Capítulo 10
Tarados atareados
Abrí los ojos.
Cuerpo entumecido.
Mente entumecida.
Me quedé quieta en el
camastro, repasando lo que había sucedido la noche anterior, la discusión con
Eithan, la ola, la persecución por el bosque, las instalaciones subterráneas, la
última cena… Max.
«Max es el hijo de
Ada», recordé, y me alegré de ser lo suficiente precavida como para no haberle
contado a nadie mis impresiones sobre la mujer.
Tras esa declaración
por parte del chico, había decidido que lo mejor era volver a mi cuarto,
alegando que me dolía la cabeza. Max se había encogido de hombros y me había
dejado marchar; estoy segura de que sabía perfectamente que era una excusa para
escaparme de la conversación, pero no dio muestras de ello. Ni siquiera me preguntó
si sabía volver yo sola. Simplemente movió con ligereza los hombros hacia
arriba, mientras sus ojos volvían a posarse en el interior de la celda y su
mano derecha no cesaba de hacer dibujos imaginarios en el suelo.
“Mi cuarto” seguía
igual que cuando había llegado, excepto por la aparente ausencia del uróboros,
posiblemente gracias a Zoon. Mis oídos ya se habían acostumbrado a la gotera, y
supuse que había dormido alrededor de seis horas.
«No está mal… Al menos
he recuperado algo de energía.»
Sin embargo, me ponía
nerviosa no saber exactamente la hora que era, como si en esa maldita cueva
perdiera la noción del tiempo.
«Además de conseguir
papel, también tengo que hacerme con un reloj.»
Me incorporé,
preguntándome si se desayunaría en ese lugar, pues necesitaba recuperar fuerzas
y con suerte, en el proceso, me enteraría del funcionamiento de toda esa gente.
—¿Ya estás despierta?
—Ángela entró en la habitación sin siquiera llamar a la puerta, como parecía
costumbre en ella.
—¿Qué hora es?
—Las ocho más o menos
—me contestó, y por la cara de amargada que ponía supuse que se había levantado
con mal pie bastante temprano.
—¿Y aquí sirven algún
desayuno o hay que ir a cazar a alguna parte? —continué picándola.
—Claro que lo sirven
—me dirigió una mirada de desdén, como si no hiciera más que preguntar
estupideces—. No somos salvajes. El desayuno es en la misma sala que la cena.
Todas las comidas lo son.
Mientras decía lo del
desayuno había salido por lo puerta, por lo que no tuve más remedio que
seguirla. La mujer volvía a llevar una ropa parecida a la del día anterior,
camiseta oscura, pantalones oscuros, y botas militares. El pelo largo y moreno
suelto por la espalda parecía ser lo más cuidado de su atuendo.
—¿Esta vez también me
apuntarán con una pistola y me preguntarán cuál querría que fuera mi último
desayuno?
«Crystal… te estás
pasando», me reprendió una voz interior, a la que decidí hacerle un poco de
caso y me prometí que no volvería a lanzar comentarios de ese tipo; aunque era
taaaan fácil caer en la tentación con esa mujer al lado…
—Se te asignará un
reloj y un horario para las comidas, para ducharte… —continuó hablando Ángela,
sin dignarse a contestar a mi provocación—. Deberás memorizar el horario por si
lo pierdes, pero ni se te ocurra perder el reloj.
—La puerta de mi
habitación. —Caí en la cuenta en ese momento—. Tiene una cerradura. Quiero la
llave.
Ángela se giró,
parándose en mitad del corredor bruscamente, y me miró divertida.
—Eso tendrás que
negociarlo con Ada. —Cada vez que hablaba el lunar se movía arriba y abajo en
el lado izquierdo de su labio superior—. Hoy procuraremos darte todas las
explicaciones necesarias para que dejes de darnos en coñazo, y espero que las
captes a la primera, porque odio repetir las cosas.
No pude evitarlo y
solté una carcajada.
—¡Vaya! Algo que
tenemos en común.
Ya habíamos llegado a
la sala, en la que había tal congregación que el hecho de que durante el
trayecto no nos hubiéramos cruzado con nadie quedó perfectamente justificado.
Esta vez los 13
asientos detrás de la mesa estaban vacíos, mientras que un hombre y una mujer
se habían hecho hueco en el centro para servir raciones más o menos iguales de
lo que parecían gachas y carne reseca a los comensales, que iban pasando de uno
en uno delante de ellos en una fila. A medida que avanzaban, intercambiaban
comentarios animadamente con el de al lado, sin prestar mucha atención a lo que
les ponían en los platos, y en cuanto estaban servidos, se alejaban de la mesa
en dirección a los grupos ya formados en los alrededores, y allí continuaban
las conversaciones.
—¡Crystal! —me saludó
Ciaran nada más vernos entre el tumulto de gente, y se acercó a nosotras.
—¿Ya estás acosando,
Ciaran? —Ángela enarcó una ceja.
Ciaran se rascó el
cabello pelirrojo, poniendo cara de no saber muy bien qué contestar.
—Esto… ¿Te sientes
acosada? —inquirió, vertiendo su mirada color miel sobre mis ojos.
—No —respondí con
sinceridad, aunque una parte de mí también lo hacía porque le empezaba a pillar
el gusto a llevarle la contraria a Ángela.
Ciaran suspiró, aliviado.
—Ufff… Menos mal… No
quiero ser como tú y que me pillen manía desde el primer momento —se dirigió a
Ángela, que no dudó en hacerle una peineta con la mano derecha y darse media
vuelta, pegándole con la cortina de pelo en la cara mientras le espetaba:
—¡Enséñale tú todo lo
que debe aprender si tan amable te crees!
—¡Con mucho gusto! —le
gritó él, para después volverse hacia mí y guiñarme un ojo—. ¡Qué carácter!
Ciaran empezaba a
caerme un poco mejor. Le dediqué una sonrisa y le permití escudarme al final de
la fila. Me recordaba a un monitor irlandés que tuve en unos campamentos de
verano… No, eso era imposible.
—Bueeeeno… ¿Y qué tal
has dormido, novata?
Me indicó que cogiera
un plato y unos cubiertos.
—Pues preocupada porque
me mordiera un uróboros y con miedo a morir ahogada por la gotera de mi cuarto
sin que me diera cuenta. Pero bien, bien… Gracias por preguntar. Me encanta
este nuevo lugar. Es tan… acogedor.
Cogí lo que me
indicaba, acostumbrada como estaba a la rutina de la cafetería del instituto.
Al levantar el plato de la mesa, un bicho enorme salió de debajo, y no tuve
otro impulso que volver a estampar el plato contra él para matarlo.
Los de la fila
presenciaron con sorpresa mi acto reflejo, y les mandé una fría mirada para que
volvieran a sus asuntos, aunque por dentro estaba temblando como una hoja. Al
final se giraron, tratando de esconder una sonrisa divertida en la comisura de
los labios y con la palabra «Novata» escrita en la mirada.
—Dime que era un bicho
normal… —le pedí a Ciaran, sintiendo escalofríos por la espalda.
Me atreví a levantar un
poco el plato.
—¿De verdad prefieres
que te mienta?
Cuando lo levanté
completamente, una especie de escolopendra del tamaño de mi mano quedó al
descubierto.
—Ah, pues más o menos
es norm…
Retiro lo dicho.
La escolopendra estaba
patas arriba, seccionada por la mitad gracias a la certera tajada que le había
propinado con el plato, pero en un abrir y cerrar de ojos los tejidos
desgarrados parecieron crecer y extenderse los unos hacia los otros, como si fueran
imanes, y su cuerpo quedó de nuevo recompuesto. La escolopendra se dio la
vuelta ágilmente, chasqueando las mandíbulas, y después de que diera la
sensación de que se paraba un instante para mirarnos, con odio, con mucho odio
contenido, se alejó correteando por el lateral de la mesa para luego perderse
por el suelo negro de piedra; el repiqueteo de sus patitas era un sonido
parecido al de las teclas de un ordenador siendo golpeadas por un mecanógrafo
veloz.
—Lo que yo decía… Un
lugar adorable.
—No está tan mal —trató
de restarle importancia el pelirrojo.
Intenté preguntarle con
la mirada si de verdad hablaba en serio, pero él la evitó. Me di cuenta de que
no es agradable oír a los demás que tu hogar es horrible, y me arrepentí de
haber actuado de esa forma.
—Me ha comentado Ángela
algo sobre unos horarios —decidí cambiar de tema, intentando tranquilizar los
nervios—. ¿A qué se refería?
Ciaran frunció el ceño.
—A las tareas que
desempeñamos todos en este lugar. Hay turnos para limpiar, para hacer guardias,
para la comida… Prácticamente para todo. Hasta para mear.
No parecía muy contento
con dicha organización, pero daba la sensación de que la aceptaba con
resignación.
—¿Y me dará Ada esos
horarios?
—Sí, pero aún no ha
venido a desayunar, aunque está despierta.
Llegó nuestro turno en
la fila.
—Buenos días —saludó el
hombre en frente de nosotros, de una edad avanzada y cálidos ojos grises—. El
menú de hoy son gachas y carne. De bebida, agua. Bon apetit!
Él sirvió las gachas,
mientras que la mujer, que se limitó a mirarnos con una sonrisa de oreja a
oreja, sirvió la carne y el agua.
—Gracias —sonreí,
aunque el desayuno no tuviera una pinta muy apetitosa.
Nos fuimos a sentar en
el grupo en el que estaban Mia, Ángela, Zoon y Taylor, la primera mujer que
había visto cuando había bajado las escaleras.
—¿Has encontrado algún
otro uróboro para mí esta noche, preciosssa? —siseó en mi dirección el
hombre-lagarto, con ojos centellantes.
Negué con la cabeza.
—Ni falta que hace
—repliqué, acomodándome entre Ciaran y Taylor.
Zoon chasqueó la lengua
bífida, contrariado.
—Pobres animalillos
incompredidossss... —se lamentó, pegándole un lengüetazo a sus gachas.
—¡Zoon, haz el favor de
comer bien!—le reprendió Ángela—. No eres un animal.
Zoon puso los ojos en
blanco.
—En realidad, soy medio
animal.
Sacó la lengua en su
dirección, haciéndola vibrar en el aire y suspendiéndola muy cerca del rostro
de la mujer, que se apartó de su lado, horrorizada.
—Essstúpida… Hueles a
miedo y a hipocresía.
—¿Cómo huele la
hipocresía? —inquirió Taylor, antes de llevarse una cucharada a la boca.
Me di cuenta de que era
la única que aún no había empezado a comer, así que me llevé el primer bocado
aguantando la respiración y esperando que el sabor no estuviera tan malo como
el aspecto.
Para mi sorpresa, las
gachas, aunque tenían una textura pastosa y se habían quedado un poco crudas,
tenían un sabor consistente y llenaban el estómago en seguida. Además, al estar
calientes se asentaban de lujo en el interior del cuerpo y contribuían a
reconfortar. La carne, por su parte, sabía salada y potente contra la lengua, y
me entretuve mascándola mientras oía a los integrantes del grupo charlar.
—¿La hipocresía?
Huele como Ángela —contestó Zoon, enseñando los colmillos, y la mujer bufó; al
parecer, fuera a donde fuera, a todo el mundo le caía mal.
—¡Bah! No le hagas ni
caso… A mí me gusta cómo comes —intervino Mia—. Es todo un espectáculo.
—Eso ni lo dudes
—apuntó Ciaran a mi lado. En apenas unos segundos ya había devorado la mitad de
su plato.
—Bueno, si nos ponemos
así, Ciaran es más animal comiendo que tú —contraatacó Ángela—. ¿Ya le has
dicho lo que tiene que saber o prefieres que continúe yo?
Ciaran fue a responder
con la boca llena de comida justo cuando Ada irrumpió en la sala común, seguida
de un grupo de siete personas de actitud fiera, entre las que se encontraban
Max, la mujer que podría hacerse pasar por una prostituta por el maquillaje que
utilizaba y Roth.
Se hizo el silencio.
Vi cómo Ciaran tragaba
con dificultad lo que estaba masticando y miraba muy atento a la comitiva.
Además, pude percibir perfectamente cómo las pupilas de Zoon menguaban, tanto
la de su ojo humano como la de su ojo de lagarto.
—Por lo que veo,
Adelaida ya tiene un plan —comentó Taylor, la única que parecía actuar con
normalidad.
—Hoy no es día de
rastreo… —murmuró Mia con cara de pasmada—. Max no me ha dicho nada…
—Ya sabes que Ada es la
que da los anuncios a menos que permita lo contrario —siseó Zoon.
Pensé en el fuerte
carácter de Ada, en la experiencia que debía poseer para ser la cabecilla de
todas esas personas y mantenerlas con vida; allí todo parecía pasar por sus
manos y daba la sensación de que todos acataban sus órdenes sin cuestionarla.
Analicé mejor al grupo,
que se había disgregado momentáneamente: unos se habían colocado en la fila
para desayunar algo, otros se habían acercado a los grupos circundantes y
negaban con la cabeza ante las miradas de desconcierto e intriga, disculpándose
por no poder dar ningún detalle, y Ada se dirigió directamente a nuestro grupo,
seguida únicamente por su hijo.
—Buenos días —nos
saludó, plantándose delante de nosotros.
La imagen que
presentaba era muy parecida a la del día anterior, camiseta de tirantes negra,
pantalones oscuros, botas militares, un cinturón decorado con diversos
cuchillos y alguna que otra arma de fuego, y la trenza de color ceniza
cayéndole sobre el pecho izquierdo.
—¿Has dormido bien,
Crystal? —se dirigió directamente a mí, con una amabilidad que no me gustaba
nada, y me levanté por inercia para ponerme a su altura.
Por un momento mi
mirada se cruzó con la de Max, que se había acuclillado al lado de Mia para
hablar con ella, y algo me dijo que su madre no era consciente de que me había
escapado por la noche para explorar el terreno y que había pasado un rato
charlando con él.
«Mejor.»
—Bueno… —empecé—. ¿Me
podrías dar la llave de la cerradura? Así me encontraría más segura.
Lo primero que se vio
reflejado en su rostro fue la sorpresa. Después pareció relajarse y estalló en
carcajadas.
—No te andas nunca con
chiquitas, ¿eh? —llevó una mano a uno de los bolsillos del pantalón y de él
sacó una serie de papeles doblados, una llave y un extraño reloj—. Te la iba a
entregar antes de que la pidieras, pero me gusta que lo hayas preguntado… Eso
sí, no te pases de lista —me avisó, sin dejar de sonreír, mientras me ponía los
objetos en las manos; el resto se limitó a observar la escena en silencio—. Aún
no estás en condiciones de negociar, no sin saber las reglas del juego.
Asentí, seria.
—Aquí tienes tu
horario, un mapa del recinto subterráneo, un reloj y la llave. No pierdas la
llave, pues solo hay una copia. Memoriza…
—“Memoriza el horario y
el mapa, por si los pierdes, pero ni se te ocurra perder el reloj.” Me lo ha
explicado Ángela antes —añadí, haciéndoles ver a ambas que bastaba con decirme
las cosas una sola vez, no para dejarles en mal lugar ni para hacerme la
sabihonda.
—Perfecto —mantuvo la
sonrisa Ada, por lo que supe que no me había malinterpretado—. Vamos, Max.
Obligó al muchacho a
levantarse, interrumpiendo su conversación con la chica secamente, y buscó con
la mirada al resto del grupo; dicha mirada bastó para que todos cortasen de
golpe lo que estaban haciendo y se reunieran de nuevo.
—Hablaremos a la vuelta
por si tienes alguna duda… Aunque supongo que no tendrás ninguna; pareces lista
como un demonio. Pero recuerda: “Más sabe el Diablo por viejo que por Diablo.”
Después se dio la
vuelta, dio unas cuantas instrucciones a los siete reunidos que el resto no
entendió salvo palabras sueltas y se marcharon por uno de los pasadizos del
fondo.
Su llegada y su salida
fue un visto y no visto, como si en realidad no hubieran aparecido, y tras unos
minutos de desconcierto, el bullicio volvió a burbujear en el ambiente.
—¿Adónde van?
—pregunté, sentándome de nuevo. Dejé los objetos sobre mis piernas para que no se
manchasen por el contacto con el suelo y me dispuse a atarme el reloj en la
muñeca y a guardarme la llave en el bolsillo derecho del pantalón, aunque mi
idea era hacerme con un cordón para colgármela del cuello.
—Afuera —contestó
Ángela, con un tinte de admiración en la voz que me llamó la atención—. Son
rastreadores.
Aquello me sonó a
película de aventuras.
—¿Qué rastrean
exactamente?
—Buscan a gente de
nuestra clase. Personas que huyen de los cazadores y que necesitan refugio y un
grupo para sobrevivir. Y también buscan una entrada al Otro Lado para poder
pasar premeditadamente y no por azar.
—Y vosotros, ¿no salís?
Taylor se encogió de
hombros, llevándose otra cucharada a la boca.
—A veces.
Fruncí el ceño.
—¿Qué hay que hacer para
obtener ese trabajo? ¿Hace falta algún entrenamiento?
Se miraron los unos a
los otros con asombro. Zoon a Mia,
Mia a Ciaran, Ciaran a Taylor, Taylor a Zoon, Ángela a Mia, Mia a Zoon, Ciaran
a Mia...
—El entrenamiento está
fuera —respondió al fin Zoon, serio—. No entrenas y luego salesss. Es: sales
y pillas práctica. Y si sobrevivesss, eres rastreador.
Ese “sobrevivesss” me
puso la piel de gallina.
—Pero para ser
rastreador hace falta estar un poco loco —apuntó Ciaran—. Por eso aquí los
llamamos: “Tarados atareados”. No como un insulto, pues de verdad es un trabajo
honorable que implica grandes dosis de valentía, pero al mismo tiempo tiene
cadencias de locura, debido a que hay veces que han llegado a pasarse horas y
horas, y días y días, en el exterior, afrontando monstruos de todo tipo. Y eso
que se limitan a rastrear la superficie y no los niveles inferiores. Tarados…
atareados. Es un juego de palabras.
No entendí a qué se
referían con lo de los niveles, pero decidí dejarlo para otro momento; aún
estábamos en la hora del desayuno.
—Entonces, si quisiera
ser rastreadora, ¿cómo podría lograrlo?
Taylor se inclinó hacia
delante.
—¿Cuál es tu horario?
Desdoblé los papeles y se los mostré.
Desdoblé los papeles y se los mostré.
—Humm… Coincidimos en
las cocinas —me sonrió con amabilidad—, y por lo que veo tienes tareas
parecidas al resto de nosotros, así que Ada debe considerarte como una igual y
no como alguien de paso y te ha incluido directamente en el complejo.
—¡Felicidades, eres una
de los nuestros! —Ciaran me palmeó animadamente la espalda.
Traté de devolverle una
sonrisa que pareciera sincera; sin embargo, mi mente estaba fija en las palabras:
“rastreador” y “buscar entradas al Otro Lado”. ¡Ni siquiera en la palabra
“monstruos” me echaba para atrás! El único monstruito que tenía en la cabeza
era mi hermana Noa, a la que pensaba comerme a besos en cuanto volviera a
verla.
—En serio, quiero ser
rastreadora —insistí, no muy ilusionada con las tareas que estaban escritas en
el horario.
—¡Pero si no llevas ni
24 horas con nosotros! —Ángela escupió la frase con repugnancia, como si le
horrorizase que yo fuese a formar parte de ese grupo que tanto idealizaba.
—Además, igual eres más
útil dentro que fuera —apuntó Zoon—. Pásate por mi laboratorio a ver mi trabajo
y te darás cuenta de lo que hago. Tienes los domingos de 12 a 14… Pero pásate cuando
gustesssss.
Me guiñó el ojo de
lagarto, que en vez de cerrar la pupila en vertical la cerraba en horizontal.
—En serio, no lo hagas
—se apresuró a contradecirle Ciaran, aterrado.
Zoon trató de
ignorarlo.
—Si te gusta la
biología pásate —Insistió—. Estás invitada siempre que quieras… Tú no —se
dirigió al pelirrojo, haciendo vibrar su lengua cerca de sus narices, con
furia—. Y tú tampoco —se dirigió a Ángela.
—Yo sí, ¿verdad?
—preguntó Taylor, coqueta.
Como respuesta, Zoon le
pasó la lengua por la mandíbula hasta el lóbulo de la oreja, haciendo un sonido
parecido al de una ventosa, y Taylor cerró los ojos de placer. Ángela, Ciaran y
Mia compartieron cara de asco, y a mí se me escapó una sonrisa.
—Claro que sssssí… Pero
nosotros estudiaremos otro tipo de biología…
—¡Y éste es el origen
de los humanoides, señoras y señores! —exclamó Ciaran.
Zoon le tiró su plato a
la cabeza, que había dejado tan limpio después de tanto lengüetazo que se podía
volver a servir en él, y Ciaran lo esquivó por los pelos, entre carcajadas.
Me encanta y me fascina.
ResponderEliminarEs muy agradable de leer y muy bueno todo lo que escribes. Siempre me quedo con ganas de más.
Volveré y seguiré leyendo :)
Muchos besos, bonita.
Súper ilusionada de que te enganche y te guste *__*
EliminarYa lo sabes, ¡vuelve cuando quieras!
Un besazo
Que particular grupo el que describes, lo que hace que el ambiente sea a ratos algo hostil para Crystal. Logrará ser rastreadora? Y ese Zoon es todo un galán.
ResponderEliminarDulces besos al estilo Zoon :D
Para descubrir si lo consigue tendrás que seguir leyendo ;)
EliminarZoon es de mis personajes favoritos. ¡Lengüetazo!
Y un beso dulce