafa de café. Abrí la puerta y esperé impaciente a que el ascensor llegase a mi planta. ¡Cling! Una mujer morena despampanante emergió de la caja metálica y se dirigió hacia mi puerta; estaba vestida con una gabardina roja, medias negras y zapatos de tacón de aguja.
—Camille —murmuré.
—Anya.
Me miró como si mi pijama de conejitos fuera el vestuario más sexy del mundo.
—¿Qué haces aquí a estas horas? —Le pregunté, notando una sensación muy extraña en el pecho.
—Oh, ¿estabas soñando conmigo?
—No estaba... —Pero la verdad es que sí estaba soñando con ella. Chasqueé la lengua—. Mañana es día laboral. ¿Qué ocurre, Cam?
Se mordió el labio inferior, una manía que tenía cuando se ponía nerviosa.
—¿Puedo pasar?
Suspiré, pero finalmente cedí.
Camille se dirigió a mi dormitorio como si estuviera en su casa, y yo la seguí como si fuera la extraña. Cuando llegó, se detuvo a los pies de la cama y se giró hacia mí.
—Ha pasado un mes desde que cortamos —argumentó—. Ya sé que dijimos que nos vendría bien tomar algo de distancia, ver a otras personas... Pero me he dado cuenta de que no puedo hacerlo. No puedo mirar a otras de la misma manera que te miro a ti. No puedo besar a otras, porque no son tú. ¡Y mucho menos puedo hacer el amor con esas personas! Porque solo pienso en ti.
Comenzó a desabotonarse la gabardina. Si sus palabras me habían dejado sin habla, la imagen de su cuerpo vestido únicamente con la ropa interior me cortocircuitó el cerebro.
—Anya, por favor —me rogó—: Vestime de amor, que estoy desnuda.
Se trataba de un verso de la poetisa nicaragüense Gioconda Belli, y yo misma se lo había susurrado al oído la primera vez que nos acostamos.
—Cam...
Se descalzó. Se quitó las medias, luego el sujetador y por último las bragas, quedándose completamente desnuda.
Que estoy como ciudad, deshabitada, sorda de ruidos, tiritando de trinos, reseca hoja quebradiza de marzo —continuó recitando el poema con un hilo de voz.
Lentamente, me fui quitando el pijama hasta quedar igual que ella.
Rodeame de gozo, que no nací para estar triste —recité mientras me acercaba.
Quiero encenderme de nuevo, olvidarme del sabor salado de las lágrimas. —No pudo evitar que las lágrimas desbordasen de sus ojos.
Los huecos en los lirios, la golondrina muerta en el balcón. —Se las enjugué con los pulgares.
Volver a refrescarme de brisa risa, reventada ola, mar sobre las peñas de mi infancia, astro en las manos, linterna eterna del camino hacia el espejo donde volver a mirarme de cuerpo entero, protegida tomada de la mano, de la luz, de grama verde y volcanes; lleno mi pelo de gorriones, dedos reventando en mariposas el aire enredado en mis dientes, retornando a su orden de universo habitado por centauros.
 Y antes de besarla concluí:
Vestime de amor, que estoy desnuda.


Reto de Gustab: "Las tres palabras"
 
 
 

MI HISTORIA CON UN LOCO

ESCAPAR

Mis tacones repiqueteaban contra el suelo mientras dos enfermeras me guiaban a través de los laberínticos pasillos del manicomio. Detrás de nosotras uno de los conserjes cargaba mi bolsa, pues era bastante pesada. Las enfermeras intentaron comenzar alguna conversación, en vano; no me gustaba el tono de sus voces, así que mis únicas contestaciones eran las volutas de humo que escapaban de entre mis labios. Junto con mis tacones, los gritos que se oían dentro de las habitaciones se habían convertido en nuestra banda sonora.

—Esta es la habitación del loco, Señorita.

Se detuvieron finalmente. Me llevé el cigarrillo a los labios y asentí, esperando a que abrieran la puerta. Hice que el conserje me devolviera la bolsa y, sin esperar a que las enfermeras dijeran nada más, entré.

La habitación era pequeña, con una cama y un escritorio anclados al suelo y las paredes y una ventana cubierta por barrotes. El hombre al que se referían como "el loco" se encontraba apoyado contra ella, mirando hacia el exterior como si estuviera mirando dentro de sí mismo.

Dejé la bolsa sobre el escritorio, despegué el cigarrillo de mi boca y carraspeé.

—Gustab, se me ha ocurrido la forma de que puedas escapar de este lugar. —Gustab se giró hacia mí y parpadeó como si le costase identificarme. Soy Dafne, ¿recuerdas?

—Dafne... ¿Tienes un cigarrillo?

Saqué de la manga de mi vestido otro cigarrillo y se lo tendí. Se lo encendí con mi zippo y él lo paladeó como si se tratase del más exquisito de los placeres.

—Ahora me acuerdo... Pero las enfermeras no permitirán que salga de este lugar.

—Y no vas a salir de esta habitación —sonreí enigmáticamente—. ¿Quieres ver lo que te he traído?

Gustab abrió la bolsa y se echó a reír, con la risa más cuerda que había oído nunca. Así que yo también compartí sus risas.

Sobre el escritorio había quedado una máquina de escribir.

 


 

 Convocatoria de Gustab