Capítulo 11
La huída
Ha pasado una semana desde mi
llegada al Otro Lado.
Como os podéis imaginar, echo
muchísimo de menos a mi familia y a mis amigos. Echo de menos la manía de mis
padres de quedarse encerrados horas y horas escribiendo sus libros en su despacho
y después salir con cara de no pertenecer realmente a este mundo. Echo de menos
hacer las comidas con Noa, asustarnos de que se nos queme la sartén e
improvisar sobre la marcha con lo poco que hay en el frigorífico. Echo de menos
salir por las tardes con Mayrah, ir a The Cavern para escuchar tanto
grupos nuevos como antiguos y luego dar una vuelta por el pueblo, partiéndonos
de risa cada dos pasos hasta que nos doblamos por la mitad y las rodillas dejan
de sostenernos. Echo realmente de menos surfear con Eithan y quejarme de que
apenas lo veo por su trabajo como modelo. ¡Hasta echo de menos a la pu…ñetera
de Burilda!
Creo que lloro en sueños,
cuando duermo, y lo peor es que al despertarme, una y otra vez me encuentro
encerrada en el mismo mundo horrible.
Me ha costado adaptarme, lo
admito, pero creo que la razón ha sido básicamente que no me apetecía hacerlo. No
quiero habituarme a vivir en este lugar porque no quiero quedarme, sino volver
a mi casa. Pero claro, para ello debo empezar a jugar bien mis cartas.
Con Ada apenas he vuelto a
hablar. Suele salir de rastreo con el grupo, incluido su hijo, al que suelo ver
por las noches en mis paseos nocturnos por el complejo. Sí, como habéis podido
ver en el horario, ya sé que está prohibido salir de las habitaciones a partir
de las once, pero no puedo evitarlo; me siento encerrada. Y como Max es el
único de los que sale al exterior con el que hablo, aprovecho para sonsacarle
toda la información sobre ese mundo de la superficie. ¿Qué seres hay? ¿Cuál es
su origen? ¿También existen criaturas como las del mundo del que provengo? ¿Por
qué nos escondemos bajo tierra? ¿Cuál es la misión del grupo al que pertenece
Athan? ¿A dónde llevan a los que cazan?
Cientos de preguntas que Max
responde como le viene en gana dependiendo de la naturaleza de éstas.
A veces contesta vagamente,
utilizando un par de monosílabos y haciéndome entender que no le apetece dar
más explicaciones, y en cambio otras veces parece dedicarme toda una tesis
doctoral, en especial cuando me describe a las criaturas a las que se tiene que
enfrentar ahí fuera.
Max 22-06-15 |
Los ojos marrón oscuro de Max se ensombrecieron y cesó de golpe cualquier movimiento.
—¿Cuál es el plan de Ada sobre
Athan? —había preguntado yo, señalando el interior de la celda, en la que
siempre estaba tendido el preso, como si se pasase la vida durmiendo.
—Eso no es asunto tuyo.
Yo me quedé helada ante la
contundente respuesta y retiré la vista, dándole vueltas a la cabeza sobre lo
que podía significar.
Estuvimos en silencio lo que me
pareció una eternidad, y fue él quién decidió romperlo con una de sus
habituales preguntas filosóficas:
—¿Qué sabe mejor: el chocolate
o la vainilla?
Sin duda alguna Max me
recordaba terriblemente a L, tan excéntrico, tan en su mundo, tan… Con una
mirada tan atenta y profunda que parecía guardar en sus pupilas todas las
preguntas y respuestas del universo.
Pero sobre todo esta semana he ido conociendo las tareas que se me han asignado, y sobre todo he pasado el tiempo con Ángela y el grupo de mi primer desayuno.
Pero sobre todo esta semana he ido conociendo las tareas que se me han asignado, y sobre todo he pasado el tiempo con Ángela y el grupo de mi primer desayuno.
El taller (Garage, en el
mapa y en el horario) es un lugar casi tan grande como la sala común, en la que
una veintena de personas repartidas en una serie de mesas perfectamente
colocadas se dedican a reparar, construir o transformar toda clase de objetos
para después darles una utilidad. Pueden ser desde sillas, camas, lámparas y
cucharas, hasta las armas que deben estar siempre a punto para los que salen al
exterior.
El que está al mando del taller
es el hombre manco que se sienta a la Mesa de los Trece durante la cena, de
unos treinta años de edad y una poblada barba oscura que le cubre la mitad de
la cara. Se llama David y, aunque le falta la mano izquierda, trabaja más
rápido que tres trabajadores juntos que puedan utilizar sus dos manos.
Siguiendo con la descripción de
las tareas… El trabajo en las cocinas consiste, básicamente, en cocinar.
Como somos alrededor de 60
personas a las que hay que alimentar, se hacen grupos de cinco para cada turno
y se dividen las tareas, de modo que una persona se encarga del primero,
poniendo en el fuego 3 ollas destinadas a dar de comer cada una de ellas a 20
personas; otra persona se encarga del segundo, poniendo en el fuego de nuevo
otras 3 ollas; una tercera persona hace de pinche de la primera, una cuarta
persona hace de pinche de la segunda y finalmente la quinta ayuda a las otras
dos y, mientras, va limpiando.
Al final de las comidas, las
cinco personas se encargan de limpiar los platos; por eso, tras haber llenado
nuestros estómagos, los que hemos tenido turno de cocina después tenemos “hora
vacía” que debemos utilizar para limpiar.
No hay chef de cocina
propiamente dicho, aunque sí se mantiene un horario de comidas para mantener
una dieta más o menos equilibrada. Por el contrario, sí existe un panadero que
hace todos los días pan en un enorme horno excavado en una de las paredes. El
panadero es un hombre grande, moreno y con bigote llamado François, aunque sigo
sin saber a quién me recordó cuando lo vi por primera vez.
En las horas de biblioteca (Library)
se deben clasificar los libros que han sido reunidos de los saqueos de las
casas y ordenar los que ya están clasificados.
Me quedé con la boca abierta
cuando entré en esa habitación, siguiendo a Ciaran, y vi las altísimas filas de
estanterías y estanterías que albergaban en su interior tesoros muchos más preciados
que la plata y el oro; nada más abrir la puerta, ese olor que es una mezcla de
papel, madera y una pizca de polvo me trasladó directamente a la biblioteca de
mi casa, consiguiendo que mi mente crispada se relajase unos instantes.
—¡Vamos, novata! —me azuzó el
pelirrojo.
Mis pasos cruzaron tambaleantes
la estancia. Tenía la misma sensación de haberme encontrado con un hombrecillo
verde en Marte… ¡Qué digo! Después de lo que había visto, me habría sorprendido
menos toparme con un extraterrestre que con una biblioteca. Tanto orden,
limpieza y cariño puesta en la colocación de cada tomo en los estantes…
«La civilización dentro de un
mundo salvaje».
Ese amor y respeto que parecía
procesar Ada por los libros significó una pequeña grieta en mis defensas.
Mis dedos temblaron al pasarlos
por la primera balda que quedó a mi alcance, y me percaté de que la mayoría de
las obras tenían los títulos escritos en espejo. Alcancé una que me llamó la
atención y la abrí por la mitad, comprobando que el interior también poseía el
texto escrito al revés.
—Los libros escritos por
autores del otro lado tienen los caracteres mirando a ese lado —me explicó mi
acompañante, susurrando según las normas establecidas del lugar—, mientras que
aquellos que se escriben aquí tienen el interior perfectamente legible para
nosotros.
—¿Quiénes son los escritores de
éste mundo? ¿Dónde publican?... ¿Y quién los respalda?
Sí, solían agolparse demasiadas
preguntas en mi lengua, pero todo aquello era tan distinto…
Sin embargo, Ciaran se encogió
de hombros:
—Están en otros niveles.
¡Seguían sin explicarme a qué
se referían con esos niveles!
No tuve oportunidad de formular
mi siguiente pregunta, pues el chico tomó sitio tras una alargada mesa y
extendió un brazo en mi dirección para que le tendiera el libro que había
cogido. Cuando lo tuvo entre las manos, sosteniéndolo de medio lado con una,
mientras que con la otra situaba un espejo, se dispuso a leer en el reflejo.
El libro que había elegido era el
que acababan de publicar mis padres: Melodías Lunares.
La parte mala es que mientras
se realiza la tarea de “Biblioteca”, no puedes abrir un solo libro para leer
—aunque en el resto de horas libres está abierta al ávido lector siempre que
éste la requiera—. Además, siempre debe de haber una persona que haga la
función de bibliotecario. Suelen ser aquellos que llevan más tiempo en el
recinto y se conocen mejor los recovecos de la librería, pero también puede
estar un ayudante, cuya misión es orientar al lector y apuntar los libros prestados
para que no se pierdan.
El encargado de biblioteca es
el hombre que se sitúa en el extremo derecho de la Mesa de los Trece durante la
cena, calvo y con una nariz enorme que cuando se incorpora a hojear un libro,
le cuelga irremediablemente de la cara y le imposibilita parcialmente la visión
—aunque no lo creáis, estoy siendo benévola con la descripción…
“Limpiar los baños” (Clean
the toilets) creo que no hace falta explicarlo; se sobreentiende con el
nombre.
La misión en el almacén (Warehouse)
es similar a la de la librería, y se basa en hacer inventario, ordenar y
limpiar los objetos almacenados, de modo que al final de la jornada un minucioso
informe sobre el inventario es entregado a Ada. Dicho informe tiene en cuenta
los alimentos utilizados en las comidas y aquellos objetos en mal estado que
hay que sustituir, sea cual sea la hora que se realiza la tarea. Por ejemplo,
los martes, que tengo “Almacén” de 11
a 14 horas, debo apuntar todos los objetos que hay en
ese lugar descontando los que se utilizarán en la comida —que están cocinando 5
personas en las cocinas simultáneamente—, y la cena, que será más adelante
cocinada.
De momento el trabajo que más
me desagrada y gusta en partes iguales es “Buscar bichos” (Look for
creepy-crawly) liderada por Randall, el hombre de piel oscura un poco
jorobado. Esta tarea hace surgir inevitablemente mi vena de bióloga, y con cada
bicho que encontramos en los túneles me apetece estudiarlo con más profundidad
y escribir una novela sobre todas sus características, lo cual me lleva a la
tarea de los viernes: “Laboratorio” (Lab), en los dominios de Zoon, con
el que me siento cada día que pasa más a gusto —no sé qué me ocurre, que me
entiendo mejor con los personajes más raritos que con los normales—. Y es que Zoon,
como habéis podido comprobar en el poco tiempo que lo conocemos, está loco de
remate, pero al fin y al cabo es una locura agradable y tierna.
La “Excavación de nuevos
túneles” (Digging new passages) es lo más duro —los túneles por excavar
son aquellos que aparecen en el mapa señalados con una cruz—, estando al mismo
nivel que la tarea de “Aseguración de túneles” (Secure the passages),
“Goteras” (Leaks) y la tarea de “Niños” (Children), que se trata de dar
clases a aquellos que tienen entre 4 y 13 años.
De esta última tarea suelen
encargarse cinco personas por sesión, al igual que en las cocinas, y hay tres
profesores fijos para cada día: Mia, Ciaran y otro hombre llamado Román que aún
no he tenido la oportunidad de conocer. Mia da las clases de 9 a 11 horas todos los días. A
las once, los niños tienen recreo hasta las doce. Luego las dos siguientes
horas las imparte Román hasta la comida. Por último, es Ciaran el que se
encarga de ellos desde las tres hasta las cinco; a partir de esa hora los niños
tienen la tarde libre. A cada uno de ellos les ayudan las 4 personas restantes
de las 5 que hay por sesión.
Las clases suelen darse en un
apartado de la biblioteca de manera que los niños tienen acceso siempre que lo
necesitan a los libros.
Para terminar, la guardia (Guard)
es la tarea más aburrida, y lo que en el horario está marcado como “Ducha” (Shower)
no es una tarea en sí, sino la hora a la que me puedo duchar; en efecto, Ciaran
y Ángela no exageraban sobre que hay horarios para todo. Para más inri, esa
sesión de ducha debo tomarla a la vez que otra persona de mi mismo sexo, en
la misma ducha, y la mujer que me ha asignado Ada es Lana, la chica súper
maquillada que también es rastreadora.
Nunca me ha importado que me
viera desnuda una mujer —ya sucede cuando nos duchamos en las piscinas públicas
del pueblo, y no es la primera vez que me ducho con Mayrah para ahorrar tiempo cuando
nos vamos de campamentos.
Por lo que me ha contado Ángela
—a la que tampoco le cae bien mi compi de ducha—, Lana es temperamental,
estratega y mandona, y hasta ahora no tenía compañera de ducha porque le gusta
ir a su aire. Estas tres primeras duchas con Lana han sido un poco tensas, pero
como tanto ella como yo no nos hemos dirigido la palabra mientras nos lavábamos
excepto para decirnos gracias cuando nos pasábamos la pastilla de jabón, no se
me hizo tan mal trago.
¿Por qué debemos compartir
ducha?, os estaréis preguntando.
Taylor me lo explicó con esa
voz sosegada, clara y tranquila que utiliza con sus alumnos:
—Solo hay tres baños en el
complejo subterráneo, y únicamente dos de ellos tienen duchas. Las duchas del
baño noroeste —señaló en el mapa el cuadradito dibujado con una T en el centro que se
encuentra en el extremo de un túnel que da a 9 habitaciones, cerca de la
librería— están destinadas para las mujeres. Hay dos duchas. El baño sur
—señaló el cuadradito con otra T en el centro que se sitúa en el extremo del
pasillo que desemboca a la Sala de los Silencios— también contiene otras dos
duchas y está destinada a los hombres. Somos alrededor de 30 hombres y 30
mujeres. Por parejas nos quedaríamos en 15 de cada sexo. Cada uno debe ducharse
tres veces por semana como máximo. Mira, el esquema quedaría así:
—…De esta forma, las duchas
solo se utilizan esas tres horas. La hora de la mañana es para aquellos que
tienen el desayuno a las 9 y no a las 8, pues como bien sabes, el desayuno, la
comida y la cena tienen dos sesiones para que no haya mucha congregación en la
Sala Común, aunque cuando Ada convoca una reunión general, debemos acudir
todos.
Me apunté mentalmente todas esas
directrices, dándome cuenta de que Ada, en general, mantiene unas normas muy
estrictas que parecen cumplirse un 100% de las veces.
También me llama la atención de
que ella haga particularmente todos los horarios y guarde personalmente una
copia de cada uno de los individuales. ¿Cómo consigue cuadrar 60 horarios
distintos? Sin tener en cuenta los imprevistos, claro… Y aún así, siempre logra
tenerlo todo bajo un perfecto control.
Bueno, o casi siempre.
Había pasado una semana y poco
más desde mi llegada al Otro Lado, por lo que estamos a 26 de diciembre; estas
son las peores Navidades de mi vida, supongo que tanto para mí como para mis
seres queridos.
Vuelve a ser viernes, así que hoy me toca “Limpiar los baños” de11 a 13h, “Niños” de 15 a 17h con Ciaran como profesor, “Taller” de 19 a 21h, y una hora antes de cenar, ducharme.
Vuelve a ser viernes, así que hoy me toca “Limpiar los baños” de
No me cuesta levantarme a la
hora y por suerte Ángela ha dejado de irrumpir en mi habitación para llevarme a
los sitios, ya que empiezo a orientarme, pero sí me cuesta mantenerme tanto
tiempo bajo tierra, y eso que hay determinadas salas que se iluminan con luz
natural y otras que contienen pozos a las que se les ha unido toda una red de
ventilación que pasa por todo el complejo para que nunca falte aire —en el
mapa, los pozos están marcados con circulitos, pero no se muestra la red de
ventilación—.
Tengo en mis manos un plato con
gachas y carne reseca, igual que durante el desayuno del viernes anterior;
también me lo han servido el mismo hombre y la misma mujer que aquella vez. Me
dirijo directamente al grupo de Taylor, Ángela, Zoon y Ciaran; Mia aún no ha
llegado.
—…he oído que en el último de
los rastreos encontraron cuatro de estos libros que Ada no deja incluir en la
librería —estaba diciendo justo en ese momento Ciaran, con tono cómplice,
mientras le alcanzaba un objeto a Zoon procurando que nadie de los grupos circundantes
se diera cuenta.
Zoon se rió entre dientes,
siseando.
—¿Y quién te lo ha dado?
—¿Qué más da? —Taylor puso los
ojos en blanco, separando la cuchara de los labios—. A Ada no le gusta que los
leamos, así que no deberíamos hacerlo.
Me metí “sutilmente” en la
conversación:
—¿Qué clase de libros son esos
para estar prohibidos?
Mi vista se fijó en lo que Zoon
tenía entre las manos, pero el hombre-lagarto lo sostenía de tal forma que era
prácticamente imposible apercibir ningún detalle.
Ciaran se ruborizó y fijó su
atención en su comida, cediendo a sus compañeros el honor de explicarme lo que
al parecer le ponía tan nervioso.
Como era habitual, Ángela salió
en defensa de la Jefa.
—No están prohibidos. A
Ada le da lo mismo si los lees o no (al final, es elección tuya) pero siempre
ha mantenido públicamente su desacuerdo sobre su posesión y lectura.
Alcé las cejas, todavía más
intrigada, y al final fue la propia Taylor la que se atrevió a contestar a mi
pregunta.
—Aquí los llamamos Libros de
Placer —le hizo una seña a Zoon para que me pasase el supuesto libro—.
Suelen contener fotografías y textos que se podrían considerar “indecentes”. En
realidad no hacen daño a nadie, pero por lo general se consideran de mal gusto.
Además, tenemos cosas mejores que hacer que perder el tiempo en eso.
Me sorprendió descubrir que no
era un libro de verdad, sino una revista de Play-Boy con todos los caracteres
en espejo, por lo que supuse que provenía del Otro Lado; estaba en blanco y
negro y Marilyn Monroe sonreía desde la portada.
Solté una carcajada.
—¿Estos son los “libros” con
los que trapicheáis?
Se lo devolví de nuevo a Zoon.
Ciaran se puso aún más rojo,
tragando su desayuno a duras penas, mientras que Zoon actuó con naturalidad y
se encogió de hombros.
—De alguna forma hay que divertirsssse
estando tanto tiempo bajo tierra, ¿no crees?
—¡Hum! Si por mí no hay ningún
problema —me apresuré a explicarme, no fuera a ser que me malentendiera—. Más
bien me pasa como a Ada: a mí no me gustan, pero como tampoco son perjudiciales
para los demás, no me importa que a otros les gusten. Eso sí… ¿también
conseguís Play-Girl?
Ciaran se atragantó con el
desayuno y el resto se sumió en relajadas carcajadas, a excepción de Ángela,
que se puso de morros, desaprobatoria.
Desgraciadamente el buen humor
duró poco.
—¡EL PRISIONERO SE HA ESCAPADO!
Al principio el shock fue tal
que no entendíamos muy bien qué estaba sucediendo. ¿Qué estaba gritando el
hombre que acababa de aparecer? Pasados unos minutos cundió el pánico.
—Fuck!
Intenté mantener la calma, pero
un sudor frío recorrió mi espalda y el miedo atenazó mis músculos. ¿Cómo había
logrado huir Athan? Noté sentimientos encontrados aflorar en mi pecho; terror,
ira, sorpresa y hasta una pizca de alegría. Luego me obligué a mí misma a
mantener la cabeza fría.
A los pocos segundos del aviso
apareció Ada en escena.
—¡Excepto
los rastreadores, idos todos a vuestros respectivos cuartos y cerrad con llave!
¡No abráis bajo ningún concepto hasta que lo encontremos! ¡Es extremadamente peligroso!
No debemos dejar que salga del recinto… ¡En marcha!
La
multitud me arrastró hacia el pasillo oeste en dirección a las habitaciones que
están al lado del taller. Sin embargo, tuve un mal presentimiento, como si esa
no fuera la opción correcta.
—¡Max!
—lo intercepté en el camino; había perdido a mi grupo y no tenía ni idea de a
quién más dirigirme—. ¿A dónde se dirigen los rastreadores?
Max
pareció dudar entre brindarme o no la información. Llevaba el cabello mojado y
la camisa mal puesta, por lo que supuse que lo habían pillado en la ducha o al
menos nada más salir de ella cuando habían dado la voz de alarma.
—Nos ha
convocado en la entrada —se decidió finalmente—. Nos apostaremos tres, cada uno
en la boca de cada túnel que da al vestíbulo, y luego habrá varios en frente de
las escaleras, esperando. Dos subirán al exterior por si acaso lograse pasar
las barreras y otros dos recorrerán las instalaciones de arriba abajo mientras
tanto.
Fruncí
el ceño, parándome de golpe casi justo antes de salir del taller. Las personas
me empujaban al pasar, pero yo no les prestaba atención. Max reculó para
ponerse a mi lado, me agarró del brazo con exasperación y me espetó:
—¡¿Qué
se supone que haces, Crystal?! Tú más
que ninguno debes mantenerte en tu habitación, a salvo —tiró de mí para
que continuase.
Me
desasí del agarre, furiosa.
—¡Pero
Ada se equivoca y Eithan se va a escapar!
Me di
cuenta demasiado tarde de que había dicho Eithan en vez de Athan,
pero Max obvió ese detalle y refunfuñó ante el significado de mis palabras.
—¡Déjate
de estupideces y hazme el favor de andar! Con todo lo inteligente que pareces
conversando y ahora te niegas a atender una sencilla orden que te puede salvar
la vida…
—¡Pues
conversemos y déjame explicarte mi punto de vista!
Ahora
fui yo el que lo agarré, tras ver cómo suspiraba, resignado, aunque supe que
había conseguido picarle la curiosidad, nos metimos en uno de los callejones
que están en proceso de excavación, quedando escondidos de las miradas ajenas.
—Tienes
un minuto para explicármelo todo.
Se
cruzó de brazos, cuadrándose en ademán defensivo, pero no dejé que me
intimidase; no estaba ni la mitad de cuadrado que Eithan.
—Si yo
fuera Athan —comencé con la explicación apresuradamente—, sabría que vosotros
esperaís que voy a ir a la salida. Sin embargo, en un recinto tan grande como
éste debe haber más salidas, por si acaso la principal queda en algún momento
bloqueada. Así que desde que me capturasteis, aunque me haya pasado todo el
tiempo encerrada en los calabozos, me habría dado cuenta de que todo está
perfectamente ventilado, de manera que el aire limpio debe de proceder del
exterior, ¿no?
Max
palideció.
—Los
conductos de ventilación…
Había
llegado a la misma conclusión que yo.
Asentí.
—Supongo
que en estos momentos Athan se encuentra en el pozo más cercano a los
calabozos, buscando esa salida alternativa.
Sin
añadir nada más, salí decidida del callejón y me dirigí de nuevo al taller.
—Shit!
Ni siquiera tenemos tiempo para avisar a los demás —se quejó él entre dientes,
siguiéndome.
Cruzamos
de nuevo el taller y nos internamos en el túnel de la derecha, el que no lleva
a ninguna habitación; era tan estrecho que solo cabía un cuerpo por él.
Volvimos a pasar la sala común, pasamos la Sala de los Silencios y entramos en
los calabozos.
Durante
el trayecto no nos habíamos cruzado con nadie; todos debían estar ya
resguardados y los rastreadores esperando en el lugar equivocado. En los
calabozos, sin embargo, nos encontramos a un hombre que estaba despatarrado en
el suelo, cerca de la celda de Athan. Nos acercamos para comprobar si seguía
con vida y descubrimos que tenía la cabeza abierta debido a un golpe con un
objeto contundente, de forma que el suelo estaba teñido de sangre y de sesos.
La brutalidad del ataque me hizo temblar de pies a cabeza y reprimí una arcada.
Rápidamente volví la vista y deseé no haber presenciado nunca una imagen
semejante.
—Vamos
—Max me instó a darme la vuelta y a seguir con nuestro camino. Había sacado una
pistola y la sostenía con ambas manos apuntando al suelo, dispuesto a disparar
por si nos cruzábamos al ex–preso en cualquier momento.
Por fin
llegamos.
Los
pozos se encuentran en salas circulares sin ningún tipo de decoración excepto
por las lámparas que iluminan el lugar. En el centro, en el techo, se encuentra
el pozo en cuestión, de alrededor de un metro y medio o dos metros de diámetro,
por el que se filtra el aire, mientras que en el suelo no hay absolutamente
nada.
Tenía
razón. Allí estaba Athan, reteniendo contra una de las paredes a una Mia que
temblaba de miedo y que no conseguía acatar bien las órdenes que él le
susurraba al oído.
—He
dicho que te mantengas quieta y calladita, mujer —le decía justo en ese
momento, cacheándola con sus fuertes manos en busca de más armas; al parecer ya
había encontrado un cuchillo, que blandía peligrosamente entre los dedos de la
mano derecha.
—No me
hagas daño, por favor…
—¡He
dicho que te calles! —exclamó entre dientes, subiendo de golpe la mano que en
ese momento se perdía por la espalda de la mujer y enredándola en su cabello
rubio pajizo para tirar de ella hacia atrás.
Mia
ahogó un gemido de dolor y noté cómo Max se tensaba a mi lado. Lo siguiente fue
inevitable:
—¡Suéltala!
—bramó el joven, apuntándolo con el arma.
Athan
movió rápidamente a la mujer, como si se tratase de una muñeca de trapo, y la
colocó delante de él como escudo mientras apuntaba su cuello con el cuchillo.
—Baja
la pistola, monigote, o le rebano la garganta como si fuera mantequilla.
Mia
continuó sollozando, repitiendo el nombre de Max una y otra vez, al mismo tiempo
que decía que no quería morir, que le amaba y que no quería morir. Sin embargo
Max no bajó la pistola, manteniendo a duras penas la cabeza fría; debía de
estar aterrado de que le pudiera pasar algo a ella.
—¡Eso
no va a hacer falta! —intervine; no estaba armada, pero confiaba en que Max me
cubriera y en dar un buen uso de mis propias palabras.
Nunca
había entendido el por qué se paran los malos y buenos a hablar en la batalla
final. ¿No se tienen que matar? Pero si el malo es tan estúpido como para caer
en la conversación, se puede intentar hacer tiempo hasta que ocurra algún
despiste.
—Ah,
pero si eres tú, la novia de mi Alter Ego… ¿Qué tal por el mundo real?
Me
dedicó una sonrisa torcida.
Chasqueé
la lengua.
—Éste
no es el mundo real, sino una distorsión de él —respondí tranquilamente, y le
envié una mirada a Max para indicarle mi plan.
Max me
devolvió la mirada.
—Ambos
mundos son reales, me temo —intervino también, siguiéndome el juego—. En ambos
se puede vivir y morir.
A Athan
le pareció agradar más esa contestación.
—Cierto.
Aquí puedo morir yo o puede morir ella… —apretó el filo del cuchillo contra el
cuello de Mía, que volvió a sollozar con más intensidad—. Pero lo mejor sería
que no muriera ninguno de los dos, ¿no creéis? Así que si me dejáis escapar,
ella vivirá y todos felices.
—Pero
tú habrás escapado —repliqué.
—Ohhhhh,
¿me vas a echar de menos? —Ladeó la cabeza, como si no se creyera lo que estaba
oyendo, y el pelo largo rubio, sucio y enredado le calló sobre ese lado de la
cara, rozando la mejilla de Mía con el movimiento—. Siempre te puedes venir
conmigo.
La
propuesta hizo que se me cerrase el estómago.
—Ni
hablar —mi tono de desagrado no fue del todo fingido.
—¿Pero
si somos amigos, no? Soy Eithan. —Enarcó una ceja—. Y te conozco.
Empezaba
a hartarme.
—¡Déjate
de mentiras! —di un paso hacia él y, como respuesta, él apretó a Mía más contra
su cuerpo, tirándole del cabello.
—¡Claro
que sí! —exclamó, como ofendido—. Solo que la primera vez que te vi no te
reconocí con las prisas. Sé cómo piensas, algunas escenas de nuestra vida
juntos en el Otro Lado… Solo que en vez de vivirlas yo, las vivía mi Alter Ego.
Ante
sus últimas palabras Max se mostraba tan desconcertado como yo; Athan volvía a
tener el mando de la situación y eso no pintaba bien.
¿Sería posible
que supiera mi relación con Eithan únicamente por ser su Alter Ego?
—Tus
colores favoritos son el amarillo y el azul, por ejemplo. —Replicó—. Te gusta
ver películas y series con tu hermana Noa, y con tu mejor amiga Mayrah os
hacéis llamar parabatais por un libro que leísteis. Dibujas. Escribes. Te dan
miedo las elecciones y tu futuro académico porque no crees ser lo
suficientemente buena para la carrera que quieres estudiar; temes que no te
llegue la nota. Te gusta la filosofía y las matemáticas, y eres ágil y astuta
conversando… Vente conmigo. Tú por ella.
—¡Sabes
todas esas cosas porque nos has estado escuchando a Max y a mí cuando
hablábamos! —se me encendió una lucecita en el cerebro de repente—. ¡No es
cierto que sepas quién soy por tu Alter Ego! ¡Es por eso!
Athan
separó los brazos de alrededor de Mía para elevarlos en un gesto de resignación
mientras nos mostraba una sonrisa.
—¡Vaya!
Qué aguda e…
Los
disparos retumbaron por toda la sala.
Athan
soltó un alarido de furia y dolor cuando el disparo le dio de lleno de la mano,
arrancándole el cuchillo y, de paso, las falanges distales y medias de los
dedos meñique y anular de la mano derecha. Entonces Mia pareció recuperar la
cabeza fría —o quizás fue simplemente el instinto de supervivencia— y le propinó
un codazo en la entrepierna que lo dobló por la mitad. Después la joven echó a
correr hacia los brazos de Max. Sin embargo, en cuanto llegó a su lado, Max la
apartó de un empujón, enviándomela a mí, para encargarse personalmente de
inmovilizar al proscrito; en un abrir y cerrar de ojos se encontraba sobre
Athan, agarrándolo de los brazos, haciendo de peso muerto sobre sus piernas y
manteniendo una de sus mejillas estampada contra el suelo.
—Si no
fuera porque tenemos otros planes para ti, estarías muerto —le amenazó el
joven, presionando hacia abajo.
Mia
temblaba y se aferraba a mí como si fuera una tabla salvavidas en mitad de un
océano. Lloraba de terror y notaba sus lágrimas en mi cuello mientras sus puños
arrugaban mi camiseta. Traté de consolarla lo mejor que pude mientras vigilaba
con la mirada a los otros dos. La sangre manaba de los dedos de Athan, y no me
di cuenta de que desde que Max le había amenazado, se estaba riendo. Su risa
llenaba la estancia y parecía el aire que caía del túnel, recorriendo cada
resquicio y, ¿quién sabe? colándose por los conductos de ventilación de forma
que la oían todos los que nos encontrábamos en las instalaciones subterráneas.
—Qué.
Ha. Pasado.
Ada
hizo su aparición, más pálida que de costumbre.
No se
puede controlar todo.
Super interesante... Qué planes tendrá para Athan? Antes me daba pena, pero ya no...
ResponderEliminarMe ha gustado saber de todas las actividades, de como se las repartían, etc.
Un lujo estar leyendo esto.
Muchos besos.
¡Genial que sigas leyendo y que te guste tanto!
EliminarPronto descubrirás los planes, ya verás, ya verás...
Muchísimos besos, preciosa
Cuanto detalle en todo, cuanta organización para cada labor. Pero que anticuados estaban en la Play Boy, seguro que la Play Girl era más actualizada ;) Te felicito por el capítulo con tanto detalle, no ha de ser fácil crear algo así, aunque talento tienes para eso. Ah! hice el ejercicio de leer "Melodía 1" en un espejo :)
ResponderEliminar5102 led enfaD al arap soseb secluD
Lo siento equivoqué el año, esto de ir en el tiempo provoca que uno pierda a veces la noción :)
Marilyn Monroe tiene que conocerse en ambos Lados ;) ¡Hasta yo me sorprendo al re-leerlo! Eso sí, me dan ganas de proseguir...
EliminarQué atento eres, Dulce, por leer la Melodía 1.
3202 le edsed soseb secluD
Atención es lo mínimo que mereces ante cada despliegue de tu creatividad.
EliminarMás dulces besos, desde este lado 💜
Gracias 💜
EliminarDulces besos desde este Lado