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Capítulo 2. La vida imita al arte
«Soy Eric. ¿Fijamos nuestra cita para el
viernes por la tarde?».
Le escribí en cuanto llegué a mi
apartamento. Angy me respondió a los pocos segundos:
«A partir de las siete soy toda tuya», y
adjuntó el emoticono del ángel.
Sonreí.
«Genial. Vamos hablando. Dulces sueños, Angy».
Le mandé el emoticono del demonio sonriente y esperé a que se desconectase.
Uf, cuánto me alegraba de haberme
escapado a Skeleton Moon y haberla descubierto
en la pista de baile. Su forma de moverse me había hipnotizado; balanceando las
caderas y alzando los brazos con los ojos entornados al son de Ghostemane. La
había analizado de pies a cabeza, pues su apariencia también me había
fascinado; su ropa gótica, su maquillaje, sus piercings, su peinado... Luego, cuando habíamos comenzado a hablar,
su forma de ser me había encandilado; era inteligente, con sentido del humor,
curiosa... ¡Hacía apenas unas pocas horas que nos habíamos conocido y ya quería
pasarme todos los días escuchándola! Deseaba preguntarle por sus opiniones y
sus pensamientos, descifrar sus deseos y cumplir todas y cada una de sus
fantasías. Por nuestra conversación sobre sexo y kinks parecíamos bastante compatibles. Y ella también había sentido
el fuego mientras nos besábamos, ¿no? El viaje en moto había sido muy excitante
y, para terminar, el sexo, aunque rápido, había resultado espectacular.
No pude evitarlo: volví a ponerme
mientras pensaba en ella, en sus besos, en su coño y en sus gemidos, y
aproveché la ducha para correrme de nuevo. ¿Angy también se estaría tocando
antes de irse a dormir? Me sequé, me puse los pantalones de pijama y caí
rendido entre las sábanas.
En cuatro horas debía volver a la obra,
a su barrio.
Iban a ser tres días muy largos.
Nos intercambiamos mensajes en nuestros
ratos libres. Al principio eran los típicos: «¿Qué tal el trabajo?», «Ahora tengo
el descanso del almuerzo» o «Ya he terminado mi jornada». Poco a poco pasamos a
los mensajes más personales: «Mi jefe es un cretino», «Estoy comiendo un
bocadillo de atún con tomate», «Estoy agotada mentalmente», y también
flirteamos un poco: «A mi vena sádica le encantaría castigarle... pero sin que
le gustase» (inserta el emoticono de un demonio), «A mí me gustaría comer otra
cosa...», «¿Te gustaría agotarte físicamente?».
Pensé concienzudamente en nuestra cita.
Desde que Joel y yo habíamos cortado únicamente había tenido rollos de una
noche... y de eso hacía casi un año. ¡Mierda! Estaba oxidado. Me llevé una mano
manchada de polvo a la cabeza. ¿Qué cita podía preparar especialmente para
Angy?
Finalmente, el jueves por la tarde
recibí un mensaje de mi amigue Max y se me encendió la bombilla.
«Paso a buscarte a las siete».
Cuando terminé mi turno regresé a mi
apartamento como una flecha, me duché y me vestí. Elegí el conjunto
cuidadosamente: pantalones cargo negros, botas militares con un poco de
plataforma, camiseta blanca que transparentaba ligeramente mis tatuajes y, como
guinda del pastel, un arnés. Debajo de la chaqueta de cuero ni se notaba. Mejor,
así sería una sorpresa. Me perfilé los ojos de negro y me coloqué los aros de
las orejas; había parado de dilatarlas cuando el diámetro había alcanzado un
centímetro. Observé atentamente mi reflejo, asegurándome de cuidar todos los
detalles, y finalmente sonreí.
En una pequeña mochila guardé mis
efectos personales y bajé al garaje a por la moto.
Eran las siete y un minuto cuando llegué
al portal nº96, pero Angy ya me estaba esperando en la calle. Bajo la chupa de
cuero mostraba un vestido corto con un estampado muy peculiar: dragones
orientales de color verde parecían nadar en un océano de seda negra. Como era
de corte recto, había marcado su cintura con un cinturón de hebillas plateadas.
Mis ojos se deslizaron por sus piernas, fijándose en las medias negras que
subían hasta mitad de sus muslos, y reconocí las botas de plataforma con las
que nos habíamos conocido.
Me saludó mientras se acercaba a la
moto.
—¡Estás impresionante, Angy! —Silbé.
Me encantó comprobar que se notaba el
rubor de sus mejillas bajo la fina capa de maquillaje.
Le ayudé a ponerse el casco y nuestros
ojos, enmarcados por las viseras, se trabaron momentáneamente. Azul y verde...
verde y azul. Se me secó la boca de repente y me olvidé de dónde estábamos y
qué teníamos que hacer.
—¿Dónde tienes planeado ir? —Me
preguntó, rompiendo mi ensimismamiento.
—Es una sorpresa —respondí
enigmáticamente.
Se colocó en el colín con un poco más de
soltura que la primera vez y noté que mi polla se ponía dura al instante por
nuestra cercanía. Me incliné sobre el tanque para obligarme a relajarme.
—¿Preparada?
Sus brazos me rodearon la cintura.
—Sí.
La Kawasaki ronroneó cuando arranqué de
nuevo.
Se notaba que era viernes por la tarde
porque el tráfico era más denso y la gente estaba más impaciente por llegar a
casa, así que me lo tomé con calma, callejeando suavemente hasta el centro.
Adoraba sentir el cuerpo de Angy pegado contra mi espalda, sus rodillas
presionadas cada lado de mis caderas y sus dedos entrelazados contra mi
estómago.
Viré a la derecha, atisbando el letrero
de la cafetería, y encontré un hueco entre un Mazda rojo que necesitaba
urgentemente un lavado y una Harley Davidson impactante.
—Apolo&Dafne
—leyó Angy desde la acera mientras esperaba a que anclase bien la moto y
afianzase los cascos.
—¿Has estado aquí alguna vez?
—No, pero parece agradable.
Abrí la puerta para que entrase primero.
Casi todas las mesas estaban ocupadas por abuelos jugando a las cartas,
familias que habían terminado la jornada y amistades que compartían unas
cervezas. Me llamó la atención una pareja cerca de una de las ventanas; la
mujer tenía el pelo completamente rapado y se daba un aire a Sinead O’Connor,
mientras que él se lo estaba dejando largo al estilo de Ragnar Lodbrok. Por
cómo hablaban mirándose a los ojos, algo muy especial se fraguaba entre ellos.
Un camarero nos condujo hasta una mesa
libre y pedimos sobre la marcha.
—Un capuccino,
por favor.
—Que sean dos. Gracias.
Dejamos nuestras chupas de cuero en el
respaldo de las sillas y Angy abrió mucho los ojos al descubrir el arnés.
—Wow, Eric, te queda... —Se mordió el
labio inferior.
—Me alegro de que te guste. —Sonreí,
halagado.
—Me gusta que no te importe lo que
piensen los demás.
—¿Y por qué me tendría que importar?
—Bufé—. Además, en estos momentos lo único que me importa es lo que piensas tú.
Así que cuéntame: ¿qué tal con el cretino de tu jefe?
Angy se rió mientras ponía los ojos en
blanco. Su risa era cantarina y clara, como el agua.
—Aguantando como puedo. Te juro que odio
que me trate con condescendencia. No sé si es porque soy la única mujer de este
grupo de trabajo, porque soy la más joven... O por ambas. Pero no me apetece
hablar de él. ¿Tú qué tal en la obra?
Me encogí de hombros.
—Ahí vamos. Se nota que está llegando el
calor, así que por esa parte bien. La primavera y el otoño son las mejores
épocas para trabajar. El verano y el invierno... uf, son mortales por las
temperaturas tan extremas de la ciudad.
—Ya me imagino, ya... ¿Y te llevas bien
con tus compañeros?
—Sí, hay bastante camaradería. —Precisamente
me había acostado con un peón de obra un par de meses atrás, si bien habíamos
quedado como amigos—. A parte del trabajo, ¿tienes algún hobby?
—Nado todos los martes y jueves por la
mañana en la piscina cubierta de mi barrio y desde pequeña adoro leer. ¡Devoro
todos los libros que caen entre mis manos! —Se retiró un mechón blanco tras la
oreja—. ¿Y tú?
—Me encanta cocinar, ver animes y leer
manga. Prefiero las novelas gráficas a las novelas. —Chasqueé la lengua—. Pero también
me gusta mucho leer relatos en blogs.
—Oh, qué guay. —Justo en ese momento
llegaron los capuccinos—. Alguna vez
me he planteado abrir un blog para escribir, pero creo que me agobiaría la
exposición pública. Saber que otros me leen y juzgan...
—Bueno, esa es la gracia de escribir,
¿no?
—Touchée.
Estuvimos unos segundos en silencio
mientras dábamos un sorbo a nuestras bebidas, pero me alegró comprobar que no
era un silencio incómodo.
—¿Vives sola desde hace mucho?
—Desde que fui a estudiar a la Universidad.
Me contó que se había criado en otra
ciudad. Tras sufrir bulling en el
instituto, decidió que lo mejor sería cambiar de aires y, gracias a que sus
padres podían permitírselo, se matriculó en una Universidad privada en la otra
punta del país. Sentí una rabia inmensa cuando me contó las horribles anécdotas
del instituto. ¿Cómo unos adolescentes hiperhormonados podían resultar tan
odiosos? Pero Angy le restó importancia y continuó con su historia. La época
universitaria fue mucho mejor para ella. En cuanto se graduó, estuvo trabajando
en varias empresas y pudo ahorrar dinero, hasta que finalmente se mudó a la
capital.
Entonces llegó mi turno.
—Yo me he criado en el sector 9. Es un
barrio obrero, pero tiene su encanto. Cuando terminé los estudios obligatorios,
a los dieciséis años, empecé en la obra para ayudar a mi familia con la
hipoteca y las deudas. Al principio no era mucho dinero... pero era mejor que
nada. También me compré mi primera moto. —Sonreí ampliamente al recordarla—. Me
gustaba hacer escapadas los fines de semana, colarme en fiestas, conocer
gente...
—¿Y cuándo te hiciste el primer tatuaje?
—A los diecisiete. —Coloqué el antebrazo
derecho sobre la mesa y señalé la muñeca—. Es un ambigrama. ¿Consigues leer las
dos palabras?
—Love.
—Se atrevió a deslizar un dedo por mi piel, recorriendo las letras—. Pain.
—Adivinas lo que significa para mí,
¿verdad?
Sus ojos me atraparon como dos cuerpos
celestes con su gravedad.
—Me preguntaba cuánto tiempo tardaríamos
en sacar de nuevo el tema.
Su sonrisa era una ligera elevación en
las comisuras de sus labios, comedida. Mientras, su dedo seguía acariciando mi
piel tatuada.
—El amor y el dolor son parte de la
vida, ¿no?
Escalofríos de placer atravesaban mi
brazo y se extendían por todo mi cuerpo.
—No siempre de la manera en la que a
nosotros nos gusta mezclarlos —su sonrisa fue sustituida por una mueca de
tristeza.
—De verdad has tenido mala suerte con
tus antiguas relaciones, eh —me atreví a decir suavemente.
—Amo el amor y amo el dolor, no el amor
que duele, ¿entiendes? Después de todo lo que he vivido me cuesta confiar en la
gente; después de todas las veces que me han dicho que no y me han mirado raro
me cuesta pedir lo que quiero.
—La otra noche en Skeleton Moon pediste lo que deseabas y te dejaste llevar. —Alcé la
otra mano para acariciarle el rostro. Noté cómo sus barreras bajaban un poco—.
Fuiste una buena chica...
Angy ahogó una exclamación, casi como un
gemido.
—¿Te gusta que te diga eso? —Susurré,
deslizando mi pulgar por la línea de su mandíbula.
Asintió con la cabeza lentamente.
—¿Qué te parece si nos terminamos el
café y nos vamos a otro sitio? O no pensarás que la cita consiste solo en ir a
una cafetería...
Cortamos el contacto para vaciar
nuestras tazas y, tras pagar la cuenta, nos apresuramos afuera. El crepúsculo
pintaba el cielo con una explosión de colores, azul, rojo, naranja, verde. Como
yo también me quería sentir así, antes de llegar a la moto agarré a Angy de la
cintura y la besé. Su cuerpo reaccionó al instante: su lengua fue al encuentro
de la mía y se apretó contra mí igual que cuando habíamos bailado. ¡Uf! Cómo me
gustaba que hiciera eso, como si fuera una perra en celo que no pudiera
aguantar las ganas de follar... Pero estábamos en mitad de una calle concurrida
de gente, y precisamente esa gente se estaba girando para mirarnos, así que al
final me obligué a cortar el beso.
—Sé una buena chica y súbete a la moto,
anda —le masajeé la nuca y el cabello con los dedos, y luego le ayudé a
colocarse el casco.
—¿Adónde vamos ahora?
—Voy a enseñarte un lugar en el que
todas las fantasías son bienvenidas.
L’appel
du vide.
Max había encontrado el nombre perfecto
para su galería de arte, pues cuando veías sus exposiciones, sentías el mismo
impulso inexplicable de saltar que cuando te encontrabas en un lugar elevado.
—¡Eric! Al final has venido.
Como siempre, mi amigue estaba
despampanante. Se había peinado el cabello corto y pelirrojo hacia atrás, manteniéndolo
firme con gomina, y sus rasgos angulosos se acentuaban gracias al sobrio
maquillaje; ojos rasgados, labios rojos, hoyuelo en el mentón. Un kimono floreado
envolvía su cuerpo esbelto y con aquellos tacones de tacón me sacaba media
cabeza; me daban ganas de que me pisase el pecho con ellos.
—Angy, te presento a mi amigue Max.
Angy parecía obnubilada por su
presencia.
—Encantada, Max.
Elle soltó una carcajada.
—El placer es mío, Angy. ¡Ay, adoro tu
vestido! —Le guiñó un ojo—. Pareces una muñeca.
—Max... —Le llamé la atención, así que
se volvió de nuevo hacia mí.
—Podéis dejar vuestras chaquetas aquí. Para
ser un viernes, la tarde ha sido bastante tranquila. Ahora mismo sois los
únicos visitantes de la exposición.
El vestíbulo de la galería de arte era
una estancia de unos cinco metros cuadrados. De las paredes blancas colgaban
cuadros abstractos y un mostrador enfrentaba la puerta del local. En las
paredes de los laterales había otras dos puertas, una a la izquierda y otra a
la derecha; con este luminoso escaparate, nadie imaginaría lo que ocultaban.
Max nos acompañó hasta la puerta de la
derecha y la abrió para nosotros.
—Dejaos llevar por la llamada del vacío
y disfrutad. Nos vemos a la salida...
Atravesamos el umbral y Max cerró la
puerta a nuestra espalda.
El ambiente cambió radicalmente. La luz
blanca fue sustituida por luces de neón de diversos colores: rojo, azul,
morado... Las paredes estaban pintadas de gris oscuro y el suelo se había
convertido en un entarimado de madera de color negro. Desde altavoces ocultos se
reproducía automáticamente música lo-fi,
con un volumen lo suficientemente alto como para envolvernos, pero lo
suficientemente bajo como para permitir que llevásemos una conversación.
Angy dio vueltas alrededor de la primera
sala, admirando las ilustraciones con los ojos muy abiertos.
—Nunca imaginé que una galería de arte
expusiera este tipo de obras.
La exposición de aquella semana pertenecía
a una artista llamada Kate Li, nacida en Londres en los años 80 y cuyos
orígenes eran afroamericanos y koreanos. Mientras estudiaba en Bélgica, Kate había
encontrado su propio estilo retratando personajes que realizaban actividades
BDSM. Su portfolio poseía una belleza oscura y salvaje, una sensualidad
inherente, una pincelada de ternura y también de crueldad.
—Conocí la galería de Max por casualidad
a través de un foro —le expliqué—. Sus exposiciones siempre giran alrededor del
sexo kinky, y no discrimina formatos
ni estilos; cada dos semanas se pueden encontrar desde pinturas, ilustraciones,
hentai, collages, fotografías, street-art...
hasta esculturas.
—Es impresionante.
Me encantó ver que Angy estaba
disfrutando de la cita.
Me acerqué a ella desde atrás y aferré
su cintura con las manos, justo por donde quedaba su cinturón.
—La otra noche me dijiste que no se te
ocurría ningún kink que te gustase.
—Noté cómo aguantaba la respiración—. A ver si mientras vemos la exposición los
vamos descubriendo.
Ilustración tras ilustración fuimos
explorando nuestros gustos, lo que habíamos probado y lo que no, lo que
podríamos probar juntos.
Ya llevábamos una hora paseando por las
salas cuando nos detuvimos ante una ilustración en particular.
—Se parece a ti —dije.
Angy se mordió el labio inferior,
imitando a la chica de la ilustración.
—Podría haberme vestido con uno de mis
arneses, así habríamos ido conjuntados.
Fijó sus ojos azules en mí y deslizó la
mano derecha por las cintas de cuero que rodeaban mi torso. Ya llevaba más o
menos puesto un rato, pero ese gesto fue mi perdición. Cuando llegó al centro
de mi pecho, aferró con fuerza el arnés, me empujó hacia delante para
besarme... y se detuvo cuando nuestros labios casi se rozaban. Bajó la mano
izquierda por mi cadera y se rió suavemente al darse cuenta del bulto que se
marcaba en mis pantalones. Luego se separó, mirando hacia las esquinas del
techo.
—¿Hay cámaras de seguridad?
—Solo en algunas salas —respondí con voz
ronca; me ponía y me enfurecía que jugase con mis ganas de aquella manera—. Hoy
me toca a mí elegir la fantasía, por cierto.
—¿Y ya sabes lo que vas a pedir? —Su
mirada ardía de deseo.
—La exposición me da tantas ideas que
aún no me he decidido —chasqueé la lengua.
Volví a acortar la distancia entre
nosotros y jugué las mismas cartas que ella; aproximé mi boca a su rostro para
dejarla con la miel en los labios, mientras mis manos se deslizaban por su
sedoso vestido. Angy gimió cuando mis palmas encontraron la piel desnuda de sus
muslos y se dispusieron a subir por debajo de la falda.
—Hoy me has facilitado el camino, buena
chica.
Trabé los pulgares en su tanga y tiré
hacia abajo. Debido a la diferencia de altura, bajé yo también acompañando el movimiento;
mi boca se deslizó por su mandíbula, luego por su cuello, sus clavículas, sus
pechos... Su cuerpo comenzó a temblar visiblemente por la excitación. Acaricié
sus piernas por encima de las medias y finalmente el tanga llegó al suelo.
—Mueve los pies.
Una vez me hube apoderado de la prenda,
me incorporé de nuevo.
—Estás muy mojada... —Sin apartar ni un
segundo mis ojos de sus ojos, me la acerqué a la nariz y aspiré su aroma—.
¡Hum, me encanta cómo hueles! Me pregunto si sabes igual de bien.
Angy jadeó y entornó los ojos. ¿Dónde
estaba la chica que me acababa de empujar hacia ella agarrándome del arnés?
Notaba que las tornas habían cambiado, que ahora era yo quien estaba al mando.
Guardé el tanga en uno de los bolsillos
del pantalón y señalé la siguiente sala.
—Sigamos con la exposición.
La tensión entre nosotros creció
exponencialmente conforme recorríamos la segunda mitad del local. Como las
escenas que representaban las obras se volvieron cada vez más salvajes, le
pregunté qué opinaba.
—Lo importante es llevarlas a cabo con
la persona adecuada, ¿no?
La luz que bañaba la última sala era
completamente roja y las canciones de lo‑fi se habían tornado mucho más sexuales. Además, no sólo había cuadros en las paredes,
sino que en mitad de la estancia había emergido una vitrina como las que se
encuentran en los museos.
Angy se dirigió hacia ella con pasos
seguros. Durante un milisegundo giró el mentón por encima de su hombro,
dedicándome una mirada que me hizo replantearme de nuevo quién llevaba las
riendas, y seguidamente se inclinó hacia delante con las manos colocadas en sus
rodillas. Su vestido se deslizó hacia arriba, mostrándome completamente sus
muslos y las curvas de su culo.
—Oh, así que estos son los pinceles y
las paletas que empleó la artista —exclamó inocentemente.
Me acerqué desde atrás y coloqué una
mano sobre sus lumbares, haciendo que la tela se levantase aún más.
—Creo que me he precipitado.
—¿Qué? —su tono era de completa
incomprensión.
Me incliné también hacia delante, de
modo que mi boca alcanzase su oreja.
—Creo que no eres una chica buena, sino
una brat. ¿Y sabes lo que se les hace
a las brat? —Oí cómo tragaba saliva—.
Se les castiga.
Atrapé su lóbulo entre los dientes y
jugué con sus piercings con la
lengua. La respiración agitada de Angy se mezcló con la música.
—Además, me he dado cuenta de que el
color rojo queda maravillosamente en tu culo.
Me separé de ella y observé los reflejos
de las luces de neón en su piel. Luego me fijé en uno de los cuadros.
—Sí, ya sé qué fantasía voy a hacer
realidad... Pero para ello tendremos que ir a un lugar más privado.
Cuando Angy se incorporó y siguió la
línea de mis ojos hasta el cuadro, su expresión cambió completamente, imaginando
lo que le esperaba.
Sonreí.
—La vida imita al arte.
Nos despedimos de Max, asegurándole que
nos había impresionado la exposición y prometiéndole que acudiríamos a la
siguiente. La noche se había cerrado sobre la ciudad y nos invitaba a que le
contásemos nuestros secretos.
Nos dirigimos a la Kawaski pero, justo
antes de montar, Angy se quedó petrificada en el sitio.
—Eric... ¿Podrías devolverme el tanga,
por favor?
—¿Por?
—Porque si no mancharé el asiento.
Era la primera vez que la veía
avergonzada. Era adorable.
—¿Ah, sí? Bueno, ya pensaremos algo para
limpiarlo... Ahora, no te hagas de rogar y sube a la moto. ¿Vamos a tu
apartamento o al mío?
—Al mío.
Supuse que se sentía más segura jugando
en casa.
—De acuerdo.
Recorrí las calles, cada vez más vacías,
y enfilé hacia la entrada de la circunvalación. Disfruté del chute de
adrenalina que me brindaba la velocidad junto con el abrazo de su cuerpo.
Cuando llegué a su barrio, tuve que mentalizarme de ser paciente y tomarme las
cosas con calma.
«Es la primera cita y solo hemos follado
una vez» me recordé. Podría decirse que esta iba a ser nuestra primera
experiencia BDSM juntos, así que quería que saliera todo bien.
Desmontamos de la moto y me di cuenta de
que Angy tenía razón: había manchado el cuero del asiento por lo mojada que
estaba.
—Puedo limpiarlo con un pañuelo —comenzó
a decir.
Negué con la cabeza.
—Quiero que lo limpies con la lengua.
Abrió mucho los ojos, sorprendida.
—Pero estamos en la calle...
—No pasa nadie.
—¡Pero puede verme cualquier vecino!
—Entonces date prisa.
Bufó. Sabía perfectamente lo que estaba
sintiendo en aquel momento: furia, rechazo por la idea de humillarse a sí misma
lamiendo el colín de la moto, vergüenza, una pizca de temor... Pero también
excitación, ganas de empujar sus límites, de demostrar que podía hacerlo, de querer
complacerme y de satisfacerse a sí misma. Porque al final se reducía a eso; si
lo hacía, era porque en el fondo deseaba hacerlo.
Su mirada volvió a transformarse. Me
provocó mientras se inclinaba de nuevo hacia delante, esta vez poniendo el culo
aún más en pompa para mostrarme también su sexo. Abrió la boca y sacó la lengua,
aproximándola al cuero. Me coloqué a su lado de modo que mi mano izquierda se
coló entre sus piernas y mi mano derecha se enredó en su cabello.
—Eres una brat de pies a cabeza... Pasando por el centro, por supuesto.
Empujé su cabeza contra la moto y hundí
los dedos entre sus labios mojados; tenía el sexo perfectamente depilado, por
lo que podía sentir a la perfección todos y cada uno de sus pliegues.
—Si estuviéramos en mi garaje haría que
lamieras todas y cada una de las piezas de la moto. —Sus lengüetazos dejaban
marcas uniformes en el cuero—. ¿Te gusta? Angy, dime cómo es tu sabor...
Hice que separase la boca
momentáneamente.
—¿Por qué no me saboreas tú directamente?
—me retó.
—Oh, lo haré. Pero según cuál sea tu
respuesta, después del castigo puede que te dé una recompensa especial. Así que
dime —la penetré con dos dedos, sobresaltándola—, ¿cómo es tu sabor? ¿Dulce?
¿Salado?
Continuó lamiendo el asiento mientras lo
pensaba y yo bombeé los dedos en su interior, haciendo temblar sus piernas. Por
si acaso, vigilaba por si aparecía algún viandante a nuestro alrededor.
A los pocos minutos tiré de su cabello
hacia atrás para que se separase de nuevo.
—¿Y bien?
Ni en un millón de años habría esperado
su respuesta.
—Umami.
Saqué los dedos de su coño y me los
llevé a la boca. Tenía razón. Su sabor provocó que comenzara a salivar al
instante y noté una sensación aterciopelada en la lengua.
—Umami...
—repetí, asintiendo con la cabeza. Seguidamente la insté a incorporarse—. Vamos
adentro.
Mientras esperábamos al ascensor nos
besamos de nuevo, abrazándonos y acariciándonos por encima de la ropa. Ni
siquiera rompimos el beso cuando se abrieron las puertas metálicas. La empujé
contra una de las esquinas mientras devoraba su cuello y masajeaba sus pechos.
Ella frotó su mano a lo largo de mi erección; si hubiera sido un adolescente,
me habría corrido al instante.
Ya en su piso, nos tuvimos que obligar a
separarnos. Angy se dirigió al 5ºB.
—El apartamento no es nada del otro
mundo... —comenzó a decir.
—¿Tienes una cocina, un baño y un
dormitorio?
—Sí, claro.
—Entonces es perfecto.
Nos dirigimos al dormitorio. En efecto,
era bastante sencillo. Tres de las paredes estaban pintadas de blanco, en un
lado había un armario con espejos incrustados y, llenando la mayor parte del
espacio, se encontraba la cama de matrimonio. La colcha mostraba un estampado nocturno,
el cabecero era negro con barrotes y se apoyaba contra una pared de color
morado oscuro. En el lado que no daba al armario había una mesita de noche
sobre la que se encontraba una lámpara esculpida con calaveras.
—Adorable —murmuré. Luego me dirigí de
nuevo hacia Angy—. Desnúdate.
Observé cómo se descalzaba; sin las
plataformas le llevaba una cabeza y media de altura. Se quitó las medias,
lentamente. Cuando fue a desabrocharse el cinturón, chasqueé la lengua y
extendí la mano.
—Dámelo.
Tragó saliva y me lo tendió. Por último
se deshizo del vestido y del sujetador.
Era preciosa. Me gustaba que no fuera
una delgaducha, que sus muslos estuvieran musculados, que tuviera las caderas
anchas y los pechos no me cupieran en las manos. Su piel era pálida como la
porcelana y me sorprendió descubrir un pequeño tatuaje en su pubis: Goth Girl. También tenía un piercing en el ombligo que la primera
noche me había pasado desapercibido.
—Es hora de recibir tu castigo por ser
una brat, Angy. Inclínate hacia la
cama apoyando las manos en el colchón —le ordené. Lo hizo de buena gana,
mostrándome su culazo en todo su esplendor—. ¿Alguna vez te han azotado?
Resopló.
—Algún azote sí he recibido, pero no en
plan sesión de spanking. Es curioso
cómo muchos chicos se escandalizan de ello. No pillan la diferencia entre
“violencia” y “práctica consensuada”. Quizás porque son más machistas de lo que
ellos se creen.
—Entiendo... Tu palabra de seguridad va
a ser “luna”. Repítelo.
—Mi palabra de seguridad es “luna”.
—Si el dolor se vuelve demasiado
intenso, si te sientes incómoda, si sientes que estás llegando a tu límite...
Por favor, no dudes en usarla y pararé inmediatamente.
—Vale.
—Ahora que todo está claro, comencemos.
Empecé con la mano. Los primeros azotes
fueron suaves, preparando el terreno.
Pensé en la primera vez que a mí me
habían azotado de verdad: dolía más de lo que había imaginado, y en mi cabeza
me planteaba decir la palabra de seguridad cuando el dolor se tornó súbitamente
en placer. A partir de ese momento me había dejado llevar por la sensación,
sintiéndome seguro en manos de Sophie, hasta que al final me había arrancado un
orgasmo. Realmente eso era lo que quería conseguir con Angy, que soportase el
castigo y confiara en que yo le guiara hasta el culmen del placer.
El sonido retumbaba en la habitación.
Pasé de una nalga a otra y aumenté el ritmo; la humedad que se deslizaba por el
interior de sus muslos y sus gemidos eran inequívocos.
Con el paso de los años y las
experiencias, me había dado cuenta de que una de las mejores cosas de azotar a
alguien era ver todos los tonos de rojo que podía crear. Cómo la piel clara se
volvía rosa, cómo enrojecía poco a poco, hasta convertirse en rojo oscuro como
la sangre; cómo para ese momento la persona emitía esos soniditos tan adorables
por lo mucho que le dolía y me aseguraba que se portaría bien a partir de ese
momento.
A pesar de que aún estaba lejos de
conseguirlo, Angy ya había comenzado a retorcerse y las primeras lágrimas se acumulaban
en sus ojos cerrados; su culo había adquirido un color rojo claro.
—¿Está haciendo efecto tu castigo, brat? ¿Te vas a comportar?
—Quizás...
—¿Quizás?
Decidí que era el turno del cinturón. Lo
doblé, de modo que lo único que impactase en su cuerpo fuera el cuero, y lo
deslicé por su piel para ponerla sobre aviso. Aún así, gritó con el primer
golpe.
Zas.
Zas. Zas.
El cinturón siempre resultaba efectivo.
Sus rodillas temblaban tras cada sacudida y las recibía tan rápido que le faltaba
el aliento para gritar.
—Lo siento...
Me detuve a medio camino. Volví a
enredar los dedos en su media melena y tiré hacia atrás. Las lágrimas se
deslizaban por sus mejillas dejando surcos negros por el maquillaje.
—¿El qué sientes?
—Siento haberte provocado en la galería
de arte...
—¿Te comportarás como una buena chica la
próxima vez?
Resultaba contradictorio, pues realmente
quería que volviera a comportarse como una brat.
—Sí...
—De acuerdo.
La azoté tres veces más, a cada cual más
fuerte que la anterior, de modo que la última hizo que acabase derrumbada sobre
el colchón, sollozando. Solté el cinturón y rápidamente la abracé.
—Ts, ts... Lo has hecho muy bien, Angy.
Enterró su rostro en mi pecho y se
acurrucó contra mí. La mimé mientras se calmaba.
—¿Te ha gustado? —Noté que movía la
cabeza—. Dímelo con palabras.
—Sí, me ha gustado —separó la cabeza y
me sonrió.
—Bien, ahora toca la recompensa.
Me arrodillé en el suelo e hice que se
colocase bocarriba en el borde de la cama, abriendo las piernas... abriéndose
completamente a mí. Besé el interior de sus muslos, sus ingles, sus labios
hinchados. Abrí la boca, acogí su sexo de modo que crease succión y apliqué mi
lengua en su clítoris. Angy se tensó como la cuerda de una guitarra y gimió. Sus
pechos y piernas temblaban con cada lametón y sus deliciosos fluidos manchaban
mi barbilla y se deslizaban por mi cuello. La moví hacia delante y hacia atrás
de modo que su culo dolorido rozase contra la colcha, mezclando el dolor con el
placer. Se corrió a los pocos minutos, liberando toda la tensión acumulada. Umami.
—Uf, gracias, Eric.
Vencida en el borde de la cama, me
recordó a uno de los relojes derretidos de Dalí.
—No me des las gracias. Además, queda
mucha noche por delante.
"Portrait demo (Lenia)" WLOP / Deviantart: WLOP |
Te voy leyendo a ratos y como no desaparecen tengo la intención de volver a leerlo todo junto. Abrazote
ResponderEliminarEste capítulo quedó largo, ciertamente *.*
Eliminar¡Espero que lo disfrutes, Ester! Y gracias por leer.
Un abrazo
Esta historia promete muchas cosas , entre ellas grandes dosis de sexo, pero creo que de amor mucho más Un besazo guapetona.
ResponderEliminarPromete... y espero cumplir ;P
EliminarA ver cómo se va desarrollando la historia de Angy y Eric.
Un besazo
Cuando hay consenso todo fluye en ese descubrir sabores y sensaciones. Muy visual tu relato, Dafne. Te felicito.
ResponderEliminarMil besitos para ti y feliz semana, linda ❤️
Por supuesto lo más importante es el consenso, que haya buena comunicación y que se entiendan el uno al otro. De momento (creo) que lo están consisguiendo ;)
EliminarMil besitos, Auro, y feliz semana 💜
Intensa y candente relación. Ventajas de tener un lenguaje en común, libre de prejuicios.
ResponderEliminarAhora puedo comentarte nuevamente, lo he hecho en entradas anteriores que escribiste.
Besos.
¡Hola de nuevo, Demi!
EliminarSí, creo que he leído todos tus comentarios y respondido. Últimamente blogger hace cosas un poco raras y me marca algunos como spam, pero ya estoy atenta y los voy desmarcando.
En una pareja es vital hablar el mismo idioma, y no me refiero al idioma como español o inglés. Esperemos que Eric y Angy se sigan entendiendo tan bien.
Un besazo y gracias por comentar
Yo solo me pregunto cómo han aguantado tanto hasta concretar este momento? porque está claro que desde la primera mirada la conexión entre ambos era manifiesta y que ambos querían lo mismo. Una brat tiene ese encanto del juego, pero quien manda decide los castigos. Me asombro de cuántos detalles incluyes en tu relato, eres como una orfebre. Y sí, lo has vuelto a lograr, has puesto el listón muy alto otra vez. "La vida imita al arte" Wilde lo sabía y tú lo demuestras. Ahora, si esto sigue no quiero imaginar lo que vendrá ;)
ResponderEliminarDulces besos de manzana Dafne.
Bueno, la paciencia es parte del juego ;) También pienso que en los detalles es donde se encuentra el encanto de una obra. ¡Oh, maldito listón! Bueno, mientras siga subiendo y no os decepcione... Ya tengo unas cuantas escenas pensadas y espero publicar el capítulo 3 en julio.
EliminarComo siempre, mil gracias por tus palabras.
Dulces besos de manzana, Caballero 💜
Una relación compleja. Parece que habrá que esperar a que se defina su rumbo.
ResponderEliminarUn abrazo
A mí me parece bastante sencilla jajaja Sí, ya veremos lo que deparan lo siguientes capítulos.
EliminarUn abrazo, Albada
No veas la de vocabulario nuevo que he aprendido con este relato.
ResponderEliminarEste capítulo me ha gustado mucho, como el anterior.
Besos.
Es vocabulario muy específico y además en inglés ;P
EliminarMe alegro de que te haya gustado y que te animes a seguir leyendo, Dev.
Un besazo