Capítulo 9
Cumpleaños
feliz
—Si tuvieras que elegir entre
cortar una pierna o un brazo para comértelos y no morir de hambre, ¿qué
elegirías?
Así más o menos había sucedido
mi conversación con Max.
Llevábamos varias horas
hablando, y como Morfeo no había acudido a arroparnos a ninguno de los dos,
habíamos continuado con preguntas de tipo de planteamiento lógico, de esas que
se pueden encontrar en los libros de filosofía —bueno, no era muy probable que
el dilema de si preferiría comer una pierna o un brazo apareciera, pero los que
habíamos planteado anteriormente sí que lo eran.
—La cuestión no está en cortar
la pierna o el brazo —repliqué entonces—, sino en quién es el
propietario de éstos.
Max sonrió.
Habíamos terminado
acomodándonos contra la celda que había frente a la de Athan para no perderlo
ni un segundo de vista, aunque en todo el tiempo que llevábamos hablando el
prisionero no había movido un ápice. Además, de esa forma Max y yo quedábamos a
la misma altura para hablar y nos podíamos mirar a los ojos, cosa que aún me
seguía costando después de haberlo visto con Mía.
—Interesante… ¿Entonces le
cortarías una pierna a un desconocido solo para sobrevivir? —inquirió,
frunciendo el ceño, pero yo sabía que en sus labios se escondía una sonrisa de
complicidad.
—Primero trataría de
convencerle para que se la cortase él mismo. Pero sí, siendo un desconocido lo
único que me importaría es sobrevivir y lo haría a cualquier precio.
Antes que estar como él, había preferido abrazar mis rodillas contra mi pecho para guardar el
calor, pues aunque no hacía frío, continuaba un poco destemplada.
Tampoco conseguía sentirme
realmente cómoda en ese lugar, con la sensación ametrallándome en el pecho de
que en cualquier momento eso solo sería una mala pesadilla y despertaría en mi
cama, en mi casa, en la
Byron Bay que conocía desde siempre.
But that world was real.
It was a pity.
—Con las respuestas que das, da
la sensación de que has nacido en este mundo.
Max ya me había dicho que había
nacido en este Otro Lado, aunque a veces era un poco confuso, pues el Otro Lado
para unos era el Mundo Real para otros y viceversa.
—Tengo mente de escritora
—añadí, cerrando un momento los ojos a medida que me relajaba más y más; las
celdas estaban oscuras y olía realmente bien, a la cera de las velas que se
consumían poco a poco, a madera y a roca natural—. Para mí es rutinario pensar
en asesinatos y canibalismo.
Hubo unos segundos de silencio
en los que solo se oyó nuestras respiraciones.
—¿Y si fuera alguien que
conoces? —preguntó Max entonces, y supuse que parte de la cuestión tenía que
ver con el Alter Ego de Eithan.
Abrí de nuevo los ojos y lo
miré.
—Depende. Si es mi hermana me
corto yo una pierna o un brazo con tal de que ella sobreviva.
Debí sorprenderle de nuevo con
mi respuesta, pues abrió mucho los ojos y dejó escapar inmediatamente un:
—¿Por?
—Porque ella me importa más que
mi propia vida.
Pensar en Noa hizo que me diera
un vuelco el corazón. ¿Qué pensaría que me había pasado? ¿Estaría bien?
—¿Sacrificarías a mil personas
desconocidas por ella?
—A un millón si hiciera falta.
El planeta sufre de sobrepoblación, y la vida de mi hermana no tiene precio —mi
voz sonaba un poco mecánica, como fría y sin sentimientos, cuando en realidad mi
respuesta era puramente emocional, pues un matemático salvaría antes mil
personas que una sola justificándose únicamente por la cifra—. Pero también lo
hago para sobrevivir yo, porque si mi hermana muriera, una parte de mí moriría.
En cambio, como no tengo lazos sentimentales con las otras personas, y aunque
sí que me pesaría de cierta manera su muerte, a ellas sí que las sacrificaría.
Max frunció el ceño, pensativo,
y deslizó una mano hacia el suelo para trazar dibujitos imaginarios.
—Es lógico —concluyó.
—Pero no es fría lógica, porque
hay sentimientos.
—Pero está bien razonado.
—¿Tú lo harías?
—Yo no tengo hermanos, y la
única familia que me queda creo que se pegaría un tiro a sí misma para que yo
no tuviera que elegir —me miró un segundo antes de seguir moviendo el dedo—.
Sabe que sufriría por su muerte, pero que pegándose un tiro yo no tendría que
sufrir por haberla matado y, además, así habría salvado mil personas.
Esta vez era yo a la que me
tocaba sorprenderme.
—Es valiente por su parte —le
di la razón, preguntándome si se estaba refiriendo a Mia, aunque cuando Ángela
le había hablado no parecía muy valiente—, pero también es egoísta por hacerte
sufrir. Si fuera yo la que tuviera que elegir entre morir para salvar a mi
hermana o matar a mil personas también para salvarla, mato a mil personas.
Max se rió.
—¡Creo que me ha quedado claro
que quieres vivir!
—Yo sigo mis principios
morales, y uno de los primeros es ser sincera conmigo misma. Está muy claro que
de esta manera no voy a salvar el mundo, pero tampoco me importa demasiado.
Max chasqueó la lengua.
—Sinceramente, no creo que
tenga salvación. Ni tu mundo, ni el mío.
—Aun así, no quiero decir que
no haya personas que sí se sacrifican por las otras.
Recordé el caso de Martin
Luther King, de Ghandi, de Cristo…
—¿Y dónde están esas personas?
Me vino un sabor agridulce a la
boca.
—Muertas —contesté—. Claro que
si supiera que tras mi sacrificio iba a resucitar igual que hizo Jesús, pues
aceptaría.
—Ah. Tienes una forma de pensar
realmente peculiar… —observó, mientras se rascaba la rodilla derecha con aire
ausente, la misma que había movido en un tic nervioso cuando estaba sentado, y
también utilizó la misma mano con la que dibujaba en el suelo.
Me encogí de hombros.
—Tú también tienes una forma de
preguntar bastante peculiar.
Él también se encogió de
hombros.
—Años de entrenamiento… Una
pregunta más —cesó cualquier movimiento que estuviera haciendo—: ¿Hoy es 18 de
diciembre?
Estiré las piernas, mirándolo
extrañada.
—Suponiendo que ya haya pasado
media noche, es 19. ¿Por?
Se pasó una mano delante de los
ojos, como si se sintiera cansado de golpe.
—Es mi cumpleaños.
Se volvió a hacer el silencio.
—Ah, vaya… Felicidades
—respondí, y noté que el ambiente se había tensado como la cuerda de un violín.
—Gracias —no parecía muy
feliz—. ¿Cuándo es el tuyo?
—Pensé que ya se habían
terminado las preguntas —le recordé, y el ambiente volvió a relajarse un poco.
—Lo cierto es que las preguntas
nunca se acaban, y si se acabasen todo sería muy aburrido.
Max adquirió la misma postura
que tenía yo, doblando las rodillas contra el pecho, y volvió con los dibujos
imaginarios sobre el suelo. El flequillo oscuro le caía sobre los ojos y
ocultaba su mirada, recordándome a un personaje de un anime que me había robado
el corazón meses atrás: L, de Death Note.
—¿Entonces no me vas a decir cuándo
es tu cumpleaños? —insistió. Aquella era la pregunta más personal que me había
formulado hasta el momento.
—El 8 de mayo.
Cuando Mayrah entró en mi
cuarto, aún estaba poniéndome la sombra de ojos.
—¿Qué tal, cumpleañera? —me
sonrió, colocándose justo a mi lado—. ¿Y eso que no te miras al espejo para
maquillarte?
—Llegas media hora antes, May
—me quejé, evitando contestar a su pregunta, a lo que ella puso los ojos en
blanco.
—No podía esperar a celebrar el
cumple de mi parabatai.
Instintivamente se llevó la
mano al cuello, donde pendía un colgante gemelo al mío que le regalé varios
veranos atrás cuando viajé a Tenerife, uno de esos con una piedra volcánica en
la que me tomé la libertad de pintar el símbolo parabatai para hacer unos
colgantes únicos en el mundo.
—¡Guao, qué guapa estás!
—exclamé en cuanto pude abrir el otro ojo y mirarla de arriba abajo.
May había elegido para la
ocasión un vestido negro, unas medias también negras y sus botas de tacón altas
hasta la rodilla, aunque aquí en Byron Bay las temperaturas oscilaban entre los
15º y los 20º en Mayo, pleno otoño. El pelo lo había despuntado con gomina, al
estilo Sonic the Hedgedog, y se había pintado los labios de color
violeta para resaltarlos.
—¡Pues anda que tú! —silbó.
Yo había elegido un vestido azul
oscuro con un escote en forma de corazón con una tira lo cruzaba hasta la
espalda, al estilo de una túnica griega, y que lo estilizaba al mismo tiempo
que evitaba que se me cayera. La falda volaba en ondas vaporosas hasta mis
rodillas, más corta por delante que por detrás, y mis piernas estaban cubiertas
por unas medias transparentes. Calzaba unos zapatos de tacón del mismo tono azul
que el vestido, y de maquillaje simplemente me había pintado los ojos con
sombras negras, había coloreado mis pestañas transparentes con rímel para
hacerlas visibles y los labios los había perfilado con un pintalabios de mi
tono.
—Te das cuenta de que primero
vamos al cine, ¿verdad? —inquirió, mientras jugueteaba con las capas de mi
falda separándolas de las piernas—. Pero no lo digo por que no nos dejen
entrar, sino porque el resto de las personas ha pagado su entrada para ver una
película y no va a poder separar los ojos de ti en cuanto te vean llegar.
—¡Anda, May! —le pegué un
empujón para que dejase la tela en paz, riéndome—. No seas exagerada…
Guardé todo el maquillaje en su
bolsa correspondiente y le indiqué que echase a andar hacia la puerta.
—De exagerada nada —levantó las
manos en gesto de paz—. Solo es que aunque tengamos 16 (me has alcanzado,
maldita) con estos vestidos y este maquillaje podemos meternos en una discoteca
para mayores.
Su sonrisa no escondía buenas
intenciones.
—Perro ladrador poco mordedor
—la avisé, aunque en el fondo sabía que no debía infravalorar su capacidad para
lograr cualquier cosa que se le metiese en la cabeza.
Bajamos las escaleras,
riéndonos y haciéndonos bromas, y nada más llegar al salón, una línea de globos
de colores en cada uno de los cuales alguien había pintado una letra me
esperaba delante de la puerta, con el mensaje de:
—¡Vaya! ¿Quién habrá hecho
esto? —preguntó mi amiga exageradamente, como si estuviera dando la entrada a
un actor en una obra de teatro, mientras se llevaba las manos a las mejillas y
ponía cara de “El Grito”.
—Noaaaaaaaaa…
El instinto de hermana hizo que
me diera la vuelta justo a tiempo para atraparla entre los brazos.
—¡FELICIDADES PEQUEÑA ARDILLITA
DE MAR!
Clavé los tacones firmemente en
el suelo para sostener su cuerpo, mientras me reía y oía la risa de Mayrah
detrás de mí.
—Los regalos llegarán luego
—continuó Noa—, pero ya te ahorro la espera diciéndote que son dos camisetas.
Me dio un beso en la mejilla y
seguidamente deshizo el abrazo, dedicándome una sonrisilla maliciosa.
—¡Noa! —exclamé, en parte
molesta porque hubiera destapado la sorpresa.
Noa se cruzó de brazos y me
espetó:
—¡Eso te pasa por abandonadora!
—Ya te dijimos de venirte con
nosotras—terció Mayrah, muerta de risa.
Noa le dirigió cara de asco.
—No, no me apetece.
—¿Entonces? —pregunté, mientras
alcanzaba el bolso ya preparado en el sofá y le tendía el suyo a Mayrah.
—Pues que podrías quedarte en
casa viendo pelis conmigo —me espetó tan anchamente, mientras sacaba el móvil y
fijaba la vista en la pantallita—. O series… Tenemos que continuar con Juego
de Tronos.
—Noa, ya seguiremos mañana, te
lo prometo. Por cierto, ¿y papá y mamá?
Noa suspiró.
—Escribiendo.
—Entonces mejor será que no les
moleste —le di un beso en la mejilla todo lo rápido que pude antes de que me
pudiera apartar, pues para eso mi hermana era como un gato; cuando ella quería,
bien mimosa que se mostraba, pero para cuando los demás queríamos mimarla,
sacaba las garras.
—¡Hala, iros ya, pesadas! —Me
empujó a la salida—. ¿A qué hora vuelves?
—A las 2 más o menos. Estoy
aquí al lado, ya sabes…
—¡Chaitooooo!
Nos abrió la puerta y, en
cuanto estuvimos fuera, nos la cerró. Mayrah y yo nos miramos, nos reímos,
entrelazamos nuestros brazos y echamos a andar hacia la calle principal,
hablando de todo y de nada, de los exámenes que habíamos tenido durante la
semana, desproticando contra los profesores, los compañeros… Hasta que las
piernas nos llevaron prácticamente solas al el establecimiento.
—Palace Byron Bay… ¡Aquí
estamos! —exclamó mi acompañante, plantándonos en mitad del porche aunque
estuviéramos obstaculizando el paso a la gente—. ¡Mira, Cris, mira!
Divergente. ¿No estás nerviosa por verla?
Señaló el gran cartel que
mostraba a Tris —Shailene Woodley— dando la espalda y girada un poco hacia la
derecha, con el pelo rubio muy parecido al mío cayendo por la espalda, detrás
de Cuatro —Theo James—, que estaba de cuclillas mirando en la misma dirección,
mientras el sol poniente los iluminaba a ambos y a la ciudad distópica de
Chicago.
—De acuerdo que el estreno fue
el 10 de abril… ¡pero valía la pena la espera con tal de verla el día de tu
cumple! —me gritó, entusiasmada, y rápidamente nos dispusimos a coger las
entradas.
La verdad es que ese cine era
de los que más me gustaba. El interior era muy chic, perfecto para cuando
Mayrah y yo nos arreglábamos y nos íbamos de fiesta. El suelo tenía una moqueta
morada y negra con motivos extraños, y cada equis pasos había rincones con
sillones, mesitas y sillas para sentarte con los amigos a esperar hasta que
fuera la hora de la película. También había carteles con los próximos estrenos,
un bar…
La sala que nos tocó esa noche
no era muy grande pero era adorable, con los sillones perfectamente alienados,
rojos como la sangre. Mayrah y yo pensábamos que seríamos las primeras en
acomodarnos en la sala, pues siempre nos ha gustado ir con tiempo a los sitios,
pero al parecer alguien se nos había adelantado.
—¡Oh, shit!
Allí estaban Eithan y Burilda,
que ni se dieron cuenta de que acabábamos de llegar de lo enzarzados que
estaban en una lucha de labios y lenguas.
—Igual Burilda se ha
atragantado con una palomita y Eithan le está haciendo el boca a boca —sugirió
May, aunque no sonaba muy convencida.
—Ni lo intentes… Además, si
fuera así, Burilda se moriría, pues así no se hace el boca a boca.
Observé cómo la sala se llenaba
poco a poco, ocultándonos de su campo de visión.
—¡Anda, Cris! No te desanimes,
que es tu cumple. Ey, veamos la película y luego vayamos a ligar a la
discoteca.
—May, recuerda que tienes
novio…
—¡Lo digo para ti, tonta! Y
ahora tsssssss, que empieza la peli…
Divergente no
estuvo nada mal, aunque no pude evitar preguntarme de vez en cuando qué es lo
que estarían haciendo Burilda y Eithan filas atrás, qué es lo que podría estar
yo haciendo si las cosas hubieran sucedido de otra manera y hace seis meses
Burilda no se me hubiera adelantado. Tema aparte, May y yo llegamos a la
conclusión de que nos gustó la interpretación de Kate Winslet como Jeanine. A
ella, Theo seguía sin cuadrarle como Cuatro y a mí Eric, aunque según el libro
me lo imaginaba como Skrillex pero más alto, me gustó el toque macarra que le
concedía Jai Courtney (quien, por cierto, es australiano)
Antes de salir del cine fuimos
al baño, y de la misma manera que la parejita fue la primera en llega a la
sala, también fue la última en salir. Sin embargo, ninguno de los dos nos llegó
a ver en ningún momento.
—No te rayes, Chris, que es tu
cumple —canturreó May mientras bajábamos la calle hacia la discoteca para
jóvenes de entre 14 y 18 años—. ¡Divirtámonos! Que la noche es joven aunque
nosotras nos hagamos viejas…
Ella era la única que conseguía
hacerme reír hasta que acababa llorando, con las rodillas flojeándome y tirada
en el suelo agarrándome la tripa. Desgraciadamente, en ese momento ni siquiera
ella parecía poder levantarme el ánimo.
—No sé, May, es que cada vez
que los veo se me cae el alma a los pies…
—Eso es porque aún no has
encontrado a un chico que haga que se te caigan a los pies otras cosas…
—¡May!
—¡Bien, una sonrisa!
Cuando llegamos a la discoteca,
nos encontramos en la entrada a multitud de grupos de chicos y chicas hablando,
algunos fumando, otros bebiendo antes de entrar al local, y otros simplemente
esperando a que llegasen sus amigos para hablar, fumar o beber.
Ignoramos a los que nos
conocían y también a los que nos querían conocer y fuimos directas a la puerta.
El guarda de seguridad nos pidió el carnet para entrar, pero como nuestra edad
encajaba perfecta dentro el margen nos estamparon el sellito —un hada verde
cabalgando una mariposa morada bajo las cuales ponía Delirium—y a los
pocos minutos estábamos dentro, envueltas por la música, el calor concentrado y
el olor dulzón de las bebidas.
Delirium
constaba de tres plantas. La principal era la pista de baile. La de arriba, que
se asomaba a ésta, también era otra pista de baile, solo que más pequeña, y allí
se encontraba el bar y varias mesas y sillones para tomar algo —siempre y
cuando no fuera alcohol, claro. Por último, había una inferior que era donde
bajaban las parejitas a meterse mano.
El DJ pinchaba las canciones
del momento. Rugían remixes de Martin Garrix, Avicii, Calvin Harris, David
Guetta, Nicky Minaj, Macklemore, Eminem, Sweddish House Mafia… Mayrah y yo nos
unimos a la multitud y empezamos a bailar. Bailábamos con nosotras y con la gente,
aunque no nos hubiéramos visto nunca, y parecíamos una única masa que pretendía
hacer temblar el suelo.
Heeeeeeeey brother,
there’s an endless road to re-discover.
Heeeeeeeeeey sister,
Heeeeeeeeeey sister,
know the water's sweet but blood is thicker.
Oooooooooh if the sky comes falling dooooown,
for youuuuuu,
there’s nothing in this world I wouldn’t dooooo
…
Cantábamos a pleno pulmón
mientras saltábamos y marcábamos el ritmo alzando los brazos, cuando la música
rompía y nos convertíamos en parte de la melodía, hasta que ésta cambiaba…
Work hard, play hard
Work hard, play hard.
We work hard, play hard
Keep partyin' like it's your job
Work hard, play hard.
We work hard, play hard
Keep partyin' like it's your job
…
Y cambiaba…
TSUNAMIIIIIII!!!
El sudor corría por nuestros
cuerpos, el pelo se pegaba al cuello y los perfumes se mezclaban. Llegó el
momento en el que las piernas comenzaron a cansársenos de estar tanto de pie,
así que decidimos subir a por algo de beber y sentarnos un rato.
—Ella una coca cola y yo un
Nestea. Ambas con hielo.
Mayrah era la del Nestea en
todas las fiestas y ninguna de las dos probábamos nunca una gota de alcohol. ¿Para
qué? Es mucho más divertido estar sobria.
El camarero no dijo nada ante
la petición de mi amiga, pero el chico que teníamos al lado sí se giró.
—¿Nestea? —miró de
arriba abajo a mi amiga, como si pensase que era una broma, y May le devolvió
una mirada felina.
—Sí, Nestea. ¿Algún
problema?
El chico negó con la cabeza
rápidamente y tratando de relajar un poco la tensión nos dedicó una sonrisa.
—Ninguno, ninguno… Soy John —se
presentó—. ¿Estáis con algún grupo de amigas o vais las dos solas?
—Yo soy Mayrah y ella es
Crystal —Mayrah le devolvió la sonrisa y yo me la quedé mirando con cara de:
“¿Qué haces, loca?”—. Vamos las dos solas.
—Yo también he venido con un
amigo —continuó John—. Es ése de ahí. Si queréis acompañarnos…
Miré al chico que señalaba, de
unos 17 años, moreno, de ojos oscuros y labios contorneados que seguramente
llevarían de calle a todas las chicas que detenían la vista en ellos.
—Pues… —empecé con la
respetuosa negativa.
—¡Claro! —Me interrumpió
Mayrah—. Avisa a tu amigo. Nosotras cogemos nuestras bebidas y en seguida nos
acercamos.
John accedió de buen grado y se
alejó de la barra con sus bebidas. En cuanto nos dio la espalda le grité a
Mayrah:
—¡¿Pero qué estás haciendo?!
—¿Tú estás ciega? Ambos están
como un tren y tú lo que necesitas es olvidar a Eithan. Vaaaaaa, diviértete un
poco… —me rogó.
Puse los ojos en blanco.
—Es peligroso hablar con
desconocidos.
—Pues vigila tu bebida mientras
hacemos que los desconocidos se hagan conocidos.
Dicho eso agarró las bebidas
que le tendía al camarero y echó a andar hacia la mesa de los chicos. Pagué y,
resignada, la seguí.
—Hey, chicas, éste es Andrew
—John señaló a su amigo mientras nos acomodábamos a su lado en los sillones—.
Andrew, ellas son Crystal y Mayrah.
Andrew nos saludó con un
asentimiento de cabeza y nos miró de arriba abajo, como estudiando el panorama.
Cuando llegó a mis ojos le sostuve la mirada, desafiante, pues nunca me ha
gustado que hagan eso, pero para mi sorpresa me aguantó la vista, clavándola
con seriedad en mis ojos. Al cabo de los segundos ambos estábamos sonriendo con
satisfacción, a sabiendas de que el pulso quedaba en tablas.
—Bueno, preciosidad, cuéntame
tu vida —le pidió John a Mayrah, mientras le agarraba una mano y le besaba el
dorso.
Fulminé con la mirada a mi
amiga, recordándole que tenía novio, pero ella parecía pasárselo de lo lindo.
—Digamos que…
A partir de ese momento ambos
se pasaron todo el rato hablando, dejándonos a Andrew y a mí escuchar y, de vez
en cuando, exclamar: “¡Oh!” “¿Ah sí?” “¿De verdad?”… Eso sí, nos reímos mucho,
pero como parecía que John y May no querían dejar de ser el foco de atención,
al final Andrew intervino:
—Crystal, ¿te apetece bailar?
Al principio me quedé un poco
cortada, pues era la primera vez que se dirigía a mí directamente.
Miré a Mayrah, que sonreía
deliberadamente y me animaba a pasármelo bien.
Pensé en Eithan.
Vi que John también sonreía.
Pensé en Burilda.
Andrew esperaba mi respuesta.
—Sí, claro… May, ¿me guardas el
bolso?
—Por supuestísimo, parabatai
—me guiñó un ojo y mientras John y Andrew se ponían de acuerdo sobre el lugar
del reencuentro, Mayrah vocalizó—: Li-ga-te-lo.
Sonreí. Tenía razón: Eithan
estaba pillado, yo estaba soltera y acababa de conocer a un chico guapísimo en
una discoteca. ¿Por qué no aprovechar la situación a mi favor?
—¿Vamos? —me preguntó Andrew,
pasando el brazo por detrás de mi cintura mientras echábamos a andar hacia las
escaleras.
—Vamos.
Aceleré el paso para quedar
delante y que fuera él quien me siguiera. Noté cómo su mirada discurría por mi
cintura, mis caderas y mis piernas a medida que caminaba. «Bien, eso es lo que
quería…» En nada estuvimos en la pista de baile, pero me entretuve lo
suficiente como para internarme entre el gentío y que él me siguiera como
pudiera, como si fuera la caza del gato y del ratón, solo que ¿quién era el
gato y quién el ratón?
—¡Crystal!
Por poco choca contra mí cuando
me detuve.
—¡Me encanta esta canción! —me
hice oír sobre el estruendo de la música, acercándome a él y rodeando su cuello
con mis brazos mientras movía mi cuerpo contra el suyo.
Andrew apoyó las manos al final
de mi espalda y me llevó al ritmo de Avicii.
Noté su camisa fresca contra mi
mejilla y sus dedos crispándose contra la tela de mi vestido; me gustaba cómo
olía.
Tardamos un par de canciones
más en empezar a besarnos.
Al principio fue una presión
leve de labios contra labios, una presión extraña. Él tenía la boca blanda y
dura al mismo tiempo, la piel tersa y suave, el aliento dulce. Siguiendo mi
instinto, comencé a mover los labios acompasadamente entre los suyos,
devolviéndole el beso. Me sentía torpe y al mismo tiempo poderosa. Me empujé
contra él para que no notase mis titubeos y él se empujó contra mí. Andrew me
abrió la boca con la lengua y fui a su encuentro. Mientras, You make me
tronaba en los altavoces y la gente no paraba de saltar a nuestro alrededor. La
música aceleró, mi pulso aceleró, pero nosotros nos mantuvimos clavados en el
sitio, sin dejar que el mar de personas que nos rodeaba nos arrollase pero al
mismo tiempo sintiendo un mar de sensaciones fluyendo bajo nuestra piel,
cosquilleando nuestros cuerpos.
Así fue mi primer beso.
—¿Y cuántos años tienes? —me
preguntó Max, devolviéndome a la realidad.
—Dieciséis.
—Pareces mayor.
—¿Tú cuántos cumples?
—Veinte.
Me quedé un poco sorprendida,
pues para su edad, tenía cara de dieciocho. Él pareció no darse cuenta y
continuó trazando dibujos imaginarios sobre el suelo.
Lo cierto es que mi cumpleaños
no acabó ahí. De la pista de baile, Andrew y yo pasamos a la planta inferior en
busca de un sitio más cómodo. Encontramos un sillón apartado del resto y
continuamos besándonos, como si para respirar nos necesitásemos el uno al otro.
Nuestras manos buscaron el cuerpo del otro y llegó el momento en el que su
derecha acabó perdida debajo de las faldas de mi vestido, al menos hasta que
fui plenamente consciente de la situación y me separé.
¿Qué se suponía que estaba
haciendo con un completo desconocido?
«Para», le dije, pero él
continuó. «Para», repetí, más contundente, y no paró hasta que la bofetada
resonó por toda la sala y el resto de las parejas también se giraron.
Sorprendido, Andrew vio cómo me levantaba de su regazo y, atusándome el
vestido, echaba a andar hacia las escaleras en busca de Mayrah, sin avisar. Casi
por inercia él también se levantó y me siguió, medio disculpándose. «No te
disculpes. Ha sido culpa mía», repliqué, tratando de aliviar la sensación de
vergüenza que ardía en mi pecho; siempre había odiado a las chicas que se
liaban con cualquiera, y ahora… ¿me había convertido en una de ellas?
Llegamos a la planta de arriba,
justo para ver cómo Mayrah se encontraba sentada a horcajadas sobre el regazo
de John y le metía la lengua hasta el fondo de la garganta, como si le
estuviera devorando. Me abalancé rápidamente a separarla. Cuando lo conseguí,
casi me arranca la cabeza. «¡¿Cómo te atreves, Crystal?!» Luego la hice entrar
en razón y le pedí por favor que nos marchásemos. Accedió, aún en estado de
shock, nos despedimos secamente de los chicos y salimos del local en dirección
a mi casa, pues Mayrah se quedaba a dormir.
El fresco consiguió aclararnos
un poco las ideas y mi amiga empezó a repetir una y otra vez que acababa de
engañar a su novio, como asumiéndolo, y justo en ese momento supe identificar a
qué olía Andrew: a la misma fragancia que Eithan.
—¿Y va a haber celebración?
—pregunté a Max con un poco de ironía.
—A mi madre no le gusta
celebrar los cumpleaños —contestó él secamente, picándome la curiosidad.
—¿Quién es tu madre?
Su dedo paró en mitad del
trazo.
—Adelaida. —Subió la vista y
clavó sus ojos en los míos—. Pero aquí todos la llaman Ada.
Por fin subo el capítulo que os comentaba el otro día, y de paso aprovecho para celebrar con vosotros mi cumpleaños.
Quiero que sepáis que para mí vuestro regalo es que me leáis, que os sintáis identificados con los personajes de las historias que cuelgo poquito a poco, que me digáis que os han emocionado y que les habéis cogido tanto cariño como yo o que os encantaría tirarlos por un acantilado (si quiero que provocaros ese sentimiento de querer tirarlos por un acantilado, claro)
Además, también aprovecho para felicitarle el cumpleaños a Katniss Everdeen, para celebrar que hace 70 años acabó la 2ª Guerra Mundial, que el 8 de mayo de 1970 salió el álbum Let it be de Los Beatles en Reino Unido...
¡Estáis tooooodos invitados a la fiesta del año que viene!
Hasta entonces, seguiré escribiendo ;)
Vaya, vaya... parecían tan buenecitas... pero ya ves, no eran tan inocentes, eh? ;)
ResponderEliminarMe ha sorprendido que Max sea hijo de Ada...
Está muy interesante.
Creo que no te felicité el día de tu cumple... Soy un desastre, no me lo tomes en cuenta, DAfne.
Muchos besos, bonita.
No, no... de inocentes no tienen nada jajaja
EliminarMe alegro de que te sorprendiera ese detalle ;)
¡Sí que me felicitaste!
Fue en esta entrada: http://indefinidamenteeneltiempo.blogspot.com.es/2018/05/cumpleanos.html ¿Recuerdas?
❤ Un besazo ❤
Tengo la cabeza a componer :)
EliminarEs un placer irte leyendo, guapa.
Más besos.
A componer obras maravillosas, obvio ;)
EliminarUn placer que me leas.
¡Besos!
Me gustan esas conversaciones de dos donde se van develando secretos. "Las preguntas nunca se acaban, y sí se acabasen todo sería muy aburrido", muy cierta la frase. Me gustó lo de los labios violetas y ese "li-gá-te-lo" jajaja. Buen capítulo, sabroso, no solo por el beso :)
ResponderEliminarDulces besos que no son los primeros ni los últimos.
Genial que continúes leyendo y te gusten las conversaciones, la trama... Poco a poco se van desvelando detallitos importantes sobre los personajes ;)
EliminarUn besazo de Alter Ego, Dulce