Capítulo 8
Primeras conversaciones
La cena no estuvo tan mal después de saber que no me iban a
matar, y al parecer la mayoría de los presentes habían estado esperando con
nerviosismo que me presentase y pudiera comunicarles todo lo que había sucedido
en el mundo del que venía.
Por lo que descubrí mientras cenaba varias piezas de fruta y
carne reseca de a saber qué animal, hacía tres años que no hablaban con nadie
del Otro Lado… De mi lado.
A muchas de las personas que vivían en el recinto subterráneo
les había sucedido lo mismo que a mí: habían perdido su reflejo y, al cabo del
tiempo, ya fueran días, meses o años, habían cruzado al otro mundo.
La pérdida del reflejo era el indicio. La causa seguía siendo
un interrogante para todos.
Sin embargo, los otros integrantes del grupo eran originarios
de este mundo.
A simple vista y en la mayoría de los casos no se
diferenciaban unos de otros. Una excepción era el tal Zoon del que me había
hablado Ángela.
Zoon era el de la cresta verde fosforito que estaba situado tras
Mia cuando vi por primera vez la mesa, y al acercarme para presentarme pude
comprobar mucho mejor sus rasgos: la mitad izquierda de su cuerpo era de
lagarto, mientras que la derecha de un humano normal y corriente.
¿Habéis visto alguna vez alguna foto de esas personas que se
tatúan la piel para que se asemeje a la de una serpiente, se hacen piercings,
dilataciones, se cortan la lengua para hacerla bífida y se ponen lentillas para
tener las pupilas verticales? Pues Zoon era algo así, solo que al natural.
Era inevitable no mirarlo fijamente.
Escama sobre escama, la mitad izquierda de su rostro poseía
toda gama de morados. Esa mitad de nariz era de ofidio —al estilo Voldemort— y
su ojo parecía una amatista, brillante, de pupila vertical. Su otro ojo también
era violeta, pero totalmente humano. En ambas orejas mostraba dilataciones de
más de tres centímetros de radio. De la comisura izquierda de su boca hasta el
final de su mandíbula presentaba una cicatriz que emulaba una media sonrisa de
Glasgow. Los colmillos de ese lado eran tres veces más grandes que los
normales, y de vez en cuando dejaba ver una lengua bífida azulada que no tenía
nada que envidiar a las que tratan de imitar los humanos normales y corrientes.
El mismo Zoon me aseguró que su olfato funcionaba igual que las
serpientes, que respiran a través de la nariz pero que es por la lengua por
donde pasan las partículas de aire para examinarlas y detectar los distintos
compuestos químicos. En palabras más técnicas: su lengua carece de receptores
de aromas y su función es trasladar las partículas captadas al órgano de
Jacobson, donde serán procesadas y decodificadas, información que será enviada
al cerebro.
Boceto de Zoon 08-03-15 |
Se me pusieron los pelos de punta, pero la curiosidad me pudo y continué hablando con él.
Allí llamaban a esa clase de seres humanoides. La
mayoría eran peligrosos, y su humanidad dependía de su desarrollo cerebral y su
capacidad de raciocinio. La de Zoon era bastante elevada hasta para un humano
normal, dato que en mi opinión lo hacía aún más peligroso que a un humanoide
con la capacidad cerebral de una serpiente. Me explico: ¿Acaso no son los
criminales que mantienen la cabeza fría los primeros que declaran culpables en
un juicio? A alguien que ha perdido la cabeza y por consiguiente ha matado a
otra persona, como mucho lo condenan por homicidio involuntario o lo mandan a una
institución mental. Por ejemplo: los nazis, después de la guerra, fueron
condenados no por ser “irracionales”, sino por su crueldad. ¡Nunca se absuelve
a alguien por haber carecido de sentimientos! Así que además de medir el grado
de razón que poseen los humanoides —y los humanos—, en mi opinión también se
deberían medir la capacidad de empatía y los sentimientos que uno tiene hacia
los demás.
Y así se lo dije a Zoon cuando me puso en antecedentes sobre
su situación.
No tenéis ni la más remota idea del miedo que pasé en ese
momento —muchísimo más que cuando me dijo que olía bien—.
Por suerte Ciaran lo notó y disimuladamente se me llevó a
otro lado, comentándome que era la primera que le caía bien a Zoon en tan poco
tiempo. No supe si alegrarme o no.
Hablé con el resto conversaciones más cortas que no valen la
pena rememorar y me quedé más o menos sus nombres. Siempre he sido buena para
eso. Persona que me presentan, su cara y su nombre va a mi lista de CONOCIDOS,
junto con el momento en el que los conozco, que es clave. Pero no me preguntéis
qué cené el día anterior que no me acordaré. ¡Así es mi preciosa memoria
selectiva! Por ejemplo, conocí a unas gemelas, Jin y Jan, de unos catorce años,
que me recordaron a las gemelas del Resplandor.
—¡Imagínate! Si ya es malo tener un doble, imagínate cómo
sería tener un cuádruple —exclamó mi guía en cuanto nos alejamos de ellas.
—¿Qué pasaría si se encontrasen sus dobles? —pregunté,
mientras mordía una manzana más o menos decente.
El rostro de Ciaran se ensombreció.
—Se podrían llegar a matar entre las cuatro. Podrían llegar a
desconfiar de su verdadera gemela y pensar que es la otra. ¡O hasta pensar que
es su propio doble! Podrían llegar a matarla. Piensa que si fuera tu situación,
tendrías que matar tres veces para asegurar tu supervivencia, y sacrificar a tu
propia hermana. Al fin y al cabo los dobles no importan.
—Pero nunca se sabe quién es el doble de quién.
—Aunque tú seas “el doble” y el otro sea “el real” da igual.
Cada uno busca sobrevivir. A muerte.
—¿Y si se las marcase? —me referí a las gemelas—. Así sabrían
que no deben matarse entre ellas.
Esta vez me dirigió una sonrisa torcida.
—Ada está sopesando las posibilidades. Un tatuaje sería una
buena opción. O marcarlas a fuego, como el ganado. Pero hay que tener en cuenta
que solo son unas niñas.
Y ahí terminó la conversación.
Ya había hecho demasiada vida social por el momento, y lo que
quería era volver a mi cuarto, esperar, y cuando no se dieran cuenta, continuar
con mi plan.
Descuidad. Esa noche no iba a marcharme, pero estaba decidido
que en cuanto recopilase toda la información que necesitaba, lo haría. Ada no
me gustaba, y allí las cosas funcionaban según sus reglas; por consiguiente,
sus reglas no me gustaban y no estaba dispuesta a cumplirlas.
Me despedí de todos los presentes, aunque hacía un rato que
no veía a Ada, y Ángela volvió a acompañarme a mi habitación. Mientras
volvíamos, me aseguré de interiorizar a la perfección el camino que debía hacer
para cuando tuviera que recorrerlo por mi cuenta.
De este modo, cuando me dejó en el cuarto, estuve alrededor
de tres horas tumbada en la cama mirando el techo. Esperando. Contando los tip,
tip, tip.
Tip.
Tip.
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Tip.
Hasta que supe que había esperado lo suficiente y decidí ponerme
en movimiento.
Primera fase del plan: aprenderme cada palmo de ese recinto
subterráneo y, en cuanto pueda, dibujar un mapa lo más preciso posible, todo en
el menor número de días.
Salí del cuarto y me dirigí al salón de nuevo. Por suerte, a
esas horas estaba completamente vacío. Me pregunté cuál de los pasillos que
había me conduciría a la salida. Guiándome por la suposición de que el salón se
situaba bajo el hall del instituto y que la entrada al recinto estaba en el
gimnasio, concluí que alguno de los pasillos de la derecha debía conducir hasta
ese lugar.
Tomé el primero.
Caminaba silenciosa y concentrada, calculando mis pasos y las
distancias. Hasta que llegué a otra sala.
Desgraciadamente no era la salida, pero no por ello fue menos
interesante.
Más o menos tenía la mitad del tamaño que el salón y se
caracterizaba por tener tanto a la izquierda como a la derecha celdas de 5x5
metros. Todas estaban vacías y abiertas excepto una.
Athan.
Me acerqué a su celda rápidamente. Una parte de mí sabía que
no era mi amigo, pero la otra parte no podía evitar preocuparse; físicamente
eran tan parecidos…
No era un pensamiento lógico, lo sé, pero nunca he dicho que
actuase siempre por lógica.
Athan estaba tirado en mitad del habitáculo, dando la espalda
a la salida, con un brazo sobre los ojos y el pecho subiendo y bajando
acompasadamente.
Estaba durmiendo.
Aparentemente no tenía rastros de heridas y Ada no había
cumplido su amenaza de amputarle las manos y las piernas; la lengua no podía
asegurarlo. Lo observé con atención. Continuaba teniendo el pelo rubio, largo y
revuelto. Tenía más barba que Eithan, pero le quedaba bien…
—Ada me ha dicho que conocías a su Alter Ego. ¿Es cierto?
Me sobresalté al oír una voz a mi izquierda y más aún cuando
descubrí que su propietario era Max, el que había pillado en la habitación con
Mia.
Era moreno, con la mandíbula cuadrada y unos profundos ojos
marrones. Comparado con Eithan (o Athan) no era nada, pero aun así poseía
cierta atracción, como si proyectase su forma de ser sobre su aspecto físico y
ambas facetas se compensasen.
—Sí, lo conocía —respondí lo más natural que pude; era una
sensación extraña mirarlo de frente y que estuviera vestido.
—¿Erais amigos?
—Claro… —No me gustó ese “erais”—. Pero él no es él.
Max asintió con seriedad, volviendo la vista al otro lado de
los barrotes para mirar al prisionero. Estaba sentado en una silla desvencijada
de madera, lo cuál indicaba que había estado ahí desde que había entrado en la
sala.
Estuve esperando unos segundos, pero como él no añadió nada
más me atreví a preguntar:
—¿Le han torturado?
—No. Aún no ha dado tiempo a nada —respondió él, como si
fuera lo más normal del mundo torturar a la gente. Tenía una voz grave,
acompasada—. Es muy posible que Ada tenga algún plan para él, pero eso no lo
sabremos hasta que no dé ninguna orden.
—¿Estás tú vigilándolo?
—Sí. He pedido la guardia de noche. Me cuesta dormir.
—¿Y el resto?
—Durmiendo.
También me resultaba extraño que se mantuviese tan
desenfadado mientras conversábamos. ¿Acaso no desconfiaba de mí? Seguía mirando
hacia Athan, sin separar ni un segundo la vista de él mientras movía la pierna
derecha en un tic nervioso, como si se hubiera bebido una cafetera entera antes
de llegar.
Yo también me quedé mirando el interior de la celda, sin
poder evitar mirarlo a él de reojo. No me había preguntado por qué estaba
levantada, ni por qué estaba allí…
—Me gustó tu contestación sobre tu última cena —añadió en ese
momento.
Me giré de nuevo en su dirección, sobresaltada y confusa en
partes iguales.
—¿En serio?
—Sí. —Sacudió la cabeza, apartándose el cabello de los ojos—.
Estuviste bien. Dijiste cosas que seguramente muchos de nosotros hemos pensado
nunca.
—¿Tú qué dijiste cuando te lo preguntó?
Max sonrió por alguna razón que no comprendí.
—Varío de menú cada día, y así logro comer todo lo que me
gusta por si acaso muero al día siguiente. Todos los días vivo mi última cena.
Asentí de nuevo, mientras fruncía el ceño; me daba miedo lo
que venía a continuación.
—¿De verdad éste mundo es tan diferente, tan cruel, que hace
falta preguntarse esa pregunta cada noche?
Max se encogió de hombros.
—La pregunta es: ¿y por qué no hacerse la misma pregunta cada
noche en el otro mundo independientemente de lo que pase en éste mundo?
Es cierto, en este mundo cada día puede ser el último...
ResponderEliminarEstá muy interesante, ahora quiero que liberen a Etham. A falta de su Alter ego...
Me gusta más ese hombre mitad lagarto y mitad humano que los uróboros...
Me gusta mucho leerte :)
Un beso enorme, bonita.
Zoon es adorable *__* A mí también me encanta, y le he pillado mucho cariño.
EliminarSobre lo de Athan... bueno, ya leerás.
¡A mí me encanta que nos leamos!
Un besazo, Sakkarah
Creo que en cualquier mundo habría preguntas por resolver sobre la existencia, es inevitable no tenerlas. Curiosos seres habitan del otro lado del espejo. He llegado a la mitad, voy por el resto ;)
ResponderEliminarDulces besos desde este lado del espejo.
Felicidades por llegar a la mitad de la historia (al menos, de lo que está escrito).
EliminarDulces besos desde el otro lado del espejo ;)