Capítulo 11: La huída
Capítulo 12: Democracia asamblearia
Capítulo 13: ¿Monstruos?
Capítulo 14: En la sombra del Valle de la Muerte
Capítulo 15: Piano Woman
Capítulo 12: Democracia asamblearia
Capítulo 13: ¿Monstruos?
Capítulo 14: En la sombra del Valle de la Muerte
Capítulo 15: Piano Woman
Capítulo 16
¿Feliz? Año Nuevo
Los
siguientes días en el complejo fueron tristes, tanto como unas Navidades sin
nieve —típicas Australianas, ¡qué se le iba a hacer!— y tan llenos de
preocupación como unas Navidades Australianas en las que nevase.
¿Cómo
se podía celebrar la Navidad con tanta Muerte alrededor?
Para
mí esa época solía ser feliz, aun dentro de esas riñas que siempre se
despiertan con las reuniones familiares. Por regla general solíamos viajar a España
para reunirnos, allá en mi ciudad natal, esa en la que hace tanto viento que en
invierno la sensación térmica es de -40ºC y en verano llegamos a los 40ºC… ¡y
el viento sigue sin parar!, como traído directamente del Sahara. De todas
formas es una ciudad bastante tranquila, ni muy grande ni muy pequeña. Un poco
seca, aunque tenga río, pero te acostumbras.
Las
festividades siempre se viven a lo grande; las alegres charangas colorean las
calles, cientos de personas se agolpan en las aceras para ver las procesiones,
y cuando hay conciertos tiembla el mismo suelo.
Las
de Navidades significan chiringuitos que venden churros, gofres, algodones de
azúcar, golosinas y chocolate caliente, situados en la plaza más famosa, aquella
en la que se halla la catedral que lleva su nombre. También implican la pista
de patinaje que ahí mismo improvisan y el Belén a escala natural. ¡Casi puedo
oler a regaliz, humo, frío e incienso! Por supuesto, son imprescindibles el
gorro de lana, las bufandas y los guantes, aunque provengas de la helada Rusia;
todos mis amigos de Europa del Este siempre han dicho que preferían el frío de
allí, pues al menos no hacía tanto viento.
Tampoco
faltaban las comidas con unos y otros abuelos, la llegada de mi primo y mi tía
que vivían en la otra punta de España. Un par de años atrás, por ejemplo, viajaron
con nosotros Mayrah y Eithan. Tuvimos que dejarles ropa de abrigo porque ellos
no tenían ni una sola prenda, y la verdad es que fue muy divertido verlos tan
tapados. Les enseñamos lo que era el frío de verdad, y un 26 de diciembre
exactamente May y yo inventamos una nueva forma de pedir deseos: escribimos en
unos papeles aquello que queríamos que se hiciera realidad, los quemamos en una
cajita con un mechero y nos subimos a uno de los puentes más bonitos para,
juntas, abrir la caja y que las cenizas se las llevara el cierzo.
Sin
embargo también había algún año en el que nos quedábamos en Bayron Bay, y
claro, entonces los planes se veían modificados ligeramente.
—“Guisantes
súper finos”… ¡Esto valdrá! —Noa tiró la bolsa sobre la encimera, sin pensar en
el golpetazo que les acababa de propinar a las pobres legumbres.
Era
Noche Vieja en casa de los García Díaz, así que para nuestros padres implicaba
encerrarse a cal y canto en su despacho conjunto para escribir como si fuera un
día normal, dejándonos a mi hermana y a mí a cargo de la cena.
Como
yo seguía dibujando, me gritó:
—¡Tú,
niña extraña! ¿Me quieres decir cuántos guisantes pongo?
—Toca
a un guisante por persona... —contesté vagamente. Llevaba semanas con una idea
luminosa rondándome, y cuando eso me pasaba no podía quitármela de la cabeza
hasta que no la plasmase en un boceto o, si podía ser, en la obra final.
—¡Será
un guisante detrás de otro!
Como
no contesté, oí sus pasos acercándose. Lo que no me esperaba es el golpetazo
que me dio con una paleta en la cabeza.
—¡AU!
—¿Me
vas a ayudar o qué? Y deja de dibujarme o me vas a gastar —entonces reparó en
que no se trataba de un dibujo de modelaje en vivo y en directo, sino en uno
basado en una fotografía—. Oissssshhh, qué cuca era de pequeña… ¿para qué es
este dibujo?
—Para
Melodías Lunares.
—¡Tú
también no! —Abrió mucho los ojos verdes, agitando sus tirabuzones rubios
oscuros—. Ma’ y pa’ están escribiendo la historia, tú estás con la portada… ¡y
yo estoy con unos tristes guisantes congelados!
Señaló
la bolsa tirada de cualquier manera en la encimera.
—¿En
serio vamos a cenar guisantes el último día del año? —Por fin me levanté, y Noa
se adelantó para mostrarme el frigorífico—. Ah, vaya, tenemos… piña, queso,
lomo, una manzana, media cebolla, jamón que nos enviaron de España, leche, dos
hojas de lechuga… bueno, y los guisantes.
—¿Alguna
idea, listilla?
—Saquear
un supermercado —cerré de nuevo la puerta para que no se escapase el frío,
aunque con el calor que hacía fuera daban más bien ganas de meterse dentro—.
¿Qué?
Enarcaba
las cejas, dirigiéndome una mirada de condescendencia perfectamente natural.
—Está
todo cerrado.
—Por
eso dije “saquear”.
—¡Esto
es serio, Cris! ¿Qué vamos a hacer de cenar?
—A
ver, déjame pensar…
Al
final concluimos que lo mejor era aprovechar todo lo que teníamos: cortar la
cebolla y un poco de jamón para dorarlos a fuego lento y, en la misma sartén,
añadir los guisantes, y de segundo podíamos hacer lomo con queso, piña y jamón
al horno tal y como hacía nuestra abuela. No sería una cena digna de reyes,
pero era mejor que nada.
Como
a Noa le gustaban los cuchillos, ella se encargó de cortar todos los
ingredientes; mientras, dejamos que el horno empezase a calentarse.
—Yo
en mi tiempo libre cuento lomos —aseguró Noa mientras contaba los filetes, pero
como las cuentas no le cuadraban al final exclamó—: ¡Bah! Yo ya no quiero
lomos… ¡¡¡QUIERO SALCHICASSS!!!
Empecé
a reírme a carcajada limpia.
—Huy,
eso no suena muy bien fuera de contexto…
Noa
me tiró el trapo.
—¡MALPENSADA!
Pues es una pena que no tengamos… Ohhhh, me
encanta esta canción: Two trailer park
girls go round me outside, round the outside, round the outside…
Empezó
a rapear y a bailar al son de Eminem.
¿Y
yo qué? Pues me uní a ella, ¡qué si no!
Una
vez caliente el horno, metimos la bandeja con el lomo-queso-jamón-piña en
lonchas alternas sujetas unas a otras gracias a una cuerdecilla y nos pusimos
con los guisantes. A medida que dejábamos de utilizar unos y otros utensilios
los iba limpiando. ¡De ahí a Masterchef
había un paso!
—Crystal,
pon bien los paños —me riñó nada más verme poner una pila perfectamente doblada de paños en su lugar correspondiente.
—¡Pero
si están bien!
Noa
se acercó al armario para comprobarlo, abrió la puerta y puso cara susto. La
cerró rápidamente y se giró, furibunda. Anticipando su reprimenda y quitándole
importancia al asunto, puse un dedo sobre mis labios, mantuve una expresión lo
más seria posible y dije al estilo de I
am Batman:
—Shhhh,
será nuestro secreto.
Mi
hermana no pudo hacer nada más que reírse.
—Bueno,
creo que ya hemos terminado… ¡ya solo queda esperar! —Alcanzó el móvil y yo me
volví a sentar para continuar con el dibujo—. Jo, tengo que meterme canciones
nuevas en el móvil.
—¡Pero
si tienes tropecientasmil, Noa!
—exclamé sin mirarla. Justo en ese momento estaba sonando una que no me sonaba
para nada.
—Sólo
son 208…
—Pues
eso: tropecientasmil.
Pasó
el tiempo, cada una en nuestras cosas, hasta que olimos cómo la carne empezaba
a chamuscarse y decidimos sacarla del horno. Los guisantes también estaban ya
hechos, así que lo único que faltaba era preparar la mesa y servir.
—¡Mamaaaaa!
¡Papaaaaa! ¡Ya está todo listo! —mi hermana abrió la puerta de su despacho.
—¡Noa,
acabo de perder el hilo de una escena muy importante!
Pero
ella, lejos de apenarse, exclamó:
—¡Perfecto!
Lo encontrarás después… AHORA A CENAR.
Se
los quedó mirando de forma displicente. Aguanté la risa cuando mis padres se
miraron y decidieron levantarse, por fin, para reunirse con nosotras.
—Huum,
menudo banquete nos habéis preparado —sonrió mi padre, en absoluto irónico—.
¿Habéis copiado la receta de la abuela?
—La
hemos improvisado.
—La
hemos mejorado.
Dijimos
nosotras al mismo tiempo, por lo que mis padres comenzaron a reírse. Nos
sentamos a la mesa y empezamos la cena.
—Este
tipo de diálogos son los que me fastidian.
—¿A
qbe te refbieres, ma’? —pregunté con la boca llena de guisantes, intrigada.
—A
que en la vida real, en las series, en las películas, ya me entendéis, las
personas pueden hablar todas al mismo tiempo. Pero a la hora de escribir,
tienes que hacerlo en renglones separados y no se consigue a la perfección esa
sensación de palabras mezcladas.
—¡Puedes
poner una línea sobre otra! —propuso Noa—. No me miréis así… Es una buena idea.
—Sí
que lo es, sí —asintió mi padre, pensativo—. Podemos probarlo en el nuevo libro
y planteárselo a la editorial.
—¿Cómo?
—¡Yo
os puedo hacer un boceto! —Mi hermana estaba cada vez más alegre por poder
contribuir en una de sus novelas de forma directa y no sólo como inspiración
para sus personajes—. Eso sí, querré derechos de autora.
—¡Pero
si tienes trece años!
Noa
adelantó la barbilla, haciéndose la ofendida.
—El
mes que viene cumpliré catorce. Además, Crystal tiene quince y a ella la dejáis
diseñar la portada y tener derechos de autora, no es justo…
Mi
padre suspiró.
—Veremos
lo que se puede hacer.
Noa
dio palmadas de alegría y mi madre le atravesó con la mirada, furibunda, pero
él se limitó a sonreír y seguir comiendo; yo había heredado su misma sonrisa.
Cuando
terminamos la cena, mis padres volvieron a su despacho, con la condición de que
media hora antes debíamos avisarlos para las campanadas. Haciendo tiempo, Noa y
yo nos dispusimos a ver una película.
—¿Qué
peli vamos a ver, Noa?
—La
de “Como matar a tu hermana 2” —replicó, buscando una película en concreto en
el disco duro.
—¡Vaya!
El año pasado debí de perderme la primera.
Me
empujó y caí entre carcajadas sobre el sofá. Por fin Noa se decidió y la
película empezó.
—¿Soul Surfer?
—Sí,
ya tocaba, ¿no crees?
Me
encogí de hombros y nos dispusimos a verla.
Me
sorprendió que estuviera basado en una historia real: Bethany Hamilton perdió
su brazo izquierdo a los trece años en un ataque de tiburón, pero aquello no la
detuvo en su carrera como surfista profesional. La película trataba dicho antes
y después, AnnaSophia Robb poniéndose en la piel de la protagonista, mientras
que Dennis Quaid y Helen Hunt interpretaban a sus padres. Me encantaron las
escenas de surf, y la escena final… ay, fue preciosa.
—Te
estás perdiendo un montón de pelis por salir con tus amigos —me reprochó Noa
mientras cambiaba de nuevo a un canal de la tele.
Suspiré.
—Ayer
echaban La Lista de Schindler y no la
quisiste ver.
—Es
que era en blanco y negro y me costaba mucho imaginármela en color.
Volví
a suspirar.
—Vamos
a avisar ya a mamá y a papá…
De
España manteníamos las tradición de tomar las uvas con cada campanada; eso sí,
en mi familia con la variación de que en vez de uvas tomábamos pasas. Esto se
debía a que el año en el que mi madre estaba embarazada de mí, se olvidaron de
comprar uvas y fueron los frutos secos los que las sustituyeron.
—¡Ay
va! La cuenta atrás del fin de año va de derecha a izquierda del mapa, por eso
los primeros somos nosotros en Australia y los últimos son Hawaii —cayó en la
cuenta Noa justo cuando daban los cuartos.
—¡NOA, ATENTA!
—¡YA,
YA!
—Cuidado,
no os atragantéis…
—¡6!
—¡12!
—¡FELIZ
AÑO NUEVO!
Noche
buena, Navidad, Noche Vieja, Año Nuevo... ¡Miles y miles de recuerdos! Y aún
recuerdo perfectamente cuando tenía 7 años y mis padres me contaron el secreto
de los Reyes Magos, lo cual me dejó pensativa y me hizo desbaratar otras
figuras mitológicas como el pajarito pinzón o el Ratoncito Pérez. Por supuesto
debía mantener lo que sabía en secreto durante unos años más porque Noa aún era
pequeña; cuando por fin le tocó descubrir el secreto, lo primero que hizo fue
fruncir el ceño y preguntar si aun así iba a seguir habiendo regalos los
próximos años.
Este
año mi lista habría sido simplemente estar con mi familia.
Aquella
noche parecía una excepción a la férrea norma de Ada sobre la bebida.
—¡Ciaran,
que ronde esssssa botella!
El
pelirrojo trataba de abrirse paso entre los reunidos con una botella bailando
en la mano derecha. Estábamos los de siempre en el sitio de siempre, y me
apuesto lo que queráis a que adivinasteis quién había gritado.
—No
se podrá beber directamente de la botella, ehhh. Que a saber dónde han estado
esas lenguas… sobre todo la tuya.
Zoon
sonrió mientras se relamía.
—Pregúntasssselo
a Taylor.
Todos
estallamos en carcajadas cuando Tay le propinó un puñetazo al hombre lagarto,
pero no lo desdijo.
—Venga,
va, descórchala, que ya hay ganas de emborracharse. ¿Tú tienes más de catorce,
no?
Me
hice la ofendida.
—En
cinco meses cumpliré diecisiete. Pero descuida, no bebo.
—¡Claro
que sí! —me contradijo Ciaran, descorchándola con una navaja y produciendo ese PLOP tan característico que provocó que
diéramos un bote en el sitio tanto nosotros como los de grupos adyacentes.
—Venga,
un traguito no hace daño a nadie. ¡Al revés! Te calentará el corazón.
No
iba a negar que necesitaba algo que lo hiciera.
Aquella
noche en la Mesa de los Trece estaban todos los asientos vacíos, pues la habían
llenado hasta arriba de regalos para un amigo invisible que habían organizado
hacía unos días; yo no había participado, pues no conocía lo suficiente a nadie
ni nadie me conocía lo suficiente a mí. De esta manera los Trece se habían
repartido entre los grupos, y por ejemplo Max estaba en el nuestro junto con
Mia, al igual que Ángela, aunque pareciera extraño ver a Ada y a su sombra
separadas… que por cierto… ¿dónde se había metido la jefa?
—¡Vamos!
¡Alzad esas copas! Tú también, hermanita… y tú, preciosa —Ciaran me guiñó un
ojo mientras me llenaba la copa hasta arriba de Champagne.
Di
un trago; el líquido burbujeó en mi boca y no pude evitar acordarme del anuncio
con las bailarinas de gimnasia rítmica.
—¿De
dónde lo habéis sacado?
—Saqueando,
cómo no. Siempre aparecen objetos nuevos reflejo del Otro Lado y ahora que es
Navidad aún mejor para encontrar alcohol. El problema es encontrar comida en
buen estado… ¡Pero esta vez hemos tenido suerte! Será por tu llegada, Crystal.
—Ya
os dije que necesitabais nuevos saqueadoressss.
—Eh,
que ella no fue al saqueo del alcohol, ese fui yo —aclaró Max, mientras bebía
de su copa con una inusitada alegría.
—Y
desde que ella ha llegado ha habido muchas más bajas, así que no sé dónde le
ves la suerte. —Ángela también bebió, y puso cara de asco mientras se secaba el
lunar, que había quedado manchado de champagne—. Anda, sírveme más.
Zoon
puso los ojos en blanco pero no rechistó.
—Podríamos
intentar no dissscutir.
—Haré
lo que pueda.
La
verdad es que en el tiempo que llevaba con aquellas personas, nunca las había
visto tan alegres: las risas reverberaban por toda la sala y su felicidad
habría sido contagiosa de no ser porque estaba sumida en mis propios
pensamientos. De vez en cuando notaba el sonido como ruido a mi alrededor, y
las únicas que apenas nos movíamos de nuestro sitio éramos Ángela y yo. Bebía
de mi copa sin darme cuenta de que lo hacía, y de la misma manera Ciaran o Zoon
la iban rellenando, así que pronto el alcohol se me subió a la cabeza, poco
acostumbrada que estaba a beberlo. En un momento dado noté mojado mi rostro, y
al llevarme las manos a las mejillas me percaté de que estaba llorando. Poco a
poco Ángela se me había acercado y me susurró para que solamente yo la oyese:
—No
seas llorica, niña… Hay cosas peores que las que has vivido.
Me
levanté para irme a mi cuarto, pero ella me siguió y ¡menos mal que lo hizo!
porque en el estado que estaba mi orientación se había anulado completamente y
no lograba orientarme entre los sinuosos pasadizos, ni siquiera con ayuda del
mapa.
—¡Déjame!
—le imploré, una vez estuvimos completamente solas.
—¡¿Por
qué?! ¿Acaso crees que eres la única que ha viajado desde el Otro Lado?
—¡Nooo,
claro que no! ¿Pero acaso no puedo echar de menos a mi familia?
De
repente me di cuenta de que había entrado en un pasadizo sin salida y no me
quedó otra que darme la vuelta y enfrentarla. Ángela me recibió con los brazos
cruzados bajo el pecho.
—Tienes
mucho más de lo que yo tuve cuando llegué —se limitó a decir, con su mueca de
asco cosida al rostro.
—¿Como
qué? —mis lágrimas parecían no tener fin.
—Juventud,
fuerza, salud… —La miré, sin comprender, y ella se limitó a sentarse contra la
pared con dificultad, bebiendo sorbitos de su copa—. Cuando tenía diez años me
diagnosticaron cáncer linfático. En el colegio siempre había sido de las
mejores estudiantes, una líder nata, así que cuando ingresé, lo que más odiaba
era el sentimiento de pena. Una vez en el hospital oí a dos hombres decir:
“Pobrecita, tan joven y con cáncer” mientras me miraban, de manera que repliqué:
“Al menos lo mío tiene cura”. Y lo superé. ¡Ya lo creo que lo hice! Al año y
pico volvía a estar en el colegio. Pasó el tiempo, con controles médicos
rigurosísimos. No decaí, pero tampoco estaba al 100%. Y con veinte años perdí
mi reflejo y, dos años después, crucé sin querer al Otro Lado.
La
escuché en silencio. Por fin había dejado de llorar, y la miraba con los ojos
abiertos como platos.
—Fue
en un autobús. Era por la noche, volviendo de trabajar. Apenas había gente,
pero el conductor seguía parando en todas las marquesinas por si acaso. Sin
embargo, hubo una en la que paró y ya no volvió a arrancar. Pasaron los
minutos, de repente me di cuenta de que las ventanillas sí que me reflejaban,
así que entre extrañada y eufórica salí y me encontré con un autobús abandonado
que era imposible conducir. Alrededor los edificios tenían el mismo aspecto,
¡todo devorado por la vegetación! Encontré a Adelaida de una forma parecida a
cómo la encontraste tú. O a cómo te encontró ella, mejor dicho. Ya llevo cinco
años en este mundo, y no creo que vaya a volver. Ni yo. Ni tú. Ni nadie. Tú al
menos estás sana. Pero yo aquí no tengo control de mi enfermedad, al menos no
en la superficie… Por eso me estoy planteando si ir a algún nivel inferior.
Pero sé lo que ocurre allí y se me quitan de la cabeza las dudas… No voy a
dejar a Ada.
Me
senté a su lado, pensativa. No se me ocurría qué decir.
—Lo
siento.
—No
quiero tu pena. Y aunque te haya contado mi historia, sigues sin caerme bien.
Lo
comprendí: el haber superado un cáncer no quitaba el hecho de que ella fuera
una cabrona. «Pero ni siquiera los cabrones merecen sufrir una enfermedad como
esa», concluí.
—¿Por
qué me la has contado?
Se
encogió de hombros.
—Quería
que supieras con quién estás hablando.
—Gracias,
eres la primera que me cuenta su historia.
Aquello
pareció sorprenderla y noté cómo se relajaba.
—Tenemos
que ser fuertes…
Justo
en ese momento Adelaida pasó por delante del túnel, y oímos cómo reculaba
cuando nos percibió dentro de él.
—¿Qué
hacéis aquí?
Ángela
se levantó rápidamente.
—La
nueva está un poco borracha y tuve que asegurarme de que no se perdiera.
—Ah.
Los
ojos zarcos de Ada se clavaron en mí sin piedad, y por un sexto sentido supe
dónde se había metido durante ese tiempo.
—¿Seguís
pensando en lo que hacer con Athan?
—¿Pensarlo?
Ya está decidido. —Nos pusimos de nuevo en movimiento, volviendo a la sala
común—. Lo vamos a matar. Es lo más seguro para todos.
Tragué
saliva.
—¿Y
lo de viajar a los niveles inferiores?
Recordé
las palabras de Ángela hacía apenas unos minutos.
—Eso
es elección de cada uno… por supuesto, siempre y cuando no comprometa la
seguridad de los demás. Además, el viaje hasta la puerta más cercana cuesta una
semana como mínimo. ¿Y quién dice que no puedan jugarnos una emboscada? Los
cazadores también pierden en este juego si no mueven el culo más rápido que de
costumbre, de modo que el movimiento más lógico para ellos es esperar a que
alguien quiera cruzar la puerta libremente para cazarlo y convertirlo en su
esclavo. Ni por asomo nosotros nos vamos a librar del yugo. Pero vosotros
sabréis, es vuestra elección.
—¡Adelaida,
por fin has llegado! —Exclamó la primera persona que la vio llegar, y acto
seguido se giró a la multitud—. Bien, ahora que estamos todos juntos, ¡toca
abrir los regalos!
Volví
a mi grupo, donde sus integrantes me dirigían miradas inquisitivas, pero las
calmé con una leve sonrisa. Entonces presenciamos cómo las 55 personas del
complejo recibían sus respectivos regalos, que iban desde libros, ropa y
diferentes objetos encontrados en los días de rastreo, hasta que sobre la mesa
sólo quedó uno, el quincuagésimo sexto regalo.
—Y
éste es para… ¡Crystal!
Todos
se giraron para mirarme, y noté que mi rostro se teñía de rojo.
—¿Para…
mi?
El
hombre asintió con la cabeza y me tendió un paquete que, longitudinalmente,
medía más que yo; supe en seguida de qué se trataba.
Me
giré hacia Max. Él, con las manos en los bolsillos, se encogió de hombros y me
dedicó su característica media sonrisa. Mia nos miró con el ceño fruncido y le
dediqué una sacudida de cabeza en señal de apaciguamiento.
—Es
una tabla chulísima, Cris —Ciaran se puso a mi lado para apreciar los dibujos
de cerca.
—Sí…
Me la regalaron mis mejores amigos el día de mi cumpleaños.
—¿Cuándo
es tu cumple?
—El
8 de mayo —respondió Max por mí.
—¡Oh,
eres tauro! —exclamó Taylor—. Yo soy Capricornio.
—Y
yo rompí el cascarón el 13 de abril… ¿Podemos pasar a otra cosa?
—Zoon,
por muy reptiliano que seas, todos sabemos que naciste como nosotros.
—¿Y
tú sabes cómo nací yo o cómo nacieron los demás? Odio las presuposicionesss.
—Habló
el primero en presuponer.
—Pero
nunca lo hago con condescendencia.
Y
con aquella discusión que, afortunadamente, desvió el foco de atención, la
gente volvió a internarse en sus propias conversaciones; ya quedaba menos
tiempo para cambiar de año y debíamos prepararnos.
—¡Cuéntanos
cosas sobre tus amigos y el surf, porfa! —me pidió Taylor, así que dediqué a
los atentos oídos de ella, Zoon, Ciaran, Mia, Max y otras personas que poco a
poco se fueron sumando, las mejores historias de surf que conocía, tanto
basadas en mi propia experiencia como las que había oído sobre otras personas.
—…
y ese día Billy volvió a surfear, venciendo su miedo a los tiburones. Sin
embargo no puedo decir lo mismo de su hermano…
—¡Faltan
cinco minutos!
Acabé
rápidamente la historia y dejé que volvieran a llenar mi copa para el brindis.
Reconozco que en ese momento me encontraba en paz conmigo misma y la situación
en la que me encontraba, sentada sobre la tabla de surf re-regalada, y pensé
que quizás no sería un año nuevo tan horrible, pese a todo lo ocurrido.
Las
voces del complejo comenzaron a bramar al unísono las 12 “campanadas”. Todos
parecían alegres, quizás por el alcohol, quizás por la idea de haber
sobrevivido un año más, o puede que por una mezcla de ambos.
Sonreían,
con los ojos brillantes.
Mientras,
doce pensamientos cruzaban mi mente.
Uno.
Mi familia.
Dos.
Mayrah.
Tres.
Eithan.
Cuatro.
Burilda.
Cinco.
Surf.
Seis.
El Otro Lado.
Siete.
Monstruos.
Ocho.
Cazadores.
Nueve.
Adelaida.
Diez.
La gente del complejo.
Once.
Athan.
Doce.
Alter Ego.
Con
esa última “campanada” todos volvimos a beber de nuestras copas y a vitorear. Nos
abrazamos. Las parejas se besaron con pasión, Max y Mia enredándose y Taylor
prácticamente se abalanzó sobre Zoon. Ángela y yo nos quedamos observando el
fervor de nuestro alrededor hasta que Ciaran llegó a mi lado e hizo encontrar
nuestros labios.
Oí
nuevas exclamaciones, incluida la mía propia, y me sorprendió que en vez de
apartarme decidiera dejarme llevar por aquel beso. Le rodeé el cuello con los
brazos para pegarlo más a mí y entonces fue él quien dejó escapar una grata
exclamación de sorpresa.
Hoy
en día aún recuerdo su boca: fina y célebre, con sabor a bailarinas de gimnasia
rítmica, con su lengua saliendo a jugar con la mía una vez constatado que
aceptaba su beso.
Así
que fui a su encuentro.
¡Hey! Hacía demasiado tiempo que no subía capítulo de Alter Ego, ¿no creéis? ¿Qué os ha parecido? Como podéis comprobar he hecho unos cambios en el diseño, que también se pueden apreciar en los anteriores capítulos. ¡Espero que los próximos no tarden tanto como éste!
Hasta la próxima entrada.
Me sigue gustando mucho. Ya ves que estoy aquí.
ResponderEliminarPero me sigue dando tanta pena que esté en ese otro mundo...
Muchos besos, preciosa!!!
¡Ay, qué alegría!
EliminarCreo que ya sólo te hace falta un capítulo por leer... así que espero escribir nuevos pronto *__*
Muchísisimos besos, Sakkarah ❤
cual? Yo veo este como el último, creo. :)
ResponderEliminarMuchos besitos.
El Capítulo 17. Judas
Eliminarhttp://indefinidamenteeneltiempo.blogspot.com/2018/04/capitulo-17-judas_26.html
Di que ese ya lo leíste porque fue el último que escribí, y con el que descubriste la historia.
Mil gracias por seguirla.
Espero seguir pronto.
Un besazo
Sí, he leído todos :)
EliminarEsperaré a que sigas escribiendo sobre ello.
Un beso muy, muy grande, guapa.
Y yo estaré encantada de que lo leas.
EliminarUn besazo, Sakkarah ❤
Un capítulo muy emotivo y con un final romántico para un año nuevo distinto en la vida de Crystal y ese regalo fue todo un detalle. Ya he leído todo el proyecto, porque el capítulo 17 lo leí hace mucho, pero volveré a hacerlo en unos días ya conociendo toda la historia. Mis felicitaciones como siempre por tu creatividad.
ResponderEliminarDulces besos que te encuentren y dulce semana.
Me alegro de que te haya gustado esta historia, Dulce. ¡Ojalá algún día la retome! Otras arden entre mis teclas...
EliminarTus dulces besos me encuentran en mayo, gracias <3
Dulce comienzo de mes, Mi Caballero de la Luna Violeta