Capítulo
5
Aguas mansas
Ya casi me había olvidado de cómo
era mi aspecto.
Estaba más delgada que hacía
unos meses, seguramente por el estrés acumulado de los exámenes y por haber
hecho más deporte de lo normal (precisamente para dejar salir ese estrés acumulado),
aunque no había sido un cambio excesivo. También tenía el pelo más largo, y los
ojos, grandes y azules, chispeaban de alegría mientras mis labios trazaban una
sonrisa de lado a lado. ¡Había recuperado mi reflejo!
Ensanché la sonrisa, mostrando
los dientes, y lo más curioso de todo aquello fue que me vi parpadear.
Sí, vi cómo mi reflejo cerraba
los párpados, batiendo esas pestañas curvas y aparentemente invisibles que os
comentaba en el primer capítulo, bajándolas hasta que los ojos quedaron completamente
escondidos tras sus persianas de piel y las pestañas de abajo se encontraron
con las de arriba, dándose un beso de mariposa. En cuestión de milésimas se volvieron
a abrir, y las pupilas, de nuevo al descubierto, se clavaron en las mías.
Me quedé boquiabierta, y mi
reflejo se dignó a mantener la sonrisa y a volver a parpadear, como si me
retase.
Miré a mi alrededor, extrañada
de que me diera tiempo a captar todos esos detalles mientras atravesaba la ola,
y tenía razón, si la ola no se hubiera detenido habría sido imposible.
Era como si mi tabla se hubiera
quedado anclada al agua y el mismo mar se hubiera convertido en cristal, al
igual que la pared que me servía de espejo y el “tubo” de la ola, que se
cerraba entorno a mí cayendo pero sin llegar a caer nunca.
Bajé los brazos, pues ya no
necesitaba utilizarlos para guardar el equilibrio, y me moví sobre la
superficie de la tabla. Era como si no me afectase lo que fuera que estaba
ocurriendo, como si yo pudiera moverme con normalidad, pero el resto del mundo
no.
¿O era
al revés?
Toqué de nuevo la pared. Seguía
siendo líquida, normal y corriente.
Anduve del tail al nose
de la tabla, y mi reflejo se mantuvo en la misma posición del principio,
parpadeando de vez en cuando.
Qué curioso… ¿Estaba soñando?
Fue como si ese pensamiento me
devolviera a la realidad, a mí y al tiempo, pues el agua retomó su velocidad
habitual e hizo que perdiera el equilibrio.
La tabla, atada a mi tobillo
izquierdo por la correa de seguridad, me golpeó la pierna cuando mi cuerpo se
hundió en el mar.
Fue un cambio tan brusco que lo
sentí como una bofetada.
En cuanto me recuperé de la
impresión, nadé de nuevo a la superficie para tomar aire. Emergí la cabeza
echándola hacia atrás, y mi pelo empapado trazó un arco de 180º. Cerré los
ojos, un poco mareada, y me llevé las manos a la cabeza para retirarme los
mechones mal colocados; notaba la tabla flotando cerca de mí, tirando de mi
pierna hacia ella a través del cable.
—Eithan… ¿has visto eso?
—pregunté, con la respiración entrecortada.
Al abrir los ojos vi que no
había nadie a mí alrededor, y que el agua se había vuelto negra. Ahogué una
exclamación y me lancé rápidamente hacia la tabla para colocarla bien y subirme
a ella.
—¿Pero qué…
Me caí varias veces hasta que
conseguí quedar tumbada horizontalmente sobre ella, intentando que ninguna
parte de mi cuerpo rozase el agua.
—¿E-Eithan? —repetí, mirando a
todos lados con ojos desorbitados.
Vi el cielo. Era azul ciclotímico,
eléctrico, y me recordó al color de la pluma que Mayrah me había regalado hacía
unos años. Me froté los ojos con los puños pensando que el problema podía
radicar en la vista. Cuando retiré las manos, tenía la vista un poco borrosa y
me escocía por la sal, pero ignoré el malestar; ese era el último de mis
problemas en ese momento. Solté una exclamación de horror y me mordí el labio
inferior involuntariamente de puro nerviosismo al ver que el mar continuaba
negro como el alquitrán, el cielo azul genciana…
¡¡Criiiiiiiiiiiiiiiiiiii!!
Un chillido como el de un cerdo
en un matadero me obligó a llevar la vista hasta una especie de sol naranja
alrededor del cual volaban unas criaturas que a primera impresión parecían
pájaros.
Me llevé una mano a la frente
para hacer sombra sobre mis ojos mientras que con la otra me aferré al borde de
la tabla para guardar el equilibrio.
¡¡Criiiiiiiiiiiiiiii!!
¡¡Criiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!!
En la lejanía era imposible
apreciar su verdadero tamaño, pero eran lo suficientemente grandes para que
pudiera verles los cuatro pares de ojos, dos de ellos en la cabeza como los de
cualquier ave normal, y los otros dos en el pico, donde normalmente estarían
las fosas nasales. Sus plumas se hacían cada vez más finas a medida que bajaban
por su cuerpo, como el pelaje de un mamífero, y eran de color blanco. Seis
pares de alas translúcidas como las de las abejas mantenían a cada una de las
criaturas suspendidas en el aire, aleteando con la rapidez de un colibrí y
enviando reflejos aquí y allá con cada movimiento, pero de alguna forma se
veían perfectamente. Por último, en vez de patas, tenían una cola con la misma
morfología que la de los delfines.
¡¡Criiiiiiiiiiiiiiiiiiii!!
¡¡Criiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!!
Tuve ganas de taparme los
oídos.
—¡¿Eithaaaaaaaaaaaan?!
El enfado se me había
dispersado por completo, y ahora lo único que sentía era miedo. «No seas
idiota, Crystal, y mantén la mente fría. Igual que en un examen de matemáticas.
Exactamente igual.»
Bajé la mano que me hacía de
visera y la coloqué junto con la otra. Busqué a mí alrededor, tragando saliva y
rogándole al cielo que lo que fuera que volaba sobre mi cabeza no fuera
peligroso.
El mar negro se extendía a mi
espalda como una línea infinita, y en frente de mí invadía de vez en cuando una
playa carmesí, dejando rastros de tinta cada vez que regresaba. La playa estaba
desierta, y apenas contaba con unos metros de anchura; practicamente había sido
engullida por un frondoso bosque de colores verdes apagados, de modo que no se
veían casas, ni la carretera… Nada de la Byron Bay que yo conocía.
—¡¿Eithan?! —Volví a gritar—.
¿Hola? ¡¿Hay alguien ahí?!
No se veía ni un alma, al menos
ninguna que fuera humana.
Saliendo un poco de mi estado
de estupor comencé a remar hacia la orilla. No me fiaba de lo que pudiera
aguardar en esas aguas, pero esa era la única forma de volver a tierra firme y
me dije que cuanto más rápidas y largas diera las brazadas antes saldría de
allí. Por una parte agradecí que no hubiera oleaje, pero por otra no me gustaba
que el mar estuviera tan tranquilo. Me vino a la cabeza una frase que me había
dicho una vez mi padre sobre que eran más sospechosas las aguas calmadas que
las bravas…
Como si algo hubiera leído mis
pensamientos, noté una piel viscosa rozándome el brazo y lo retiré rápidamente,
sin poder evitar soltar un chillido.
Las criaturas voladoras,
alertadas por el grito, se movieron en mi dirección, salvando la altura que nos
separaba rápidamente; horrorizada, me di cuenta de que tenían el tamaño de un
pastor alemán adulto.
¡¡Criiiiiiiiiiiiiiiii,
criiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!! ¡Criiiiiiiiiiiii, criiiiiiiiiiiiiiiiii!!
Demasiado ocupada en escapar
como para regañarme por haber cometido tal estupidez, salté de la tabla,
aprovechando que ya me encontraba cerca de la arena, y me dispuse a salir del
agua lo más rápido posible. Nadé y corrí en cuanto hice pie, y la única vez que
me atreví a mirar atrás fue cuando caí rendida en la orilla y coloqué la tabla
sobre mí por si esas monstruosidades se me echaban encima.
Para mi sorpresa, no lo
hicieron. En su lugar, habían caído en picado sobre el agua,
una,
dos,
tres,
cuatro,
cinco,
seis,
¡hasta
siete!
y habían atrapado aquello que
había rozado con el brazo; en ese momento, una especie de culebra sin escamas
de color plateado y varios metros de largo se retorcía en el aire intentando
desasirse de sus fuertes picos. Tenía un cuerpo plano y segmentado, y la cabeza
circular como las escafandras de buceo antiguas. Desgraciadamente, mis clases
de biología me ayudaron a determinar que clase de bicho era: Taenia solium…
una tenia. Una tenia cuyo grosor era más grande que el de un brazo humano y que
emitía chillidos aún peores que las otras criaturas.
—Esto no puede ser posible… Tengo
que estar soñando… —murmuré, fuera de mí.
Sin pensármelo dos veces cerré
los ojos con fuerza y me pellizqué el brazo durante varios segundos, hasta
hacerme tanto daño que cuando paré, tenía que estar despierta sí o sí.
Abrí los ojos.
—Jodeeeer…
Pero no. Muy a mi pesar seguía
en el mismo lugar que antes, con el mar negro a mi espalda, la arena carmesí
bajo mis pies y los monstruos peleando en ese cielo demasiado azul para ser
real.
—Es imposible… ¡No tiene
sentido!
Me levanté, desatándome la
tabla del tobillo, y poniéndomela bajo el brazo no se me ocurrió otra cosa que
internarme en la vegetación.
«Tengo que encontrar mi casa
—me dije, convencida de que esa pesadilla tendría que terminar de un momento a
otro—. Tengo que encontrar a mis padres y a mi hermana…» ¡Tenía que encontrar
una explicación lógica para todo lo que estaba pasando!
Observé lo que dejaba atrás a
medida que me internaba y me internaba más en el bosque, intentando encontrar
alguna diferencia entre los árboles, los arbustos, las zarazas y el suelo, que
había cambiado de rojo a morrón oscuro, como la tierra normal y corriente, pero
todo era exactamente igual que dos pasos atrás.
Los árboles, iguales.
Las zarzas, iguales.
Los arbustos, iguales.
Daba la misma sensación que
esos pasillos de las películas con una puerta al fondo, que a medida que
avanzas, se alargan y te separan cada vez más de ella y da igual que corras o
andes despacio, pues nunca llegas.
El corazón me latía cada vez más
deprisa y empecé a sufrir un ataque pánico. ¿Y si había más monstruos como
aquellos?
El pelo goteaba a mi espalda y
la camiseta, empapada, era una segunda piel fría y erizada por el miedo. Sin
embargo, las piernas parecían insensibles a los golpes que me daba con las raíces
y las piedras del suelo, por lo que seguía avanzando, mientras que con los
brazos y con ayuda de la tabla apartaba las ramas de mi camino, a la espera de
dar con algún edificio, cualquier lugar conocido.
De pronto, un movimiento a mi
derecha me alertó.
Me giré, sosteniendo la tabla
de surf como si fuera un arma, y entonces atisbé una figura entre las ramas,
corriendo hacia mí. Retiré la tabla a un lado, aliviada de ver a alguien humano
en aquel extraño lugar y alcé una mano en señal de saludo, a medida que una
sonrisa empezaba a trazarse en mis labios.
Todo ocurrió demasiado rápido.
La figura miraba hacia atrás
mientras corría, de modo que no me vio cuando quedé en medio de su camino. Me
arroyó, sin siquiera darme tiempo a hacerme a un lado, y caímos al suelo con
los cuerpos enredados en un manojo de piernas y brazos; la tabla salió
disparada a uno de los lados.
Rodamos. Me golpeé el codo y la
cadera con algo duro y anguloso mientras intentaba quitarme al desconocido de
encima, pero él era más fuerte, así que en seguida logró inmovilizarme bajo su
cuerpo.
Sí, lo primero que pensé fue
que se trataba de un hombre, pues llevaba el pelo extremadamente corto, pero en
cuanto vi su rostro me di cuenta de que era una mujer.
Me miró, confundida, mientras
presionaba mi cuerpo hacia abajo. Tenía la fuerza propia de alguien que está
desesperado y me clavó los puños en los hombros para que no me moviera, como si
yo pudiera ser una amenaza.
Estaba vestida con unos
pantalones oscuros desgarrados en varios puntos y unas botas militares. Además,
tenía la camiseta de tirantes manchada y rota, como si se hubiera arrastrado
por el suelo, y la piel cubierta de tierra y rasguños; las mejillas estaban
cruzadas por dos surcos producidos por las lágrimas y sus ojos se me quedaron
mirando desorbitados, como los de un cervatillo asustado, aunque en aquel
momento parecían indicar que sería capaz de devorar a cualquiera que le
impidiera huir.
—¿Qué está pasando? —comencé a
preguntar, asustada.
Ella abrió aún más los ojos y
se levantó rápidamente, como si se hubiera acordado de que hace unos segundos
estaba corriendo.
—¡CORRE! —me gritó, con voz ronca
y agitada por el esfuerzo, y se volvió de nuevo para retomar la carrera.
Yo también me levanté,
agarrando mi tabla de surf, casi por inercia.
—¿De qué estás huyendo?
Intenté detenerla, pero ella ya
se había puesto en movimiento y se giró una última vez simplemente para
gritarme:
—¡HUYE!
En menos que se tarda en
preguntar: ¿Por qué?, la desconocida pasó a mi lado, dejándome
entremedias de ella y su atacante, que pronto quedó en mi campo de visión.
Éste sí que era un hombre.
Al igual que la mujer, iba
completamente vestido de negro, y los músculos del cuerpo, bien definidos y
desarrollados, se le marcaban bajo la tela, imponentes. Yo lo veía correr en mi
dirección, lanzando tajos a diestro y siniestro con un hacha para abrirse
camino a través de la vegetación, y era como si se moviera a cámara lenta,
igual que cuando había caído el agua de la ola mientras me miraba en mi reflejo.
Los segundos se condensaron, y
las fracciones se partieron, posibilitándome hacer un análisis completo del
personaje…
El hombre era alto, metro
ochenta. Quedaría perfecto dibujado en movimiento, en un boceto de cuerpo
entero de trazos fluidos. Era todo sombras excepto por la sangre que empapaba
su camiseta rasgada por delante, como si hubiera sido atacado con un cuchillo.
También estaba su pelo rubio, largo y alborotado sobre los hombros, y un rostro
que me daba la sensación de haber dibujado antes.
Tenía la frente perlada de
gotitas de sudor y la piel, quemada por el sol de medianoche, estaba manchada
de tierra y más sangre. Sus pobladas cejas enmarcaban dos ojos azules del color
de la niebla, y sus pupilas, pequeñas como alfileres, se clavaron en mi figura.
La frase que me dijo mi padre me vino de golpe a la mente:
«Mas las aguas mansas son más peligrosas
que las tormentas, más profundas y más… oscuras».
Atrapada en las facciones de su
cara, estudié con más detenimiento la línea recta que era su nariz, los ángulos
de sus pómulos, las líneas varoniles de su barbilla, su tendencia a llevar la
mandíbula inferior hacia delante, dejando los labios entreabiertos. Mostraba
una barba de varios días, descuidada, y quizás fue eso lo que me desconcertó
nada más verlo, impidiéndome reconocerlo.
¿Eithan?
El hacha abandonó su mano, y
gracias a un movimiento perfectamente acompañado por los músculos de su brazo,
voló hacia mi cabeza.
¿Eithan? 20-12-14 |
Jo, menudo peligro, estoy sudando casi porque me meto en el personaje :)
ResponderEliminarQué escena tan extraña, seguramente no será real...
Me está gustando mucho.
Montón de besos.
Tú sigue leyendo, a ver si es real o no ;)
Eliminar¡Me alegro muchísimo de que te guste!
Un besazo Sakkarah, mil gracias por tus palabras
Cada vez más inquietante esta historia, casi como haber entrado a otro mundo o a una pesadilla. No sé por qué me vino a la mente la serie "Lost", será por lo de la isla. Por cierto, donde dices "Me llevé una mano a la frente para hacer sombra..." te falta la m en sombra.
ResponderEliminarDulces besos Dafne 💜 Criii criiii :)
¡Hola, Dulce!
EliminarAunque se esté volviendo inquietante la historia, espero que sigas leyendo.
Oh, pues no he visto "Lost", aunque la recomiendan mucho...
Ya he corregido lo que me comentas, gracias por notificarlo ;P
Dulces besos 💜