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Proyecto Kinky: Capítulo 1

 

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Título: Angy, con ilustraciones de alas en los laterales

 Capítulo 1. Pura emoción

Volví del trabajo agotada mentalmente. Me sentía aburrida y apática. Necesitaba con urgencia evadirme del mundo, esconderme en un lugar en el que pudiera ser yo misma y, al mismo tiempo, no destacase. Por suerte, sabía perfectamente adónde acudir.
Metódicamente me desnudé. Me quité la chaqueta, la blusa de color blanco, la monótona falda gris, las medias, los zapatos, la ropa interior... Luego, igual de metódica, me volví a vestir. El tanga rojo, el sujetador de encaje, las medias negras de rejilla, la minifalda a tablas que tenía cadenas cayendo de la cintura, la camiseta de manga corta con calaveras, los guantes largos hasta el codo con los dedos cortados, los calcetines altos hasta la rodilla y las botas de plataforma.
Me aproximé al espejo para peinarme la media melena azabache con mechones blancos enmarcando mi rostro. Después me maquillé: base blanca para la piel, sombras negras para los ojos azules, pintalabios rojo oscuro para los labios. Rodeé mi cuello con un chocker de terciopelo negro y adorné mis orejas con piercings y aros. Sonreí con aprobación ante el resultado, pero aún faltaba un último detalle: el septum de la nariz. Ahora sí.... Esa sí que era yo.
Alcancé la chupa de cuero, rellené un bolso pequeño con mis efectos personales y salí de mi apartamento como alma que lleva el Diablo; al fin y al cabo, muchos dirían que el lugar al que me dirigía era como el Infierno.
El taxista al que paré desde la acera me miró con curiosidad. Entré en el coche con confianza y le di la dirección. Su expresión pasó de la confusión a la censura, e hizo el recorrido en completo silencio. Me reventaba que me juzgasen de aquella manera, pero en vez de mostrarme enfadada, amplié mi sonrisa y me dediqué a observar a través de la ventanilla cómo la ciudad se sumergía en la noche.
Adoraba la noche.
Cuando el taxista llegó a mi destino, pagué lo correspondiente por el trayecto y atravesé los laberínticos callejones hasta que me topé con el cartel del local: una luna sonriente sobre la que estaba sentada un esqueleto. Sin embargo, aquella imagen no despertaba miedo, sino tranquilidad.
Empujé la puerta y me topé con unas escaleras que bajaban. Aunque no era mi primera vez, las recorrí con un poco de nerviosismo; mi corazón palpitaba al son de los beats oscuros que retumbaban contra el suelo y las paredes.
Al final de las escaleras llegué a una sala llena de gente, jóvenes de entre dieciocho y treinta años que bailaban y conversaban mientras bebían y fumaban. El negro predominaba en sus ropas, los collares de perro, las pulseras de cuero, las plataformas... De alguna forma se mezclaban todo tipo de subculturas underground: gótica, punk, grunge e incluso e-girls y e-boys.
Pedí una bebida en la barra y me sumergí en la marabunta de cuerpos. La libertad me invadió.
Sentía la batería como si las baquetas estuvieran golpeando mis huesos, las guitarras eléctricas como si las cuerdas fueran mis nervios y la voz del vocalista retumbaba hasta en la última célula de mi cuerpo. Me movía al son de la música con la mente en blanco, sonriendo con júbilo. Hasta que me di cuenta de que dos ojos seguían todos y cada uno de mis movimientos.
La timidez me embargó de repente y me detuve.
Se trataba de un chico de más o menos mi edad. Tenía el pelo rapado, los ojos perfilados de negro y grandes dilataciones en las orejas. Su camiseta de manga corta se pegaba a un torso musculado y dejaba al descubierto los tatuajes que cubrían sus brazos y su cuello. Todo él parecía una obra de arte. Sus facciones, su cuerpo, su piel decorada... Y sus ojos, ¡ay, sus ojos! Eran limpios como el cristal y ardían como dos fuegos verdes, incandescentes, fervorosos.
Al darse cuenta de que le había descubierto sonrió. El corazón me dio un vuelco. Y, para mi sorpresa, comenzó a caminar hacia mí.
—Ghostemane es un genio, ¿no crees?
Su voz era grave y transmitía calma, como la inmensidad del océano.
—Sí, es un genio... —respondí con un hilo de voz.
—¿Tienes acompañante? —Negué con la cabeza—. ¿Y quieres compañía?
La atracción que nos unía era como un cadena, y una parte de mí se moría de ganas de que él la aferrase. Finalmente asentí con la cabeza.
—Me llamo Eric —me tendió una mano.
—Angy.
Sus dedos eran fuertes y ligeramente ásperos. Me estremecí notablemente.
—Perdona. —Retiró la mano. De repente parecía avergonzado—. Es que trabajo en la construcción desde hace varios años...
—No te preocupes, me gustan tus manos —confesé; lo cierto es que se me habían pasado una decena de pensamientos indecentes al estrechar su mano—. Yo soy matemática. Trabajo analizando estadísticas.
Por lo general los chicos huían cuando se enteraban de que era una chica lista; supongo que se sentían amenazados. Sin embargo, Eric amplió su sonrisa y me miró con interés redoblado.
Nos desplazamos a un lateral de la sala para continuar hablando.
—¿Es la primera vez que vienes a Skeleton Moon, Angy? —Me preguntó Eric, apoyándose contra la pared de forma casual.
Me sentía completamente hipnotizada por sus ojos verdes.
—No, no es la primera vez... Descubrí el local el año pasado y vengo cuando necesito escapar del mundo exterior.
—Entiendo a lo que te refieres —asintió—. Me pasa lo mismo.
—Ah, por cierto, ¿no quieres nada de beber? —Caí en la cuenta de repente, pues yo seguía sosteniendo en una de mis manos mi bebida, mientras que él no mostraba ninguna.
—No, gracias. No bebo alcohol y ahora mismo no me apetece nada.
—La limonada está buena.
Le tenté mientras me llevaba el vaso a la boca para beber un sorbo. Eric no despegó los ojos de mis labios mientras lo hacía y, cuando volví a bajar el vaso, inquirió:
—¿Tampoco bebes alcohol? —Negué con la cabeza—. Hum, interesante... ¿Y cuáles son tus convicciones?
—Me gusta ser plenamente consciente de lo que hago y siento. Tampoco fumo ni tomo otras drogas menos legales. —Miré de reojo a las personas que teníamos a nuestro alrededor, que sí bebían, fumaban y de vez en cuando se intercambiaban alguna pastilla—. ¿Y tú?
—No —respondió, y sentí que la alegría invadía mi pecho—. Si me drogase no podría ir y venir en moto. ¿Cuál crees que es la probabilidad de que nos encontrásemos dos personas con los mismos ideales en un local como este?
Me quedé pensativa unos segundos.
—Casi todo el mundo ha probado alguna droga en algún momento de su vida. Al año, aproximadamente un 70% de la población en nuestro país bebe alcohol, un 40% fuma tabaco y un poco más del 10% consume marihuana. Los hombres suelen consumir más drogas que las mujeres, pero tampoco te creas que las mujeres se quedan muy atrás. La edad en la que se empieza a consumir drogas oscila entre los 16 y los 24, dependiendo de la droga. Teniendo en cuenta que estamos en un local de ocio nocturno y la franja de edad... Yo diría que la probabilidad de que dos personas que no toman drogas se encuentren es muy baja.
—Entonces he tenido mucha suerte—amplió su sonrisa, divertido—. Bueno, a pesar de las drogas, la verdad es que me gusta el ambiente.
—¿Y tú desde cuándo vienes a Skeleton Moon, Eric?
—Desde que abrió, hace tres años. Me lo recomendó un amigo y me quedé completamente enamorado del esqueleto bebiendo en la Luna. Ponen buena música y la mezcla de subculturas es cautivadora. Hay temporadas en las que me es imposible venir por el trabajo —chasqueó la lengua—, pero siempre regreso.
—¿Ahora estás trabajando en alguna obra?
Asintió.
—¿Sabes los edificios que se están construyendo en el extrarradio del sector 7?
—Sí, es mi barrio —sonreí.
—Oh, pues ahí estoy ahora. El trabajo es duro, pero me gusta. Prefiero el cansancio de los músculos a tener la mente embotada por trabajar ocho horas seguidas frente a un ordenador.
Mientras daba el último sorbo a mi limonada volví a observar su cuerpo musculado y decorado por decenas de tatuajes.
—Me gustan tus tatuajes —cambié de repente de tema.
—Gracias. ¿Tú tienes alguno?
—Puede ser. Aunque, personalmente, prefiero los piercings.
Él también me observó de arriba abajo, sin disimular.
—Sobre todo me gusta cuando me están tatuando. Sentir la aguja penetrando en mi piel... La mezcla de dolor y placer, ¿sabes?
Parecía estar tanteándome con sus palabras.
—Te entiendo. A mí también me gusta esa mezcla.
Sus ojos ardieron con más intensidad.
—Te he preguntado si tienes compañía, pero... ¿y pareja? O alguna relación sentimental.
—No, no estoy con nadie ahora mismo. ¿Y tú?
Negó con la cabeza. Justo en ese momento comenzó a sonar Falling down de Ghostemane.
—¿Te apetece bailar? —me tendió una mano.
Me volví a estremecer al entrar en contacto con sus fuertes dedos.
—Por supuesto.
Era una canción lenta, casi como una balada. Eric rodeó mi cintura con sus manos y me pegó contra su cuerpo. Colocó su pierna derecha de modo que quedase entre las mías y la parte interior de mis muslos rozasen contra la tela de sus vaqueros, excitándome. Me abracé a su torso, acariciando su espalda mientras nos balanceábamos, y apoyé mi cabeza en el hueco entre su hombro izquierdo y su pecho; parecía encajar perfectamente. Nos dejamos fluir, al son de la canción.
En un momento dado Eric subió su mano derecha hasta mi nuca, enredó sus dedos en mi cabello y, con cuidado y firmeza, hizo que inclinase la cabeza hacia atrás. Nuestras miradas ardían de deseo. Al mismo tiempo, buscamos nuestros labios para fundirnos en un beso.
Hacía casi medio año desde que alguien me había besado.
Se llamaba Will. Nos conocimos en la cafetería en la que suelo almorzar durante el descanso del trabajo. Él era empresario y le pareció interesante que yo fuera estadista. Hablamos de porcentajes, algoritmos... Finalmente nos intercambiamos nuestros números de teléfono. Chateamos, nos vimos un par de veces más, a la tercera cita tuvimos sexo y no estuvo mal, así que seguimos quedando.
Al principio le sorprendió mi maquillaje y mi forma de vestir cuando no estaba trabajando, pero me dijo que le ponía. Sin embargo, le incomodaba si vestía así cuando íbamos juntos por la calle.
—La gente nos mira —se quejaba.
—Que le den a la gente —le decía yo.
Una noche le invité a que viniera a uno de los locales nocturnos que suelo frecuentar, pero no duró más de un minuto dentro. Dijo que la música era demasiado creepy, que las personas daban miedo y no se sentía seguro.
—¿Yo te doy miedo? —le pregunté, dolida.
—¡Por supuesto que no! Anda, vamos a tu apartamento, por favor... Te lo compensaré.
Al menos, lo intentó.
Conforme pasaba el tiempo me di cuenta de que Will no podía darme lo que yo quería. No entendía lo que le pedía, ni quería entenderlo.
—¿Por qué no puedes ser una chica normal? Vestir normal, salir a sitios normales y tener sexo normal.
Me reventaba esa palabra. Normal.
Al final hice que besase la puerta de mi apartamento.
En el poco tiempo que había hablado con Eric había sentido más atracción que con todos los tíos juntos con los que había salido en toda mi vida. Y ahora me estaba besando, y yo le devolvía el beso.
Sus labios eran gruesos, blandos y duros al mismo tiempo. Se me ocurrió que su sabor era como el de la fruta del Árbol del Bien y del Mal. Su agarre en mi nuca era firme; mientras, su mano izquierda se apoyó al final de mi espalda, en la cinturilla de mi falda. Me empujó más contra él, si cabe. Nuestros cuerpos se frotaban el uno contra el otro. Si ya sentía los escalofríos recorrer mi piel por debajo de la ropa, ¿cómo sería estando completamente desnudos? Nuestras lenguas salieron a jugar, explorando nuestras bocas. Me sentía totalmente embriagada. Y, aunque una parte de mí se avergonzaba de ello, también estaba excitada. Era como si hasta ese momento yo hubiera sido una cerilla olvidada en su caja, en un cajón, y cuando él me había encontrado me hubiera prendido fuego.
Cuando terminó el beso, Eric se pasó la punta de la lengua por el labio inferior, relamiéndose. Esa imagen me volvió loca.
—Angy, contéstame a una pregunta... ¿Eres un ángel o un demonio?
—Supongo que depende del punto de vista. —Sonreí—. ¿Y tú?
—Supongo que tendrás que comprobarlo.
Y me volvió a besar.
No sabría decir si aquel beso era el Cielo o el más dulce de los Infiernos


Conforme se sucedieron las canciones y los besos se hicieron cada vez más hambrientos, nos obligamos a romper el contacto para buscar un sitio fuera de la pista de baile. Encontramos un banco libre contra una de las paredes y, en cuanto Eric tomó asiento, no dudé en colocarme sobre su regazo.
Nuestros labios volvieron a chocar, nuestras lenguas enredándose como si buscasen el centro de un laberinto. Él arañó mi piel a través de las medias de rejilla y yo arañé su nuca, extasiada por la sensación. Pareció gustarle, porque gruñó con satisfacción y me apretó más contra su cuerpo. Uf, estaba poniéndome muchísimo... Moví las caderas hacia delante y hacia atrás, y pronto noté a través de la ropa su erección. Eric se detuvo de repente, obligándonos a separarnos lo que me pareció un abismo.
—Primero debemos hablar, Angy —me dijo seriamente.
—¿De qué quieres hablar? —Pasé los dedos por su boca para intentar borrar las marcas de pintalabios, intentando disimular mi nerviosismo.
—Necesito asegurarme de que compartimos los mismos gustos... Antes has dicho que también te gusta la mezcla del dolor con el placer. Sin dar más rodeos, ¿qué tipos de kinks tienes?
Nunca había sacado el tema nada más conocer a una persona, pero me di cuenta de que si lo hubiera hecho seguramente me habría ahorrado muchas decepciones.
—Cuando era adolescente descubrí que había todo un mundo más allá del sexo vainilla que nos vende la sociedad —comencé a explicarle—. Fue cuando salió la canción S&M de Rihanna... Yo tenía quince años y, cuando me paré a escuchar la letra, algo hizo clic en mi cabeza.
—A mí me pasó con el videoclip de Hurricane de Thirty Seconds to Mars. También tenía quince o dieciséis años. Me fascinó.
Asentí con la cabeza; conocía el vídeo del que hablaba.
—En esa época comencé a vestirme como gótica. La verdad es que no tenía muchos amigos. Me trataban como una freaky porque prefería quedarme en casa leyendo a salir de fiesta, así que no tenía con quien hablar abiertamente de sexo como hacen otros adolescentes. Con el porno, las novelas eróticas y varias páginas webs de Internet, poco a poco fui ampliando mi imaginario. Descubrí el bondage, las relaciones D/s, el sadomasoquismo...
Eric chasqueó la lengua mientras me retiraba los mechones blancos detrás de las orejas agujereadas de piercings.
—Bien, pero no has contestado a mi pregunta. ¿Qué tipos de kinks tienes exactamente?
—¡Ahora mismo no puedo hacerte una lista! —Me ruboricé bajo la capa de maquillaje—. O sea, puedo decirte que, en juegos de poder, me considero switch.
—Yo también. —La sonrisa de Eric me tranquilizó—. ¿Y has tenido relaciones kinky anteriormente?
—Más o menos. Creo que a todo el mundo le gusta probar cosas nuevas en algún momento. Pero tener una relación seria y estable... No, la verdad es que no he tenido mucha suerte. ¿Y tú?
—Podría decir que dos, la primera con una chica y la segunda con un chico. Fueron muy, muy buenas relaciones, pero la vida hizo que tomásemos caminos separados. —Sentí un pinchazo de celos y al mismo tiempo admiración al escucharle hablar así de sus anteriores parejas—. Sin embargo, también entiendo lo difícil que es mantener una relación kinky, y particularmente BDSM, con alguien. En todo encuentro sexual se necesita consentimiento, por supuesto, pero cuando introduces este tipo de riesgos, la seguridad es clave y para ello hay que comunicarse a la perfección.
La verdad es que hablar abiertamente de este tema con Eric hacía que me pareciera aún más sexy.
—¿Y siempre dedicas tanto tiempo a hablar con tus rollos de una noche? —pregunté.
Él entornó los ojos y se aproximó de nuevo a mis labios.
—Para mí esto no tiene por qué quedarse en un rollo de una noche...
Nuestras bocas se rozaron. ¿Por qué parecían saltar chispas entre nuestros cuerpos? Sus manos se deslizaron por mi espalda hasta llegar a mi cintura, y de ahí bajó a mis caderas, trazando círculos con los pulgares.
—Cuéntame una de tus fantasías —me pidió con voz grave y prometedora—. Si la hago realidad esta misma noche, me concederás una cita. ¿Te parece bien, Angy?
Me atreví a deslizar la punta de mi lengua por su labio inferior.
—De acuerdo. —Seguidamente me quedé pensativa unos segundos—. Antes has dicho que tenías una moto... Nunca he ido en moto y nunca me he enrollado con nadie encima de una.
—Estás de suerte, porque siempre llevo dos cascos.
Y dicho esto, me besó de nuevo.
No sé cuánto tiempo estuvimos besándonos en aquel banco de Skeleton Moon, pero cuando finalmente nos separamos notaba los labios hinchados y mi tanga estaba empapado. El bulto en los pantalones de Eric había crecido considerablemente, así que decidimos tomarnos un par de minutos para que la erección no le molestarse al caminar.
Subimos los escalones con las manos entrelazadas y nos pusimos las chaquetas cuando salimos al exterior. Entonces me presentó a su Kawasaki de color verde eléctrico, que tenía un diseño tan anguloso que daba la sensación de que si la tocabas, te iba a cortar.
Los dos cascos estaban atrapados en el sillín con una araña. Antes de tenderme uno de ellos, Eric me preguntó:
—¿Eres claustrofóbica?
—No. Me preocupa más no caber en el asiento.
Miré con ojo crítico el colín.
—Descuida, cabes perfectamente. —Me miró el culo y las piernas con descaro.
Luego me ayudó a ajustarme el casco y él se colocó el suyo con la maestría que hace la práctica. Se colocó en el sillín, pegándose al tanque, y me indicó cómo debía colocarme detrás de él. Me daba un poco de miedo que la inercia me tirase hacia atrás, así que me acomodé en el colín de modo que mi torso quedó pegado a la espalda de Eric. Ajusté las plataformas de mis botas en los estribos. Por último, rodeé su cintura con los brazos.
—Daremos una vuelta por la ciudad para que te acostumbres a la moto. Luego saldremos a la autovía que circunvala la ciudad, pues las curvas son suaves y, al mismo tiempo, se puede subir bastante la velocidad. Como será difícil escucharnos con el casco, dame dos palmadas en el muslo si quieres que pare.
—Entendido...
Sentí la adrenalina disparándose en mis venas en cuanto encendió el motor. La Kawasaki ronroneó y Eric pulsó el botón de arranque. Comenzamos a movernos, recorriendo suavemente las calles dormidas. La vibración y el cuerpo caliente de Eric me relajaron poco a poco. Él cambiaba las marchas con soltura, conociendo a la perfección las respuestas de aquella moto.
Yo también quiero que conozca así todas mis marchas, pensé.
Debió de sentir que me estaba relajando, pues enfiló hacia la entrada de la circunvalación y aumentó la velocidad. 60 km/h, 70 km/h, 80 km/h... El corazón me dio un vuelco y una presión se alojó en mi estómago cuando sobrepasamos los 100 km/h. Me abracé más fuerte a él. Por el temblor de su estómago supuse que se estaba riendo y subió más la velocidad. 120 km/h, 130 km/h, 140 km/h... Me sentí como cuando me subí al Shambhala por primera vez. Por tramos, Eric aceleraba y deceleraba. ¡Me flipaba la sensación! De modo que casi me sentí decepcionada cuando salió de la circunvalación y se adentró en el sector 7. Mi barrio.
Condujo tranquilamente hacia los edificios que se estaban construyendo, donde había grandes camiones, excavadoras, grúas, vigas de metal amontonadas y contenedores de escombros. Precisamente paró entre dos de esos contenedores, apagó el motor y bajó la pata de cabra. Desmontamos, se quitó el casco y se apresuró a quitármelo también. Los dejó con cuidado en el suelo. Entonces, me peinó la media melena con cuidado y me preguntó:
—¿Te ha gustado?
—Mucho.
—¿Has tenido miedo?
—No —mentí.
Estoy bastante segura de que se dio cuenta de mi mentira, pero no dijo nada al respecto. En su lugar, comentó:
—Aquí nadie nos molestará.
Se sentó de nuevo en la moto, esta vez pegándose a la parte de atrás, y me hizo un gesto. Me acomodé como pude en su regazo, a horcajadas, encajando la espalda con la curva del tanque, y nos besamos de nuevo. Las fuertes piernas de Eric estaban afianzadas en el suelo para evitar que la moto se bambolease con nuestros movimientos, así que notaba sus muslos en tensión bajo los míos. Nos desabrochamos las chaquetas para conceder más libertad a nuestras manos. Me masajeó los pechos por encima de la camiseta y me arqueé contra él, ahogando un gemido contra su boca. Se frotó contra mis piernas abiertas y el placer ametralló mi cuerpo.
—¿Quieres que te toque? —Me preguntó, rompiendo el beso momentáneamente.
—Lo necesito con toda mi alma...
Se echó todo lo posible hacia atrás mientras me mantenía pegada contra el tanque. Coló su mano derecha debajo de mi falda y acarició las medias y el tanga.
—Qué mojada estás —resopló—. Lo siento por las medias.
—¿Por qué lo...?
Con un rápido movimiento las rompió. Ahogué una exclamación, y sentí una contradictoria mezcla de enfado y excitación. Colocó el tanga a un lado. Por un momento noté el frío de la noche y me estremecí. Luego el frío fue sustituido por calor cuando deslizó la punta de sus dedos por mi sexo. Se centró en mi clítoris y mis piernas comenzaron a temblar.
—Eric... —gemí su nombre.
Con la mano izquierda me subió la camiseta hasta que mi sujetador de encaje quedó al descubierto.
—Angy...
Me penetró con un dedo y, al comprobar lo dispuesta que estaba, añadió el segundo, encontrando rápidamente ese punto que me volvía loca.
Eric se inclinó hacia delante y me besó los pechos por encima del encaje hasta llegar a uno de mis pezones. Entonces, lo atrapó entre los dientes y apretó. Sentí una especie de calambre que atravesó mi espina dorsal y llegó hasta mi coño; me corrí al instante con un grito que se perdió en la noche. Intenté cerrar instintivamente las piernas para no mojarle, pero él me lo impidió.
—Oh, qué grata sorpresa, eres una squirter... —Sus ojos verdes brillaban ávidamente—. Venga, córrete una vez más para mí.
No paró de masturbarme en ningún momento. Las ganas volvieron a acumularse rápidamente en mi vientre y me llevé una mano a la boca para ahogar mis gemidos, mientras que con la otra me agarraba al metal. Me llevó de nuevo hasta el límite, y entonces extrajo los dedos y me frotó enérgicamente el clítoris con la palma extendida. Me corrí por segunda vez, mojándole la camiseta.
—Shhhh, shhhh...
Eric me abrazó y me besó dulcemente mientras me calmaba.
—¿Estás bien, Angy?
—S-sí —le dediqué una sonrisa satisfecha—. Pero ahora quiero que te corras tú.
Sus ojos verdes brillaron con picardía.
—¿Ah, sí?
Como respuesta, bajé una mano a su erección y apreté ligeramente. Eric se mordió el labio inferior y rebuscó en sus bolsillos un condón. Se desabrochó el pantalón lo suficiente como para sacarse la polla y se lo colocó. Con ganas de sentirlo ya dentro de mí, le ayudé a orientarla entre mis piernas y me empalé poco a poco en ella. La sensación era maravillosa. Cuando nuestras caderas chocaron nos quedamos momentáneamente quietos.
—Venga, empieza a moverte —me ordenó.
Me afiancé a sus anchos hombros y comencé a mover las caderas con cuidado, intentando que la moto no se bambolease demasiado. Sin embargo, él agarró con ambas manos mi culo e hizo que acelerase el ritmo. Conseguí apoyar las plataformas de las botas en los estribos...
—Muy bien, así...
—Joder...
Nuestros gemidos se mezclaban y pronto volví a tener ganas.
—Eric... —comencé a avisarle.
—Yo también tengo ganas... Nos corremos a la vez, ¿de acuerdo?
No estaba muy segura de poder aguantar, pero deseaba de todo corazón complacerlo. Notaba su polla durísima dentro de mí, haciendo temblar hasta la última fibra de mi cuerpo.
—Vamos, Angy... Córrete...
Como si sus palabras fueran mágicas, el orgasmo nos invadió a ambos a la vez.
—Uf, Eric...
Era, con diferencia, el mejor sexo que había tenido en toda me vida.
—Creo que me he ganado esa cita, ¿no crees? —Dijo cuando conseguí desencajarme de él y bajar de la moto para estirar un poco las piernas; se quitó el condón, lo comprobó, lo anudó y lo guardó en el envoltorio para tirarlo en una papelera más tarde.
—Sí, sí, te lo has ganado.
—La verdad es que no me importaría seguir —admitió mientras se abrochaba de nuevo los pantalones—, pero creo que va siendo hora de volver a casa, que mañana... o sea, hoy, hay que trabajar.
—Estoy de acuerdo.
—¿Te parece bien si te llevo?
—Claro.
Me besó suavemente y me ayudó a ponerme de nuevo el casco. Le di la dirección y condujo tranquilamente por las calles hasta llegar a mi portal. Desmontamos ambos y le devolví el casco para que lo afianzase en el colín con la araña. Al mismo tiempo, me tendió su móvil para que le apuntase en la lista de contactos mi número de teléfono.
—Te escribiré. Hoy. Lo prometo.
Sólo le veía los ojos por el casco, pero era suficiente.
—Perfecto. Hasta pronto, Eric.
—Hasta nuestra cita, Angy.
Arrancó de nuevo y esperé hasta que la Kawasaki del mismo color de sus ojos fue engullida por la noche.

 

Ilustración en blanco y negro. Muestra una luna en forma de sonrisa en la que está sentado un esqueleto que está bebiendo una jarra humeante. Debajo está escrito el título de la ilsutración..
"No one will see me here" Eli Klemmeck / Instagram: @neomlei

 

 

Capítulo 2

 

 

8 comentarios:

  1. Cuando hay química... la explosión no se hace esperar. Una sexualidad intensa, Dafne. Te felicito.

    Mil besitos para ti, escritora y feliz finde ♥

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    1. El amor es química ;) Mil gracias por tus palabras, Auro.
      Mil besitos también para ti y feliz semana <3

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  2. Este capítulo ya le había leído y es fascinante , como bien dice Ana, cuando hay quimica lo demas sobra . Enhorabuena preciosa.

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    1. Me alegro de que aún habiéndolo leído por trocitos te hayas animado a leerlo y comentar de nuevo, Campirela. ¡Gracias!
      Un besazo enorme y feliz semana

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  3. Leer toda la historia hasta ahora de un tirón, no impide volver a disfrutarla y te felicito por la capacidad que tienes para narrar, porque para el lector de relatos, siempre es importante el visualizar lo que lee, y tú lo haces sencillo con las descripciones que narras, que es fácil ver a los protagonistas e incluso sentir sus formas de ser. Y me gustan los pensamientos algo perversos de Angy...

    "La tracción que nos unía era como una cadena, y una parte de mí se moría de ganas de que él la aferrase."
    "Era como si hasta ese momento yo hubiera sido una cerilla olvidada en su caja, en un cajón, y cuando él me había encontrado me hubiera prendido fuego."
    "No sabría decir si aquel beso era el Cielo o el más dulce de los infiernos"
    "Yo también quiero que conozca así todas mis marchas"

    Esperando esa cita que promete.

    Dulces besos de manzana Señorita.

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    1. Un millón de gracias por tu comentario, Dulce *.* Es un halago, tras halago, aunque estoy segura de que hay cositas que podría mejorar. Y las frases que resaltas también son de mis favoritas, estaba inspirada esos días jajaja
      A ver si te gusta la cita.
      Dulces besos de manzana, Caballero

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  4. Interesante química entre los dos. Eric es más listo que Will, quien se perdió a una bella e inteligente mujer. Por se tan prejuicioso terminó besando...la puerta.
    Tal vez algún lugar del infierno sea como el cielo.
    Que bien contada el capítulo.
    Besos.

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    1. ¡Mil gracias, Demi!
      Sí, Eric es muuuucho más listo que Will y merece más a Angy. Asimismo, Angy merece más a Eric.
      Espero que te guste el siguiente capítulo.
      Un besazo

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