Volví del trabajo agotada mentalmente.
Me sentía aburrida y apática. Necesitaba con urgencia evadirme del mundo,
esconderme en un lugar en el que pudiera ser yo misma y, al mismo tiempo, no
destacase. Por suerte, sabía perfectamente adónde acudir.
Metódicamente me desnudé. Me quité la
chaqueta, la blusa de color blanco, la monótona falda gris, las medias, los
zapatos, la ropa interior... Luego, igual de metódica, me volví a vestir. El
tanga rojo, el sujetador de encaje, las medias negras de rejilla, la minifalda
a tablas que tenía cadenas cayendo de la cintura, la camiseta de manga corta
con calaveras, los guantes largos hasta el codo con los dedos cortados, los
calcetines altos hasta la rodilla y las botas de plataforma.
Me aproximé al espejo para peinarme la
media melena azabache con mechones blancos enmarcando mi rostro. Después me
maquillé: base blanca para la piel, sombras negras para los ojos azules,
pintalabios rojo oscuro para los labios. Rodeé mi cuello con un chocker de terciopelo negro y adorné mis
orejas con piercings y aros. Sonreí
con aprobación ante el resultado, pero aún faltaba un último detalle: el septum de la nariz. Ahora sí.... Esa sí
que era yo.
Alcancé la chupa de cuero, rellené un
bolso pequeño con mis efectos personales y salí de mi apartamento como alma que
lleva el Diablo; al fin y al cabo, muchos dirían que el lugar al que me dirigía
era como el Infierno.
El taxista al que paré desde la acera me
miró con curiosidad. Entré en el coche con confianza y le di la dirección. Su
expresión pasó de la confusión a la censura, e hizo el recorrido en completo
silencio. Me reventaba que me juzgasen de aquella manera, pero en vez de
mostrarme enfadada, amplié mi sonrisa y me dediqué a observar a través de la
ventanilla cómo la ciudad se sumergía en la noche.
Adoraba la noche.
Cuando el taxista llegó a mi destino,
pagué lo correspondiente por el trayecto y atravesé los laberínticos callejones
hasta que me topé con el cartel del local: una luna sonriente sobre la que
estaba sentada un esqueleto. Sin embargo, aquella imagen no despertaba miedo,
sino tranquilidad.
Empujé la puerta y me topé con unas
escaleras que bajaban. Aunque no era mi primera vez, las recorrí con un poco de
nerviosismo; mi corazón palpitaba al son de los beats oscuros que retumbaban contra el suelo y las paredes.
Al final de las escaleras llegué a una
sala llena de gente, jóvenes de entre dieciocho y treinta años que bailaban y
conversaban mientras bebían y fumaban. El negro predominaba en sus ropas, los
collares de perro, las pulseras de cuero, las plataformas... De alguna forma se
mezclaban todo tipo de subculturas underground: gótica, punk, grunge e incluso
e-girls y e-boys.
Pedí una bebida en la barra y me sumergí
en la marabunta de cuerpos. La libertad me invadió.
Sentía la batería como si las baquetas
estuvieran golpeando mis huesos, las guitarras eléctricas como si las cuerdas
fueran mis nervios y la voz del vocalista retumbaba hasta en la última célula
de mi cuerpo. Me movía al son de la música con la mente en blanco, sonriendo
con júbilo. Hasta que me di cuenta de que dos ojos seguían todos y cada uno de
mis movimientos.
La timidez me embargó de repente y me
detuve.
Se trataba de un chico de más o menos mi
edad. Tenía el pelo rapado, los ojos perfilados de negro y grandes dilataciones
en las orejas. Su camiseta de manga corta se pegaba a un torso musculado y
dejaba al descubierto los tatuajes que cubrían sus brazos y su cuello. Todo él
parecía una obra de arte. Sus facciones, su cuerpo, su piel decorada... Y sus ojos,
¡ay, sus ojos! Eran limpios como el cristal y ardían como dos fuegos verdes,
incandescentes, fervorosos.
Al darse cuenta de que le había
descubierto sonrió. El corazón me dio un vuelco. Y, para mi sorpresa, comenzó a
caminar hacia mí.
—Ghostemane es un genio, ¿no crees?
Su voz era grave y transmitía calma,
como la inmensidad del océano.
—Sí, es un genio... —respondí con un
hilo de voz.
—¿Tienes acompañante? —Negué con la
cabeza—. ¿Y quieres compañía?
La atracción que nos unía era como un
cadena, y una parte de mí se moría de ganas de que él la aferrase. Finalmente
asentí con la cabeza.
—Me llamo Eric —me tendió una mano.
—Angy.
Sus dedos eran fuertes y ligeramente
ásperos. Me estremecí notablemente.
—Perdona. —Retiró la mano. De repente
parecía avergonzado—. Es que trabajo en la construcción desde hace varios
años...
—No te preocupes, me gustan tus manos
—confesé; lo cierto es que se me habían pasado una decena de pensamientos
indecentes al estrechar su mano—. Yo soy matemática. Trabajo analizando estadísticas.
Por lo general los chicos huían cuando
se enteraban de que era una chica lista; supongo que se sentían amenazados. Sin
embargo, Eric amplió su sonrisa y me miró con interés redoblado.
Nos desplazamos a un lateral de la sala
para continuar hablando.
—¿Es la primera vez que vienes a Skeleton Moon, Angy? —Me preguntó Eric,
apoyándose contra la pared de forma casual.
Me sentía completamente hipnotizada por
sus ojos verdes.
—No, no es la primera vez... Descubrí el
local el año pasado y vengo cuando necesito escapar del mundo exterior.
—Entiendo a lo que te refieres
—asintió—. Me pasa lo mismo.
—Ah, por cierto, ¿no quieres nada de
beber? —Caí en la cuenta de repente, pues yo seguía sosteniendo en una de mis
manos mi bebida, mientras que él no mostraba ninguna.
—No, gracias. No bebo alcohol y ahora
mismo no me apetece nada.
—La limonada está buena.
Le tenté mientras me llevaba el vaso a
la boca para beber un sorbo. Eric no despegó los ojos de mis labios mientras lo
hacía y, cuando volví a bajar el vaso, inquirió:
—¿Tampoco bebes alcohol? —Negué con la
cabeza—. Hum, interesante... ¿Y cuáles son tus convicciones?
—Me gusta ser plenamente consciente de
lo que hago y siento. Tampoco fumo ni tomo otras drogas menos legales. —Miré de
reojo a las personas que teníamos a nuestro alrededor, que sí bebían, fumaban y
de vez en cuando se intercambiaban alguna pastilla—. ¿Y tú?
—No —respondió, y sentí que la alegría
invadía mi pecho—. Si me drogase no podría ir y venir en moto. ¿Cuál crees que
es la probabilidad de que nos encontrásemos dos personas con los mismos ideales
en un local como este?
Me quedé pensativa unos segundos.
—Casi todo el mundo ha probado alguna
droga en algún momento de su vida. Al año, aproximadamente un 70% de la
población en nuestro país bebe alcohol, un 40% fuma tabaco y un poco más del
10% consume marihuana. Los hombres suelen consumir más drogas que las mujeres,
pero tampoco te creas que las mujeres se quedan muy atrás. La edad en la que se
empieza a consumir drogas oscila entre los 16 y los 24, dependiendo de la
droga. Teniendo en cuenta que estamos en un local de ocio nocturno y la franja
de edad... Yo diría que la probabilidad de que dos personas que no toman drogas
se encuentren es muy baja.
—Entonces he tenido mucha suerte—amplió
su sonrisa, divertido—. Bueno, a pesar de las drogas, la verdad es que me gusta
el ambiente.
—¿Y tú desde cuándo vienes a Skeleton Moon, Eric?
—Desde que abrió, hace tres años. Me lo
recomendó un amigo y me quedé completamente enamorado del esqueleto bebiendo en
la Luna. Ponen buena música y la mezcla de subculturas es cautivadora. Hay
temporadas en las que me es imposible venir por el trabajo —chasqueó la
lengua—, pero siempre regreso.
—¿Ahora estás trabajando en alguna obra?
Asintió.
—¿Sabes los edificios que se están construyendo
en el extrarradio del sector 7?
—Sí, es mi barrio —sonreí.
—Oh, pues ahí estoy ahora. El trabajo es
duro, pero me gusta. Prefiero el cansancio de los músculos a tener la mente
embotada por trabajar ocho horas seguidas frente a un ordenador.
Mientras daba el último sorbo a mi
limonada volví a observar su cuerpo musculado y decorado por decenas de
tatuajes.
—Me gustan tus tatuajes —cambié de
repente de tema.
—Gracias. ¿Tú tienes alguno?
—Puede ser. Aunque, personalmente,
prefiero los piercings.
Él también me observó de arriba abajo,
sin disimular.
—Sobre todo me gusta cuando me están
tatuando. Sentir la aguja penetrando en mi piel... La mezcla de dolor y placer,
¿sabes?
Parecía estar tanteándome con sus
palabras.
—Te entiendo. A mí también me gusta esa
mezcla.
Sus ojos ardieron con más intensidad.
—Te he preguntado si tienes compañía,
pero... ¿y pareja? O alguna relación sentimental.
—No, no estoy con nadie ahora mismo. ¿Y
tú?
Negó con la cabeza. Justo en ese momento
comenzó a sonar Falling down de
Ghostemane.
—¿Te apetece bailar? —me tendió una
mano.
Me volví a estremecer al entrar en
contacto con sus fuertes dedos.
—Por supuesto.
Era una canción lenta, casi como una
balada. Eric rodeó mi cintura con sus manos y me pegó contra su cuerpo. Colocó
su pierna derecha de modo que quedase entre las mías y la parte interior de mis
muslos rozasen contra la tela de sus vaqueros, excitándome. Me abracé a su
torso, acariciando su espalda mientras nos balanceábamos, y apoyé mi cabeza en
el hueco entre su hombro izquierdo y su pecho; parecía encajar perfectamente.
Nos dejamos fluir, al son de la canción.
En un momento dado Eric subió su mano
derecha hasta mi nuca, enredó sus dedos en mi cabello y, con cuidado y firmeza,
hizo que inclinase la cabeza hacia atrás. Nuestras miradas ardían de deseo. Al
mismo tiempo, buscamos nuestros labios para fundirnos en un beso.
⁂
Hacía casi medio año desde que alguien
me había besado.
Se llamaba Will. Nos conocimos en la
cafetería en la que suelo almorzar durante el descanso del trabajo. Él era
empresario y le pareció interesante que yo fuera estadista. Hablamos de
porcentajes, algoritmos... Finalmente nos intercambiamos nuestros números de
teléfono. Chateamos, nos vimos un par de veces más, a la tercera cita tuvimos
sexo y no estuvo mal, así que seguimos quedando.
Al principio le sorprendió mi maquillaje
y mi forma de vestir cuando no estaba trabajando, pero me dijo que le ponía.
Sin embargo, le incomodaba si vestía así cuando íbamos juntos por la calle.
—La gente nos mira —se quejaba.
—Que le den a la gente —le decía yo.
Una noche le invité a que viniera a uno
de los locales nocturnos que suelo frecuentar, pero no duró más de un minuto
dentro. Dijo que la música era demasiado creepy,
que las personas daban miedo y no se sentía seguro.
—¿Yo te doy miedo? —le pregunté, dolida.
—¡Por supuesto que no! Anda, vamos a tu
apartamento, por favor... Te lo compensaré.
Al menos, lo intentó.
Conforme pasaba el tiempo me di cuenta
de que Will no podía darme lo que yo quería. No entendía lo que le pedía, ni
quería entenderlo.
—¿Por qué no puedes ser una chica
normal? Vestir normal, salir a sitios normales y tener sexo normal.
Me reventaba esa palabra. Normal.
Al final hice que besase la puerta de mi
apartamento.
⁂
En el poco tiempo que había hablado con
Eric había sentido más atracción que con todos los tíos juntos con los que
había salido en toda mi vida. Y ahora me estaba besando, y yo le devolvía el
beso.
Sus labios eran gruesos, blandos y duros
al mismo tiempo. Se me ocurrió que su sabor era como el de la fruta del Árbol
del Bien y del Mal. Su agarre en mi nuca era firme; mientras, su mano izquierda
se apoyó al final de mi espalda, en la cinturilla de mi falda. Me empujó más
contra él, si cabe. Nuestros cuerpos se frotaban el uno contra el otro. Si ya
sentía los escalofríos recorrer mi piel por debajo de la ropa, ¿cómo sería
estando completamente desnudos? Nuestras lenguas salieron a jugar, explorando
nuestras bocas. Me sentía totalmente embriagada. Y, aunque una parte de mí se
avergonzaba de ello, también estaba excitada. Era como si hasta ese momento yo
hubiera sido una cerilla olvidada en su caja, en un cajón, y cuando él me había
encontrado me hubiera prendido fuego.
Cuando terminó el beso, Eric se pasó la
punta de la lengua por el labio inferior, relamiéndose. Esa imagen me volvió
loca.
—Angy, contéstame a una pregunta...
¿Eres un ángel o un demonio?
—Supongo que depende del punto de vista.
—Sonreí—. ¿Y tú?
—Supongo que tendrás que comprobarlo.
Y me volvió a besar.
No sabría decir si aquel beso era el
Cielo o el más dulce de los Infiernos
Conforme se sucedieron las canciones y
los besos se hicieron cada vez más hambrientos, nos obligamos a romper el
contacto para buscar un sitio fuera de la pista de baile. Encontramos un banco
libre contra una de las paredes y, en cuanto Eric tomó asiento, no dudé en
colocarme sobre su regazo.
Nuestros labios volvieron a chocar,
nuestras lenguas enredándose como si buscasen el centro de un laberinto. Él
arañó mi piel a través de las medias de rejilla y yo arañé su nuca, extasiada
por la sensación. Pareció gustarle, porque gruñó con satisfacción y me apretó
más contra su cuerpo. Uf, estaba poniéndome muchísimo... Moví las caderas hacia
delante y hacia atrás, y pronto noté a través de la ropa su erección. Eric se
detuvo de repente, obligándonos a separarnos lo que me pareció un abismo.
—Primero debemos hablar, Angy —me dijo
seriamente.
—¿De qué quieres hablar? —Pasé los dedos
por su boca para intentar borrar las marcas de pintalabios, intentando
disimular mi nerviosismo.
—Necesito asegurarme de que compartimos
los mismos gustos... Antes has dicho que también te gusta la mezcla del dolor
con el placer. Sin dar más rodeos, ¿qué tipos de kinks tienes?
Nunca había sacado el tema nada más
conocer a una persona, pero me di cuenta de que si lo hubiera hecho seguramente
me habría ahorrado muchas decepciones.
—Cuando era adolescente descubrí que
había todo un mundo más allá del sexo vainilla que nos vende la sociedad
—comencé a explicarle—. Fue cuando salió la canción S&M de Rihanna... Yo tenía quince años y, cuando me paré a
escuchar la letra, algo hizo clic en mi cabeza.
—A mí me pasó con el videoclip de Hurricane de Thirty Seconds to Mars.
También tenía quince o dieciséis años. Me fascinó.
Asentí con la cabeza; conocía el vídeo
del que hablaba.
—En esa época comencé a vestirme como
gótica. La verdad es que no tenía muchos amigos. Me trataban como una freaky porque prefería quedarme en casa
leyendo a salir de fiesta, así que no tenía con quien hablar abiertamente de
sexo como hacen otros adolescentes. Con el porno, las novelas eróticas y varias
páginas webs de Internet, poco a poco fui ampliando mi imaginario. Descubrí el bondage, las relaciones D/s, el
sadomasoquismo...
Eric chasqueó la lengua mientras me
retiraba los mechones blancos detrás de las orejas agujereadas de piercings.
—Bien, pero no has contestado a mi
pregunta. ¿Qué tipos de kinks tienes
exactamente?
—¡Ahora mismo no puedo hacerte una
lista! —Me ruboricé bajo la capa de maquillaje—. O sea, puedo decirte que, en
juegos de poder, me considero switch.
—Yo también. —La sonrisa de Eric me
tranquilizó—. ¿Y has tenido relaciones kinky
anteriormente?
—Más o menos. Creo que a todo el mundo
le gusta probar cosas nuevas en algún momento. Pero tener una relación seria y
estable... No, la verdad es que no he tenido mucha suerte. ¿Y tú?
—Podría decir que dos, la primera con
una chica y la segunda con un chico. Fueron muy, muy buenas relaciones, pero la
vida hizo que tomásemos caminos separados. —Sentí un pinchazo de celos y al
mismo tiempo admiración al escucharle hablar así de sus anteriores parejas—.
Sin embargo, también entiendo lo difícil que es mantener una relación kinky, y particularmente BDSM, con
alguien. En todo encuentro sexual se necesita consentimiento, por supuesto,
pero cuando introduces este tipo de riesgos, la seguridad es clave y para ello
hay que comunicarse a la perfección.
La verdad es que hablar abiertamente de
este tema con Eric hacía que me pareciera aún más sexy.
—¿Y siempre dedicas tanto tiempo a
hablar con tus rollos de una noche? —pregunté.
Él entornó los ojos y se aproximó de
nuevo a mis labios.
—Para mí esto no tiene por qué quedarse
en un rollo de una noche...
Nuestras bocas se rozaron. ¿Por qué
parecían saltar chispas entre nuestros cuerpos? Sus manos se deslizaron por mi
espalda hasta llegar a mi cintura, y de ahí bajó a mis caderas, trazando
círculos con los pulgares.
—Cuéntame una de tus fantasías —me pidió
con voz grave y prometedora—. Si la hago realidad esta misma noche, me
concederás una cita. ¿Te parece bien, Angy?
Me atreví a deslizar la punta de mi
lengua por su labio inferior.
—De acuerdo. —Seguidamente me quedé
pensativa unos segundos—. Antes has dicho que tenías una moto... Nunca he ido
en moto y nunca me he enrollado con nadie encima de una.
—Estás de suerte, porque siempre llevo
dos cascos.
Y dicho esto, me besó de nuevo.
No sé cuánto tiempo estuvimos besándonos
en aquel banco de Skeleton Moon, pero
cuando finalmente nos separamos notaba los labios hinchados y mi tanga estaba
empapado. El bulto en los pantalones de Eric había crecido considerablemente,
así que decidimos tomarnos un par de minutos para que la erección no le molestarse
al caminar.
Subimos los escalones con las manos
entrelazadas y nos pusimos las chaquetas cuando salimos al exterior. Entonces
me presentó a su Kawasaki de color verde eléctrico, que tenía un diseño tan
anguloso que daba la sensación de que si la tocabas, te iba a cortar.
Los dos cascos estaban atrapados en el
sillín con una araña. Antes de tenderme uno de ellos, Eric me preguntó:
—¿Eres claustrofóbica?
—No. Me preocupa más no caber en el
asiento.
Miré con ojo crítico el colín.
—Descuida, cabes perfectamente. —Me miró
el culo y las piernas con descaro.
Luego me ayudó a ajustarme el casco y él
se colocó el suyo con la maestría que hace la práctica. Se colocó en el sillín,
pegándose al tanque, y me indicó cómo debía colocarme detrás de él. Me daba un
poco de miedo que la inercia me tirase hacia atrás, así que me acomodé en el
colín de modo que mi torso quedó pegado a la espalda de Eric. Ajusté las
plataformas de mis botas en los estribos. Por último, rodeé su cintura con los
brazos.
—Daremos una vuelta por la ciudad para
que te acostumbres a la moto. Luego saldremos a la autovía que circunvala la
ciudad, pues las curvas son suaves y, al mismo tiempo, se puede subir bastante
la velocidad. Como será difícil escucharnos con el casco, dame dos palmadas en el
muslo si quieres que pare.
—Entendido...
Sentí la adrenalina disparándose en mis
venas en cuanto encendió el motor. La Kawasaki ronroneó y Eric pulsó el botón
de arranque. Comenzamos a movernos, recorriendo suavemente las calles dormidas.
La vibración y el cuerpo caliente de Eric me relajaron poco a poco. Él cambiaba
las marchas con soltura, conociendo a la perfección las respuestas de aquella
moto.
Yo también quiero que conozca así todas
mis marchas, pensé.
Debió de sentir que me estaba relajando,
pues enfiló hacia la entrada de la circunvalación y aumentó la velocidad. 60 km/h,
70 km/h, 80 km/h... El corazón me dio un vuelco y una presión se
alojó en mi estómago cuando sobrepasamos los 100 km/h. Me abracé más
fuerte a él. Por el temblor de su estómago supuse que se estaba riendo y subió
más la velocidad. 120 km/h, 130 km/h, 140 km/h... Me sentí como
cuando me subí al Shambhala por primera vez. Por tramos, Eric aceleraba y
deceleraba. ¡Me flipaba la sensación! De modo que casi me sentí decepcionada
cuando salió de la circunvalación y se adentró en el sector 7. Mi barrio.
Condujo tranquilamente hacia los
edificios que se estaban construyendo, donde había grandes camiones,
excavadoras, grúas, vigas de metal amontonadas y contenedores de escombros.
Precisamente paró entre dos de esos contenedores, apagó el motor y bajó la pata
de cabra. Desmontamos, se quitó el casco y se apresuró a quitármelo también.
Los dejó con cuidado en el suelo. Entonces, me peinó la media melena con
cuidado y me preguntó:
—¿Te ha gustado?
—Mucho.
—¿Has tenido miedo?
—No —mentí.
Estoy bastante segura de que se dio
cuenta de mi mentira, pero no dijo nada al respecto. En su lugar, comentó:
—Aquí nadie nos molestará.
Se sentó de nuevo en la moto, esta vez
pegándose a la parte de atrás, y me hizo un gesto. Me acomodé como pude en su
regazo, a horcajadas, encajando la espalda con la curva del tanque, y nos
besamos de nuevo. Las fuertes piernas de Eric estaban afianzadas en el suelo
para evitar que la moto se bambolease con nuestros movimientos, así que notaba
sus muslos en tensión bajo los míos. Nos desabrochamos las chaquetas para
conceder más libertad a nuestras manos. Me masajeó los pechos por encima de la
camiseta y me arqueé contra él, ahogando un gemido contra su boca. Se frotó
contra mis piernas abiertas y el placer ametralló mi cuerpo.
—¿Quieres que te toque? —Me preguntó,
rompiendo el beso momentáneamente.
—Lo necesito con toda mi alma...
Se echó todo lo posible hacia atrás
mientras me mantenía pegada contra el tanque. Coló su mano derecha debajo de mi
falda y acarició las medias y el tanga.
—Qué mojada estás —resopló—. Lo siento
por las medias.
—¿Por qué lo...?
Con un rápido movimiento las rompió.
Ahogué una exclamación, y sentí una contradictoria mezcla de enfado y
excitación. Colocó el tanga a un lado. Por un momento noté el frío de la noche
y me estremecí. Luego el frío fue sustituido por calor cuando deslizó la punta
de sus dedos por mi sexo. Se centró en mi clítoris y mis piernas comenzaron a
temblar.
—Eric... —gemí su nombre.
Con la mano izquierda me subió la
camiseta hasta que mi sujetador de encaje quedó al descubierto.
—Angy...
Me penetró con un dedo y, al comprobar
lo dispuesta que estaba, añadió el segundo, encontrando rápidamente ese punto
que me volvía loca.
Eric se inclinó hacia delante y me besó
los pechos por encima del encaje hasta llegar a uno de mis pezones. Entonces,
lo atrapó entre los dientes y apretó. Sentí una especie de calambre que
atravesó mi espina dorsal y llegó hasta mi coño; me corrí al instante con un
grito que se perdió en la noche. Intenté cerrar instintivamente las piernas
para no mojarle, pero él me lo impidió.
—Oh, qué grata sorpresa, eres una squirter... —Sus ojos verdes brillaban
ávidamente—. Venga, córrete una vez más para mí.
No paró de masturbarme en ningún
momento. Las ganas volvieron a acumularse rápidamente en mi vientre y me llevé
una mano a la boca para ahogar mis gemidos, mientras que con la otra me
agarraba al metal. Me llevó de nuevo hasta el límite, y entonces extrajo los
dedos y me frotó enérgicamente el clítoris con la palma extendida. Me corrí por
segunda vez, mojándole la camiseta.
—Shhhh, shhhh...
Eric me abrazó y me besó dulcemente
mientras me calmaba.
—¿Estás bien, Angy?
—S-sí —le dediqué una sonrisa
satisfecha—. Pero ahora quiero que te corras tú.
Sus ojos verdes brillaron con picardía.
—¿Ah, sí?
Como respuesta, bajé una mano a su
erección y apreté ligeramente. Eric se mordió el labio inferior y rebuscó en
sus bolsillos un condón. Se desabrochó el pantalón lo suficiente como para
sacarse la polla y se lo colocó. Con ganas de sentirlo ya dentro de mí, le
ayudé a orientarla entre mis piernas y me empalé poco a poco en ella. La
sensación era maravillosa. Cuando nuestras caderas chocaron nos quedamos
momentáneamente quietos.
—Venga, empieza a moverte —me ordenó.
Me afiancé a sus anchos hombros y
comencé a mover las caderas con cuidado, intentando que la moto no se
bambolease demasiado. Sin embargo, él agarró con ambas manos mi culo e hizo que
acelerase el ritmo. Conseguí apoyar las plataformas de las botas en los
estribos...
—Muy bien, así...
—Joder...
Nuestros gemidos se mezclaban y pronto
volví a tener ganas.
—Eric... —comencé a avisarle.
—Yo también tengo ganas... Nos corremos
a la vez, ¿de acuerdo?
No estaba muy segura de poder aguantar,
pero deseaba de todo corazón complacerlo. Notaba su polla durísima dentro de
mí, haciendo temblar hasta la última fibra de mi cuerpo.
—Vamos, Angy... Córrete...
Como si sus palabras fueran mágicas, el
orgasmo nos invadió a ambos a la vez.
—Uf, Eric...
Era, con diferencia, el mejor sexo que
había tenido en toda me vida.
—Creo que me he ganado esa cita, ¿no
crees? —Dijo cuando conseguí desencajarme de él y bajar de la moto para estirar
un poco las piernas; se quitó el condón, lo comprobó, lo anudó y lo guardó en
el envoltorio para tirarlo en una papelera más tarde.
—Sí, sí, te lo has ganado.
—La verdad es que no me importaría
seguir —admitió mientras se abrochaba de nuevo los pantalones—, pero creo que
va siendo hora de volver a casa, que mañana... o sea, hoy, hay que trabajar.
—Estoy de acuerdo.
—¿Te parece bien si te llevo?
—Claro.
Me besó suavemente y me ayudó a ponerme
de nuevo el casco. Le di la dirección y condujo tranquilamente por las calles
hasta llegar a mi portal. Desmontamos ambos y le devolví el casco para que lo
afianzase en el colín con la araña. Al mismo tiempo, me tendió su móvil para
que le apuntase en la lista de contactos mi número de teléfono.
—Te escribiré. Hoy. Lo prometo.
Sólo le veía los ojos por el casco, pero
era suficiente.
—Perfecto. Hasta pronto, Eric.
—Hasta nuestra cita, Angy.
Arrancó de nuevo y esperé hasta que la
Kawasaki del mismo color de sus ojos fue engullida por la noche.
"No one will see me here" Eli Klemmeck / Instagram: @neomlei |
Cuando hay química... la explosión no se hace esperar. Una sexualidad intensa, Dafne. Te felicito.
ResponderEliminarMil besitos para ti, escritora y feliz finde ♥
El amor es química ;) Mil gracias por tus palabras, Auro.
EliminarMil besitos también para ti y feliz semana <3
Este capítulo ya le había leído y es fascinante , como bien dice Ana, cuando hay quimica lo demas sobra . Enhorabuena preciosa.
ResponderEliminarMe alegro de que aún habiéndolo leído por trocitos te hayas animado a leerlo y comentar de nuevo, Campirela. ¡Gracias!
EliminarUn besazo enorme y feliz semana
Leer toda la historia hasta ahora de un tirón, no impide volver a disfrutarla y te felicito por la capacidad que tienes para narrar, porque para el lector de relatos, siempre es importante el visualizar lo que lee, y tú lo haces sencillo con las descripciones que narras, que es fácil ver a los protagonistas e incluso sentir sus formas de ser. Y me gustan los pensamientos algo perversos de Angy...
ResponderEliminar"La tracción que nos unía era como una cadena, y una parte de mí se moría de ganas de que él la aferrase."
"Era como si hasta ese momento yo hubiera sido una cerilla olvidada en su caja, en un cajón, y cuando él me había encontrado me hubiera prendido fuego."
"No sabría decir si aquel beso era el Cielo o el más dulce de los infiernos"
"Yo también quiero que conozca así todas mis marchas"
Esperando esa cita que promete.
Dulces besos de manzana Señorita.
Un millón de gracias por tu comentario, Dulce *.* Es un halago, tras halago, aunque estoy segura de que hay cositas que podría mejorar. Y las frases que resaltas también son de mis favoritas, estaba inspirada esos días jajaja
EliminarA ver si te gusta la cita.
Dulces besos de manzana, Caballero
Interesante química entre los dos. Eric es más listo que Will, quien se perdió a una bella e inteligente mujer. Por se tan prejuicioso terminó besando...la puerta.
ResponderEliminarTal vez algún lugar del infierno sea como el cielo.
Que bien contada el capítulo.
Besos.
¡Mil gracias, Demi!
EliminarSí, Eric es muuuucho más listo que Will y merece más a Angy. Asimismo, Angy merece más a Eric.
Espero que te guste el siguiente capítulo.
Un besazo