Capítulo 14
En la sombra del
Valle de la Muerte
Después
del ataque en la Cabaña del Caracol anduvimos dos horas hasta llegar al pueblo.
El itinerario inicial planteaba evitar precisamente ese rodeo, pero al final no
nos quedó otra opción. Con el sol amenazando con su caída a cada segundo
transcurrido, entramos en la primera casa que encontramos y nos aseguramos de
que en ningún rincón se escondiera ningún monstruo. Aún así, y por si las moscas,
dormimos todos juntos en el salón abandonado. Apartamos todos los muebles hasta
dejar el centro de la habitación libre, tapiamos las ventanas y bloqueamos las
puertas. El sofá estaba destrozado e inutilizable, pero conseguimos varias
mantas para extenderlas en el suelo y así evitar un poco mejor el frío,
recostándonos directamente sobre ellas.
Cenamos
en silencio. Athan llevaba alimentándose toda la semana de gachas y agua
solamente. Sin embargo, desde lo ocurrido ayer por la noche, a Ada parecía
habérsele agotado el espíritu de hospitalidad y hoy tampoco hubo ración para
él.
Mientras
masticaba mi comida y le veía mirar con odio a cada uno de nosotros, le di
vueltas al hecho de que hubiera actuado con tanta tranquilidad durante el trayecto:
no creía que fuera cuestión de la falta de alimento o de agua; más bien,
parecía que aceptaba el intercambio. Aquel pensamiento me llevó a la conclusión
de que Athan conocía el plan de Ada, y por consiguiente, yo era la única que no
lo sabía.
En cuanto terminamos de cenar, la cabecilla del grupo planificó las horas de guardia. Como sin contar al cazador éramos seis, el horario se quedaba en una hora y media por persona, siendo el primero Max y la última la propia Ada, que se encargó de despertarnos a las 8 en punto.
En cuanto terminamos de cenar, la cabecilla del grupo planificó las horas de guardia. Como sin contar al cazador éramos seis, el horario se quedaba en una hora y media por persona, siendo el primero Max y la última la propia Ada, que se encargó de despertarnos a las 8 en punto.
Aunque
al principio me costó conciliar el sueño, poco acostumbrada a dormir codo con
codo con tantas personas, pasado el tiempo el agotamiento venció la incomodidad
y caí en redondo. Luego Vito me despertó para hacer la cuarta guardia y yo
desperté a Lana para la suya.
He
de admitirlo: en general, la noche no fue tan mala; sin contar el miedo que
pasé en mi guardia por si aparecía algún monstruo, lo peor había sido orinar en
un cubo que quedaba en una de las esquinas, rezando por no despertar a nadie
que te pillase con los pantalones bajados.
El
desayuno, por otra parte, estuvo un poco más animado. Pero solo un poquito
más. Roth se quejó de que Athan
hubiera sido el que más horas había dormido, y Ada le preguntó si prefería que
el preso hubiera hecho la guardia en su lugar.
Sobre las 9 recogimos “el campamento”, salimos de
la casa y nos pusimos de nuevo en marcha. Sin encontrarnos con ninguna extraña
criatura, humana o animal, a las 11:43 llegamos.
El
cementerio de Byron Bay no es muy grande. Está dividido en varias secciones a
ambos lados de la carretera, con unas zonas dedicadas a los monumentos
funerarios, otras con lápidas a ras de suelo y las últimas irguiendo orgullosos
monumentarium.
Al
instante el sitio me produjo una extraña calma, como si fuera un lugar sagrado
al que no podía acceder ningún monstruo para hacernos daño.
Cuando
Mayrah, Burilda y yo teníamos doce años solíamos ir en skate hasta allí,
echándonos carreras entre nosotras para ver quién pagaría el batido de esa
tarde. Normalmente nos dejábamos ganar si llevaba muchos días invitando una, y
cuando llegábamos, recogíamos el monopatín bajo el brazo y paseábamos entre las
lápidas hasta encontrar un nombre que nos llamase la atención. Entonces, nos
inventábamos una historia sobre la vida de esa persona, en qué había trabajado,
cómo había sido su aspecto... A medida que crecimos, añadimos recuerdos a ese
lugar con celebraciones de Halloween, en las que nos disfrazábamos y nos
contábamos relatos de terror hasta que Eithan y sus amigos aparecían y nos daban
sustos de muerte para luego unirse entre risas a la fiesta; también fue el
lugar en el que Mayrah se besó por primera vez con Will; o donde Noa y yo
enterramos a nuestra primera y última mascota, Malawi, un guppy de tonos dorados con el que jugábamos al escondite.
Aquel
era el cementerio que conocía y, al mismo tiempo, un cementerio completamente
distinto.
―¿Tienes
algún familiar enterrado en el cementerio de Tu Lado? ―me preguntó Lana
mientras rodeábamos las tumbas y nos internábamos en la necrópolis.
―No.
Mis padres y yo nos mudamos aquí hace 10 años… Somos españoles.
La
mujer hizo como si se diera un golpe en la cabeza con la palma de la mano.
―¡Hum,
cierto! Se me había olvidado completamente.
―¿Tú
eres de aquí? ―proseguí con la conversación, curiosa. En la semana que
llevábamos, aunque nos duchásemos juntas, no solíamos hablar, y mucho menos
sobre temas personales.
Lana
se encogió de hombros.
―Un
poco de aquí y un poco de allá. Al final lo importante no es de dónde venimos,
sino a dónde vamos.
Fruncí
el ceño.
―Eso
ya lo he leído en alguna parte.
―Puede
ser ―se encogió de hombros, mientras me indicaba que siguiéramos a Adelaida más
rápido―. Las ideas de los libros se repiten. ¿Sabes por qué?
―Porque
están sacadas de la realidad.
Se
rió ante mi contestación.
―Te
pareces a Max ―aclaró simplemente―. No me extraña que habléis tanto. ¡Una pena
que Mia no lo comprenda y eso la ponga celosa!
Se
me desencajó la mandíbula.
―What? ¿Mia está celosa… de mí?
―Claro,
eres la nueva ―dijo como si fuera obvio, y no pude evitar mirar en
dirección a Max, que se mantenía en
máxima alerta mientras conducía al preso entre las lápidas junto con Roth―. Tiene
miedo de que sus temas de conversación no sean tan interesantes como los tuyos.
Vale,
era cierto que Max y yo habíamos hablado bastante desde mi llegada, pero
también solía hablar con Ciaran, por ejemplo, o con Taylor, o Zoon…
¡Simplemente intentaba recopilar toda la información posible para salir de este
lugar! Y la mera idea de que Mia se sintiese celosa me parecía…
―¡Me
parece una estupidez!
Lana
volvió a reírse.
―La
gente, por norma general, es estúpida.
Iba
a añadir algo más, pero entonces vi algo entre las lápidas que me llamó la
atención.
Burilda
Leigh
1998-Indefinido
―¿Qué
es lo que pone en las lápidas? ―exclamé, horrorizada.
Lana
frunció el ceño.
―Nombres
y fechas. ¡Qué si no!
Eithan
Osburne
1996-Indefinido
Me
alejé de aquella lápida, buscando en el suelo otros nombres conocidos.
―¡Crystal!
Mayrah
Kopsen
1997-Indefinido
No.
Noa
García
2000-Indefinido
No.
No. NO. NO.
Carlos
García
1958-Indefinido
Elena
Díaz
1961-Indefinido
Crystal
García
1998-2014
…
Me
detuve en seco. A mis pies se encontraba una lápida sencilla de piedra blanca
de aspecto envejecido, como si tuviera décadas de antigüedad. Mis ojos
repasaban una y otra vez las letras y los números grabados, mientras un nudo se
me formaba en la garganta rápidamente. Me pasé una mano por el cuello, debajo
de las trenzas que continuaban apretándome el cráneo sin piedad, y me sequé el
sudor frío que discurría por mi piel. Los dedos me temblaban.
―A-ahí
pone que he muerto…
Noté
a Lana parándose a mi lado, el calor de su cuerpo al lado del mío. Miró la
lápida y luego me miró a mí.
―No,
Crystal. Ahí no pone que hayas muerto, sino que has cruzado al Otro Lado ―me
explicó con calma, casi con ¿dulzura?― Aquí los cementerios son diferentes.
―¿Y
cómo… cómo cambian las fechas de las lápidas?
Cada
vez entendía menos aquel lugar. El paso del tiempo, las grandes distancias,
aquellas criaturas horribles, las ciudades abandonadas… ¿Dónde estaba toda la
gente? ¿De dónde procedía todo aquello?
―¡NIÑAS,
NO OS ENTRETENGÁIS! ―Nos gritó Ada desde la distancia.
No
quería irme hasta obtener una respuesta plausible, pero mi compañera me agarró
del brazo y prácticamente me arrastró para que siguiera caminando.
―¿Cuántas
veces te tengo que decir que no tengo las respuestas para todo? Además, a
partir de ahora limítate a escuchar y oír ―bajó la voz y señaló hacia delante―:
ya hemos llegado.
Seguí
la línea de su dedo índice, acallé al instante la vorágine de pensamientos que
se agolpaban en mi mente e hice lo que me decía: a partir de ese momento me
limité a ser una mera espectadora.
Un
hombre estaba parado ante a una de las tumbas, dándonos la espalda; vestía un
traje de negocios impecable, azul marino. Ya desde lejos se apreciaba alrededor
de su cabeza, que contaba con una calva absoluta, una línea irregular rojiza,
como si hubieran partido su cráneo en dos hemisferios y luego lo hubieran mal-cosido.
En
cuanto nos oyó llegar, se dio la vuelta.
Mis
ojos se abrieron como platos al ver que su frente había tatuada una rosa de los
vientos, que debido al corte se había desplazado, y mi cabeza recreó aquella
imagen en una naranja, a la que le dibujabas la misma rosa y luego cortabas por
la mitad para después girarla hasta conseguir aquel resultado: la S que se
encontraba justo entre sus cejas, la W y la E se habían emborronado debido a la
repugnante cicatriz y la N, colocada casi donde debería nacer el cabello, se
encontraba sobre la línea del ojo izquierdo en vez de mantenerse alineada con
su punto cardinal contrario.
—¡Athan,
querido! Veo que te han cuidado bien.
Un
puro bailaba entre sus labios y sus ojos de color castaño contaron cada una de
nuestras figuras, brillando como los de un beodo. La americana abierta revelaba
una camisa blanca cuyos botones amenazaban por ceder ante una barriga ocho
mesera, y en cierta manera me recordó a un antiguo compañero de clase que tenía
un carácter tan fuerte como un monzón; parecía un bobo pero prometía ser de
armas tomar.
Athan
parecía haberse derrumbado entre los brazos de Max y Roth.
—¿Dónde
está Kyle? ―preguntó; por una vez Ada parecía haberse quedado sin palabras, tan
sorprendida como el prisionero.
El
hombre sonrió, mientras acogía el puro entre sus gruesos dedos índice y corazón
y después abría los brazos como en señal de bienvenida.
—¡Muerto!
Con
un rápido movimiento hizo caer la ceniza sobrante y, aun cuando volvió a
colocarse el puro entre los labios, continuó sonriendo.
―¿Cómo
que muerto? ―intervino por fin Ada.
Su cuerpo estaba tenso como el de un gato, y su mano se había desplazado a la
altura de su pistola, dispuesta a desenfundarla ante cualquier movimiento
extraño.
―Oh,
querida Adelaida… No he venido a haceros ningún daño. Esto no es una trampa.
Con
la mirada fija en el hombre, Ada nos hizo una seña para que empezásemos a
retroceder.
―Teníamos
un trato ―sentenció―. Kyle y yo. Y
sin Kyle, no habrá ningún intercambio.
El
hombre volvió a llevarse el puro a la boca al mismo tiempo que reía.
—A
los altos cargos como yo no les conviene hacer tratos con las clases bajas ―se
encogió de hombros―. ¿Qué es eso de cambiar cazadores por mano de obra? No supone
ningún beneficio.
Ada
desenfundó de inmediato la pistola y en un abrir y cerrar de ojos ya apuntaba a
la cabeza de Athan.
—¿Entonces
preferís que matemos cazadores?
El
grupo se detuvo de golpe, y fue como si todos aguantásemos la respiración, como
si todo el aire del cementerio hubiera quedado encerrado en cada par de
pulmones.
—¡Sí!
Esa es una magnífica idea. ―Separó el puro de sus labios y la apuntó con él―.
Sin embargo, tarde o temprano llegará el momento en el que no quedará nadie en
la superficie a quién matar.
La
sonrisa seguía helada en sus mejillas, y alzó tanto las cejas que la rosa de
los vientos impresa en su frente se arrugó.
—¿Qué
quieres decir con eso?
—¡Se
van a cerrar las puertas! —«¿Puertas? ¿Qué puertas?»—. Ya está decidido.
Las ciudades subterráneas son lo suficientemente autosostenibles para guarnecer
a todas la población. Ecosistemas enteros se han creado para asemejarse a la
superficie, kilómetros y kilómetros de profundidad en los que hay bosques y
mares artificiales más naturales que nunca. Y lo mejor: sin monstruos.
La
información hizo que los engranajes de mi cabeza encajasen todos de golpe,
desoxidándose vertiginosamente, y una parte de mí tuvo el impulso de buscar una
de aquellas puertas para guarnecerme del horrible exterior. Claro que...
¿entonces cómo regresaría?
—Eso
es una tumba. —Los dientes de Ada chirriaron de la presión que hacían unos
contra otros—. Tanto para nosotros como para vosotros. ¿Qué sucederá con
aquellos que pasen del Otro Lado?
—La
Unión ha decidido que no es nuestra incumbencia.
Los
de nuestro grupo se miraban unos a otros de reojo, nerviosos.
—¿Y
los cazadores que se queden atrapados aquí?
—Un
sacrificio que debemos tomar. —Y el hombre, sonreía incansablemente—. Además, ¡ya
no harán falta más cazadores puesto que nadie saldrá al exterior! O al menos no
hasta nuevo aviso.
—¿Y
cuándo ocurrirá?
—Dentro
de dos meses, sobre finales de febrero.
—¿Y
por qué has venido a contárnoslo si no va a haber ningún intercambio?
—Porque
sí tengo una oferta que ofreceros.
Ada
quitó el seguro de la pistola, sin dejar de apuntarle a la cabeza, supongo que
a la rosa de los vientos deformada.
—Adelante.
El
hombre dio otra calada al puro y volvió a separarlo de los labios para que
cayera la ceniza al suelo.
—Abandonad
la superficie. Toda esta... monstruosidad. Formad parte de uno de los
niveles. Y vivid. Os estoy asegurando la supervivencia. Además, si os
ofrecéis voluntariamente os saltaréis el nivel de esclavos. Por el contrario...
—Chasqueó la lengua y dejó escapar una risita—. Aquí viene mi oferta para el
cazador: a todos aquellos que en este transcurso vuelvan con presas, se les
condecorará con una vida apacible hasta el fin de sus vidas, como una especie
de jubilación por todos sus años de trabajo, y dichas presas pasarán a ser de
su propiedad. Pero como creo que no estás en condiciones de aceptar dicha
propuesta, Athan... ¿Vosotros qué decís?
Adelaida
no tardó ni una milésima de segundo en contestar.
—Prefiero
seguir viviendo aquí a vivir como una esclava de los monstruos verdaderos.
—¡Necia!
—Volvió a llevarse el puro a la boca, que ya empezaba a consumirse, y le dedicó
una mueca de diversión que me heló la sangre—. No eres menos dictadora que los
que se encuentran bajo tus pies. ¿De verdad no les darás a tu grupo la
oportunidad de elegir?
—¿Quién
ha dicho lo contrario? —gruñó ella.
—Me
alegro, pues. —Ladeó la cabeza, mirándola a los ojos con ese brillo tan
característico en sus pupilas—. Aseguraos de que corra la voz.
Entonces
ultimó los centímetros de vicio que le quedaban, apagó los restos contra una
lápida y lo tiró al suelo, mientras se daba la vuelta y daba por finalizada la
reunión.
Athan
estalló.
—¡No
puedes dejarme aquí!
Me
pareció ver en sus ojos desesperados el amago del llanto, y me recordó a mí
misma. «Las entradas van a cerrar por un tiempo indeterminado», acababa
de decir aquel hombre, y recordé las palabras de Ada el primer día que llegué: «no
hay forma de volver al Otro Lado». En aquel momento no lloré. Estaba tan en
shock que no cabía lugar para las lágrimas, y fue por la noche, después de
hablar con Max, cuando solté todo el temor a través de las lágrimas. En cambio
Athan parecía un torbellino de emociones en ese momento, pura masa de músculo
desmoronándose, inclinándose adelante.
Ada
reaccionó rápidamente, le propinó un golpe con el mango de la pistola que lo
tumbó en el suelo y le hizo una seña a Roth para que lo inmovilizase en el
suelo. Éste se sentó encima de su espalda, apretándole el rostro contra la
hierba marchita y le dijo algo al oído con los dientes apretados.
Athan
lloraba, desesperado.
Ada
volvió a apuntar al otro hombre, que complacido por la escena añadió mirando al
preso:
—Ya
está decidido. A nadie le importa tu vida, así que adelante —se dirigió de
nuevo al grupo—: matadlo. ¡Haced lo que queráis con él, de verdad! Solo
pido que os replanteéis por un momento mi propuesta. Y espero veros en las
profundidades dentro de poco.
Y
como si no le importase el arma que le apuntaba la espalda, se marchó,
canturreando una melodía que identifiqué al instante:
Qué angustia y curiosidad en saber si podrán volver o no a su lugar...
ResponderEliminarParece que soy yo la que está en ese mundo :)
Muchos besos, guapa.
¡Y tanto!
EliminarMuchísimos besos, Sakkarah
Que susto cuando Crystal vio la lápida, pero eso no fue nada ante la noticia que les dio aquel hombre, es como quedarte sin esperanza. Y ahora? qué pasará? ya lo sabre en el siguiente capítulo :) Muy buen tema de Manson además.
ResponderEliminarDulces besos indefinidos y dulce fin de semana.
Uy, yo sé lo que pasará... lo que debería hacer es escribirlo *.*
EliminarMe alegro de que te esté gustando, Dulce. Y la canción de Manson me pareció perfecta para esta historia.
Un besazo indefinido