Después
de comer, Mayrah abrió The Cavern de nuevo y estuve acompañándola hasta que su
padre llegó y le dio la tarde libre —al fin y al cabo era la primera tarde de
verano—.
Salimos
con los brazos entrelazados y anduvimos hasta mi casa mientras hablábamos de
cuál sería la mejor forma de que Eithan y yo acabásemos juntos. Mis tacones
resonaban en el adoquinado y nuestra forma de vestir contrastaba como la noche
y el día; Mayrah llevaba unos pantalones pitillo negros con dos manos de
esqueleto estampadas en los muslos, una camiseta de rejilla negra que revelaba
debajo un biquini rosa fosforito y, de calzado, unas sandalias de plataforma.
—Bueno…
Lo mejor será que quedes con él dentro de… ¿2 horas? Mándale un wass y yo me encargo de que tenga la
tarde libre —me guiñó un ojo; estábamos paradas en frente de la puerta de mi
casa—. En cuanto te diga que sí (porque va a decir que sí, ya lo verás, su
subconsciente está buscando cualquier excusa para escapar de la puñetera de
Burilda) mantente ocupada, como si no estuvieras ansiosa de verle (que sé que
lo estás, pues por algo soy tu parabatai).
Ahora, entra en casa, prepárate, ¡y espérale como si no lo estuvieras
esperando!
Me
despedí de ella con un fuerte abrazo. ¡Ay, qué haría yo sin mi parabatai!
Para
los que aún no estéis inmersos en el mundo de los Cazadores de Sombras, los parabatais son dos guerreros que luchan
juntos y comparten la misma fuerza, una persona que eliges antes de cumplir 18
años sabiendo que le confiarías tu vida, llegando a ser como un hermano de sangre.
Puede que Mayrah y yo no estuviésemos en ese mundo literario, pero nuestra
amistad podría definirse fácilmente con esa palabra, y a ambas nos daba igual
que el resto del mundo no supiera de qué estábamos hablando; al fin y al cabo,
solo se tiene un parabatai en la
vida.
Mayrah
se separó de mí y lo último que me dirigió fue una mirada de “luego cuéntamelo
todo de pe a pa, ¿eh?”. Después me di la vuelta, entré en la casa y seguí su
consejo: le mandé a Eithan un mensaje, que por suerte respondió afirmativamente
a los pocos minutos, me preparé, y me dispuse a pasar el tiempo dibujando una
imagen que rondaba en mi cabeza desde hacía semanas. Como a mi hermana la
habían castigado por dejar la entrada abierta y no coger el móvil, le pedí
amablemente que posase para mí.
—Noa,
¿podrías…?
—No.
Estaba
en el salón, inmersa en alguna conversación con sus amigos a través del móvil.
—¡Vengaaaaa!
Que no necesito que sueltes el móvil para conseguir la perspectiva que
necesito…
Me
senté a su lado en el sofá, pero ella ni se dignó a mirarme.
—NO.
—Hazlo
o le diré a mamá que el otro día fuiste a las rampas de monopatín con Joseph
sin su permiso.
Levantó
la vista de la pantalla.
—Está
bien… —accedió, ladeando la cabeza hacia la izquierda—. Pero solo lo hago
porque el personaje está basado en mí y porque soy la protagonista de tu libro.
—¡Tú
no eres la protagonista de mi libro! —Me reí, mientras abría el bloc de dibujos
por una lámina en blanco y aferraba el lápiz como si fuera el arma más poderosa
del mundo—. Anda, deja de decir tonterías y gira la cabeza así,… sí, así, y
ahora intenta estarte quieta.
—¡Claro
que soy la prota! —me contradijo, volviendo a posar los ojos en el Smartphone,
pero al menos mantuvo el rostro girado tal y como le había ordenado—. Si no
fuera por mí, el libro sería un aburrimiento.
—¡Pero
si no lo has leído!
Me
apresuré a dibujar todo lo rápido posible los rasgos más importantes antes de
que se moviera.
—A
ver… ¿a partir de qué capítulo salgo yo?
—A
partir del tercero de la segunda parte o así…
—Entonces
leeré a partir de ese capítulo…
—¡Noa,
no muevas la cabeza!
Así
estuvimos largo rato, Noa posando, hablando por el móvil y también conmigo, y
yo dibujando y contándole lo que pretendía hacer esta tarde hasta que Eithan
llamó a la puerta.
—¿Blondie?
Como
ya había terminado la obra, había mandado a mi hermana a descansar y había sido
ella la que le había abierto la puerta.
—¿Hum?
Levanté
la vista del bloc con el ceño fruncido, como si me hubiera olvidado de que
habíamos quedado.
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El experimento de Alice
(30-09-14) |
—Hay
unas olas estupendas esperándonos ahí fuera, ¿recuerdas? —me refrescó la
memoria, ignorando completamente mi plan, y me sonrió con expresión risueña.
Sin embargo, se contradijo cuando se dejó caer a mi lado en el sofá—.
¿Dibujando otra vez?
—Dando
los últimos retoques…
En
realidad, había acabado hacía media hora, pero para matar el tiempo me había
dedicado a poner sombras y a añadir detalles a la idea original.
—¡Uao!
—exclamó Eithan, desencajando la mandíbula—. ¿Es tu hermana?
—Sí
—asentí, pasándole el bloc para que lo viera mejor.
De
este modo, mientras él lo observaba con los ojos muy abiertos, yo me dediqué a
observarlo a él.
Eithan
se había despaturrado en el sofá en una pose desenfadada, vestido con una
camisa roja hawaiana y un bañador azul marino largo hasta las rodillas. Su
mirada azul parecía obnubilada y estaba tan natural que me dieron ganas de dibujarlo antes de que
se rompiera el hechizo; había tanta magia en la escena…
Sin
que se diera cuenta, alcancé el móvil de Noa, que estaba en la mesita de café
—algo inédito, porque se podría decir que el móvil era la continuación del
brazo de mi hermana—, lo desbloqueé y sin pensármelo dos veces hice una foto,
atrapando el momento. Desgraciadamente el sonido de la cámara lo alertó;
sobresaltándolo.